Trato de comprenderlo todo…
Víctor Jara
Se acercaba el mes de setiembre de 1959 cuando debía celebrarse el festival estudiantil. En la Escuela de Teatro también se preparaban para el certamen. Víctor decidió probar sus fuerzas como director de teatro y propuso a su compañero de estudios Alejandro Sieveking el tema de una pieza dramática. Antes habían colaborado en la puesta en escena de la obra del famoso escritor soviético Máximo Gorki Los bajos fondos. Alejandro ya ensayaba su pluma como dramaturgo. Incluso en el aspecto —alto, meditabundo, con gafas que le añadían varios años— Alejandro tenía algo de literato. En efecto, posteriormente será un destacado dramaturgo chileno. Para el festival Sieveking escribió Parecido a la felicidad, una obra sobre dos amantes que tenían que vencer los prejuicios de los padres y afrontar las adversidades de la vida.
El estreno tuvo lugar en el pequeño teatro Lex y fue un éxito rotundo. Luego el espectáculo fue llevado a la escena grande del teatro profesional de la Universidad. El éxito del primer trabajo de Víctor Jara como director fue tan clamoroso que la compañía de jóvenes actores salió de gira por los países de América Latina. El espectáculo Parecido a la felicidad determinó el destino de Víctor. Al concluir sus estudios de actor, decidió especializarse como director teatral.
El espectáculo dirigido por Víctor se representó en las grandes ciudades de Chile. Los jóvenes actores viajaron también a Concepción, donde ya estaba trabajando Nelson Villagra. Había pasado un año desde que el Negro y el Huaso se separaron con una sonrisa despreocupada como jóvenes que sabían que tenían toda la vida por delante. Y ahora los amigos pasaron la noche entera recordando y discutiendo cómo el teatro chileno tenía que desarrollarse y salir de la capital para actuar en provincias.
Parecido a la felicidad lo vieron en Argentina, Uruguay, México, Costa Rica, Guatemala, Venezuela y Colombia. La prensa local publicó reseñas benévolas acerca del espectáculo de la Escuela de Teatro de la Universidad chilena.
Cuando la compañía estuvo en Buenos Aires, la invitaron a visitar Cuba, donde un año antes había sido derrocado el dictador Batista. Los jóvenes actores acogieron con entusiasmo la invitación, aunque al regreso podrían tener disgustos en su patria. Me interesaba sobre todo el encuentro de los jóvenes actores chilenos con el legendario Ernesto Che Guevara.
Escribí a Luis Alberto Mansilla, periodista chileno exiliado en la RDA, puesto que desde los tiempos de estudios en la Escuela de Teatro había sido amigo de Víctor. Alberto me comunicó que al regresar de la Isla de la Libertad Víctor se dirigió a la redacción de El Siglo, periódico de los comunistas chilenos, para contar lo que habían visto. Cuba quedó en el corazón de Víctor como la primavera y la esperanza de los latinoamericanos. El Siglo publicó las impresiones cubanas de Luis Alberto Mansilla, donde refería la inolvidable entrevista con Che Guevara. Pero ¿dónde podría yo encontrar ese ejemplar del periódico del año 1960? Mansilla me aconsejó leer un artículo suyo, publicado en 1977 en Boletín del Exterior del Partido Comunista de Chile (N° 25). Allí encontré la descripción del episodio que me interesaba:
«La entrevista se prolongó hasta la madrugada. El Che demostró un gran conocimiento de la poesía y el teatro. Les dijo que era necesario un arte popular y revolucionario de gran calidad en su contenido y en su forma, que era indispensable luchar contra la colonización cultural del imperialismo norteamericano, que los escenarios y las canciones tenían que ser trincheras de combate. Víctor tomó la guitarra y cantó algunas canciones. El Che lo aplaudió y le dijo: “Tú debes cantar para tu pueblo”».
Las palabras del gran revolucionario resultaron ser proféticas.
El joven artista tenía que salir en otro viaje al extranjero. Esta vez iba con el conjunto Cuncumén al Viejo Mundo. Víctor tenía no sólo que cantar y bailar. Le propusieron el puesto de coreógrafo de Cuncumén y puso en escena todas las danzas del programa para una larga gira por la Unión Soviética y otros países socialistas.
De nuevo me veo obligado a emprender las búsquedas.
¿Cómo, pasados cuatro lustros, encontrar las huellas del primer viaje de Víctor Jara a la URSS? Entonces el novel artista aún no era conocido. Durante los conciertos salía al escenario como uno de tantos integrantes del conjunto Cuncumén.
Escribí a Joan, viuda del cantante, que residía en Londres. ¿No recordaba ella lo que Víctor le contara acerca de su primer viaje a la Unión Soviética? He aquí la respuesta:
«Víctor, personalmente, recordaba con alegría una experiencia que le tocó vivir en un balneario del Mar Negro. Se trataba de Yalta… En Yalta, Víctor se hizo gran amigo de dos personas, a quienes invitó a la función que daría el Cuncumén. Ellos, por supuesto, fueron a oír cantar a estos artistas que venían de tan lejos. Estos amigos de Víctor se llamaban Vladímir y Piotr. Ambos eran obreros de la fábrica de tractores de Jarkov…
»Fundamentalmente, para Víctor, puede decirse que de esta visita lo que más le impresionó fue descubrir una nueva forma de la organización de la sociedad, en la que el mundo se veía al revés, y en la que las relaciones humanas también son distintas, relaciones que carecen de la agresividad que domina en el mundo capitalista… Concretamente Víctor refiriéndose a estas cosas me escribió en una carta lo siguiente: “Una vez más compruebo con gran felicidad para mi alma que el pueblo soviético es maravilloso. Sanos. Sinceros, bien intencionados, objetivos y muy sentimentales también… Me han mostrado su amistad abierta y sincera… Estoy muy contento que me haya sucedido esto. Conocer dos auténticos obreros de la Unión Soviética y ser amigo de ellos”».
Lamentablemente, Joan no tenía más que los nombres de estos dos obreros. En setiembre de 1980 escribí en Komsomólskaya pravda, periódico juvenil soviético, expresando la esperanza de que me respondieran Piotr y Vladímir, que en 1961 habían descansado en Yalta y habían trabado allí amistad con el joven Víctor Jara. Pero era una empresa difícil, después de tantos años, encontrar a un tal Piotr y un tal Vladímir, ignorando sus apellidos.
Pero el artículo en Komsomólskaya pravda me ayudó a encontrar a otra persona que se había entrevistado con Víctor en Leningrado. Solomón Epshtéin, pintor de esta ciudad a orillas del río Neva, invitó a su taller al joven artista chileno. ¿Qué llamó la atención del pintor leningradense? Le pedí a Epshtéin que me enviara sus apuntes acerca de su encuentro con Víctor Jara:
«Una clara noche estival de 1961 fuimos mi amigo, el pintor Alexandr Pasternak y yo, al teatro del parque de reposo donde, según decía el anuncio, daba un concierto el conjunto de canto y danza Cuncumén.
»Decidimos arriesgarnos, compramos entradas y no nos arrepentimos. El concierto nos produjo un verdadero placer. Las sonrisas incitantes de las muchachas en ondulantes vestidos. La acentuada discreción de los esbeltos muchachos en trajes típicos de campesinos chilenos con sus invariables sombreros. Bailaban y cantaban con ardor y devoción…
»Entre todos se destacaba un joven, no muy alto, ágil y elástico como un resorte, la plasticidad de sus movimientos era excepcionalmente elegante y natural. Y la misma soltura se oía en su maravillosa voz. Admiramos con ojos de pintores profesionales su hermosa cabeza de tupido y corto pelo negro tirando a azul. Tenía ojos tristes y una deslumbrante sonrisa en el rostro moreno.
»Sentí grandes deseos de pintar su retrato. En el entreacto fuimos a los bastidores y pedimos llamar al artista. Salió, sonriendo un poco turbado. Resultó ser uno de los dirigentes del conjunto a pesar de su juventud y de que estaba estudiando en la Escuela de Teatro. Se llamaba Víctor Jara.
»A través de la intérprete pedimos al artista que nos posara para el retrato. Eso lo turbó aún más. Además, la intérprete dijo que no podría acompañarlo a nuestro taller. Entonces, viendo nuestra contrariedad, el artista propuso ir sin la intérprete. “¿Cómo vamos a entendernos entonces?”, le preguntamos. Sonrió y nos enseñó sus manos diciendo que con los gestos.
»Al día siguiente fuimos a buscarlo. Llevaba pantalón negro y ancha camisa azul, además se puso un poncho de lana casera y tomó la guitarra…
»Si no me equivoco Víctor estuvo en mi taller tres veces. Apoyando un pie en la silla, cantaba canciones chilenas a veces alegres, pero la mayoría tristes, se acompañaba a la guitarra, mientras Pasternak y yo trabajábamos sobre su retrato. El retrato que hice es más bien un bosquejo; más tarde lo exhibí en una exposición de la Sección leningradense de la Unión de Pintores y en el Museo Ruso».
Realmente, qué encuentros tan asombrosos suceden a veces por casualidad.
Por Joan me enteré que Víctor le había hablado de los pintores leningradenses. Me pidió que hiciera fotocopias de los retratos de Víctor para su archivo familiar, cosa que hice de buena gana.
Después del asesinato de Víctor Jara muchos pintores de distintos países han dedicado cuadros al cantante chileno. Pero, por lo que sé, los retratos de los pintores leningradenses son los únicos hechos en vida de Víctor.
En marzo de 1982 publiqué en Komsomólskaya pravda un artículo refiriendo la entrevista de los pintores leningradenses con Víctor Jara y mencioné que no había podido encontrar a Piotr y Vladímir.
De pronto, pasados unos días, me entregaron un telegrama recibido en la redacción: «En 1961 conocí a Víctor Jara en Yalta. Actualmente resido en Kremenchug, calle Vatutin… Detalles por carta. Vladímir Pianij». No tardé en enterarme del apellido de Piotr Solodóvnik. Sigue viviendo en Járkov, pero no trabaja en la fábrica de tractores. Ambos amigos se jubilaron ya.
No vieron los artículos que publiqué en Komsomólskaya pravda. Pero uno de sus viejos amigos que también trabajaba en la fábrica, Sharshunov, leyó el segundo artículo y supuso en seguida de qué Vladímir y Piotr se trataba. Recordó que le habían contado su encuentro con un cantante chileno en Yalta en 1961 y escribió a Vladímir Pianij: «Leí Komsomólskaya pravda y comprendí en seguida que se referían a ti y a Piotr Solodóvnik. Telefoneé a Piotr y hablamos sobre el artículo. Te lo envío. Léelo y recordarás aquel encuentro…».
Me alegré de poder comunicar a Joan que, por fin, había encontrado a los amigos de Víctor. Le mandé la carta de Vladímir donde le deseaba buena suerte. La respuesta de Joan llegó a mi nombre. El sobre contenía una postal «para Vladímir, amigo de Víctor». Joan me pedía que tradujera al ruso esta lacónica epístola y la mandara al destinatario: «Estimado amigo Vladímir: Con mucha emoción recibí su tarjeta recordando su amistad con Víctor. Muchas gracias por ella. Reciba mis saludos cariñosos y los de mis hijas. Víctor siempre recordaba su encuentro con Ud.».
Junto con la postal para Vladímir recibí de Joan la copia de una carta que Víctor le había mandado desde la orilla del Mar Negro. Esa carta refleja el alma del cantante y la reproduzco aquí un poco resumida:
«… Salí en la noche a las 9 a pasear y oí cerca del paseo por la orilla del mar muchos aplausos. Me acerqué al lugar de donde venían y eran de un teatro al aire libre, donde había una función de variedades. Traté de sacar la entrada y no había. Me entró toda la curiosidad por ver los números y fui rodeando la muralla que cubría el teatro… y al darme vuelta vi un árbol y arriba de él algunas personas… Cuando empezó de nuevo la función empecé a subir junto con otros cinco rusos… Arriba me hablaron como a un igual, en ruso, y yo les dije que no comprendía. Primero creyeron que era broma, pero después se convencieron y me preguntaron de donde era; les dije, en el poco ruso que sé, que era de Chile, Sudamérica y que estaba allí con un conjunto chileno de danzas y canciones. Y tanta fue la sorpresa de ellos que se reían y me felicitaron porque a pesar de ser extranjero y artista estaba sentado arriba del árbol igual que ellos. Entonces me ofrecieron el mejor asiento que había en el árbol… Cuando el espectáculo terminó me ayudaron a bajar y ya abajo me abrazaban muertos de risa con mi actitud. Después me preguntaron que cómo yo, siendo extranjero, no había ido adentro para estar cómodo, e insistían que como yo era un artista visitante tenía el privilegio de no tener obstáculos. Pero yo les dije que a mí me gustaba ser como todos, que quería comprar mi entrada, y como no había encontrado, me había subido al árbol para ver. Se morían de risa y me abrazaban diciendo: ¡Qué estupendo camarada!
»…Y después todos los días seguí viendo a dos de ellos, Vladímir y Piotr, y resultamos quedando grandes amigos. Ambos tienen 35 años, son casados, uno con dos y el otro con tres niños y son obreros de la fábrica de tractores de Járkov… Están aquí gozando de sus vacaciones… La sensación de comunicarme con ellos, así apenas, no ha sido ningún problema. Qué maravilla de hombres. Tan íntegros dentro de sí mismos, tan simples, sanos, increíblemente sanos… Muchos se preocupaban de la situación latinoamericana y me preguntaban cómo era la situación del obrero chileno…».
Pero ¿cómo recuerdan a Víctor los veteranos de la fábrica de tractores de Jarkov? He aquí un fragmento de la carta de Vladímir Pianij:
«… Nuestro encuentro con Víctor se produjo en una forma original. En Yalta, en un teatro al aire libre, daban concierto unos artistas de Moscú. Fue imposible conseguir entradas para ese concierto en el que tomó parte Guelena Velikánova[3]. Entonces decidimos subirnos a un árbol para ver desde allí el espectáculo. Junto con nosotros subió al árbol otro “espectador”, que empezó a explicarnos algo con gestos y pronunciando algunas palabras rusas con marrado acento extranjero. Así nos conocimos. Nos entendíamos como podíamos desde el primer encuentro y hasta su partida, y nos comprendíamos perfectamente.
»En mi vida tuve de conocer a muchos compañeros extranjeros. En nuestra fábrica trabajaron en distintos períodos practicantes de otros países. De buena gana les transmitíamos nuestra experiencia, descansábamos juntos. Pero el destino me preparaba un regalo: el encuentro con Víctor Jara. ¿Cómo podíamos pensar nosotros en aquel momento la suerte que lo esperaba? Que sepa Joan —y así se lo escribí— que nunca olvidaremos a Víctor.
»Para nosotros siempre será un joven, lleno de vida y comunicativo. Con él paseamos por Yalta, visitamos cafés, nos bañamos juntos en el mar y tomamos el sol. Víctor seducía por su cordialidad y sinceridad. Sentía una extraordinaria curiosidad por todo lo que le rodeaba.
»Pasamos junto con Víctor tres días y estuvimos con él hasta que la motonave “Rossía” zarpó de Yalta. Nuestra despedida se prolongó un poco más de lo debido. Llegamos al atracadero cuando los demás artistas del conjunto ya estaban allí. Se sentía que les había disgustado nuestra demora. Pero Víctor les dijo algo muy rápido, señalándonos a nosotros y todos sonrieron. Al despedirse dimos un fuerte abrazo a nuestro amigo chileno.
»Me siento profundamente emocionado de saber que Víctor se acordaba de nosotros, puesto que visitó muchas ciudades soviéticas y además otros países, pero recordaba a los amigos a quienes conoció en Yalta».
En setiembre de 1983, cuando se cumplieron diez años de la muerte de Víctor Jara, pude, por fin, contar a los lectores de Komsomólskaya pravda que mis largas búsquedas habían terminado…
Pero ¿cuántos encuentros con soviéticos tuvo el novel cantor chileno? Porque durante la gira los artistas del lejano país latinoamericano actuaron en Yalta, Moscú, Odesa, Leningrado, Sochi, Kíev, Minsk, Ashjabad, Tashkent y Dushanbé. Un mes y medio estuvo el Cuncumén dando conciertos en la Unión Soviética.
¿Sería posible ponerme en relación con algún integrante del Cuncumén que en 1961 estuvo junto con Víctor en nuestro país? Después del golpe de Estado en Chile el conjunto dejó de existir, ya que sus solistas fueron perseguidos. Pero algunos artistas lograron salir de Chile. Encontré a la cantante y bailarina Marida Ferreira, que desde la derrota del poder democrático en Chile vive exiliada en Estocolmo. Tengo sobre mi mesa una carta grabada en casete donde cuenta los pormenores del viaje del conjunto por nuestro país.
«En la Unión Soviética le hacían a Víctor aplausos por sus danzas, como bailarín era excelente y realmente algo maravilloso como él cantaba, como captó la atención del público. Yo recuerdo como lo hacían repetir dos, tres y hasta cuatro veces su canción que iba inserta dentro de la primera parte del programa. Una cosa que yo siempre recuerdo fue que en Moscú nosotros hicimos tres recitales y en el segundo recital cuando Víctor terminó de cantar entre los aplausos le llego una rosa roja…
»La tiraron al escenario… Víctor la tomó y le dio beso y yo recuerdo que la guardó. Y en el tercer recital otra vez una rosa roja. Nosotros viajamos después por la noche a Leningrado (Víctor guardó esta flor en un vaso en la ventana). Tenía la misma rosa roja. A propósito, nunca en mi vida recibí tantas flores como en la Unión Soviética. Cuando terminamos los recitales fueron ramos que nos regalaban, arriba del escenario; siempre había gente que nos esperaba con flores.
»Cuando fuimos en el año 1961 a Moscú grabamos un programa para Radio Moscú y fue la primera vez que Víctor grabó Palomita, verte quiero, que fue una canción que él compuso precisamente durante la gira para Joan, su futura esposa. Es una canción muy hermosa y es la primera grabación que Víctor hizo de ella».
Ya antes sabía yo que el amor a Joan inspiró a Víctor su primera canción. Compuso la poesía y la interpretaba acompañándose a la guitarra. Con Palomita Víctor debutó como compositor. Pero no me podía imaginar que Moscú marcó un hito en el destino creador de Víctor. ¡Qué hermoso es que la primera grabación de su primera canción la hiciera en la capital soviética!
Entre las grabaciones de 1961 que se conservan en los archivos de Radio Moscú, encontré esta canción… Gira la cinta marrón de la grabadora. Escucho la voz joven, llena de vida y de pasión:
Paloma, quiero contarte
que estoy solo, que te quiero,
que la vida se me acaba
porque te tengo tan lejos
Palomita, verte quiero
Lloro con cada recuerdo
a pesar que me contengo,
lloro con rabia para fuera
pero muy hondo para dentro.
Palomita, verte quiero.
Como tronco del nogal,
como la piedra del cerro,
el hombre puede ser lumbre
cuando camina derecho.
Palomita, verte quiero.
Como quitarme del alma
lo que me dejaron negro,
siempre estar vuelto hacia afuera
para cuidarse por dentro.
Palomita, verte quiero.
La primera grabación de esta maravillosa canción se la envié a Joan a Londres. Tal vez ella recordase aquel lejano día cuando Víctor regresó a Santiago y le trajo del Viejo Mundo un souvenir insólito: musical. Simplemente tomó la guitarra y cantó la canción que compuso mientras se hallaba lejos de su amada. Desde entonces siempre estaban juntos.
Víctor interpretaba Palomita en sus recitales y por la radio, la grabó en disco. Y sólo los amigos del autor sabían a quien estaba dedicada.
«Ella se llama Joan Turner, es inglesa… es lo mejor que me ha ocurrido en la vida: rubia, alta, delgada, ojos azules; es preciosa, yo la encuentro preciosa. Llegó a Chile contratada por el Ballet Nacional y se nos enredaron las vías. Es bailarina, profesora de ballet y coreógrafa.
»El matrimonio es la cosa más maravillosa del mundo… Cuando dos seres humanos se aceptan como son y se integran totalmente… A pesar de todo, Joan y yo somos muy felices. Es mi primero y último matrimonio».
«Yo era una vieja de 30 años, con un matrimonio fracasado… Víctor no quería ser un afecto pasajero para mí. Estaba realmente enamorado por primera vez en su vida —recuerda Joan—. Dada su sensible percepción de los demás, vio con toda claridad el estado en que me encontraba y quiso que nuestra relación se desarrollara lenta, pero segura. Me ayudó a relajarme, a sentirme viva de nuevo, a liberarme de una dolorosa obsesión por el pasado.
»Había mucho de qué hablar… A través de nuestras discusiones y de las preguntas y comentarios de Víctor, comencé a relacionar con mi vida y carácter muchos de los conceptos que había utilizado como bailarina. Me comprendí mejor a mí misma y sentí mayor confianza».
… Después de la gira por el extranjero la patria recibió a Víctor ansiosa como los ojos de la amada y severa como la mirada de los mineros de Lota, a quienes el mismo año dedica una canción. ¡Qué paso tan rápido y tan tajante del lirismo de Palomita a Canción del minero, desgarrada por la protesta social! En un concierto antes de interpretar esta canción el cantante dijo: «Los trabajadores más sufridos de mi patria, junto con los mineros de la pampa salitrera, son caras negras, los compañeros mineros del carbón. En Lota está la mayoría de ellos».
Voy, vengo, subo, bajo,
todo para qué,
nada para mí,
minero soy,
a la mina voy,
a la muerte voy,
minero soy.
Abro, saco, sudo, sangro,
todo pa’l patrón,
nada pa’l dolor,
minero soy,
a la mina voy,
a la muerte voy,
minero soy.
Mira, oye, piensa, grita,
nada es lo peor,
todo es lo mejor.
minero soy,
a la mina voy,
a la muerte voy,
minero soy.
Víctor grabó Canción del minero junto con Palomita para el disco del Cuncumén. Por primera vez actuaba como cantautor. Pero, después de regresar del Viejo Mundo, tenía que disponer de tiempo para concluir los estudios de dirección teatral en la Escuela de Teatro. Víctor abandonó el conjunto, pero mantuvo siempre su amistad con él.