VIOLETA DEL FOLCLORE CHILENO

Violeta nos marcó el camino.

Víctor Jara

Ocurrió en La Unión, club aristocrático de Santiago, donde se reunía la flor y nata de la sociedad chilena. Los asiduos del club querían conocer «al milagro chileno», ya famoso en el extranjero: Violeta Parra, coleccionista e intérprete de canciones folclóricas y autora de melodías populares. Firmaron con la cantante un contrato que ofrecía respetables honorarios por su recital. Pero a Violeta le interesaba más la posibilidad de enseñar a estos señores cuán hermosas son las canciones populares.

Violeta Parra, de largos cabellos lacios como una campesina y en ropa sencilla, apareció entre el elegante público. Llevaba la guitarra en las manos. La acogieron con cortesía. Aquella noche en el club La Unión sonó su voz profunda y cautivadora. El público aristocrático aplaudió a la folclorista.

Pero luego sucedió algo inesperado. Comenzaba el banquete y uno de los organizadores invitó a Violeta no a la mesa impecablemente servida, sino como era de suponer a la cocina «a servirse alguna cosa». La cantante no sabía disimular sus sentimientos y llamaba las cosas por sus nombres…

Los organizadores de la velada intentaron calmar a Violeta y hasta llegaron a disculparse ante ella para que el incidente no trascendiera. Pero ella no hizo caso de sus disculpas: «Son chupasangres, explotadores…» echó en cara a la alta sociedad chilena. Violeta abandonó el club, negándose a cobrar los honorarios por su recital.

Ya en casa, se tranquilizó un poco y contó con orgullo a sus hijos la lección que había dado a esos soberbios señores del club.

«Violeta nunca quiso fingir que era otra cosa que lo que era, nunca ocultó su clase, en el fondo se sentía orgullosa de su clase —recuerda su hijo Angel Parra—. Muchas cosas le merecían desprecio, pero creo que ninguna tanta como el querer saltar de clase, congraciarse con los ricos… Y guay del que le faltara el respeto que ella consideraba merecer como artista».

Yo trabajaba en Chile, cuando la cantante ya no existía. Pero en todos los confines del país que visitaba, me convencía de que sus canciones formaban parte de la vida de los chilenos. Como afirmaba Víctor Jara, los campesinos y mineros chilenos cantan las canciones de Violeta Parra como si fueran sus propias canciones, o sea, del pueblo.

El destino quiso que hasta el nombre de la cantante rebasara de poesía, pues violeta es una flor y parra es la vid.

Recuerdo que en cierta ocasión un grupo de periodistas conversaba con Pablo Neruda sobre la cultura chilena. La voz del poeta resonaba como siempre melodiosa y sosegada y los profundos ojos parecían irradiar el calor de su alma. Cuando se habló de la folclorista, Neruda la llamó «nuestra Violeta», pensando un instante, añadió: «Violeta de nuestro continente volcánico». En efecto, las canciones de Violeta Parra gozan de popularidad no sólo en Chile, sino en toda América Latina.

Cuentan que una vez Pablo Neruda regresaba en el carro a casa y encendió la radio. Cantaba Violeta… La voz vibrante de la folclorista inspiró al poeta. Allí mismo, en el carro, compuso esta poesía:

Ay, qué manera de caer hacia arriba

Y de ser sempiterna, esta mujer.

De cielo, en cielo corre o nada o canta

la violeta terrestre:

la que fue, sigue siendo,

pero esta mujer sola

en su ascensión no sube solitaria:

la acompaña la luz del toronjil,

el oro ensortijado de la cebolla frita,

la acompañan los pájaros mejores,

la acompaña Chillán en movimiento.

Santa de greda pura,

Te alabo, amiga mía, compañera:

de cuerda en cuerda llegas

al firme firmamento,

Y, nocturna, en el cielo, tu fulgor

es la constelación de una guitarra

De cantar a lo humano y lo divino,

voluntariosa, hiciste tu silencio

sin otra enfermedad que la tristeza.

Pero antes, antes, antes,

ay, señora, qué amor a manos llenas

recogías por los caminos:

sacabas cantos de las humaredas,

luego de los velorios,

participabas en la misma tierra,

eras rural como los pajaritos

Y a veces atacabas con relámpagos.

Cuando naciste fuiste bautizada

como Violeta Parra:

el sacerdote levantó las uvas

sobre tu vida y dijo: «Parra eres

y en vino triste te convertirás».

En vino alegre, en pícara alegría,

en barro popular, en canto llano

Santa Violeta, tú te convertiste,

en guitarra con hojas que relucen

al brillo de la luna,

en ciruela salvaje,

transformada en pueblo verdadero,

en paloma del campo, en alcancía.

En la vida y la obra de la cantante hubo muchos momentos difíciles y hasta dramáticos. Pero su destino es un excepcional ejemplo de lealtad del artista a su deber civil.

Los todopoderosos veían en Violeta sólo «una plebeya en el arte». Para ellos «la música de verdad» llegaba de los EE. UU. y de Europa Occidental. Los intérpretes de música extranjera eran en aquel entonces los ídolos del público. Fue la época del rock-n-roll. Chile fue invadido por los discos de música comercial, principalmente, norteamericana. Naturalmente, había también hermosas melodías interpretadas por cantantes populares. Pero, de todas formas, la música extranjera relegó al segundo plano la chilena. Violeta Parra calificó de «crimen» el que los cantantes chilenos de talento grabasen exclusivamente melodías de otros países.

Ella defendía la afirmación de los valores nacionales, la popularización de la canción folclórica chilena, quería que la transmitieran ampliamente por radio y televisión, que se propagara en discos y salas de concierto.

Al propio tiempo la cantante tuvo que oponer resistencia a la ola del llamado «neofolclore». Los conjuntos «neofolcloristas» se distinguían por la suntuosa vistosidad de los trajes y accesorios escénicos. Su repertorio consistía en canciones sentimentales que poco tenían que ver con la auténtica canción popular nacida como un grito de desesperación y dolor.

Violeta no era una mujer «severa» ni mucho menos. Componía canciones líricas y las interpretaba en sus conciertos. Un sentimiento profundo y sincero respira su canción Volver a los 17. El puro calor del corazón femenino, abierto al amor y la felicidad, llena sus ciclos La Tonada y La Cueca.

Sin embargo, Violeta creía que el cantante no puede tener la conciencia tranquila si canta solamente al amor, al sol y las estrellas y no ve las desgracias ni los sufrimientos del pueblo. Por eso la indignaba profundamente el repertorio y el estilo exaltado de los «neofolcloristas», su completo aislamiento de la vida real del pueblo. Se fijaban exclusivamente en las alegres fiestas campesinas y pasaban por alto la vida cotidiana de los campesinos y peones con su espantosa miseria y analfabetismo. A los «neofolcloristas» no les interesaba en absoluto el destino de los obreros y de los numerosos «rotos» que vagaban por Chile en busca de pan. Estos artistas identificaban con lo nacional sólo vistosas escenas de la vida rural, exóticas para el habitante de la ciudad. Con frecuencia presentaban las burdas imitaciones como modelo de la obra musical y poética del pueblo. Se trataba del «folclore comercial», destinado a los ricos turistas extranjeros y al elegante público nativo que frecuentaba los lujosos bares y restaurantes. Violeta no toleraba la falsedad en el arte y, después de un concierto de «neofolcloristas», exclamó con amargura: «Estos impostores, estos huasitos del Club de Golf, de tarjeta postal…».

Antes de que la canción popular ocupara el lugar que merecía, Violeta Parra tuvo que poner a prueba su voluntad y sacrificarse para refutar la noción divulgada sobre el folclore chileno. En aquel entonces académicos de muchas campanillas afirmaban que «era un folclore pobre».

Esa frágil y diminuta mujercita, careciendo de recursos, sin contar con apoyo oficial o particular, emprende la larga «odisea» de recolectar, investigar y hacer renacer el folclore chileno.

Violeta empezó por los arrabales de Santiago, luego visitó su provincia natal: Ñuble. Allí, siendo niña, se enamoró de la música popular. Violeta creció en una familia «folclorista». Su padre era maestro en una escuela primaria, donde enseñaba lengua española y literatura, y, según las reglas existentes, tenía que enseñar a sus alumnos canto. Tocaba el violín, la mandolina, la guitarra, el piano, dominaba con facilidad cualquier instrumento musical, era gran conocedor del folclore local. La madre, campesina de origen, era una virtuosa guitarrista y cantora. A los siete años Violeta ya sabía tocar guitarra y a los doce compuso sus primeras melodías. Desde sus años infantiles Violeta recordaba numerosas canciones populares y jamás puso en duda la riqueza del folclore chileno.

En los círculos académicos la cantante, que carecía de preparación musical especial y universitaria, tenía fama de ser una «mujer extravagante» y no la tomaban en serio. Todo eso hería profundamente a Violeta, pero no la desalientaba ni podía detenerla. A comienzos de su labor de investigación Violeta no tenía dinero ni para comprar una grabadora. Con el bloc, el lápiz y la guitarra viajaba por el país que, como dijera Pablo Neruda, se extiende «de los trópicos a los pingüinos». Estuvo en los rincones más recónditos de Chile, con frecuencia iba a pie o se trasladaba en carretas, en mulos, en lanchas. Violeta restableció numerosos textos casi perdidos. A veces ocurría que todo el mundo conocía la melodía, pero no recordaba la letra. Entonces en un pueblo Violeta encontraba una estrofa, en otro —a centenares y a veces miles de kilómetros— el resto de la canción. Contagió su entusiasmo a sus hijos Angel e Isabel, quienes también empiezan a recolectar canciones folclóricas. Violeta se convenció de que todo lo que crea el pueblo es eterno como es eterno el manantial de la vida, e hizo renacer lo más hondo de la rica vena popular.

Víctor Jara denominaba «altruismo» la actividad de Violeta. Escribió: «Lo entendió así después Violeta Parra que vivió los mejores años de su vida junto a los pescadores, junto a los mineros, junto a los campesinos, junto a los artesanos, junto a los indígenas de la precordillera nortina, junto al chilote en el más extremo sur. Vivió con ellos, se hizo piel de ellos, se hizo sangre de ellos. Así solamente pudo Violeta crear canciones como Que dirá el Santo Padre, Al centro de la injusticia, canciones que quedarán en la historia de nuestro país con el surgimiento de una canción nueva musical y poéticamente valiosa, auténticamente popular…».

La obra de Violeta Parra empezó a gozar del reconocimiento que merecía, pero demasiado tarde para su breve vida. Al principio la radio, la televisión y las casas de discos permanecían indiferentes ante su labor orientada a cultivar y divulgar la canción popular. Pablo Neruda valoró altamente y apoyó a la folclorista. En 1953 el poeta la invitó a una velada en su casa y le presentó a sus amigos literatos, periodistas, músicos y artistas. Violeta cantó. El insólito concierto en casa del poeta despertó el interés por la folclorista. Pablo Neruda ayudó a organizar conciertos de Violeta ante un vasto público. Poco después la emisora Radio Chilena firmó un contrato con la artista y dos veces por semana transmitía recitales de Violeta Parra. Entonces Víctor Jara escuchó por primera vez a la «Violeta» del folclore chileno.

No puedo afirmar que Violeta tuviera una bella voz, pero transmitía con excepcional expresividad la peculiaridad y la sinceridad del canto popular, cautivaba por su cordialidad. Con frecuencia Violeta acompañaba sus canciones con reflexiones acerca de la música y la poesía populares. A veces invitaba a obreros de los arrabales de Santiago o algunos viejos de los pueblos aledaños que le habían enseñado las canciones. Conversaba con ellos ante el micrófono, pedía cantar tal o cual melodía y luego la interpretaba acompañándola con la guitarra. Alguien dijo que «en la voz de Violeta cantaban muchas voces». Eran voces de la tierra natal: puras y prístinas.

El programa de Violeta en la Radio Chilena llegó a ser un acontecimiento en la vida cultural del país. La escuchaban, la esperaban… Violeta recibía numerosas cartas. La gente la agradecía por haber resucitado «lo eterno en Chile», la canción auténticamente popular. En 1954 la artista fue distinguida con el premio Caupolicán como la mejor folclorista del año.

Pero incluso después de ello no le fue fácil abrir las puertas de las casas de discos y eso no sucedió pronto. La canción folclórica parecía incompatible con los intereses comerciales. El primer LP de Violeta no se grabó en Chile, sino en París, adonde llegó después de participar en el Festival mundial de la juventud y los estudiantes, celebrado en Varsovia. Eso ocurrió en 1955. Sólo después de granjearse el reconocimiento en Francia, Parra graba en su patria sus LP La Cueca, La Tonada, Composiciones de Violeta Parra, Toda Violeta Parra. Pero con frecuencia las negociaciones con los jefes de la casa grabadora Odeón se convertían en un suplicio. Violeta amenazaba con romper el contrato, ya que no quería tergiversar las canciones populares para complacer los intereses comerciales.

Víctor tenía muchas ganas de conocer a Violeta. Según dice Isabel, por primera vez se vieron en 1957 en el café «San Paulo», en el centro de Santiago. A mediodía allí, tomando una taza de café se daban cita artistas e intelectuales. Al regresar de Francia Violeta frecuentaba este café. Tenía mucho que contar. Por primera vez sucedió que la cantante chilena viajó a París no para conocer la última moda, sino para dejar en Francia la canción chilena. En la mesa de Violeta siempre reinaba animación. La cantante contaba las impresiones de sus conciertos en Francia, discutía acaloradamente. Víctor se unía a quienes rodeaban a la cantante.

Víctor esperaba ver a una suntuosa «estrella», pero ante él estaba una mujer sencilla y cariñosa. La naturaleza, que le donó generosamente talento, no la dotó de belleza femenina. En su manera de vestir y en sus modales no perseguía efectos exteriores, como muchas «estrellas» de variedades. Pero cuando cantaba, irradiaba la belleza de la inspiración. Violeta vio en seguida en Víctor a «un alma afín». Víctor amaba y conocía la canción popular. Encantó a Violeta, que incluso quería que fundara con su hijo Angel un dúo folclórico. Pero la fecunda amistad de estos dos jóvenes cantantes adquirió más tarde otra forma.

… Decidí escribir a Angel Parra, quien había emigrado a Francia. ¿Qué podría contar de los primeros encuentros con Víctor Jara? No tenía la dirección de Angel y escribí a mi antiguo amigo chileno y conocido publicista Eduardo Labarca, que trabajaba en París. Le pedí transmitir mis preguntas a Angel. No pasó ni un mes cuando leí la hoja escrita con letra conocida.

Eduardo refería que se había entrevistado en mi nombre con Angel y me mandaba su relato grabado en dos casetas. Contenía no sólo respuestas a mis preguntas. Labarca también hizo preguntas al cantante. Además Angel proporcionó muchos detalles que, según Eduardo, me podrían servir en mi trabajo.

Citaré más de una vez estas grabaciones, pero ahora me limito a un pequeño fragmento:

«Conocí a Víctor en una fonda (la ramada —N. del autor) del parque Cousiño que había organizado Violeta Parra, mi madre, en ocasión de Fiestas patrias. Isabel y yo ayudábamos a nuestra madre cantando y bailando. En la fonda apareció un joven modesto, estudiante de la Escuela de Teatro. Parece del primer año. Era… Víctor Jara. Él llegó atraído por el nombre de Violeta para escucharla y charlar con ella. Su nombre simboliza el renacimiento de la canción campesina. Los padres de Víctor eran también campesinos, de la misma región. Yo creo que esto fue lo primero que lo atrajo. Y desde entonces hay una amistad con Violeta, con Isabel y conmigo para muchos años. Cantamos y bailamos en el Parque Cousiño una semana y Víctor aparecía en la fonda cada día. Él alquilaba una pieza cerca del parque. Parece, en nuestra ramada conociera a Rolando Alarcón y Alarcón después lo invitó a participar en Cuncumén».

Así pues, Víctor empezó como cantante folclorista en el conjunto de canto y danza Cuncumén (en la lengua de los indígenas quiere decir «riachuelo cantante»). Coleccionaba antiguas canciones y danzas populares de la zona central de Chile. Violeta siempre aparecía rodeada de artistas de este conjunto que se formó no sin su influencia. Víctor ofreció al conjunto las cuecas que conocía desde niño y las melodías folclóricas que oyó durante las vacaciones en la provincia de Ñuble. Una de las canciones interpretada por Víctor fue incluida en el disco de Cuncumén.

A Víctor lo invitaron trabajar en el conjunto. Cuando salió por primera vez al escenario vestido, al igual que todos los integrantes de Cuncumén, con un saco corto y estrecho, parecido más bien a un chaleco, pero de manga larga, ceñido por ancho cinturón de color, estrecho pantalón negro y botas con espuelas tintineando, se sintió incómodo en este vistoso traje de huaso.

El primer triunfo dio alas a Víctor. Por cierto, en Cuncumén creían que eran ellos los que habían tenido suerte. Este muchacho de espontáneos modales campesinos no era sólo «un hombre de la tierra», sino un talento innato, un verdadero hallazgo para el conjunto. Jara sentía intensamente, cual si se tratara de su propio corazón, las cuerdas de la guitarra, bailaba muy bien y con soltura, conocía muchas antiguas canciones campesinas. Y, además, tenía una voz pura y vibrante.

Parra compuso dos canciones al estilo de los villancicos expresamente para que las cantara Jara en el disco de Cuncumén. El joven cantante se emocionó mucho al saber que el disco del conjunto con la canción interpretada por él, le había gustado a Violeta.

Parra sigue popularizando la música y la poesía folclóricas. Su ilusión era crear una Gran Sinfonía Folclórica. Violeta esperaba que la apoyasen y para ello entregó 50 casetas con grabaciones musicales a la dirección de la Universidad de Concepción. Allí no les prestaron atención y las grabaciones fueron borradas. Así se perdió una parte del inapreciable tesoro y resultado de muchos años de investigaciones. Sin embargo, Parra persiste en su empresa con creciente tenacidad. «De cada enemigo saco yo mi fuerza. De cada burla me nace el afán de hacer las cosas. De cada dolor. De cada golpe», decía Violeta.

Pasará el tiempo y muchos entendidos en música y folclore se verán obligados a cambiar su actitud respecto a Violeta. Gastón Soublette, destacado musicólogo, reconoce: «El canto de Violeta, que tiene muchos rasgos afines al de los trovadores, me hizo descubrir que en Chile existía esto, que el folclore chileno tenía cosas mucho más valiosas de lo que creía a primera vista… Es que nosotros estábamos acostumbrados al folclore tradicional, sentimental… estábamos acostumbrados a la cursilería criolla, acartonada, a pensar que el folclore de Chile era nada más que eso, sin sospechar siquiera que había todo ese mundo de los cantores populares…».

Violeta descubrió el mundo de cantores folclóricos anónimos en toda su diversidad y originalidad, reuniendo más de tres mil canciones. El folclore se convierte en manantial vivificante que nutre su obra. Compone el inspirado ciclo poético de las Décimas, que vio la luz ya después de la muerte de la cantante. Parra supo conjugar orgánicamente las puras entonaciones de las melodías populares con el lenguaje transparente y metafórico del folclore para expresar en sus poesías y canciones lo que veía y sufría, lo que era la vida real del pueblo:

Cuando fui para la pampa

llevaba mi corazón

contento como un chirigüe,

pero allá se me murió,

primero perdí las plumas

y luego perdí la voz,

y arriba quemando el sol.

Cuando vide los mineros,

dentro de su habitación,

me dije: mejor habita

en su concha el caracol,

o a la sombra de las leyes

el refinado ladrón,

y arriba quemando el sol.

Nadie podía interpretar las canciones de Violeta mejor que ella misma. Su guitarra sonaba triste o alegre, enfurecida o ansiosa, pero nunca era falsa.

En 1960 se celebró el 150 aniversario de la Independencia de Chile, «siglo y medio de la nación chilena». La élite burguesa del país se preparaba para una pomposa ceremonia. Se esforzaba por presentar a Chile como un país nadando en la prosperidad, donde todos son iguales y libres. Animaban las fiestas los «neofolcloristas», que cantaban «Chile lindo». En este ambiente sonó como rebelde disonancia la «cueca amarga nacional», famosa canción de Violeta sobre «el centenario del dolor». Parra comprendía que no pueden tener una fiesta en común los trabajadores y las «pirañas», como llaman en Chile a los poderosos magnates. Ni la podía haber mientras, como escribiera La Gaceta progresista, ocho familias controlasen disimuladamente la vida de los chilenos desde el momento de nacer y hasta la muerte. Prácticamente poseen toda la industria alimentaria, todas las empresas que producen ropa, manuales, libros, materiales de construcción, productos químicos y farmacéuticos. Manejan los bienes de instituciones como bancos, agencias de seguros, minas, transporte, electricidad, prensa y radio.

Por mucho que se esforzara la prensa burguesa por presentar a Jorge Alessandri como «amigo de la gente humilde», era uno de los poderosos representantes de estas familias gobernantes y expresaba sus intereses. El capital de un sinfín de sociedades anónimas que él encabezaba, superaba el presupuesto nacional de Chile. Durante los festejos el jefe del Estado y los ministros hablaban ampulosamente «del servicio en bien de toda la nación chilena», el patriotismo y el deber… Pero Violeta volvió la espalda al patrioterismo oficioso de la burguesía. Con motivo de la fiesta nacional compuso una canción antitradicional en la que recordaba que «los niños andan con hambre» y el «descontento en Chuqui» (mina Chuquicamata). Fue un reto osado, insólito. ¿Podían perdonárselo? En otra canción Violeta expone su credo:

Yo canto a la chíllaneja

si tengo que decir algo

y no tomo la guitarra

por conseguir un aplauso.

Yo canto la diferencia

que hay de lo cierto a lo falso,

de lo contrario no canto…

Violeta no sólo componía e interpretaba canciones. Excepcionalmente dotada, revela su talento en la pintura, la escultura, la cerámica y la tapicería, inspirándose en temas del folclore chileno y latinoamericano. En 1960 sus obras se exhiben en la feria de artes plásticas en Santiago. Víctor Jara dijo de su producción plástica: «El canto lindo de Violeta se refleja en su otra vocación». Sin embargo, muchos «entendidos» vieron en ello sólo nuevos «caprichos» de Violeta. Aunque sus obras fueron seleccionadas para exhibirlas en el pabellón chileno de la Exposición Internacional de San Paulo, los organizadores oficiales «no se atrevieron» a mostrarlas al público. Con su sensibilidad de siempre, Violeta sufrió mucho por este desaire. Más tarde esos mismos «entendidos» se arrepentirán de su «frialdad» hacia la obra plástica de Violeta y empezarán a buscarlas, dispuestos a pagar sumas fabulosas. Pero eso sucederá ya después de la exposición de sus cuadros, esculturas y tapices en una sala del Louvre. Fue la primera exposición monográfica de un artista latinoamericano en el famoso museo francés. Entonces, después de tomar parte en el Festival mundial de la juventud y los estudiantes en Finlandia (1962), Violeta visita de nuevo París, esta vez con Angel e Isabel. En Francia la cantante da recitales y canta en el trío familiar Los Parra de Chile. En París se publica en español y en francés su libro Poesía popular de los Andes. Los críticos afirman que «ella sola es un conjunto de arte Popular».

En París la cantante recibe una carta por la que se entera de que su hermano Roberto fue detenido por haber participado en las manifestaciones antigubernamentales de los trabajadores. Impresionada por esta triste noticia que le llega desde la patria, Violeta compone la canción Los hambrientos piden pan, donde cuenta lo que le pasó a su hermano y en este relato se trasluce el destino del país. Esta canción se conoce más con el título de La carta.

Me mandaron una carta

por el correo temprano,

en esa carta me dicen

que cayó preso mi hermano,

y sin lástima, con grillos,

por la calle lo arrastraron, sí.

La carta dice el motivo

que ha cometido Roberto:

haber apoyado el paro

que ya se había resuelto,

si acaso esto es un motivo,

presa voy también, sargento, sí.

Yo que me encuentro tan lejos,

esperando una noticia,

me viene a decir la carta

que en mi patria no hay justicia,

los hambrientos piden pan

plomo les da la milicia, sí.

Por suerte tengo guitarra

para llorar mi dolor,

también tengo nueve hermanos

fuera del que se m’engrilló,

los nueve son comunistas

con el favor de mi Dios, sí.

No sé si todos los hermanos de Violeta eran comunistas. Pero todos eran de izquierda. En marzo de 1961 antes de que Violeta fuera a Europa en Chile se celebraron elecciones parlamentarias en las que obtuvo un importante éxito el Frente de Acción Popular. Los comunistas que integraban el Frente consiguieron 16 puestos en la Cámara de Diputados y 4 en el Senado. Luis Corvalán, Secretario General del CC del Partido Comunista de Chile, fue elegido senador.

Durante su prolongada estancia en Francia Violeta vive pensando y cantando a su patria. Estando lejos, se hace eco de las penas y desdichas de Chile, en su obra trasciende la protesta social.

El ejemplo de Violeta alienta a los jóvenes cantantes de la generación que da los primeros pasos en el ambiente de auge revolucionario en América Latina a raíz del triunfo de la revolución cubana. «Mientras ellos (los neofolcloristas —N. del autor) obtenían los primeros lugares en la Radio —escribió Víctor—, nosotros empezamos a cantar por ahí y por allá, así, como hijos de nadie. Decíamos una verdad no dicha en las canciones, denunciábamos la miseria y las causas de la miseria… hablábamos en fin de la injusticia y la explotación… En la creación de este tipo de canciones la presencia de Violeta Parra es como una estrella, que jamás se apagará».

Violeta Parra acogió con entusiasmo la proeza de los revolucionarios cubanos que conquistaron el poder con el fusil en la mano. De vez en cuando la cantante empieza a dudar de la posibilidad de que el Frente Popular triunfe en Chile «a través de las urnas electorales». Y hasta llega a componer la canción Hace falta un guerrillero. Violeta toma parte en mítines y conciertos de solidaridad con la Cuba revolucionaria, pero no tendrá ocasión de visitar la Isla de la Libertad.

Y Víctor no podía suponer que él, todavía estudiante, verá la Cuba triunfante e incluso viajará por la Unión Soviética.

Trataremos de exponer los hechos en orden cronológico.