Quien va a ser artista del pueblo el tiempo lo dirá, y el pueblo…
Víctor Jara
Italia, noviembre de 1973…
El espacioso rectángulo de la plaza San Carlos de Turín lo llenaron jóvenes procedentes de muchos países de Europa. Los unía el mismo dolor por Chile. Los oradores hablaban en distintos idiomas. Condenaron el terror fascista en Chile y expresaron su solidaridad con el pueblo chileno. Estuvieron presentes también chilenos que habían logrado salir del país, martirizado por los fascistas. Hablaron con gratitud de la solidaridad internacional que salvó las vidas de muchos chilenos.
En vísperas de la manifestación se celebró la conferencia de la juventud europea, dedicada a Chile. Los delegados llamaron a los jóvenes de Europa a incrementar en sus países la solidaridad con el pueblo chileno. La conferencia tomó la decisión de organizar un festival internacional de la canción social en memoria de Víctor Jara.
Ninguna persona honrada podía permanecer indiferente ante la tragedia de Chile. Gentes de distintas convicciones, que odiaban el fascismo, expresaron su solidaridad con los patriotas chilenos. Destacados hombres públicos, importantes partidos políticos, parlamentos, sindicatos y organizaciones internacionales exigieron poner fin al terror.
El movimiento de solidaridad internacional con los patriotas chilenos desplegado en el mundo entero infundía la esperanza de que salieran victoriosos de esta batalla a muerte.
La junta fascista, presionada por la opinión pública mundial, se vio obligada a liberar a Angel Parra del campo de concentración y lo deportó del país. Isabel Parra y Héctor Pávez, al igual que Sergio Ortega, lograron emigrar de Chile. Todos ellos se encontraron en París.
En el extranjero Héctor Pávez tuvo que someterse a otra operación del corazón. Los médicos le advirtieron: «Cuídese. El canto le perjudica».
Pero en el exilio Héctor no prestaba oído a la intercadencia de su corazón enfermo, sino a la ferviente llamada que lo guiara durante toda su agitada vida. Con su canción y su guitarra Pávez se incorporó a la impetuosa actividad del movimiento de solidaridad internacional con la lucha del pueblo chileno.
En Héctor Pávez había algo de Danko, personaje de un cuento de Máximo Gorki, que sacrificó su corazón en aras del amor al género humano. A fines de 1975, hallándose lejos de la patria a la que amaba con tanto fervor, el corazón de Héctor Pávez dejó de latir. Sobre la mesa en el apartamento donde Héctor vivía en París, quedó una hoja de papel en la que Héctor escribió de su puño y letra la Cueca de la resistencia. Fueron sus palabras de despedida. La Cueca de la resistencia es una de las últimas canciones que nacieron en la pura fuente de su corazón.
Las cartas escritas el último año de su vida a René Largo Farías, antiguo dirigente de la peña «Chile ríe y canta», residente en México, contienen un impresionante diario de lucha en aras de los ideales de libertad, humanismo e igualdad.
«Nuestro trabajo es recordar con canciones lo que es el fascismo desatado. La solidaridad es tan grande que dan ganas de llorar a gritos de alegría y esperanza. Con mi hermana Raquel y otros compañeros hemos recorrido casi toda Europa, y hemos actuado en cada teatro, en cada plaza, en cada sindicato, en cada lugar donde hay un hombre que nos escuche… Canté en Austria en un impresionante acto de solidaridad con el pueblo chileno, allí habló la compañera Tencha (así llamaba el pueblo cariñosamente a Hortensia Bussi de Allende, viuda de Salvador Allende —Nota del autor) que desplegó una actividad increíble, de inmenso valor. Luego iré a Italia y Bélgica, y tengo pendiente una invitación para ir a cantar a Portugal. Te mando mi cueca Alerta pueblos del mundo… Debe tener la tristeza y la venganza, el llanto y la alegría, como el espíritu de nuestra raza…
»Tenemos un trabajo tremendamente agotador, pero estamos felices. Integro el grupo llamado Canto General, dirigido por Sergio Ortega. Hacemos una obra sinfónica folclórica, un coral teatral sobre textos de Neruda… Son 17 canciones difíciles… También estoy haciendo un disco que incluye 14 danzas chilenas. Siento que mi voz y la de Chile irán por toda Europa en danzas bailadas por el pueblo…».
La Nueva Canción Chilena se hizo popular en toda Europa y otros continentes. En Italia trabajaba el grupo Inti-Illimani, en Francia, el Quilapayún. Uno a uno salieron de Chile los integrantes del grupo Aparcoa para unirse en la RDA. Los cantantes y grupos chilenos en el exilio viajan con sus conciertos por el mundo entero y su repertorio contiene siempre canciones de Víctor Jara. Es verdad, «la canción fusilada» resultó tener alas.
Es muy amplia la geografía de los festivales musicales internacionales en memoria de Víctor Jara: Moscú, Sochi, Togliatti, Solía, La Habana, Helsinki, Roma, Atenas, Londres… Era cantante y para recordarlo nada mejor que interpretar sus canciones. Y esas canciones suenan en distintos idiomas. En muchos países se publican discos de Víctor Jara.
Hay filmes sobre Víctor Jara, célebres poetas y compositores le dedican sus poesías y canciones, destacados pintores, sus cuadros. Surcan los mares motonaves soviéticas que llevan los nombres de ilustres hijos del pueblo chileno: «Salvador Allende», «Pablo Neruda», «Víctor Jara».
En agosto de 1977 en México se publicó una declaración dando cuenta de que el Comité Central del Partido Comunista de Chile había celebrado un pleno, el primero después del golpe fascista. No se comunicó donde se había reunido. Más tarde se hicieron públicos los documentos del pleno. Leí el informe de Luis Corvalán. Al inaugurar el pleno, Corvalán rindió homenaje al valor y la memoria de los luchadores comunistas caídos y entre ellos mencionó a Víctor Jara.
Al pleno fue invitado el compositor Sergio Ortega, quien dijo:
—El fascismo asesinó al camarada Víctor Jara, héroe del pueblo chileno, miembro del Comité Central de las Juventudes Comunistas, y a muchos otros hombres de la cultura chilena. Sin embargo, el fascismo no nos pudo hacer callar.
La junta no consiguió borrar de la memoria de los chilenos la Nueva Canción Chilena, que sobrevivió y sigue luchando.
En 1979 me encontré con el comunista Alberto, que actuó en la clandestinidad y tuvo que abandonar Chile, porque la policía de Pinochet le seguía la pista.
—Poco antes de mi partida —me contó— fuimos un amigo y yo a la peña «Doña Javiera», de la calle San Diego en Santiago, para tomar un vaso del tinto y escuchar canciones. Había unas 80 personas. En el diminuto escenario unos cantantes sustituían a otros. Había mucho ruido en la sala. Y de pronto se hizo el silencio. Nosotros también interrumpimos nuestra charla al oír los primeros acordes de una melodía que nos era tan familiar y entrañable. Y aunque los cantantes —un dúo— no anunciaron el título ni el nombre del autor, el público en seguida comprendió que se trataba de la canción Te recuerdo, Amanda, de Víctor Jara.
—Alberto, ¿puedo mencionar en mi artículo para Komsomólskaya pravda el nombre de la peña?
—Hombre, pero si no es un secreto. Actualmente las canciones de Víctor Jara se cantan en las peñas —y no sólo en las peñas— y los militares lo saben. Son impotentes para silenciar las melodías de Víctor Jara. Se puede matar a un cantante, pero no sus canciones. Los programas culturales de nuestros jóvenes y obreros no pueden prescindir de las canciones de Jara. Son parte del patrimonio nacional de los chilenos. Naturalmente, los militares impiden su transmisión por radio, televisión o casas discográficas. En el país hay miles de casetes con grabaciones de su voz. Los jóvenes comunistas chilenos llevan en su corazón el nombre y las canciones de Víctor Jara…
Los chilenos que residen en Moscú me prestaron un ejemplar de la revista Basta, de marzo de 1986, publicación clandestina de la Unión de Jóvenes Comunistas de Chile. Allí leí que del 31 de enero al 2 de febrero de 1986 en Santiago, en la sala del Instituto Miguel León Prado[17], se celebró el primer Festival Víctor Jara, convocado por las asociaciones de escritores, artistas, pintores y escultores, y las organizaciones estudiantiles, con el lema «Por el Derecho a Vivir en Paz» (palabras de una canción de Víctor Jara). Precedieron al festival conciertos y programas culturales en memoria de Víctor Jara en las provincias y las ciudades del país, en el curso de los cuales se seleccionó a los solistas para el festival de Santiago. 60 destacadas personalidades de la cultura de Chile y el extranjero enviaron sus saludos a este evento.
Una profunda emoción se apoderó de los artistas y del público cuando subió al escenario Joan Turner, viuda del cantante (a diez años después del golpe Joan pudo volver a Chile). Tenía en sus manos el poncho en que Víctor Jara actuaba ante los chilenos. Entregó esta valiosa reliquia familiar a los continuadores de la causa de su marido.
—¿Cuál era la meta del festival? —pregunta el autor del artículo de la publicación clandestina y responde:
«Agrupar en torno a la figura de Víctor (ejemplo de compromiso asumido como hombre, como luchador de la justicia y de la paz, como artista y forjador de futuras generaciones) a todos aquéllos que de una u otra manera luchan en el campo de la cultura popular, y convertir la jornada en otra trinchera para recuperar la libertad y la libre creación que eleva y dignifica al hombre».
—¿Se cumplió la meta del festival? —vuelve a preguntar el articulista— y explica:
«Para nuestro pueblo el solo hecho de haber realizado el festival es una victoria sobre la dictadura. Fue un desafío más de nuestra juventud a la anticultura del régimen y una ardiente propuesta en este terreno. Nuestro pueblo a través del festival se puso de pie para defender la verdadera cultura, la que hacen las masas, heredada desde antes de la llegada de los conquistadores españoles.
»“Por el Derecho a Vivir en Paz”, este lema del festival fervorosamente acogido por cada asistente al evento, recalcó que las armas del pueblo, obligado a defender sus derechos a la vida y a la paz, son todos los que estén a su alcance para conquistar la ansiada libertad.
»Víctor Jara es algo más que un hombre. Lo que representan estas diez letras es más complejo. Víctor es un arma de resistencia que miles de vigorosos brazos van recogiendo, una reafirmación, esperanza y fe en la victoria y en el futuro, que es nuestro y lo conquistaremos».
La canción de Víctor Jara sigue siendo la voz del pueblo indómito de Chile, con él lucha y triunfa. La cantan nuevas generaciones de chilenos.
El nombre de Víctor Jara es entrañable para todos los hombres honrados del mundo. No disminuye el interés por la personalidad del «Cantor de las barricadas rojas de Chile» en distintas regiones del país de los Soviets. Después de mis publicaciones sobre el cantante antifascista chileno recibí cartas del Altai, de la región del Volga, de Ucrania, de Siberia, de Kazajstán… Las cartas de los jóvenes soviéticos, socios de los clubes de amistad internacional «Víctor Jara», causan profunda impresión.
A veces los lectores, especialmente los soviéticos, creen que soy un antiguo compañero de Víctor. No me puedo considerar un amigo de Víctor Jara. No tengo derecho a pretender a este título tan alto. Creo que al leer este libro, comprenderán que tengo razón.
Tampoco puedo omitir aquí la definición que da a la amistad el cantante chileno Osvaldo Rodríguez. Me dirigí a él como «amigo de Víctor». Me conmovió la respuesta que me envió de Praga:
«Cuando digo conocer a Víctor Jara, estoy muy lejos de decir “ser amigo” de Víctor. Éste es un asunto delicado y a mí me gusta tratarlo de esta forma por varias razones. Desde un comienzo, después del golpe de Estado en Chile, aparecieron un montón de “amigos” de Víctor. Yo siempre me he negado a entrar en ese juego.
»Si bien es cierto que con Víctor muchas veces nos tomamos una copa, tanto en las mesas de la peña de “Los Parra”, tanto en alguna boîte de Viña del Mar, en los camarines de estadios en donde debíamos cantar, en mi propia peña del Mar. Y aunque cierta vez me haya escuchado pacientemente cantarle todo mi repertorio (a pedido de él) y otra vez me haya dado consejos muy hermosos y aún cuando cierta vez me regaló un sombrero para mi colección (si no me equivoco era un gorro ruso de aquéllos de piel de caracul), todo esto no indica que fuimos amigos. Entre otras cosas, hablando de lo que era una amistad en Chile, yo no me sentiría amigo de alguien en Chile sin haber jamás visitado su casa, por ejemplo. Yo nunca estuve en casa de Víctor Jara en Santiago y tanto era mi desconocimiento de su familia…».
La carta de Osvaldo Rodríguez me hizo hacer comparaciones. Tampoco estuve en casa de Víctor, como él en la mía. No tuve la suerte de conocer en Chile a su esposa Joan. Nos conocimos por carta después de que se estableció en Inglaterra, cuando salió de Chile.
Podría decir que Jara y yo fuimos buenos conocidos. Tal vez nuestras relaciones se hubieran convertido en amistad de no haber sido por el golpe militar.
A pesar de todo, creo que comprendí a Víctor, hombre y artista, y traté de comunicar al lector esa sensación mía. Todos estos años, mientras me documentaba para el libro, me parecía hablar con el cantante. Gracias a estos testimonios y documentos seguí de cerca la formación de su carácter y de su talento artístico. Pero además veía otra cosa: Víctor creció como personalidad, como hombre público en estrecho contacto con las masas y ejercía creciente influencia sobre la juventud. Su prestigio entre los jóvenes y no muy jóvenes comunistas chilenos era inmenso. En vísperas del golpe militar se hacían preparativos para el congreso del Partido Comunista de Chile y sólo muchos años después me enteré por casualidad que a Jara lo promovieron candidato a miembro del Comité Central.
¡Qué suerte tan grande para un periodista haber tratado con Víctor Jara, haber dialogado amistosamente con él, haber escuchado su canto!…
Víctor dijo en una ocasión que «el canto es como el fuego que nos une y que queda ahí, en el fondo de nosotros para mejorarnos».
La llama de las canciones de Víctor Jara sigue ardiendo en las almas humanas.
1974-1986