Yo anhelo la formación del hombre nuevo.
Víctor Jara
En el Perú denominaron a Víctor «hombre del nuevo tiempo latinoamericano». El cantante chileno estaba a la altura de esa denominación.
Después de morir el nombre de Jara fue rodeado de leyendas, tras las cuales a veces desaparece la verdadera imagen del cantante. Mientras que Jara, como cada uno de nosotros, vivía, amaba, sufría, se atormentaba y se alegraba. No presumía de ser un talento impecable, veía sus debilidades y defectos, buscaba dolorosamente, dudaba. El público acogía con entusiasmo sus espectáculos teatrales, la crítica los apreciaba altamente, pero él sentía constantemente el martirio de la creación y nunca estaba satisfecho.
Jara era de esos afortunados a quienes la naturaleza dona generosamente el talento, librándolos del suplicio de la vanidad. «Pido muchas opiniones a gente que sé que me lo dice con honestidad —confesó el artista—. A veces me dicen cosas bastante crueles. Es la única forma de mejorar».
A Víctor le gustaba cantar en mítines y manifestaciones, pero no porque quería granjearse fama. No ocultaba que la ovación de miles de personas significaba mucho para él, porque lo inspiraba: «Cuando canto en las manifestaciones de trabajadores, me siento unido a ellos. Tenemos los mismos sentimientos y aspiraciones. Me parece que precisamente en tal ambiente puedo encontrar las entonaciones más adecuadas de interpretación para el canto».
Víctor se transfiguraba por completo cuando cantaba para la multitud en las plazas y calles de Santiago. En este hombre, aparentemente tranquilo y un poco tímido, ardía la llama interna que en aquellos momentos brotaba de su alma en ímpetu apasionado y audaz.
Es verdaderamente sorprendente, Víctor se turbaba cuando escuchaba con alguien algún nuevo disco suyo. Se ponía muy nervioso cuando por la radio transmitían sus canciones. En estos momentos, confesaba Jara, todo se le confundía en la cabeza y perdía el hilo de lo que hacía.
El cantante no perdió la sinceridad y la espontaneidad de sentimientos, propia de un ser humilde, cuando alcanzó la fama. Le pedí a Joan Jara mencionar los rasgos más característicos de Víctor y me respondió pensativa: «Su extraordinaria constancia y su habilidad para amar y querer a la gente». Jara siempre trataba de comprender a su interlocutor, incluso cuando sus puntos de vista eran diametralmente opuestos. Pero en sus canciones Víctor no respetaba a quienes querían quedarse al margen de los sucesos en Chile:
Usted no es na’
No es chicha ni limoná’
se lo pasa manoseando,
caramba, salve
su dignidad.
Tal vez el sentido de responsabilidad dominaba en su carácter: «Creo que tengo un compromiso con todo lo que hago. De otro modo mi posición sería muy dudosa».
Su casa siempre estaba llena de calor, de felicidad familiar, de amor. Trataba con igual ternura a ambas hijas, tanto a Amanda como a Manuela, hija de Joan del primer matrimonio.
El destacado documentalista soviético Román Karmén, que visitó al cantante en su hogar, escribió:
«Jamás podré olvidar la noche después de filmar —filmamos la actuación de Víctor Jara en el barrio obrero de Santiago (para el documental El continente en llamas —Nota del autor)— cuando nosotros, los documentalistas soviéticos, llegamos a su casa y, por una costumbre de nuestros tiempos estudiantiles, pusimos sobre la mesa todo lo que teníamos: dos botellas de vino tinto, un pan que trajimos de Moscú, varias latas de conservas y algo más… Nos recibió Joan. Se veía que estaba acostumbrada a esas visitas inesperadas a su tranquila casa. En seguida se fue guisar a la cocina y de Víctor se apoderaron dos hijitas cariñosas. Él jugaba con ellas, se reía alegremente y charlaba con ellas en español y en inglés. Hasta muy entrada la noche estuvo cantando acompañándose a la guitarra. Las niñas se acostaron, deseándonos “buenas noches”, pero nosotros seguíamos escuchando a Víctor. Me quedé profundamente impresionado por el ambiente de ternura, amor y verdadero respeto que reinaba en esta casa».
… Un día Víctor actuó en un concierto al que asistió una delegación de la Federación Democrática Internacional de Mujeres. El concierto se celebró en la sala teatral Antonio Varas. Fuimos allá con nuestro tomavistas. Víctor interpretó varias canciones y bajó del escenario. Cuando pasaba a mi lado, me levanté para saludarlo y dije:
—Te filmamos para la Televisión Soviética.
—Gracias.
Yo sabía que Víctor tenía a veces hasta tres actuaciones por día, lo invitaban los sindicatos, los comités campesinos, los estudiantes, y le pregunté:
—¿Cantas hoy en otro lugar?
—No. Voy corriendo a casa. Hoy mis hijas tienen fiesta. Cantaremos toda la familia —y sonrió.
Recordé esta conversación cuando vi en Moscú a Virginia Vidal, que me contó cómo una vez —poco antes del golpe— el cantante le había revelado un deseo recóndito:
—Es algo loco. Quisiera componer canciones para niños. Soy tan feliz las pocas veces que me puedo dedicar por entero a los míos. Les improviso canciones. Podemos pasar horas en eso… Sería lindo hacer canciones para todos los niños.
Víctor incluía en su repertorio populares nanas y las cantaba con gran ternura. En aquel mismo concierto de la sala Antonio Vidal, interpretó Canción para dormir a un negrito (del folclore caribe):
Duerme, duerme, negrito,
que tu mamá está en el campo,
negrito.
Te va a traer codornices para ti,
te va a traer rica fruta para ti,
te va a traer mucha cosa para ti.
Y si el negro no duerme
Viene el diablo blanco
Y ¡zas! le come la patita.
Víctor componía también originales canciones sobre los niños, pero para los adultos (Canción de cuna para un niño vago, Luchín). Era un imperativo de la época, del drama social que atravesaba el país.
Estas canciones no interesaban a la industria comercial de discos, pero granjearon a Víctor el amor del pueblo.
En mayo de 1980 tuve una entrevista con Hortensia Bussi de Allende, viuda del presidente asesinado, hallándose de paso en Moscú. Le dije que durante todos estos años me estaba documentando sobre Víctor Jara y que cuando recordaba las manifestaciones y los mítines de la Unidad Popular, me parecía ver hablar a Salvador Allende y cantar a Víctor Jara.
—¿Qué pensaba su esposo sobre Víctor Jara?
—Salvador Allende admiraba las canciones, las composiciones de Víctor Jara, especialmente Plegaria a un labrador, premiada en un festival en Santiago, y Te recuerdo, Amanda, sobre un obrero perecido. Veía en sus canciones la expresión del espíritu y las aspiraciones del pueblo que impulsaba el proceso chileno.
—¿Qué rasgo destacaba en Víctor?
—Su desinterés. En tres años del Gobierno Popular, nunca le vi acercarse a pedir nada.
Naturalmente, Víctor podía haberse hecho rico fácilmente. Le había bastado cambiar de repertorio y empezar a trabajar para la industria comercial de discos. Pero unió su destino a la Discoteca del Cantar Popular, que publicaba y distribuía discos a precios bajos, accesibles para el pueblo trabajador, con grabaciones de canciones folclóricas y la Nueva Canción Chilena. El trabajo en la DICAP, al igual que los recitales de propaganda en las calles y plazas, eran una forma de participación personal del cantante comunista en la lucha común del pueblo. Víctor era firme y consecuente: «No hacemos negocio con la canción revolucionaria. Porque, si lo hiciéramos, tendríamos auto último modelo, casa, piscina y llegaríamos a cantar en el festival de San Remo. Pero no somos ídolos. Nuestra actitud es totalmente opuesta… El compromiso es cuestión de principios, y no tiene compromiso si no adopta una posición ideológica en la vida».
Víctor expresa su compromiso con el arte, su credo en una de sus últimas canciones, titulada Manifiesto:
Yo no canto por cantar,
ni por tener buena voz.
Canto porque la guitarra
tiene sentido y razón,
tiene corazón de tierra
y alas de palomita,
es como agua bendita,
santigua glorias y penas.
Aquí se encajó mi canto,
como dijera Violeta,
guitarra trabajadora
con olor a primavera.
Que no es guitarra de ricos
ni cosa que se parezca
mi canto de los andamios
para alcanzar las estrellas,
que el canto tiene sentido,
cuando palpita en las venas,
del que morirá cantando
las verdades verdaderas,
no las lisonjas fugaces,
ni las famas extranjeras,
sino el canto de una lonja
hasta el fondo de la tierra.
Allí donde llega todo
y donde todo comienza,
canto que ha sido valiente
siempre será canción nueva.
… Eran momentos duros: sobre Chile se cernía la tormenta. La situación se agravó bruscamente a fines de julio de 1973 a causa de una nueva huelga por plazo indefinido de los camioneros. La reacción aprovechó esta huelga —en un grado más amplio que la de octubre de 1972— para paralizar el abastecimiento de la población con víveres y mercancías.
La labor de los periodistas, especialmente de la TV y Radio, era cada día más difícil. La filmación suponía constantes viajes y el tanque de gasolina de nuestro auto se quedaba con frecuencia vacío. No había gasolina. La huelga de los camioneros impidió su transporte. Durante la huelga pudimos llenar el tanque una sola vez en el parque O’Higgins, donde se hallaba el centro capitalino del MOPARE, Movimiento Patriótico de Recuperación, en el que militaban dueños de camiones que apoyaban el programa de Allende y seguían trabajando. A veces un camión tenía dos o tres dueños. La organización, fundada en octubre de 1972, contaba con seis mil quinientos camiones en todo el país, pero por supuesto, era una gota de agua en el mar. El MOPARE no podía rivalizar con la poderosa Confederación de camioneros.
No era fácil combatir el sabotaje económico. Los chóferes patriotas del MOPARE y los camioneros de las empresas estatales trabajaban día y noche. Y esta vez, al igual que en octubre de 1972, miles de voluntarios les ayudaban a cargar y descargar mercancías. Junto con jóvenes obreros y estudiantes trabajaban ancianos, mujeres y quienes antes no se dedicaban a trabajos físicos: profesores, artistas, empleados.
Con frecuencia por el camino a los chóferes patriotas los agredían los fascistas. Muchos chóferes fueron heridos. Oscar Balboa, uno de los líderes del MOPARE, cayó asesinado por los mercenarios.
Los dirigentes de la Confederación de camioneros presentaron demandas políticas aún más indignantes que el año anterior y entre ellas, la disolución del MOPARE.
Muchos se preguntaban: ¿De dónde sacaba la Confederación los recursos que permitían a sus miembros estar parados tanto tiempo? Se daba un detalle curioso. En cuanto empezaba la huelga en el transporte, en el mercado negro bajaba bruscamente el precio del dólar. Los círculos imperialistas inundaban de dólares el país para financiar estas «huelgas».
Se fraguaba un complot. Eso se notaba por la creciente oleada de terrorismo y atentados. Los fascistas asaltaban los locales de los partidos y organizaciones populares. De una ráfaga de metralleta mataron a Arturo Araya, capitán de navío, ayudante del presidente, conocido por su fidelidad al poder constitucional.
Los destacamentos de asalto de la reacción inutilizaban depósitos de gasolina y puentes. En Curico volaron el oleoducto, provocando un gran incendio. En Santiago se agotaban las reservas de harina. Pero el ferrocarril que unía la capital con el puerto de San Antonio fue destruido por una explosión, para impedir que trajeran trigo. El Partido Nacional y el Partido Demócrata Cristiano estimularon el sabotaje entre comerciantes, asociaciones derechistas de técnicos, médicos, abogados y empleados.
La reacción comprendía que el golpe de Estado sería posible sólo en caso de sustituir el mando de las fuerzas armadas. El general Carlos Prats era el principal obstáculo para que sus planes se realizaran. Para atraer a su lado a los oficiales vacilantes y amedrentar a las capas medias de la población los reaccionarios empezaron a gritar que en las empresas estatales existía «un ejército paralelo». La prensa derechista reforzó el acoso a Carlos Prats que, como ellos afirmaban, «hacía la vista gorda».
En las fuerzas armadas se luchaba, se intensificaba la presión sobre los militares constitucionalistas. Los reaccionarios y fascistas que hacían labor subversiva en el ejército, lograron inculcar a muchos el mito de la existencia de un supuesto plan con el fin de eliminar a los generales y oficiales que no contaban con la confianza de las fuerzas de izquierda. Cada vez se estrechaba más el cerco alrededor de Prats y sus correligionarios. El comandante en jefe llegó a ser acusado de que el 29 de junio de 1973, día del «tancazo», «levantó la mano contra sus compañeros de armas». Los generales derechistas exigían abiertamente la dimisión de Prats, que fuera durante tres años un firme apoyo del Gobierno democrático.
Mientras tanto, entre el Gobierno y la mayoría oposicionista del Congreso Nacional surgió un conflicto difícilmente soluble en torno a la ley sobre los tres sectores de la economía: estatal, mixto y privado. La reacción aprovechó hábilmente ese conflicto para indisponer contra Prats a los militares que anteriormente ocupaban una posición neutral. El 22 de agosto en la Cámara de Diputados los representantes de la Democracia Cristiana y el Partido Nacional aprobaron una resolución provocadora que acusaba al presidente de «violar la Constitución» y exhortaba a las Fuerzas Armadas a no obedecer al Gobierno.
Los círculos reaccionarios del generalato lograron destituir a Carlos Prats de su puesto de comandante en jefe y ministro de Defensa. Los generales constitucionalistas Mario Sepúlveda y Guillermo Pickering, correligionarios de Prats que tuvieron una participación decisiva en el aplastamiento del «tancazo» del 29 de junio, se vieron obligados a dimitir. Se confeccionaban listas detalladas de oficiales, conocidos por su lealtad al poder constitucional. Todos ellos debían ser detenidos. Las unidades del ejército organizaban asaltos a las empresas del sector social de la economía, escudándose con la ley sobre el control de armas, y el Gobierno no podía impedirlo.
Víctor Jara, Patricio Manns, Angel e Isabel Parra decidieron expresar su solidaridad con Carlos Prats. Invitaron al general patriota a la peña «Los Parra». Los cantantes expresaron su apoyo y respeto al hombre cuyas cualidades personales permitían llamarlo «la conciencia del ejército chileno».
Angel Parra me relató lo que pasó en la peña:
«Se hablaba poco de esto, porque en realidad fue una fiesta particular, un homenaje para mostrarle nuestra simpatía y nuestro apoyo a este tremendo hombre que es el general Prats. Y fue muy emocionante para nosotros encontrarnos con un tipo que empezaba a descubrir este mundo de la gente de izquierda, que no éramos monstruos, ni tenemos nada de común con todos los “cuentos” sobre nosotros que circulaban.
»Prats estuvo con sus dos hijas y la mujer. Tuvimos una especie de cóctel con empanadas, típico de la peña, un poco de vino y después, música. Víctor saludó al general con sus canciones. Cantamos todos, todo el mundo. Esto fue una fiesta especial para amigos. Estuvieron los ministros Letelier y Flores, varios diputados, gente del equipo joven de la Unidad Popular. Nosotros de alguna manera queríamos que él estuviera contento y pudiera sentir un poco nuestro respeto hacia él, que compartíamos sus sentimientos.
»Para nosotros, artistas, fue muy emocionante encontrarnos con Prats. Y el general al mismo tiempo estuvo emocionado también».
Pero la suerte del general patriota había sido echada y era la misma que debían correr Salvador Allende y Víctor Jara.
Víctor siempre sabía que el camino que había elegido estaba lleno de peligros. Lo sabía desde que compuso su famosa canción Puerto Montt. Desde entonces los gamberros de «Patria y libertad» y del Partido Nacional lo amenazaban con cuchillo y pistola. Perseguían a este «maldito cantante» para pegarle en la calle. Al documentarme sobre Víctor Jara, encontré el siguiente testimonio en una de las publicaciones extranjeras de la Unión de Jóvenes Comunistas de Chile: «Lo amenazaron varias veces. Incluso lo trataron de atropellar, le echaron un auto encima. Y él tuvo que saltar y luego salir corriendo. O sea, esto de la agresividad contra Víctor, del odio, no se produjo con el golpe, sino que venía de antes. Pero en lo personal era muy valiente. Un tipo que nunca escapó ante una situación de riesgo. Jamás huyó. Siempre se la jugó».
Naturalmente, nada más fácil que presentar a un hombre que desconoce el miedo y no tiene dudas. Pero en la vida no es así. Si no recuerdo mal, Saint Exupery hizo la siguiente pregunta retórica: ¿Acaso existe en el mundo un ser humano que jamás haya sentido miedo? Creo que incluso a la gente de recio carácter le es difícil conservar el dominio de sí misma y el equilibrio espiritual en un ambiente de constantes amenazas. Pero el deber y la convicción son más fuertes que el temor, y lo vencen. El cantante siempre fue sincero: «Estamos (Víctor y Joan —Nota del autor) tan llenos de temores y angustias. Nos han hecho así, listos para defendernos y para creer que siempre tenemos la razón».
Víctor sabía que los fascistas no le perdonarían sus «canciones rojas». No es casual que en los últimos meses de su vida releyera obras del poeta antifascista español Miguel Hernández, masacrado en los calabozos franquistas. Le gustaba su poesía, puesto que compartía sus ideas y sentimientos. En el alma del cantante chileno se grabó la poesía de Miguel Hernández Vientos del pueblo me llaman, la cual termina con un verso que suena como profecía del destino del propio Víctor:
Cantando espero a la muerte,
que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y en medio de las batallas.
Esta poesía de Miguel Hernández inspiró a Víctor una canción de título homónimo. En su letra Víctor introdujo un cuarteto del poeta español, pero no el citado, aureolado de tragedia, sino las estrofas optimistas que empiezan así: «Vientos del pueblo me llaman». La canción de Víctor expresa la firmeza de espíritu del cantante, su emocionada lealtad a los compañeros y a la causa del pueblo. La instrumentalización, hecha por el grupo Inti-Illimani, comunicó peculiar dramatismo y vigor a la melodía de Jara.
De nuevo quieren manchar
mi tierra con sangre obrera
los que hablan de libertad
y tienen las manos negras,
los que quieren dividir
a la madre de sus hijos
y quieren reconstruir
la cruz que arrastrara Cristo.
Quieren ocultar la infamia
que llevaron desde siglos
pero el color de asesinos
no borrarán de su cara.
Ya fueron miles y miles
los que entregaron su sangre
y en caudales generosos
multiplicaron los panes.
Ahora quiero vivir
junto a mi hijo y mi hermano
la primavera que todos
vamos construyendo a diario.
No me asusta la amenaza,
patrones de la miseria,
la estrella de la esperanza
continuará siendo nuestra.
Vientos del pueblo me llaman,
vientos del pueblo me llevan,
me esparcen el corazón
y me avientan la garganta,
así cantaba el poeta,
mientras el alma me sueñe
por los caminos del pueblo
desde ahora y para siempre.
Esperaba ver a Víctor en la manifestación del 4 de setiembre con motivo del tercer aniversario de la elección del presidente Salvador Allende. Quería volver a hablar con el cantante acerca del programa televisivo sobre la Nueva Canción Chilena. Como ya dije, Víctor nos prometió su ayuda. Propuso ir con él al norte de Chile a fines de setiembre.
Un torrente interminable de gente avanzaba por las calles de Santiago. Columnas de obreros, empleados, estudiantes y artistas formaban una poderosa muchedumbre frente al palacio presidencial. Fue una manifestación impresionante de apoyo al Gobierno de la Unidad Popular. Más de tres horas y media duró este constante fluir de la gente frente al palacio de La Moneda bajo el lema: «No al fascismo, no a la guerra civil, defendamos las conquistas del pueblo». Al pasar frente a la tribuna donde se hallaba el compañero presidente, la multitud coreaba: «Allende, Allende, el pueblo te defiende».
Filmamos para un reportaje televisivo a los dirigentes de la Unidad Popular, que saludaban a los santiaguinos, sostuvimos breves entrevistas con los manifestantes y con Víctor Díaz, subsecretario del Partido Comunista de Chile, que estaba entre ellos.
Vladímir y yo nos dábamos prisa para hacer el reportaje, puesto que queríamos enviarlo a Moscú por avión. Además, tenía que escribir y transmitir por teléfono una crónica sobre esta manifestación para Radio Moscú. Nos fuimos sin esperar a que la concentración terminara.
Esta vez los artistas tenían que actuar más tarde en la plaza Bulnes. Por eso no encontré a Víctor cerca de La Moneda ni antes ni después de la manifestación. Luego me enteré de que Víctor iba en una columna con sus colegas y portaba una pancarta que rezaba: «Trabajadores de la cultura contra el fascismo».
Tres días antes del golpe Ligeia Valladares entrevistó a Víctor en la emisora comunista Magallanes. Esta vez Víctor no cantó. Al finalizar la entrevista, Ligeia le preguntó:
—Víctor, ¿por qué una persona como tú, que tiene tanto éxito y puede tener mucho dinero, viajar al extranjero, todo lo que sea, lo ha entregado tan abnegadamente, tan desinteresadamente trabajando para la Unidad Popular, apoyando este Gobierno? ¿Por qué tú te entregas a esto cuando puedes vivir cómodamente y con mucho dinero?
—Yo creo que uno no es artista para uno, sino para todos, para el pueblo. ¿Cómo yo me expreso? Yo pienso, todo el mundo tiene capacidad de creación en este país, tiene el derecho a expresarse… Porque yo deseo que todos los jóvenes tengan la posibilidad de desarrollarse: músicos, mineros, campesinos… Y eso solamente lo da el Gobierno de la Unidad Popular. Entonces ¿cómo no entregar nuestras fuerzas, nuestra capacidad artística, de trabajo, al Gobierno que nos representa tan legítimamente? Cuando el pueblo define su destino, es lo mejor que puede suceder en mi país.