LOS FASCISTAS PASAN A LA OFENSIVA:
SANGRE EN LAS CALLES

No quiero la Patria dividida

Ni por siete cuchillos desangrada.

Pablo Neruda

En mayo de 1973 decenas de miles santiaguinos se manifestaron con el lema: «No a la guerra civil». Los fascistas dispararon traidoramente a los manifestantes. Una bala mató al joven obrero Roberto Ahumada, amigo de Víctor. Roberto cayó ensangrentado cuando la columna avanzaba por la Alameda. El cantante conoció a Roberto Ahumada y su familia en vísperas de las elecciones de marzo. Jara, profundamente impresionado por el crimen, escribió la canción, que dedicó a su amigo asesinado, Cuando voy al trabajo. Su estribillo suena dramático:

Laborando el comienzo de una historia

sin saber el fin.

Jara organiza en la TV nacional una serie de programas con la divisa «No a la guerra civil. No al fascismo». Para actuar en este ciclo invita a músicos, actores y cantantes, nadie debe permanecer indiferente ante la ofensiva del fascismo que amenaza a todos los chilenos.

Pedí a Víctor que concediera una entrevista a Radio Moscú sobre el papel de las personalidades de la cultura en las transformaciones que se operaban en Chile y en la defensa de la democracia.

Me recibió en un cuartito de la Universidad Técnica. La estantería estaba repleta de discos y casetes de grabadora. Sólo entonces me fijé que cuando la sonrisa juvenil iluminaba el rostro de Víctor, en el ángulo de sus ojos negros se formaban leves arrugas. Después de enchufar el micrófono le dije en broma:

—Puedes hablar, puedes cantar.

Nos echamos a reír.

… Víctor habló de la amenaza del fascismo que se cernía sobre el país, de la responsabilidad de los artistas en esa situación, del brillante ejemplo de fidelidad al deber cívico que les daba Pablo Neruda.

—Neruda hizo un llamamiento a los artistas e intelectuales. Les pide desenmascarar a los que empujan el país a la sangre, a la guerra civil. Advierte, alerta a todos sobre este peligro. Un poeta, un artista, un pintor no puede guardar silencio, si entiende bien su deber. ¡Y cómo respondió a la llamada de Neruda todo el movimiento cultural!…

Cuando desconecté el micrófono, Víctor añadió:

—Conversamos sobre los planes de organización de un nuevo canal televisivo de la Universidad Técnica. Sería bueno recibir antes del inicio sus programas documentales televisivos sobre la Unión Soviética. Creo que se van a dirigir a ti con este motivo y yo utilizo ahora esta ocasión. Nuestra radio universitaria tiene programas musicales de Radio Moscú. Son canciones maravillosas…

—¿Y qué canciones soviéticas te gustan?

Marcando con los dedos el ritmo de la canción, Víctor entonó a mediavoz y en español Por montañas y praderas.

—¿Has escuchado cómo la canta Quilapayún? —me preguntó.

Súbitamente se levantó de la silla, se acercó a la estantería y empezó a repasar los discos. Sacó un disco de Quilapayún y me lo tendió diciendo:

—Esa canción está en este disco. Escúchala.

Los documentales televisivos sobre las repúblicas soviéticas fueron entregados al departamento de cultura e información de la Universidad Técnica, pero el golpe fascista impidió estrenar el nuevo canal de TV.

A comienzos de junio de 1973 llegó por fin a Santiago el camarógrafo de la televisión soviética Vladímir Gúsev para trabajar de una forma permanente en nuestra corresponsalía. ¿Podíamos suponer que tendríamos por delante tan sólo tres meses de estancia conjunta en Chile?

Antes de llegar a Santiago, Vladímir había trabajado en Vietnam que, por aquel entonces, estaba luchando. Apenas llegado a Chile, quería entrar en acción. Gúsev estaba dispuesto a empezar a filmar reportajes para los programas «Tiempo» y «Panorama internacional», de la TV soviética. Pero su labor empezó no por la filmación, sino por un largo pleito para que le devolvieran el equipo retenido en la aduana por funcionarios reaccionarios. Vladímir llegó un domingo y no tenía a quién dirigirse para que le ayudasen. En la aduana estaba de guardia un señor soberbio, un «momio» cien por cien. No quería saber nada de que el camarógrafo soviético traía instrumentos para su labor profesional y nada más. Las cámaras de cine y la grabadora sincronizada con ellas fueron registradas como aparatos electrónicos que para entrar en el país necesitaban un permiso especial y además habría que pagar un impuesto que superaba con creces el valor del equipo de filmación.

Los trámites burocráticos duraron casi tres semanas. Por fin, gracias a la ayuda del cónsul soviético en Santiago, obtuvimos el permiso.

El 29 de junio, por la mañana temprano, Vladímir y yo nos fuimos al aeropuerto Pudahuel para rescatar las cámaras, pero tuvimos que volver urgentemente a Santiago. El aeropuerto estaba cerrado a causa del motín que había estallado en la capital. La organización fascista «Patria y libertad» y el II regimiento de carros blindados se sublevaron contra el poder popular y rodearon el palacio presidencial.

Cuando, al regreso, pasábamos cerca del palacio, del tableteo de las ametralladoras pesadas retemblaban los cristales de las ventanas en las casas vecinas. De los callejones que conducían a La Moneda se oía un fuerte tiroteo. Pero las tropas fieles al Gobierno, al mando del general Carlos Prats, rodearon a los amotinados. El comandante en jefe, igual que en octubre del año anterior, se mostró firme defensor del poder constitucional. Pero quería evitar el derramamiento de sangre. Acompañado por dos oficiales, con una metralleta en las manos, el general Prats se dirigió a La Moneda bloqueada y consiguió que una parte de las dotaciones de los tanques se rindiera. En la represión del motín las víctimas fueron mínimas, gracias a las acciones resueltas y audaces de Prats, quien arriesgó la vida para convencer a los amotinados de que depusieran la resistencia.

Los líderes de «Patria y libertad», refugiados en la embajada de Ecuador, declararon: «No tuvimos éxito porque no recibimos más ayuda de supuestas unidades que previamente nos habían manifestado su respaldo». En aquel entonces la correlación de fuerzas en el mando del ejército no favorecía a los putchistas, aunque la situación en las fuerzas armadas era complicada.

Al mediodía, cuando aún no habían cesado los disparos en los accesos a La Moneda, el comandante en jefe ya recibía al presidente Allende, quien llegó al palacio de su residencia particular.

Una avalancha incontenible de gente se precipitó hacia La Moneda. Llevaban banderas, gritaban «Allende, Allende, el pueblo te defiende», repartían octavillas. Recogí una impresa en multicopista. Era una poesía de Pablo Neruda de su nuevo libro Aquí me quedo:

Yo no quiero la Patria dividida

ni por siete cuchillos desangrada:

quiero la luz de Chile enarbolada

sobre la nueva casa construida:

cabemos todos en la tierra mía.

Y que los que se creen prisioneros

se vayan lejos con su melodía:

siempre los ricos fueron extranjeros.

¡Que se vayan a Miami con sus tías!

Yo me quedo a cantar con los obreros

en esta nueva historia y geografía.

A esa letra del gran poeta Víctor Jara le puso música e interpretó por doquier la nueva canción. Pero el día del tancazo —29 de junio de 1973— el artista no se encontraba en Santiago. Estaba de gira en Perú. Víctor había visitado ese país vecino en otras ocasiones, pero su última gira por invitación del Instituto Nacional de Cultura resultó ser más prolongada y emocionante. Los encuentros en la antigua tierra impresionaron a Víctor hasta tal punto que se aprendió e interpretó una canción en quechua, idioma de los indígenas peruanos, descendientes de los legendarios incas.

La prensa peruana y chilena publicaba reseñas de los recitales de Víctor. Pero, al regresar a Santiago, el cantante decidió escribir un artículo sobre su viaje a Perú.

No sé si apareció en la prensa chilena antes del golpe del 11 de setiembre de 1973. Por lo menos, yo no lo vi. Después del derrocamiento del Gobierno de la Unidad Popular lo publicó el semanario italiano Rinascita. En español leí ese artículo mucho más tarde…

«Fue un viaje inolvidable. Canté en Lima, Chiclayo, Cuzco, Trujillo y Arequipa. Canté para obreros y estudiantes, di cerca de 20 conciertos en teatros o a la intemperie, participé en una concentración de solidaridad con Chile. Conocí a literatos y músicos, a nuevos compositores que ven su vocación en la canción que se nutre de la realidad actual. Conocí en Cuzco al arqueólogo Marino Macedo, quien me hizo descubrir la grandiosa historia de la civilización de los incas.

»Me conmovió profundamente el interés que mostraban los peruanos por Chile y la canción chilena. Lamentablemente, no tenía tiempo para ir a todas partes y responder a todas las preguntas, pero quisiera hablar de dos encuentros que reflejan del mejor modo el contenido de ese viaje.

»Salazar, un obrero limeño, me vio cantar. Después del concierto se acercó a mí y dijo: “Me gustaría que usted conociera donde vivo, mi casa, a mi mujer, a mis hijos, en fin, a la gente que vive con nosotros”.

»Su invitación era tan directa y sincera que acepté.

»Fuimos en una micro a las afueras de Lima. La micro llena. Un día gris (igualito que el vals). Llegamos a Coimas, un pueblo joven, como dicen aquí, la población José María Caro. Muchos niños jugando a la pelota. Eran las cuatro de la tarde. Comenzamos a caminar y me fue explicando lo de los trabajos comunitarios (trabajos voluntarios, el agua potable, el alumbrado, lugares para que jueguen los niños) y subíamos calles estrechas. De pronto me volví y a la distancia se divisaban los edificios del centro de la ciudad y a mi alrededor los cerros cubiertos de casitas que forman una comunidad de pueblos jóvenes en ese sector. Pasamos a un almacén y Salazar compró pan y huevos. Yo compré chocolate para sus hijos. Continuamos subiendo. No paraba de contarme cosas. Parecía que siempre nos hubiéramos conocido. Al llegar a su casa, me presentó a su mujer, morena, simpática, se puso muy nerviosa. Daba la coincidencia de que me oyó ayer por la radio y le parecía demasiado sorpresivo que este chileno apareciera en su casa. Nos entendimos rápidamente y tomamos once con huevos fritos. Mientras los niños jugaban y me mostraban sus tareas, conversamos de todo: casas, hijos, Perú, Chile, revolución, cambios, etcétera.

»Salazar me confesó que él siempre pensó que yo iría a su casa. Que no había tenido vergüenza al invitarme: “Porque yo cantaba para ellos y él sintió que yo era para ellos…”. Les contaré que no es la primera vez que me ocurre. Esto me estimula muy profundamente. Me hace sentir que es válido lo que hago y cómo lo hago.

»Salazar salió a acompañarme. Esta vez estuvimos descendiendo. Fue conmigo hasta el centro de Lima.

»En Cuzco, en una Liga Campesina, canté para un grupo de campesinos. Algunos de ellos con sus ponchos, chullos, ojotas. Me miraban como sorprendidos. Yo también estaba sorprendido. Tantos años de historia se me venían encima al estar junto a ellos. Las canciones comenzaron a brotar una tras otra. Les hablé de Chile, del Sur araucano, de Angelita Huenumán, de nuestros campos, de la Reforma Agraria. Les conté adivinanzas. Algunos de ellos sonreían tímidamente. El sol era diáfano y cerca se oía el rumor del Apurímac. Había contención. Como esas lágrimas que se quieren escapar y no las dejamos fluir. Cuando terminé de cantar, se acercó uno de ellos, me habló en quechua y cantó.

»Yo sentí que nos habíamos dado un apretón de manos. Con este estado de exaltación y nostalgia, de amargura y júbilo, escuché el canto quechua. Canto con sentido antiguo de cumbres y lírico como los ríos. El canto es una soga que puede unir los sentimientos o puede ahorcar. No hay otra alternativa».

Los cantantes que ambicionan sólo la fama, que aprovechan con fines egoístas la sinceridad y la pureza, no comprenderán nunca que la canción es como el agua que lava las piedras, como el aire puro, como el fuego que nos une y se queda en lo más hondo de nuestras almas para hacernos mejores.

Violeta dijo: «La canción que pertenece a todos es mi canción». Sus palabras son eternas como los montes, como las piedras de Machu Picchu.

A lo que contó Víctor quisiera añadir lo que leí en la prensa de su viaje a Perú. Su último recital en la ciudad de Trujillo suscitó especial atención de la Confederación General de Trabajadores de Perú. Terminado el concierto, el público, como ya había ocurrido en varias ocasiones, desfiló por las calles coreando el slogan chileno: «Allende, Allende, el pueblo te defiende». La organización obrera proclamó al cantante chileno miembro honorario.

Víctor regresó del Perú a mediados de julio y en seguida sintió que el ambiente en el país se había caldeado al extremo. Los dirigentes derechistas del Partido Demócrata Cristiano junto con el Partido Nacional desplegaron una campaña política por devolución de las empresas privadas ocupadas por los obreros después del «tancazo» del 29 de junio. El Gobierno de la Unidad Popular decidió dejar bajo su control las fábricas y empresas cuyos dueños estaban implicados en actividades subversivas.

Después de rescatar nuestro equipo de filmación en la aduana, hicimos nuestro primer reportaje para la televisión en una de esas empresas.

Filmamos no sólo el solemne acto de la entrega de la fábrica «Textil Arica» a los obreros. También los telares parados —más de la mitad—, aunque en el país había muchos desempleados. Vimos los sótanos convertidos en almacenes ilegales, llenos de telas de lana, seda y algodón, y de ropa que no estaba registrada en ninguna parte. Todo ello se destinaba al mercado negro y a sacarlo de contrabando a países vecinos. Con esas maquinaciones los capitalistas y grandes comerciantes intentaban desorganizar la economía chilena.

Era muy difícil proceder contra esos negociantes. La oposición en el Congreso Nacional desmeduló el proyecto de ley contra «delitos económicos», propuesta por el Gobierno. En esta ley no quedó ninguna medida práctica seria contra los saboteadores.

Las Juntas de Abastecimiento y Precios (JAP) luchaban contra la especulación y el mercado negro. Las JAP, formadas por la población, contaban con el apoyo del Gobierno. Realizaban una labor difícil y necesaria, pero la oposición en el parlamento exigía su disolución.

Artistas y personalidades de la cultura tomaban parte en la labor de esas organizaciones. La peña «Los Parra» se convirtió en el centro de las actividades de las Juntas de Abastecimiento y Precios. Este hecho provocó gran odio hacia los creadores de la Nueva Canción Chilena entre los comerciantes reaccionarios de los barrios aledaños. En la peña funcionarios de ministerios y de otras entidades gubernamentales, representantes de los partidos de izquierda explicaban la situación y los problemas del país.

Pero tres veces a la semana allí, como siempre, interpretaban canciones dedicadas al trabajador y luchador. Esas canciones inspiraban a la gente para la noble causa en aras de la patria renovada.

La conocida escritora chilena Virginia Vidal, cuando visitó Moscú, me habló de su último encuentro con Víctor Jara en la peña, a su regreso del Perú:

«En un intermedio nos fuimos al patio. Allí estaba Víctor. Le conté que mi hija quería conocerlo. La saludó con esa cordialidad tan suya, luminosa. Cuando cantaba se notaba su fuerza, su pasión. En el trato directo era más bien tímido, modesto, amable. Ella le contó que lo había escuchado y visto en Antofagasta.

»—¿Y qué estabas haciendo allá? ¿Veraneando? —preguntó Víctor.

»—No —contestó mi hija—. Fuimos al trabajo voluntario. Reconstruimos una escuela abandonada, allá en Tocopilla. Era peor que mediagua. Ya se caía. La dejamos como nueva. Lista para funcionar. También le pintamos un mural.

»Víctor exclamó:

»—¡Compañera! ¡Qué trabajo más lindo: hacer una escuela! Me la ganaste. Yo he hecho muchas cosas, pero eso, no».

Sólo una persona con ideas muy puras podía componer canciones tan honradas y hermosas, canciones del valor y del bien.