Tengo que estar donde me llaman…
Pablo Neruda
Era un espléndido día de sol. Yo volvía de Viña del Mar, una verde villa a orillas del Pacífico, donde había participado en el seminario internacional «La televisión y la educación». La carretera que lleva a Santiago nace junto a las aguas azules del océano para subir a las montañas donde no se percibe la brisa salada y refrescante del mar.
Por el camino vi piquetes de los camioneros que habían declarado la huelga al Gobierno de Allende, protestando contra la fundación de la compañía estatal de transporte y exigiendo devolver a sus antiguos dueños las empresas que pasaron bajo el control del Estado. En muchos lugares en la carretera habían levantado barricadas. Los «piquetistas» eran muy agresivos: detenían los autos de las empresas del sector estatal y de las compañías que no tomaban parte en el sabotaje. Pero los turismos de matrícula particular podían dar un rodeo por una carretera lateral.
En Santiago encontré tiendas con los escaparates rotos. Escudándose en «la solidaridad con los obreros del transporte», los círculos derechistas lograron imponer la huelga a una gran parte de los comerciantes, amenazándoles con represalias. El dueño de una pequeña tienda junto a mi casa decidió abrir su local y puso un cartel que anunciaba: «No nos dedicamos a la política. Queremos trabajar y nada más». Pero eso no impidió que su tienda fuese allanada.
La huelga adquiría un carácter cada vez más violento. En el túnel Prado entre Valparaíso y Santiago los asaltantes de la organización fascista «Patria y libertad» abrían fuego contra los camiones, cuyos dueños se negaban a unirse a los saboteadores. Los fascistas desparramaban en las carreteras y las calles miles de «miguelitos», espinas especiales de metal para pinchar los neumáticos con el fin de obstaculizar el funcionamiento del transporte. Las brigadas obreras limpiaban de «miguelitos» las carreteras, los caminos y las calzadas.
La paralización del transporte automovilístico —la Confederación de camioneros disponía de 47 000 vehículos— ponía al país en una situación extremamente difícil. Los ferrocarriles del Estado funcionaban ininterrumpidamente, pero no podían transportar todos los víveres, mercancías y combustible.
En esos días de tensión, fui a los almacenes del ferrocarril de Santiago, donde se habían acumulado sacos y cajones de víveres. Junto a la puerta abierta de par en par se hallaba un joven chófer con una banderita roja en la solapa donde estaba escrito: «Yo trabajo por Chile». En la cabeza tenía un casco de acero y me explicó que era para protegerse de los asaltos por el camino. Me enseñó su camión con cristales laterales rotos.
—Ve, tratan de asustar a los que quieren trabajar. ¿Qué otra cosa se puede esperar de los fascistas?
Su camión ya estaba lleno y esperaba a que terminasen de cargar otro para no ir solo.
—¿Quién trabaja aquí?
—Los estudiantes de la Universidad Técnica y, además, profesores y artistas. Víctor Jara también está aquí.
Lo vi sobre un montón de sacos. La camisa desabrochada, el pelo sudoroso, Víctor se secaba la frente. Inclinó la cabeza respondiendo a mi saludo.
—Estoy haciendo un reportaje sobre el trabajo voluntario —le dije.
—¡Qué buena idea!… A mi me entusiasma —se rió Víctor.
—¿Y dónde has dejado la guitarra? —le pregunté.
—Hoy mi música está aquí.
Cuando me iba del almacén, Víctor cargó a sus espaldas un saco.
Al día siguiente lo encontré en el centro cultural capitalino «Gabriela Mistral». Víctor estaba actuando para los mismos con quienes había trabajado en la víspera. En el centro entregaban diplomas a los jóvenes obreros y estudiantes que se habían destacado en los trabajos voluntarios. Muchos llegaron directamente de los almacenes, sin mudarse de ropa.
Después de saludarlo, le pregunté a Víctor bromeando:
—¿Y podrán tus manos tocar la guitarra después de cargar sacos?
—Deben —se sonrió Víctor.
Los dedos fuertes y ágiles rasguean las cuerdas. Junto con la guitarra suena la voz inconfundible. Los jóvenes corean entusiasmados al cantante, baten palmas al compás de la melodía. La mayoría de los presentes cursó la misma escuela de la vida que el protagonista de su nueva canción El hombre es un creador.
Igualito que otros tantos
de niño aprendí a sudar,
no conocí las escuelas,
ni supe lo que es jugar.
Me sacaban de la cama
por la mañana temprano.
Y al laito e’mi papá
fui creciendo en el trabajo.
Con mi pura habilidad
me las di de carpintero,
de estucador y albañil,
de gasfiter y tornero,
puchas que sería güeño
haber tenía instrucción
porque de todo elemento
el hombre es un creador.
Yo le levanto una casa
o le construyo un camino,
le pongo sabor al vino,
le saco humito a la fábrica.
Voy al fondo de la tierra
y conquisto las alturas,
camino por las estrellas
y hago surco a la espesura.
Aprendí el vocabulario
del amo, dueño y patrón,
me mataron tantas veces
por levantarles la voz,
pero del suelo me paro,
porque me prestan las manos,
porque ahora no estoy solo,
porque ahora somos tantos.
El pueblo trabajador oponía resistencia a los intentos de los reaccionarios de paralizar la economía del país en octubre de 1972. La CUT de Chile llamó «huelga de la patronal» la actitud de los camioneros contra el Gobierno de la Unidad Popular. Así fue.
La oposición, que disponía de la mayoría de las bancas en la Cámara de diputados y en el Senado, apoyaba a los huelguistas. El Partido Nacional emprendió una campaña de «desobediencia civil» y exhortó a los demócratas cristianos a convertir el parlamento en instrumento de la lucha irreconciliable contra el Gobierno de la Unidad Popular.
Sin embargo, las pérfidas esperanzas de los reaccionarios de paralizar la economía de Chile no se realizaron. El Gobierno movilizó camiones de las empresas y organizaciones estatales. Miles de obreros voluntarios expresaron su deseo de sustituir a los camioneros. La CUT formó grupos de defensa para proteger de los asaltantes las empresas y las brigadas voluntarias de cargadores.
El Gobierno implantó el estado de emergencia en la mayoría de las provincias del país. Fueron designados delegados militares que cooperaban con la administración civil. Los carabineros y las unidades del ejército controlaban los puntos clave en las carreteras y vías férreas. El comandante en jefe, general Carlos Prats, proclamó su apoyo incondicional al poder constitucional. Su nombramiento como ministro del Interior contribuyó a poner fin a la huelga.
Sin embargo, en las fuerzas armadas la situación no era fácil. No todos los generales y oficiales compartían las ideas de Carlos Prats. En el ejército empezó a actuar una organización contrarrevolucionaria clandestina, la organización fascista «Patria y libertad» reclutaba partidarios militares. Más tarde se supo que con dicha organización estaba vinculado el grupo de conspiradores del general Alfredo Canales, quien, a requerimiento de Prats, fue pasado a la reserva en vísperas de la huelga de los camioneros.
Durante la huelga algunos censores militares se mostraron muy agresivos. Así, en las condiciones del estado de emergencia las 155 emisoras de radio del país —sólo 40 de ellas pertenecían a las fuerzas de izquierda— pasaron a formar una red única, que de un modo centralizado transmitía los comunicados oficiales del Gobierno sobre la situación en el país, las informaciones que permitía divulgar el mando militar y los programas de música. Pero con los programas musicales surgían problemas.
René Largo Farías, que a la sazón estaba al frente de la sección de radio del palacio presidencial, escribió:
«Pienso en la larga cadena de radios para el paro de octubre, y recuerdo a los “interventores militares” encabezados por el coronel Domic, mutilando nuestra programación musical: “Fuera los Parra, saquen a Patricio Manns, a Víctor Jara. No pongan a Rolando Alarcón ni a Héctor Pávez”».
Jara no sólo compone e interpreta canciones. Con motivo de la concesión del Premio Nobel a Pablo Neruda Jara montó un espectáculo teatral en el Estadio Nacional. El gran poeta acababa de regresar de Francia donde fue embajador de Chile. El pintoresco espectáculo musical, en el cual Jara puso toda su alma, conmovió a Neruda. El poeta, profundamente emocionado, aplaudió a los niños que bailaron una danza alegre y original. El autor de la música de esa danza titulada Homenaje a Pablo Neruda era Víctor Jara.
Para saludar a Pablo Neruda vino el comandante en jefe del ejército chileno, general Carlos Prats. La gente miraba con respeto a este hombre, ferviente partidario del Gobierno constitucional. La víspera la Unidad Popular y las fuerzas armadas al mando de Carlos Prats frustraron la amplia ofensiva de la reacción contra el poder democrático.
El general era un hombre de mediana estatura, ojos expresivos y mirada afable, parco en movimientos y palabras. Pablo Neruda escuchaba al general sin poder contener su emoción. Dirigiéndose a los miles de personas que llenaban las graderías del estadio, Carlos Prats dijo: «Neruda es un exponente ilustre del pueblo y de la nación… Personifica el genio latente en lo hondo de la chilenidad. Durante más de medio siglo ha impreso su sello en la literatura patria, americana y mundial. No hay poesía más múltiple, versátil y abundante en nuestras letras que la contenida en la obra colosal del poeta Neruda. Por eso el país recibe hoy con los brazos abiertos a su hijo preclaro…».
Salvador Allende no asistió al homenaje de su amigo Neruda por encontrarse de viaje en el extranjero.
… El año 1972 aportó a Víctor una rica experiencia de puesta en escena de grandes espectáculos teatrales al aire libre ante decenas de miles de personas. Antes del homenaje a Pablo Neruda ayudó a montar en el Estadio Nacional dos magníficos espectáculos, uno con motivo del 50 aniversario del Partido Comunista de Chile y otro, con motivo del 40 aniversario de la Unión de Jóvenes Comunistas de Chile.
1972 fue un año memorable para el artista, entre otras cosas, porque en el VII Congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas a Jara lo eligieron miembro del Comité Central.
Muchos años después tuve una conversación con Gladys Marín, secretaria general de la Unión de Jóvenes Comunistas de Chile, y le pregunté:
—¿Qué puede decir de Víctor como militante de la Unión?
—Víctor fue un gran militante de las Juventudes Comunistas de Chile. Tanto así que luego, en 1972, en el VII Congreso, fue elegido miembro del Comité Central. Con Víctor recorrimos una parte muy importante de la vida de las Juventudes Comunistas. Él estuvo presente en todas las tareas que se le entregaban como militante común, y también en las actividades más destacadas. Por ejemplo, yo recuerdo a Víctor marchando desde Valparaíso a Santiago por Vietnam y por Cuba, acostándose en el suelo, en la casa de cualquier campesino que nos ofrecían en el camino y, además, alegrándonos durante los distintos mítines que dábamos en distintos pueblos con sus canciones. Víctor nos acompañó en tantas cosas… Y tuve la alegría de que él me acompañara en las campañas parlamentarias cuando el partido me designó como candidato a diputado. Con la guitarra y la canción Víctor realizaba una inmensa labor propagandística. Entendía perfectamente que su mayor contribución a nuestra causa y a nuestra organización era su papel como artista, su creación. Y cada una de las tareas que él cumplía le servía para su creación. Él sacaba las canciones de la realidad, de lo que iba viviendo, de lo que iba palpando, inspirándose ante todo en la lucha del pueblo, de nuestra juventud.