Sentir que así como nos une la canción también nos une el anhelo de construir una vida mejor, más justa, más humana.
Víctor Jara
Ha llegado el momento de relatar mis encuentros con Víctor Jara. No fueron muchos, pero se me quedaron grabados en la memoria y en el corazón.
Escribo este capítulo en mi apartamento de Moscú. Por la ventana veo la lluvia de otoño, el cielo está encapotado. Tras el cristal de mi armario guardo desde hace muchos años una postal con una reproducción del copihue, flor roja chilena que parece una brillante lucecita. Miro la postal y los pensamientos me llevan lejos, a ese país «del fin del mundo» donde las estaciones del año se suceden a la inversa. Ahora en Chile ha llegado la primavera deslumbrante, soleada, de cielo despejado sobre las rocosas cumbres de los Andes. Florecen las campanillas escarlatas del copihue, flores silvestres de la selva chilena que se convirtieron en poético símbolo popular del país. De antaño los indígenas araucanos que vivían al pie de los Andes adoraban estas flores. Los copihues, planta trepadora, abren sus ígneos pétalos en árboles y arbustos. Del mundo de las creencias araucanas las rojas campanillas pasaron a la poesía y las canciones chilenas, a las telas de pintores, a los ornamentos típicos de ponchos y tapices. Los poetas comparaban los copihues con las chispas de las hogueras indígenas llevadas por el viento a lo largo y lo ancho de la tierra chilena. Hoy el color rojo del copihue recuerda la sangre de los luchadores caídos en la batalla contra el fascismo…
Hojeo mis cuadernos chilenos, leo los apuntes sobre mis encuentros con el cantante. Los completé ya después de la muerte de Jara en Santiago y luego, al regresar a Moscú. Me esforcé por recordar los detalles más nimios y mi memoria no callaba. Mis recuerdos de cómo dialogaba amistosamente con Víctor y lo oía cantar, eran todavía recientes. Desde entonces pasaron semanas, meses… No se había formado aún el denso telón del tiempo que nos separa del pasado, aunque no tan lejano, e impide verlo con claridad. Muchas cosas que en vida del cantante parecían ordinarias, después de su muerte adquirieron un profundo sentido.
En 1972 y 1973 trabajé en Chile como corresponsal de la Televisión y la Radio Soviéticas. Por supuesto, mis recuerdos de los encuentros con el cantante no bastan para ofrecer un relato exhaustivo sobre este período de su vida. Por eso, al igual que en otros capítulos, citaré cartas y recuerdos de amigos y conocidos de Víctor, documentos y testimonios del propio cantante, pero esta vez se alternarán con mis propias observaciones e impresiones.
Conocí a Jara y visité la peña «Los Parra» algún tiempo después de mi llegada a Santiago. Tenía muchos asuntos urgentes, relacionados con mi trabajo de corresponsal. Según nuestras nociones, había llegado al país que se encuentra «en el fin del mundo» y que resultó estar en la primera línea de la lucha por la libertad y la independencia, por el derecho del pueblo a ser dueño de su destino.
Los acontecimientos de Chile suscitaban profundo interés en el mundo entero. En 1972 los momios —como llamaban en Chile a los reaccionarios—, contando con el apoyo extranjero, pasaron a los actos intensos de sabotaje contra el Gobierno democrático. A veces transmitía diariamente mis crónicas por teléfono para las «Últimas noticias» de Radio Moscú. El intenso ritmo de trabajo se agravaba por la ausencia de un camarógrafo en nuestro equipo y había que hacer reportajes para la «pantalla chica» de Moscú. Tuve que recurrir a los servicios de la Televisión Nacional de Chile, lo que requería no pocos esfuerzos adicionales.
Vi por la televisión a Víctor Jara, escuché sus canciones por la radio y compré sus discos, pero no lo conocía personalmente. Por fin, en un rato libre fui a la peña «Los Parra». Me proponía hacer un programa sobre la Nueva Canción Chilena. En el poco tiempo que llevaba trabajando en Santiago, me había convencido de que la Nueva Canción acompañaba a los chilenos en su diario quehacer. No había ni un solo mitin o manifestación de la Unidad Popular sin la actuación de cantantes y conjuntos folclóricos.
Decidí empezar el reportaje por la peña «Los Parra», principal «taller» de la Nueva Canción Chilena.
Mis amigos chilenos y yo nos sentamos cerca del diminuto escenario y batíamos palmas al compás de la música. Primero cantaron Angel e Isabel, quienes interpretaron creaciones propias, de su madre y de otros autores latinoamericanos. Por su físico los hermanos Parra eran típicos chilenos. Su actuación carecía de efectos rebombantes. Las melodías de Angel e Isabel cautivan por la pureza de las entonaciones y su estilo, por la sinceridad y espontaneidad. Los textos de las canciones se nutren de la realidad cotidiana, nacen del dolor, de la protesta y la esperanza.
Cierro los ojos y veo la peña: la suave luz de las velas ilumina las paredes, llenas de dibujos decorativos y autógrafos de clientes, y las bajas mesitas de madera; el público, olvidándose de su vaso de tinto, canta con los artistas. Por las ventanas entreabiertas de la vieja casa penetra el tonificante aroma primaveral del jardín en flor.
En el entreacto, a la salida de la sala, me topo con un hombre, de rostro moreno y varonil que me es familiar: Víctor Jara. Tenía que actuar después del entreacto. No pude contenerme, lo saludé y, excusándome, me identifiqué.
Víctor esbozó una cálida sonrisa y me tendió la mano con cierta timidez. Le expliqué que me proponía hacer un programa para Radio Moscú sobre la Nueva Canción Chilena y que allí, en la peña «Los Parra», estaba respirando su aire.
—¿Ha visitado ya la peña «Chile ríe y canta»? —me preguntó en voz baja.
—Todavía no.
—Por allá también hay cosas interesantes.
—Confío en visitarla.
Víctor siguió hablando en tono suave:
—A veces en el extranjero escriben sobre los representantes de la Nueva Canción Chilena dando a entender que en nuestras canciones no hay amor, no hay alegría humana. No es así. Como todos los seres humanos, amamos, componemos canciones de buen humor, humorísticas. Pero su letra tiene base folclórica. Ese optimismo, ese amor a la vida tiene raíces en el pueblo, en el folclore.
Continuamos hablando e involuntariamente empecé a tutear a Víctor. Tal vez porque los chilenos trataban de tú al cantante a quien tanto admiraban. O quizá se debiera a que los dos éramos jóvenes casi de la misma edad. Iba a disculparme, pero Víctor me interrumpió. Y así, desde entonces, empezamos a tutearnos.
A los pocos momentos debía reanudarse el concierto. Víctor tenía prisa, puesto que debía concentrarse, preparándose para la actuación.
Por fin, Víctor apareció sonriente en el escenario. Escuchó el rumor de la sala, observó los rostros. En la peña «Los Parra» se reunían sus correligionarios. Allí nunca se produjeron incidentes enemistosos como en otros sitios. El público reaccionaba con aplausos a cada canción y Víctor, sin esperar a que cesara la ovación, continuaba cantando. Su profunda voz llenaba la peña. Víctor se movía con soltura por el escenario, volviéndose con la guitarra a uno u otro lado del auditorio. Jamás recurría a efectos espectaculares. En eso se distinguía de los famosos cantantes de ritmos modernos. Víctor no se separaba de su guitarra y veía en ella a su coautor. A veces, anticipaba la canción relatando alguna historia. Por ejemplo, Víctor contó cómo en el sur del país se había encontrado con una vieja indígena llamada Angelita Huenumán y luego interpretó una canción dedicada a esa incomparable tejedora de tapices y ponchos:
En el valle de Pocano
donde rebota el viento del mar
donde la lluvia cría los musgos
vive Angelita Huenumán.
Entre el mañío y los hualles,
el avellano y el pitrán,
entre el aroma de las chiclas
vive Angelita Huenumán.
Cuidada por cinco perros,
un hijo que dejó el amor,
sencilla como su chacrita
el mundo gira alrededor.
La sangre roja del copihue
corre en sus venas, Huenumán,
junto a la luz de una ventana
teje Angelita su vida.
Sus manos bailan en la hierba
como alitas de chincol
es un milagro como teje
hasta el aroma de la flor.
En tus telares, Angelita,
hay tiempo, lágrimas y sudor,
están las manos ignoradas
de éste, mi pueblo creador.
Después de meses de trabajo
el chamal busca comprador
y como pájaro enjaulado
canta por el mejor postor.
Entre el mañío y los hualles
el avellano y el pitrán,
entre el aroma de las chiclas
vive Angelita Huenumán.
Luego Víctor entonó la canción sobre la Cuba revolucionaria a la que tanto admiraba. Sabía que en la peña estaba un grupo de cubanos y cantó para ellos la canción que dedicó a su Patria. La compuso en 1970, defendiendo a Cuba de los ataques de los reaccionarios chilenos.
Si yo a Cuba le cantara,
le cantara una canción,
tendría que ser un son,
un son revolucionario,
pie con pie, mano con mano,
corazón a corazón, corazón a corazón.
Pie con pie, mano con mano,
como se le habla a un hermano.
Si me quieres, aquí estoy,
que más te puedo ofrecer,
sino continuar tu ejemplo,
comandante compañero,
viva tu revolución.
Los tiempos cambiaron: entre ambos países se restablecieron las relaciones diplomáticas y los cubanos visitaban con frecuencia el país andino y los chilenos, el primer territorio libre de América.
En 1972 Víctor viajó dos veces a Cuba. La primera, por invitación del Consejo Nacional de Cultura y la Unión de Jóvenes Comunistas de Cuba. Durante un mes entero actuó ante el público en las salas de concierto de distintas ciudades y ante los colectivos laborales. He aquí cómo el cantante recuerda este viaje:
«En general, en todas las actuaciones fui tratado muy bien por el público, pero hay algunas que recuerdo con especial cariño, ya que tienen un carácter especial para mí. En Santiago de Cuba, por ejemplo, hice una presentación en un sindicato de pescadores que se convirtió en una verdadera relación de amistad con los oyentes. Es emocionante poder palpar el grado de solidaridad que existe por Chile. No sólo a nivel de relaciones políticas, sino a nivel poblacional. Comencé cantando mi repertorio y terminé escuchando y aprendiendo interpretaciones de ellos dedicadas a nuestro proceso. Hay una verdadera identificación del pueblo cubano con lo nuestro. Otra de las actuaciones que recuerdo con especial afecto fue el recital que di en la Casa de las Américas, donde tomé contacto con Santiago Alvarez, un gran cineasta.
»Una de mis experiencias, digna de destacarse, fue el haber actuado para la Columna Juvenil del Centenario, grupo de jóvenes cortadores de caña, y el encuentro con Pablo Milanés. Es algo que produce una inmensa felicidad el conocer y descubrir a las personas en todo su aspecto humano y artístico.
»El primer hecho que pude apreciar fue ese tenaz afán del pueblo cubano por construir su propia dignidad. Allí las cosas saltan a la vista como hechos tangibles, reales, indiscutibles. La juventud estudia y trabaja con optimismo.
»En Cuba han surgido excelentes cantantes y autores populares: Pablo Milanés, Silvio Rodríguez y Noel Nicola, entre otros. Cantan al amor, al combate, a la lucha diaria. Traje sus canciones que voy a difundir y a grabar en Chile. Además, los artistas, incluso escritores y pintores trabajan diariamente en la zafra, formando la brigada “Sierra Maestra”[11].
»Algo interesante que vi en Cuba y que debería practicarse en Chile es la superación del centralismo: hay que llevar el arte en todas sus formas a los lugares más apartados del país.
»No tuve oportunidad de ver a Fidel, pero sí a Nicolás Guillén[12]. Es como conocer a una gloria de la Revolución Cubana. Es tan grande y sencillo al mismo tiempo…».
Por segunda vez Jara estuvo en Cuba a invitación de la Casa de las Américas para participar en un encuentro de música latinoamericana junto con destacados músicos y cantantes de América Latina y Europa. El cantante chileno vuelve a dar un gran concierto en la Casa de las Américas.
Los músicos y cantantes intercambiaron opiniones acerca de la música actual del continente y la necesidad de oponerse a la penetración del «pop-art» narcotizante en las culturas nacionales, discutieron acerca del lugar de la música en la lucha por la emancipación.
Algunas ideas que Víctor Jara expresó en la «mesa redonda», representan gran interés:
«… A mi me parece que la industria de la música extranjerizante, de la música con idioma extranjero, es una de las más grandes del mundo. Tengo entendido que es uno de los diez monopolios mayores del mundo, manejado por los norteamericanos.
»Nuestro deber es luchar segundo a segundo por darle a nuestro pueblo las armas para luchar contra esto; por darle a nuestro pueblo su propia identidad, su identificación con el folclore, que es el lenguaje más auténtico que cada pueblo posee. Nuestro deber es, a través de la canción revolucionaria, ayudar al pueblo a entender su realidad, la de sus amigos y la de sus enemigos, y a través de la música —sin esquema popular o culta— ayudar a nuestro pueblo a desenmascararlo todo, a transformarlo todo, no con profecías paternalistas, sino junto a ellos».
Todos esos años Víctor soñaba con visitar la Unión Soviética. Hace once años el artista novel estuvo por primera vez en nuestro país. Se cumple su sueño. En 1972, ya siendo famoso cantante, Premio Disco de Plata y Premio Laurel de Oro, Víctor vuelve a visitar el País de los Soviets. Pero sucede algo inesperado: tiene que interrumpir la gira en su inicio a causa de la enfermedad.
En La Habana, en la Casa de las Américas, encontré una información donde Víctor recuerda los días pasados en la Unión Soviética:
«Debía cumplir un inmenso programa. Desgraciadamente no se pudo cumplir más que en parte a causa de mi operación de la garganta… Pero, aunque parezca extraño, los nueve días que permanecí en el hospital resultaron una experiencia importantísima para mí. Estuve en una sala común donde mi cama se transformó en centro de reunión de todos los enfermos. El idioma no nos significó ningún obstáculo y en la sala se formaban tales achoclonamientos que las médicas y las enfermeras llegaban de inmediato a ver qué pasaba… Recibía constantemente regalos anónimos, como manzanas, galletas o libros, que encontraba misteriosamente en mi cama».
Antes de la intervención quirúrgica el cantante estuvo en Radio Moscú. Cuando regresé de Chile, mis colegas me hablaron mucho de esa visita del artista chileno y ahora cuando paso frente al estudio 75 del séptimo piso me viene a la mente: «Aquí cantó Víctor Jara».
Vino a la radio en pantalones vaqueros y pullóver rojo. Esperando el comienzo de grabación, Víctor afinó la guitarra y se puso a cantar. Los locutores y operadores de sonido acudieron al oír su hermosa voz, preguntándose: «¿Quién es?». Los fascinaba su carisma humano y artístico, su virtuoso dominio de la guitarra.
En la breve entrevista que le pidieron, Víctor dijo:
—Estos días me llenan de alegría. Me siento feliz de andar por las calles de Moscú, respirar su aire, encontrarme con los moscovitas y ver las sonrisas de los niños…
Después de grabarlo en el estudio, a Víctor le ofrecieron los honorarios, pero él los rehusó explicando:
—Estoy aquí como representante de la Unión de Jóvenes Comunistas chilenos, como un invitado de la juventud soviética.
Intentaron convencerlo durante mucho rato y aceptó el dinero sólo cuando le sugirieron la idea de comprar regalos e insignias soviéticas para los jóvenes comunistas chilenos.
Los cirujanos de Moscú practicaron una operación a Víctor que no fue muy complicada, pero de ella dependía poder seguir cantando. Para Víctor perder la voz equivaldría tal vez a perder la vida. Pero todo salió bien. Víctor regresó a su patria y poco después volvía a actuar en mítines y manifestaciones, en teatros y clubes. Siempre con su «guitarra trabajadora».