DESPUÉS DE LA VICTORIA,
LA LUCHA CONTINÚA

Desde aquel día el mundo, al despertar encontró a Chile y su fisionomía alzando la victoria popular. Y en el coro mundial de la alegría cantaron nuestra tierra y nuestro mar.

Pablo Neruda

Por vieja tradición, el 3 de noviembre de 1970 el presidente Eduardo Frei acudió a la ceremonia de la delegación de poderes, vistiendo un elegante frac y un anticuado cilindro. Pero Salvador Allende escandalizó a sus adversarios políticos, pues acudió al Congreso Nacional en traje corriente. Ya con la banda tricolor ciñendo su figura se dirigió al palacio presidencial de La Moneda no en carroza, como sus predecesores, sino a pie en compañía de sus partidarios. El desafío nunca visto al ritual anunciaba la llegada de otros tiempos en Chile.

El día en que Salvador Allende tomó posesión las plazas, las calles y los parques de Santiago se convirtieron en salas de concierto al aire libre. Víctor Jara cantó en la plaza de la Constitución frente al palacio presidencial de La Moneda.

… Para los protagonistas de las canciones de Víctor Jara empezó también una vida nueva. Por primera vez el obrero se sentía feliz por trabajar libremente y verse amparado por el Gobierno.

Víctor se alegró muchísimo al enterarse de la nacionalización de las minas de carbón de Lota. En reiteradas ocasiones Jara había cantado ante las «caras negras», que lo escuchaban siempre con devoción. Una vez, después de que Víctor interpretara la Canción del minero, se le acercó un hombre robusto, de pequeña estatura, rostro firme y atenta mirada. Toda su figura irradiaba fuerza y dinamismo. Era un típico minero de Lota… Víctor reconoció en seguida a Isidoro Carrillo, enérgico líder sindical de los mineros. Carrillo estrechó fuertemente la mano del artista y dijo: «Por esa canción mereces que te hagamos miembro honorario de nuestro sindicato».

Isidoro Carrillo dirigió una huelga sin precedente en la historia de Lota, que duró 96 días. Entonces los mineros organizaron la marcha a Concepción, recorriendo a pie 40 kilómetros. A la cabeza de la columna iban Isidoro Carrillo y Luis Corvalán, llegado expresamente de Santiago. Muchos mineros iban con sus mujeres e hijos. Parecía que toda la Lota minera caminaba a Concepción. Las autoridades tuvieron que dar marcha atrás y aceptaron negociar con los huelguistas… Ahora el presidente Salvador Allende nombró a Isidoro Carrillo gerente general de las minas de Lota.

El cantante se emocionó también cuando, ya en enero de 1971, Carlos Cortés, ministro de la Construcción, entregó casas nuevas a las viudas de los obreros ametrallados en Puerto Montt bajo el Gobierno anterior. Víctor no podía imaginarse que sus antiguos enemigos volverían a acosarlo por su canción Puerto Montt.

… En junio de aquel mismo año en pleno día, en el aristocrático barrio Alto, de la capital, tabletearon unas ráfagas de metralleta que mataron en el acto al señor que iba en un lujoso automóvil. Así terminó sus días el ex-ministro del Interior del Gobierno demócrata cristiano Pérez Zujović. Cierto grupo, que se dio el provocador nombre de «Vanguardia Organizada del Pueblo», se responsabilizó del crimen.

Pero los reaccionarios no tardaron en atribuir el asesinato del líder demócrata cristiano a la Unidad Popular que, según ellos, apoyaba a los terroristas de las organizaciones de extrema izquierda. Afirmaban que había sido una venganza de los terroristas por los sucesos de Puerto Montt. La prensa de derecha reprodujo en sus páginas ataques contra Pérez Zujović, cuando éste fungía como ministro del Interior. Por supuesto, se mencionaba la canción de Víctor Jara. Llegaron a exigir el procesamiento de Víctor Jara, cuya canción Puerto Montt, según afirmaban los reaccionarios, inspiró a los terroristas. Naturalmente, Víctor no lo creía, pero sufría por lo que pasaba. Afortunadamente, poco después Eduardo Paredes, director del Servicio de investigaciones políticas, disipó todas las dudas: «Se ha comprobado que este grupo de terroristas actúa con delincuentes comunes, y que no tiene ningún contacto con la masa ni con los estudiantes. Se tiene la certeza, por los documentos encontrados y el resultado de las pesquisas, de que es un grupo entrenado y dirigido para crearle problemas al Gobierno de la Unidad Popular».

Desde los primeros días el Gobierno de la Unidad Popular enfrentó graves problemas de la vida del país. Pero los trabajadores que por primera vez obtuvieron acceso a todos los eslabones de la administración estatal, a la dirección de las empresas, o sea, a la resolución de problemas directamente relacionados con sus propios intereses, apoyaban fervientemente al poder democrático.

Jamás en la historia de Chile hubo tal entusiasmo, ni manifestaciones tan poderosas de los trabajadores. En Santiago se manifestaban centenares de miles de personas. Iban como a una fiesta, con las familias y los hijos. Muchos trabajadores no comprendían a fondo su nueva situación. En la canción Abre la ventana Víctor se dirige a la humilde mujer obrera, ante la cual se abre un mundo nuevo:

María…

Abre la ventana

Y deja que el sol alumbre

por todos los rincones de tu casa.

María…

Mire hacia fuera

Nuestra vida no ha sido hecha

Para rodearla de sombras y tristeza.

María, ya ves,

No basta nacer,

crecer,

amar,

para encontrar la felicidad.

Pasó lo más cruel,

Ahora tus ojos se llenan de luz

Y tus manos de miel.

Víctor incluye en el disco El derecho de vivir en paz nuevas canciones, escritas en el primer año del poder popular. En la grabación de este disco participaron asimismo Angel Parra, el grupo Inti-Illimani y el compositor y profesor de música Celso Garrido Lecca. Por primera vez Víctor decidió introducir un acompañamiento musical nuevo para él. Invitó el famoso conjunto de instrumentos electromusicales Los Blops, que le acompañó en la grabación de dos canciones. El experimento resultó un acierto.

Pero el instrumento preferido de Jara era la guitarra acústica, que lo acompañó durante toda su vida. Su expresividad y popularidad ayudaban a Víctor a establecer estrecho contacto con el público. Víctor la dominaba a la perfección.

En aquellos años Víctor se inspiraba en la edificación de la nueva vida. Las melodías de Víctor acompañan a los chilenos no sólo en la lucha, sino también en el trabajo. El tiempo exigía nuevas canciones. En mayo de 1971 el Gobierno proclamó el día de trabajo voluntario. En el primer día nacional de trabajo voluntario participaron alrededor de un millón de chilenos. Víctor dedica su canción Los trabajos voluntarios a este acontecimiento.

Los compañeros de Víctor en el nuevo arte comparten las ideas y los sentimientos del pueblo de Chile. En el mitin del primero de mayo Salvador Allende llamó a los trabajadores a «ganar la batalla de la producción». Sergio Ortega compuso la Marcha de la producción y Angel Parra, la canción Miles de manos.

El 11 de julio de 1971 se proclama Día de la Dignidad Nacional para conmemorar la nacionalización de las minas de cobre que hasta entonces habían pertenecido a las compañías estadounidenses. Este hecho inspiró al joven compositor Eduardo Yáñez a componer la canción Nuestro cobre.

La guitarra de Víctor sonaba por doquier. Reanuda sus viajes por el país: un día canta a la sombra de los eucaliptos en un pueblo del sur para los campesinos que acaban de recibir certificados de posesión de la tierra. Otro día actúa en el taller de una fábrica textil de Santiago de la que los obreros pasaron a ser dueños.

Cuando a Víctor lo invitaron al Festival folclórico de la importante fábrica «Textil Progreso», compuso la canción Cómo cambian los tiempos, compadre. Jara actuó junto con cantantes aficionados. Luego recordaba: «Quedé muy emocionado porque participaron compañeros con canciones originales que llamaban a la solidaridad con problemas que tienen que ver con su máquina, con sus compañeros de trabajo».

Fue una fiesta de hombres que por fin respiraban a pleno pulmón.

La mayoría oposicionista en el Congreso Nacional no se atrevió a intervenir en contra del proyecto de la ley de la nacionalización del cobre, principal riqueza del subsuelo de Chile. No obstante, ponía todo tipo de obstáculos a la creación del sector estatal en otras ramas de la economía. El Gobierno no tenía toda la plenitud del poder y tomaba bajo su control las empresas, cuyos dueños se dedicaban al sabotaje e infringían las leyes laborales. Aunque esas medidas tenían fundamento jurídico, la mayoría parlamentaria opinaba que no debían realizarse por decreto presidencial, sino por decisión del Congreso Nacional. Y el Congreso seguía una política obstruccionista. No es casual que las disposiciones del Gobierno, referentes a la esfera de la cultura, la prensa, la televisión y la radio, no se cumplieran.

Así, René Largo Farías, director de la peña «Chile ríe y canta», fue nombrado jefe de sección de la radio en el palacio presidencial. Por su iniciativa se aprobó la circular número uno, que prescribía a todas las emisoras del país transmitir un 15% de música folclórica chilena y un 25% de música de autores nacionales de otros géneros. De este modo el poder democrático quería hacer frente a la americanización del éter chileno y oponerse a la penetración de los sucedáneos de la «cultura masiva». Pero ninguna emisora cumplió esa disposición del Gobierno. René Largo Farías confiesa con amargura: «Y nunca fuimos capaces de aplicar sanciones».

En el éter y en la pantalla de TV se desplegó una enconada lucha entre el Gobierno y la oposición. Víctor participa en esa lucha con su intransigencia de siempre. Compone e interpreta por radio y televisión canciones de profundo contenido político.

Víctor Jara se convierte en el cantante más popular de las emisoras de izquierda. Pero a una de ellas —la emisora Magallanes, del Partido Comunista de Chile— lo unían lazos especialmente fuertes. Guillermo Ravest, director de la emisora, me contaba que Víctor iba a la Magallanes como a su casa. Consideraba su deber de comunista trabajar en la emisora del partido. Con frecuencia esa emisora estrenaba nuevas canciones de Jara. Cuando regresaba de giras, exponía sus impresiones ante el micrófono de Radio Magallanes. Sus charlas sobre la música popular chilena y la nueva canción eran muy interesantes. En una palabra, era el primer cantor de esa emisora.

Víctor tomaba parte en los programas televisados dedicados a la edificación de la nueva vida. Con frecuencia se transmitían en directo desde las empresas expropiadas a los capitalistas. Víctor hablaba a los obreros sobre la nueva actitud hacia el trabajo, de la lucha contra el sabotaje económico, de la actitud de los trabajadores hacia el arte.

Víctor compuso una hermosa pieza instrumental que pasó a ser señales de sintonía de la Televisión Nacional. Desde 1970 sonaba varias veces al día. La melodía se hizo popular, pero pocos sabían que su autor era Víctor Jara.

Al igual que muchos otros cantantes y músicos, Víctor jamás trabajó con tal inspiración. Las vastas masas populares obtuvieron acceso a la cultura. El Estado asumió el control de la edición de libros que en poco tiempo aumentó en un mil por ciento. Por primera vez se publicaron en grandes tiradas obras de autores progresistas extranjeros, literatura sobre Chile, manuales baratos para las escuelas. Fue muy fructífera la labor de los Estudios «Chile Films» que, después de su nacionalización, encabezó el joven director de cine Miguel Littín. En tres años del Gobierno de la Unidad Popular se rodaron doce largometrajes de argumento.

La DICAP editó en grandes tiradas discos. La peña «Chile ríe y canta» se amplió al doble. «Los Parra» se convirtió en el centro cultural y político del barrio.

La Universidad Técnica (del Estado) era por tradición un baluarte de las fuerzas de izquierda. Ahora, gracias al apoyo del Gobierno, su labor de ilustración se extendió a todo el país. El célebre director de orquesta Mario Baeza, uno de primeros maestros de música y canto de Jara, se incorporó a la labor de la Secretaría de Extensión y Comunicaciones de la Universidad. Baeza dirigía el gran coro central de Santiago; se formaron ocho coros en otras ciudades.

Jara resolvió no volver a su trabajo de director teatral, sino quedarse como solista en la Secretaría de Extensión y Comunicaciones de la Universidad Técnica, donde invitaron a trabajar también a Isabel Parra y los grupos Quilapayún, Inti-Illimani y Cuncumén.

¿Por largo tiempo abandonaría Jara el teatro? ¿Cuál era su vocación: el montaje de piezas teatrales o el canto? Los últimos años el canto lo absorbió por entero. Pero… En una palabra, Jara creía que la vida le sugeriría lo que debía hacer.

En 1971 cantantes, músicos, compañías de teatro y de ballet, y pintores hicieron un viaje excepcional en el tren popular de la cultura, con ellos iba Víctor Jara.

Santiago se encuentra a gran distancia de Puerto Montt. El ferrocarril pasa por verdes valles, entre montes y volcanes, atraviesa ríos torrenciales y tupidos bosques. Antes nunca había recorrido estos parajes un tren tan exótico, adornado con banderas, pancartas y dibujos. Corrían los vagoncitos y las plataformas habilitadas para escenarios.

El tren paraba en ciudades y pueblos y lo desviaban a un apartadero. En la plaza, frente a la estación ferroviaria, montaban exposiciones de pintura y escultura, se proyectaban nuevas películas, se presentaban espectáculos teatrales y de ballet, y se daban conciertos. El público acogía con agrado a los artistas que habían hecho suya la bandera del pueblo.

Aquel mismo año, por iniciativa de Salvador Allende, los grupos y cantantes folclóricos salen en giras artísticas por el extranjero. Van a contar la verdad de su patria victoriosa, porque demasiadas mentiras se divulgaban allá para desacreditar el poder popular en Chile.

Víctor Jara viajó mucho por América Latina. «En estos momentos cantarles a los pueblos latinoamericanos es como cantarle al resto de Chile —dijo Víctor—. No interesa que a Víctor Jara lo llenen de aplausos, sino interesa que conozcan a su pueblo y cantando pueda ayudar a que sepan quienes somos y por qué estamos llevando adelante este proceso».

En noviembre y diciembre de 1971 Víctor visitó Costa Rica, Colombia, Venezuela, Perú, Argentina y México. Cantó en salas de concierto, universidades y clubes sindicales, tuvo encuentros con obreros, participó en asambleas y actos de solidaridad con Chile, con frecuencia mantenía diálogos con los espectadores y les hablaba de lo que sucedía en Chile. A veces los enemigos lo interrumpían con gritos furiosos, pero los amigos —que eran la inmensa mayoría— apoyaban entusiásticamente al cantante.

A comienzos de 1971, después de varios años de cartearse e intercambiar grabaciones musicales con Víctor, llegó a Chile Rubén Ortiz. Por primera vez vio a Jara en persona, pero se encontraron como si fueran viejos amigos. El cantante mexicano visitó la peña «Los Parra», escuchó a Víctor y a Angel Parra. El grupo Inti-Illimani le enseñó cómo se tocan los instrumentos andinos. Charlaron mucho y discutieron acaloradamente. Como dice Rubén Ortiz, estos encuentros marcaron el comienzo de los contactos amistosos del conjunto mexicano Los Folcloristas con destacados representantes de la Nueva Canción Chilena. Y ahora citaré un fragmento de los recuerdos de Rubén Ortiz, publicados en 1981 en la revista cubana Música:

«Al poco tiempo de esa reunión vendría a México Víctor Jara por única vez, desafortunadamente pocos días. Todo se realizó con el apresuramiento e improvisación que nos caracteriza a los latinoamericanos: una carta y una llamada telefónica, a tan sólo quince días de su arribo, no permitieron organizar las cosas como hubiese sido deseable…

»Fueron cuatro presentaciones: en la sala Manuel M. Ponce de Bellas Artes, peña de los Folcloristas, Auditorio de la Facultad de Medicina en la UNAM, y el foro abierto de la Casa del Lago; a estas actuaciones habría que añadir un video-tape en blanco y negro para el Canal II del Politécnico.

»El lazo, Preguntas por Puerto Montt, Te recuerdo, Amanda, Plegaria a un labrador, todas enmarcadas dentro del optimismo que le producía ser el vocero de la esperanza chilena y que transmitía al público con su irónica versión tomada de Little houses, de Pete Seeger, o a su propia manera, Las casitas del Barrio Alto, o bien cuando todos coreábamos Ni chicha ni limoná, canción para alentar a timoratos y dudosos del cambio.

»Esto sucedía en el plano de las presentaciones: fuera de ellas, dentro de la escena familiar, pude conocer al hombre en sus momentos felices, con sus preocupaciones, sus nostalgias, su gran ternura hacia los niños. A la memoria vienen un sinnúmero de recuerdos que, acentuados por la irremediable ausencia del amigo, se hacen presentes en todo momento; algunos, anecdóticos quizás, pero que contribuyen a formar una idea de su personalidad; otros, en el marco de nuestra relación amistosa, y aquéllos, cargados de un carácter premonitorio tan sorprendente, que se advertían en varias de sus canciones.

»El recuerdo de un viaje a Teotihuacán me trae una imagen feliz a la memoria, lo encuentro comiendo con mi familia bajo un frondoso pirul, luego el rato de “futbolito” jugando con los niños y con Hernán Briones, amigo que lo acompañó desde Chile, y del que no hemos vuelto a saber nada después; la obligada ascensión a la Pirámide del Sol —ya cuando la tarde caía y el viento calaba los huesos—, lo cual le permitió contemplar extasiado la magnificencia del conjunto teotihuacano, símbolo y orgullo de nuestra cultura, mientras yo pasaba frío y apuros tratando de controlar a varios niños. Por fin, desciende, y a la pregunta obligada de “¿Qué te pareció? ¿Cómo te quedó el ojo?” me contesta: “…después de ver esta maravilla desde lo alto, y luego observarlos a ustedes pienso que están en decadencia”, lo que me puso serio y a reflexionar en que si los mexicanos actuales hemos hecho algo o bien seremos capaces de lograr realizaciones que se equiparen a las que nos legaron nuestras culturas, antes de su destrucción, o al menos estar a la altura de salvaguardar nuestro patrimonio cultural…

»También recuerdo su gran alegría en el concierto que dio en la Casa del Lago en un memorable domingo, que luego de un mal principio por parte de él repitiendo sin cesar en casa: “Yo no puedo cantar tan temprano, qué quieres, no me siento bien cantando tan temprano…”, fue mejorándose con la cálida bienvenida que le brindara el bello escenario, frente al Lago de Chapultepec, pletórico de gente del pueblo, estudiantes y amigos que asistíamos a su última presentación, esto, con el preámbulo de haber podido presenciar un espectáculo del bello folclore cazaqueño, danzas de la Guelaguetza, con todo el colorido de las tehuanas, que un momento dado aventaban “piñas” al público. Él andaba feliz, “…a mí, a mí…” les gritaba como un niño, a las muchachas que bailaban, hasta que alcanzó su piña, que al rato paladeó gustoso. Luego, un gran concierto, de real proyección, sabiendo manejar hábilmente su relación con el público, logrando “meterlo en la bolsa” como solemos decir en México. Así lo recuerdo siempre que vuelvo a ver las fotografías que tomé aquel día…

»Después vino la despedida, donde narró un comentario que no tendría mayor valor que el de coincidencias premonitorias y que pasarían inadvertidas normalmente, en la generalidad de los casos:

»Justo al salir hacia el aeropuerto llega René Villanueva[9] a despedirse y le dice: “¡Qué bueno que te alcanzo, aquí te dejo una réplica de lo que tanto te gustó!” (refiriéndose a una reproducción de un cráneo en cristal cortado, como los que tenían los collares prehispánicos), a lo que Víctor contesta: “¿Por qué me regalas la muerte?” (con la debida aclaración de René, en el sentido de que en México es normal regalar calaveras, cráneos de dulce que nos chupamos y todas esas formas alusivas a la muerte que aparecen en el arte popular de nuestro país) y, añadiendo que dado el interés que él había demostrado al conocer otra pieza similar, le dijo: “Pensaba que te iría a gustar”. “Claro, ya entiendo, muchas gracias” —respondió Víctor. Nos despedimos de René y marchamos rápido a tomar el avión. Durante el trayecto hizo varios comentarios sobre esa costumbre del mexicano, respecto a su relación con la muerte[10]. En el aeropuerto Benito Juárez nos despedimos con amistoso abrazo y reiterados propósitos de volver a encontrarnos en Chile, en México o en cualquier lugar. Como ocurre entre los amigos, sin pensar qué va a pasar luego…».

Cuando Víctor regresó a su patria, se le destacó con un premio más: el Laurel de Oro como el mejor compositor de 1971.