—¿Claudia? ¿Estás durmiendo?
—¿Tomás? ¿Eres tú?
—No.
—¿Quién eres?
—Lo sabes.
—No, no lo sé. Estoy intentando dormir. Tomás está medio inconsciente, y tú has muerto con la cabeza entre las puertas. Por tanto, procura seguir muerto y que te den por el culo.
—Siento que me hayas conocido así, Claudia. Yo no era una mala persona, tiempo atrás.
—Nooo, venga ya. Cuéntame alguna historieta divertida. Cuéntame que has estado a punto de violarme y de convertir a Tomás en filetes porque tu madre te obligaba a lamer los pañales sucios. Hazme reír. Lo necesito.
—No, de verdad. Es desagradable que me hayas conocido bajo este aspecto. Yo creía ser un rebelde en el colegio, odiaba a mi padre, odiaba en lo que se había convertido, un fantasma en camiseta tirado en el sofá. Una larva que no se dignaba a mirar a mi madre, que se gastaba todo el dinero en el bar y con la puta desdentada a la que frecuentaba desde hacía veinte años. Yo daba vueltas por la calle, de noche, medio borracho, apagando las farolas a patadas.
—Me lo imagino, me lo imagino, qué historia tan triste. Mira, entonces te perdono, te comprendo. De verdad, has hecho bien en acuchillar a Tomás, ahora está ahí sangrando como un cerdo, pobrecito, pero toda la culpa es de tu viejo que se iba de putas. Ya. Tienes cuarenta años y todavía no has superado el trauma de que tu viejo se fuera de putas, muy razonable. Tal vez haya sido mejor así, pobre diablo. Quizá estás mejor entre las puertas, con el cerebro escurriéndose por el vano. ¿Qué te parece?
—¿Sabes, Claudia? Yo participé en un concurso, una vez. Un concurso de dobles de Elvis.
—No me digas.
—Yo me había entrenado muchísimo para ese concurso, había preparado «Can’t Help Falling in Love». Había ensayado delante del espejo, con la grabadora. Estaba perfecto. Absolutamente perfecto. Pues bien, llegué al concurso emocionado como un niño, a aquella sala de baile vulgar en la Bassa, fui al baño cinco veces de nervioso que estaba y, en el último momento, me cambiaron la canción. Me sentó fatal.
—Me lo imagino. Una situación terrible. Angustiosa.
—Tuve que improvisar, canté «Suspicious Mind», pero no me la había preparado, ¿entiendes?, no estaba listo. Quedé duodécimo. Después de todo el tiempo invertido en prepararme, después de todos los ensayos ante el espejo y la grabadora, quedé duodécimo.
—Se me parte el corazón. Ahora que te has desahogado, por compasión, ¿me puedes hacer el favor de volver a la oscuridad y seguir muerto? ¿Por favor?
—Habría ganado si me hubiesen dejado cantar «Can’t Help Falling in Love». Habría ganado. Estoy seguro.
—¡QUE TE DEN POR EL CULO! —exclama Claudia en voz alta. Se pone en pie de un salto mientras le crujen las rodillas ¡ME IMPORTA UN HUEVO TU CONCURSO DE MIERDA! ¡ARDE EN EL INFIERNO! ¡ESTÁS MUERTO, SIGUE MUERTO! ¡ARDE EN EL INFIERNO! ¡ARDE EN EL INFIERNO!
En la oscuridad, no llega ninguna voz que responda. Sólo la tos líquida de Tomás, pocos centímetros más allá.