Décima hora

La llama del Zippo ha muerto hace ya una hora, pero Claudia no tiene miedo a la oscuridad. Está demasiado ocupada intentando recordar la letra de una canción, sentada, concentrada, con los puños en las sienes.

Tiempo atrás se le metió en la cabeza aprender las nociones básicas de guitarra, con la única ayuda de la Clarissa olvidada por su hermano, con un manualillo de acordes y un libro de canciones de Vasco Rossi. No había llegado más allá de un rasgueo informe de las cuerdas que recordaba vagamente la base de una de aquellas canciones, aquella en la que siempre, sin remedio, confunde la letra. Comienza a cantarla, débilmente, en la oscuridad, llega hasta el punto en el que no consigue recordar. Después renuncia, y pide ayuda.

—¿Tomás? ¿Cómo es la letra de «Albachiara»? ¿Dice primero «Nei tuoi pensieri» o «Nei tuoi problemi»? Yo me acuerdo de cómo se toca en la guitarra, do, sol, la menor, de esto me acuerdo, pero me he olvidado de la letra. ¿Qué va antes, «Nei tuoi problemi» o «Nei tuoi pensieri»?

—No lo sé.

—Da igual. Cántala conmigo. Cantémosla como nos salga.

La voz de Claudia parece el triste aullido de un coyote con el desierto en la garganta. Cuando la canción se encuentra con el obstáculo de los pensamientos y los problemas, la deja morir sin pesar.