AL día siguiente de la marcha de mi jefe, nada más llegar al despacho Chamberlain me informó de que tenía una llamada en espera por vía cuántica.
—Se ha identificado como una de sus madres, si no entendí mal, señor Zimmer. Confío en que no se trate de una broma.
—Algún día te explicaré como nos relacionamos en Tingis, mi planeta natal. Abre comunicación, por favor.
Era Helga, cómo no, mi madre favorita. Parecía que los años no pasaran por ella. Su pelo negro con reflejos azul cobalto, recogido en una coleta, seguía tan espléndido como siempre. De pequeño me quedaba arrobado contemplándola, y me esforcé por no hacer ahora lo mismo. Nos saludamos cariñosamente.
—Esta llamada te costará una fortuna, mamá —la reñí en cuanto me dio oportunidad—. El clan no puede permitirse muchos despilfarros…
—Corre por cuenta de la Asamblea, cariño. Nos hemos ganado ese derecho gracias a tu trabajo. Estamos orgullosos de ti; siempre supe que no nos defraudarías. ¿Recuerdas lo bajo que había caído el clan cuando tu prima Silvia se fugó con un saxofonista? Y eso, poco antes de que el abuelo Chester se creyera la reencarnación del capitán Manso. Menudo bochorno… Se plantificó en medio del Anfiteatro Regio en plena Exaltación de las Prosopopeyas, gritando «¡Malditos imperiales, me las pagaréis todas juntas!», a la vez que corría a pedradas a los oficiantes.
—Cómo olvidarlo, mamá. Nos hundió en la miseria.
—Sí, tuvimos que quemar los pendones, untar los pebeteros con ceniza y ocupar un escaño en la periferia de la Asamblea. ¡Hasta los Wendell zascandileaban por encima de nosotros! Pero ahora que eres diplomático de carrera, hemos sumado méritos y ya nos codeamos con los Muntz. Incluso nos concedieron el derecho a ondear pendones bermejos. Eres lo único decente que ha salido de los Zimmer en mucho tiempo, hijo mío —lo decía de corazón, con la dicha pintada en el rostro.
—Escucha, mamá, todavía estoy empezando. Sólo soy un agregado comercial. No echéis las campanas al vuelo, ni os embarquéis en negocios arriesgados.
—No seas modesto. Eso significa que aún puedes subir mucho más. Llegarás a trabajar en el mismísimo C.S.C., seguro. Y entonces podremos mirar por encima del hombro a los Aznar y los Balmer, y nuestras bestias mancillarán sus abrevaderos. Ya estamos gestionando dotar a tus hermanos para que busquen consortes y funden un clan subsidiario.
En fin, amigo lector, no te cansaré con un relato de las complejidades de la sociedad tingitana. Basta con que sepas que nos organizamos en grandes familias extensas, y que el prestigio es el motor del progreso en todos los ámbitos. El fracaso supone que los miembros de un clan tendrán que ocuparse de los peores trabajos, como sudar en un invernadero o limpiar las letrinas públicas. Las posibilidades de entablar relaciones con fines reproductores o de convivencia resultan en tal caso muy problemáticas. En cambio, el éxito individual repercute en el estatus del clan. Y yo era la principal baza del mío. No podía fallarle.
La llamada de Helga me recordó que la obligación estaba ante todo, así que aparqué el tema del níscalo y me esforcé por ponerme al día de todos los asuntos concernientes a los intereses corporativos en Mycota. En cuanto al personal del consulado, al principio preferí mantenerme un poco distante, aunque correcto e interesándome por sus sugerencias. Supongo que esa mezcla de juventud y circunspección les hizo gracia, hasta que poco a poco fui ganándome su confianza.
Una vez que dominé los intríngulis del trabajo y delegué algunas funciones secundarias, pude ocuparme del misterio del difunto Samuel Carrión. Mis subordinados estaban tan perplejos como Súñer y meneaban apesadumbrados la cabeza cuando mentábamos el asunto.
—¿Quién iba a pensar que perdería la chaveta? —dijo una secretaria, dando un suspiro de ésos que salen del alma—. Ay, con lo apañado y buen mozo que era…
En cuanto a su vida privada, Samuel residía en un pequeño apartamento de la avenida Malençon, anodino por lo demás. Por las tardes se dedicaba a hacer horas extras como auxiliar de laboratorio con la doctora Torres, y durante los fines de semana, a romper corazones. O a intentarlo, al menos.
Adela Torres… Por lo que me contaron, se trataba de una persona genial pero arisca como pocas. A nadie le caía simpática. Seguí indagando. Por una feliz coincidencia, en unos días se celebraría en la ciudad de De Bary el Certamen Anual Font Quer, algo así como unos juegos florales científicos donde se mezclaba lo lúdico, la gastronomía, conferencias, mesas redondas y entrega de preciados galardones. Una eminencia como ella no podría dejar de asistir.
Tenía claro que la única y remota posibilidad de esclarecer lo del níscalo era charlar con la doctora, a ver si se dignaba contarme algo. Por tanto, una vez puestos en orden mis asuntos y sin otros compromisos a la vista, decidí alquilar un coche y curiosear en aquel Certamen. Chamberlain se empeñó en avisarme de los peligros que me acechaban si me empecinaba en viajar solo. Traté de tranquilizarlo e insistí en que me cuidaría y huiría de los excesos.
—Sí, lo mismo me dijo Lilian Wu, que en paz descanse: «Sólo voy a la Feria de Alcaloides a curiosear; jamás se me ocurriría probar droga alguna». La pobre acabó enganchada al cornezuelo hasta que se tiró por aquel barranco. Con lo prometedora que era…
Desde luego, Chamberlain carecía de rival a la hora de levantar ánimos. Por supuesto, no le hice el menor caso y planifiqué mi escapada a De Bary.