EL restaurante La Tana no era muy grande. Su entrada quedaba semioculta en el costado de un edificio de apartamentos y resultaba acogedor, con sus mesas y sillas que brotaban del suelo como excrecencias fungosas y las setas luminosas de las paredes, que aportaban tonos pastel a la decoración del comedor. Para mi sorpresa dos de las paredes interiores eran de auténtica piedra, pero enseguida comprendí el porqué. Las habían recubierto de líquenes de diversos colores que componían bellos tapices, con originales dibujos abstractos o incluso algún paisaje. Al parecer, en Mycota la pintura también se hacía con materiales vivientes. Me pregunté cómo se las apañarían los artistas para lograr que cada especie liquénica creciera ocupando un lugar preciso en el cuadro, sin sobrepasar a sus vecinas.
La carta era bastante completa y cosmopolita, ya que incluía especialidades veganas o rigelianas, aunque me llamaron la atención varias ausencias que hice notar a Súñer.
—No se extrañe, Zimmer. Ciertos grupos de organismos son considerados indeseables y su consumo es tabú.
—Ya me he dado cuenta de que no hay mollejas de gandulfo —repuse—. No iba a pedirlas, desde luego; abusaría de su hospitalidad.
Súñer sonrió.
—Los sacerdotes no se ponen de acuerdo sobre la filiación taxonómica de los gandulfos, ni siquiera a nivel de reino, así que su ingesta es tachada de pecaminosa. Lo más parecido son las mollejas de manjulete. ¿Ha oído hablar de ellas? —negué con la cabeza—. Se trata del pájaro comepiedras de Olo-Tipanur. No están mal, aunque las prefiero a la hora de los postres. Si me permite elegir por los dos, creo que quedará satisfecho.
Por supuesto no puse ninguna objeción, y no me quedó sino alabar el buen gusto de Súñer. La comida resultó deliciosa, especialmente las arañitas arcturianas rebozadas con miel de lagarto de Chandrasekhar. Todo un caballero, no permitió que yo pagara nada, a pesar de mis protestas. Luego, tras los cafés y una deliciosa infusión relajante a base de adormidera, siguió aleccionándome.
—Veo que viste usted un sobrio traje gris, como el mío. Es una buena elección. Si pasa mucho calor, le sugiero que encargue uno de tela liviana termosensible pero jamás, bajo ningún concepto —dijo esto muy serio y marcando sus palabras con gestos de la mano— se le ocurra adoptar la indumentaria nativa. De acuerdo, el traje proclamará que es usted extranjero a los cuatro vientos, y será tratado con condescendencia o cordialmente ignorado. Sin embargo, eso es preferible a lo que le sucedería en caso de llevar una camiseta con el dibujo indebido, o un abalorio más de la cuenta. Uno de sus predecesores acabó en el hospital por exhibir la foto de una seta de cardo sobre fondo amarillo. Aparentemente, eso significa que la madre de su interlocutor es de moralidad dudosa. Un colgante que para usted puede ser simplemente chocante o divertido, tal vez sea interpretado como una alusión al tamaño de los genitales o a la salud mental del alcalde —sacó de una pitillera de cuero un cigarro, posiblemente de tabaco, y lo prendió antes de continuar—. Aunque en Mycota sólo tengamos una Delegación de tercer orden, debe usted procurar mantener la buena imagen de la Corporación. Prevenga por tanto el ridículo y los deslices, insisto. Eso sí, asuma que sufrirá algunos percances hasta que se vaya acostumbrando. Confío en que esto ocurra antes de su fallecimiento o expulsión del planeta.
Me dijo esto último tan serio que la sonrisa se borró de mi rostro.
—Trataré de estar a la altura, señor.
Dio otra calada al cigarro y me miró a través del humo.
—Más que asimilar datos a imitación de un coleccionista de sellos, intente aprender cómo funcionan las cosas y los ciclos vitales de las especies más comunes —volvió a disfrutar pausadamente del aroma del tabaco—. Pero a pesar del peligro, Mycota me sigue maravillando. Todo esto que ve —señaló a las mesas, y luego al techo— está vivo, formado por hifas entrelazadas y aglutinadas hasta crear un material a la vez duro y flexible, como el biometal. También hay hifas transparentes, ideales para convertirse en fibras ópticas. Otras conducen la electricidad, ayudan a la cimentación de los edificios… Si el Ayuntamiento desea construir un nuevo barrio, sólo tiene que sembrar el terreno con esporas, y las casas crecerán solas, a la vez que abrirán su propio sistema de alcantarillado y reciclaje de materia orgánica. Las farolas brotarán del suelo, e incluso la calzada se pavimentará por sí misma. Si una zona ha de ser remodelada, sólo hay que soltar unos cuantos hongos parásitos genéticamente modificados que se ocuparán de la demolición y el reciclaje de los restos.
—Fascinante…
—Desde luego. En cuanto a setas y demás, son empleadas para la obtención de alimento, como mobiliario, iluminación, adorno… —hizo una pausa—. O como armas. Y no me refiero sólo a los venenos.
Estuvo un rato más hablándome sobre Mycota. Algunos detalles sobre ciertos hongos resultaban alarmantes, pero lo relajado del ambiente hizo que no me preocupara demasiado. Al fin nos levantamos y abandonamos el restaurante. Nada más salir, Súñer me dijo algo que hizo que mis adormecidos sentidos se despabilaran.
—No debería contárselo, Zimmer, pero en realidad ha sido destinado aquí porque sus maestros opinan que es usted un diplomático prometedor. Mycota es un excelente banco de pruebas. Si sabe desenvolverse adecuadamente, será promocionado a alguna embajada de postín. En caso contrario… —se encogió de hombros—. Bueno, de la Academia salen bastantes aspirantes. La vida es dura, Zimmer. Nadie derramará una lágrima por usted si fracasa.