II

NO creas que exagero, amigo lector. Como irás constatando a lo largo del relato, en Mycota el fervor hacia los hongos se llevaba hasta sus últimas consecuencias. Supongo que a sus Padres Fundadores, ciegos de cornezuelo o de Amanita muscaria, se les antojó diseñar un mundo en donde toda la tecnología que no tuviera que ver con la Ingeniería Genética fuera proscrita. Nadie dio un centavo por ellos, y les adjudicaron una bola estéril para que acabaran allí sus días sin incordiar demasiado. Pero aunque desquiciados, eran biólogos de primera. Terraformaron el planeta y rediseñaron los hongos que se habían traído de la Vieja Tierra hasta convertirlos en herramientas útiles, viviendas, generadores de energía u objetos de insospechada valía. Incluso adoraban a los hongos, un culto peculiar que habrá hecho removerse en su tumba a cuantos fundadores de religiones en el Ekumen han sido.

Tal vez hayas fruncido el ceño, amigo lector, al suponer que mi relato va a consistir en una relación de nombres técnicos, tan sólo de interés para los micólogos. Quédate tranquilo y sigue leyendo, porque esos fascinantes organismos son bastante sencillos de comprender, aunque no seas científico. En el siguiente párrafo te suministraré unas nociones básicas para no perderte, y después proseguiré con mi narración.

Aunque existen hongos microscópicos, como las levaduras, las demás especies son filamentosas. De hecho, un hongo es una pelusa viva, que se nutre descomponiendo la materia orgánica o fermentándola. Cada filamento recibe el nombre de hifa, y el conjunto de éstas constituye el micelio. Y ya está. Las conocidas setas, con las que seguramente habrás interactuado en un restaurante, son sus cuerpos fructíferos, plataformas de lanzamiento de esporas. Una seta se genera mediante agrupamiento de hifas, como un muñeco hecho a partir de una madeja de lana. Los bioingenieros de Mycota sólo tuvieron que explotar este peculiar crecimiento para edificar su mundo. Si quieres conocer más detalles, conéctate a la Red y busca alguna enciclopedia. Las inteligencias artificiales que las gestionan estarán encantadas de ilustrarte.

Yo me había empapado de esa información y mucha más durante el largo viaje de ida. El Gobierno de Airefresco había prohibido los teleportadores en todo el sistema para evitar contaminaciones culturales indeseadas, y el comercio con el exterior tenía que pasar por un astropuerto situado en la Nube de Oort del sistema. Allí transbordé de la nave de línea corporativa Lisístrata a un transporte local bastante cómodo, aunque un tanto deprimente por la asepsia de los camarotes y la absoluta falta de decoración. No era extraño, ya que cualquier adorno ofendería sin duda a algún habitante de uno de esos mundos, tan susceptibles a los detalles estéticos. Lo que para unos eran alegres adornos, a otros les suponían ultrajes dignos de ser lavados con sangre.

En cuanto llegamos a la órbita de Mycota tuve que pasar por la cuarentena. Me examinaron de arriba abajo y me atiborraron de fármacos que eliminaron toda mi flora intestinal, para sustituirla por levaduras que desempeñaban idéntica función. Cuando le pregunté al médico de a bordo la razón de aquello, me miró como si fuera un niño ignorante.

—Las levaduras y familias afines son hongos, señor Zimmer. Debería agradecernos que le purifiquemos los intestinos de procariotas.

Y se quedó tan fresco. En pocas palabras, lo limpiaban a uno tanto por motivos de bioseguridad como por imperativo religioso. Los Padres Fundadores de Mycota tuvieron la feliz idea de que algunos grupos de organismos debían ser desterrados, ya que ensuciaban la pureza fúngica, y entre los proscritos figuraban las bacterias y sus parientes. Fue todo un tour de force biológico, no lo niego, pero a mí me costó pasar varios días en una estación orbital alimentándome de porquerías fermentadas para que mis tripas no se consideraran pecaminosas, y repasando una y otra vez holos con las peculiaridades de su cultura para matar el tiempo. Caray, si hasta los ordenadores funcionaban a base de biochips de ADN fúngico…

Cuando me comunicaron que por fin podía bajar al planeta, fue como una liberación. Se acabaron la espera y el hastío. «Tiembla, Mycota», pensé, «que aquí llega Theo Zimmer».