17

Chen se despertó a medianoche.

Shanshan dormía a su lado, con la cabeza apoyada en su hombro y las piernas entrelazadas con las suyas. Por entre las cortinas, ligeramente abiertas, asomaba un rayo de luna. El cuerpo desnudo de Shanshan resplandecía como la porcelana. Entre sus pechos, apenas cubiertos por una manta arrebujada, comenzaban a secarse unas gotas de sudor.

A través de la ventana, Chen divisó una luz tenue que parpadeaba a lo lejos y luego se apagaba al otro lado de las aguas nocturnas. Las estrellas refulgían en lo alto y parecían susurrarle algo a través del sueño que ahora se desvanecía. Un barco navegaba en silencio. El tictac del reloj eléctrico medía los segundos invisibles.

Así que había sucedido. Aún le costaba creerlo. Parecía como si antes hubiera sido otro hombre y ahora recordara, asombrado, lo que le había pasado a otra persona. Volvió a mirarla, con el cabello negro desparramado sobre la almohada blanca, el pálido semblante tranquilo y a la vez extenuado por la pasión, después del momento de consumación en el que llegaron las nubes y cayó la lluvia.

En el siglo II antes de Cristo, Song Yu, un célebre poeta del estado de Chu, compuso una rapsodia sobre la relación entre el rey Chu Xiang y la diosa de la montaña Wu. Al separarse, la diosa prometió que volvería a él en forma de nubes y de lluvia. Una metáfora asombrosa, que se convertiría en una especie de eufemismo para referirse al amor sexual en la literatura china clásica.

El recuerdo de la noche irrumpió con fuerza en la oscuridad, iluminando a Chen con detalles fragmentados. La intensidad de su pasión se vio acentuada por un dejo de desesperación que los invadió a ambos. Era imposible adivinar lo que les sucedería: a ella, a él, al mundo. Sólo podían disfrutar del momento de ser, perderse y encontrarse de nuevo en el otro.

Cuando estuvo sobre él, Shanshan se convirtió en una nube blanca resplandeciente, lánguida, sinuosa, blanda y a la vez sólida, arrolladora, casi evanescente, que se le aferraba y se estremecía al alcanzar el orgasmo, una lluvia repentina, increíblemente cálida y a la vez fresca, que salpicaba mientras su larga cabellera caía en cascada sobre el rostro de Chen como un torrente, despertando sensaciones que él nunca había conocido. Entonces ella serpenteó bajo su cuerpo como el lago de fluir incesante, subiendo y bajando en la oscuridad, arqueándose, envolviéndolo con su cálida humedad, arrastrándolo hasta lo más profundo de la noche e izándolo de nuevo a la superficie, mientras lo sujetaba con fuerza entre las piernas en un sinfín de oleadas convulsas.

Después yacieron en silencio abrazados, lánguidos, en sincronía con el agua del lago que lamía la orilla en la quietud de la noche.

—Tenemos el lago para nosotros solos.

Shanshan susurró una respuesta ronca antes de dormirse de nuevo en sus brazos.

—Sí, nosotros somos el lago.

Un ave nocturna ululó muy cerca, aunque sonó inquietantemente lejana. Chen esperaba que no fuera una lechuza, porque se suponía que traían mala suerte a esa hora. Un presentimiento angustioso e inexplicable lo llevó de nuevo al momento presente.

Una vez más se volvió hacia Shanshan, que seguía acurrucada a su lado. Los rasgos serenos de la muchacha resplandecían bajo el rayo de luna que inundaba la habitación. Chen la contempló henchido de gratitud.

Ahora no le apetecía pensar, pero tenía que hacerlo. Al menos debía pensar en un plan para protegerla, y entonces, si era posible, en otro plan para su futuro juntos.

Sin embargo, ocho o nueve veces de cada diez las cosas de esta vida no salen tal y como uno las ha previsto, como dijo en cierta ocasión un sabio.

En sus años estudiantiles Chen esperaba ser cualquier cosa menos policía, pero fracasó.

Entonces intentó ser un buen policía. ¿Estaría fracasando también ahora?

No estaba preparado para admitirlo, aún no. Nada podía juzgarse fuera de contexto. Eso era algo que había aprendido siendo policía.

Para Chen ser un buen policía consistía, invariablemente, en resolver un caso de forma concienzuda. El caso actual entrañaba, además, la obligación de garantizar la seguridad de Shanshan.

¿Sería capaz de lograrlo? A fin de cuentas, en este caso todo giraba en torno a la política, como las bolas de colores en la mano de un mago, que, por desgracia, no era la suya. Así que a Chen no le quedaba otra opción que jugar sus cartas como un poli, cosa que no resultaría fácil. El enfoque adoptado por los agentes de Seguridad Interna podría ser político, pero ellos al menos tenían pruebas y testigos. Dejando a un lado la política, Chen no guardaba ningún as en la manga. Por no mencionar el hecho de que, por primera vez en su carrera profesional, se enfrentaba a un posible conflicto de intereses.

Había algo en lo que Shanshan le había contado unas horas antes, algo relacionado con una declaración crucial para la investigación…

Shanshan se volvió y estiró una pierna bien torneada. Chen no pudo evitar alargar la mano y recorrer con los dedos la curva de su espalda desnuda y sinuosa, como las olas que

empiezan, y cesan y empiezan de nuevo,

con una cadencia lenta y trémula.

Una vez más, estaba demasiado distraído para poder concentrarse en el caso. Así que se levantó, fue a buscar el portátil que se hallaba en el salón y se lo llevó a la cama. Reclinado en un par de almohadas colocadas contra la cabecera, Chen se puso el portátil sobre el regazo mientras contemplaba el rostro de Shanshan, tan pálido a la luz de la luna.

No empezó de inmediato. Permaneció un buen rato sentado sin moverse, pensativo, sin ser consciente de que el tiempo se escapaba como las olas en la oscuridad. Comenzó a llover. Escuchó la lluvia que repiqueteaba contra las ventanas, e imaginó que el lago los rodeaba como un cinturón.

Para su sorpresa, Shanshan estiró un brazo y dejó caer la mano, que rozó con los dedos el teclado. Luego le tocó la pierna, como si ansiara asegurarse de que lo tenía al lado durante el sueño. El gesto inconsciente de Shanshan le trajo a la memoria los versos que había compuesto antes.

Chen comenzó a transcribir la avalancha de imágenes que irrumpían en su mente mientras pensaba en la solitaria batalla que había estado librando Shanshan en defensa del lago.

La primavera no tardará en irse de nuevo.

¿Acaso puede soportar más viento y más

lluvia? Sólo a la telaraña

le importa aún, mientras intenta capturar

un eco del recuerdo que se desvanece.

¿Por qué la puerta está siempre cubierta

con el polvo de las dudas?

El lago llora al contemplar

el sol, espléndido y silencioso.

¿Quién camina a tu lado?

La luna se despierta de una pesadilla

sumergida en amoniaco, pálida y

pensativa mientras especula

sobre el reflejo ácido del lago.

Las estrellas parpadean llorosas,

tiritando de frío.

Junto al lago florece un manzano

transparente a la luz, expectante;

sólo un gesto, nada más que un gesto.

La prueba siempre se hace

seleccionando la muestra pura

que cumpla con las normas.

Los versos estaban desorganizados, pero era preciso escribirlos todos sin interrupción. Chen siguió tecleando, yuxtaponiendo una escena a otra y saltando entre estrofas, sin apenas preocuparse por la estructura o la sintaxis. La realidad tampoco seguía un orden preestablecido.

Chen tuvo la sensación de que los versos fluían desde el lago, fluían a través de Shanshan. Él se limitaba a estar allí, aporreando el teclado. La calma que lo envolvía estaba impregnada de la sutil fragancia que emitía el cuerpo desnudo de Shanshan. Entre las imágenes que se iban sucediendo en la pantalla, Chen hizo una pausa para volver a mirarla. Apenas recordaba lo que pensó al verla por primera vez en el pequeño restaurante, hacía alrededor de una semana.

Intentó visualizar la ardua batalla que la joven ingeniera había estado librando aquí, mientras trabajaba en su empleo de protección medioambiental día tras día, sola junto al lago.

Pero ¿en qué la había ayudado él? Como miembro destacado del Partido y agente de policía merecedor de todos los privilegios, que ahora sustituía incluso a un cuadro superior en el centro, Chen nunca había prestado demasiada atención a los asuntos medioambientales. Sencillamente, estaba demasiado ocupado siendo el inspector jefe Chen, un cuadro emergente del Partido dentro del sistema. Apartándose de la frente un mechón empapado en sudor, Chen deseó haber conocido antes a Shanshan, y haberse informado más a fondo de su trabajo.

Entonces le añadió un toque íntimo al poema, tras recordar una conversación que ambos habían tenido acerca del lago.

Ayer por la noche, un ave acuática blanca

voló de nuevo hasta mi sueño,

como una carta, para decirme

que la contaminación estaba controlada.

Al despertarme, vi la nube nocturna

que atravesaba el éter mientras pensaba

con dificultad, sin dejar de temblar.

Parece que la llave sólo se oyó girar

en la cerradura una vez

antes de abrirse la puerta,

para dejar paso a las estrellas

de tenue resplandor

perdidas en el lago de los residuos…

Para terminar, Chen volvió al principio del poema y tecleó un título provisional, «No llores, lago Tai». Sabía que aún no estaba acabado, pero también sabía que mañana le esperaba un día muy duro como policía. Depositó el portátil sobre la mesilla de noche, tomó la mano de Shanshan y finalmente se durmió.