Capítulo 57

Cuatro días después de la aplastante victoria de Cozzano, el portavoz del Congreso sufrió una apoplejía durante una fiesta en un club privado de Washington, sentado en el baño de caballeros. Por recomendación del presidente electo, la familia del portavoz le envío al Instituto Radhakrishnan.

Un par de meses antes, la casa justo enfrente de la residencia Cozzano en Tuscola había quedado vacante y los Cozzano la habían comprado. Cy Ogle y algunos de sus mejores hombres se mudaron a ella y la convirtieron en el cuartel general de la transición. Si la casa de los Cozzano era la Casa Blanca de Tuscola, entonces la casa de enfrente era el edificio ejecutivo de Tuscola.

Cy Ogle hizo que instalasen un enorme sillón reclinable de piel en el salón y pasó gran parte de la mitad de noviembre tendido en él «como un saco de mierda», como decía, recuperándose de un resfriado, viendo la tele y disfrutando de su primera oportunidad de relajarse en lo que iba de año. Para él era un momento maravilloso. No sólo había devastado a los candidatos opuestos, sino también a sus competidores en el negocio de las elecciones. Incluso el temible Jeremiah Freel estaba en la cárcel. Y además, le encantaba la Navidad.

Después del día de las elecciones, Ogle, como jefe del equipo de transición, declaró una moratoria de tres semanas en todas las actividades oficiales del presidente electo. Igualmente, Eleanor Richmond se quedó cerca de casa —su apartamento de Alexandria— asistiendo a un par de partidos de fútbol americano de T.C. Williams (Harmon, Jr., se había convertido en un jugador estrella) y yendo de compras con su hija Clarice, en busca de un vestido para la toma de posesión.

A comienzos de diciembre, Ogle emitió una nota de prensa detallando los miembros del equipo de transición de Cozzano. Ogle afirmaba, por supuesto, que él mismo había escogido a esos hombres uno a uno, pero nada podría estar más lejos de la verdad. Quien los hubiese escogido había hecho un trabajo excelente: eran profesionales, tenían experiencia, no eran partidistas y tenían clase sin ser intimidantes. Poseían credenciales impecables y se les consideraba universalmente como personas éticas y dignas de confianza. Se afirmaba que esas personas habían pasado el último año en la sombra, preparando las directrices de la campaña Cozzano. Era claramente falso, pero Ogle debía admitir que sonaba genial. Toda la prensa seria estaba de acuerdo, y alababa las capacidades del equipo de Cozzano. El resto de los medios se conformaba con fotografías de Cozzano, su familia y séquito paleando nieve en Tuscola.

Ogle sabía que esa gente, cuyas conciencias había aporreado y maltratado sin piedad durante el año anterior, necesitaba un descanso. Tenían que concentrase en la NFL, en las comedias de la tele y en la Navidad. Tenían que recargar sus baterías porque lo que iba a pasar en la administración Cozzano sería duro. Un vistazo a las directrices antes mencionadas lo demostraba. Los esfuerzos inútiles y patéticos de la anterior administración debían ser reemplazados por una capacidad de decisión tranquila y fría. Nadie sabía cuál era el plan, más allá de una evocación del retorno a los valores y sus corolarios fiscales: recortar el déficit, pagar hasta el último penique de la deuda.

Ogle sabía que su papel acabaría el 20 de enero. Le quedaban por organizar dos fases importantes, y era el tipo de cosas que más le gustaba, despliegues públicos sin elecciones. Espectáculos. El 1 de diciembre, reunió a su personal para dar el empuje final al especial de Navidad de la familia Cozzano. El desarrollo del especial continuaría hasta el 21 de diciembre. Dejaría caer nombres ante los medios como si fuesen cebos para truchas hambrientas. Nombres para miembros potenciales del gobierno, nombres para miembros del personal de la Casa Blanca. Nombres para posibles nombramientos judiciales. La idea era mostrar en parte que habría gente de valor trabajando para Cozzano, en parte provocar suspense para el especial de Navidad y en parte evitar la visión tediosa y humillante de los aspirantes yendo entre el aeropuerto de Champaign-Urbana y Tuscola.

En su lugar, hizo que un desfile de dignatarios extranjeros realizase el mismo viaje. Resultaba más impresionante, y la imagen de brasileños y saudíes haciendo muñecos de nieve en el jardín delantero quedaba genial en televisión. Ogle jugueteó interminablemente con la secuencia de sus llegadas. También encontró una forma de aprovechar la subida del mercado de valores, inspirado por la victoria de Cozzano, el hecho de que no se olvidaría la deuda y todo el simbolismo agradable que radiaba de Tuscola como el calor de una vieja estufa de leña.

A partir del 21, empezó a echar más leña al fuego. Mary Catherine había aceptado un puesto en el hospital Brigham and Women’s de Boston, y papá le estaba preparando un acogedor apartamento para que se mudase; aunque no se mencionaba la localización exacta, los espectadores de Today disfrutaron de un paseo en vídeo, incluyendo fuegos en las chimeneas, alfombras orientales y mobiliario antiguo.

El 22, se realizaría una demostración de la fuerza de Cozzano: aparecería como invitado en una edición especial en directo de un popular programa sobre carpintería. El presentador, con su pipa y sus tirantes, entrevistaría a Cozzano en su taller, con el humo saliéndole por la boca, mientras el presidente electo reparaba una cajonera rota.

Programado para el 23 estaba el lanzamiento oficial del nuevo libro de James Cozzano, Hacedores de reyes. Las historias secretas de Ogle, Zorn y Lefkowitz y cómo crearon a un presidente. El editor celebraría una fiesta de lanzamiento en el hotel Hay-Adams, al otro lado del parque, enfrente de la Casa Blanca. Habría gente rica y poderosa presente. También cámaras de televisión. Las críticas entusiastas ya se habían escrito.

El 24 hallaría a los Cozzano en una misa de medianoche. Y el 25 haría que el país se sintiese bien. Realmente bien.

Las siete semanas posteriores a las elecciones fueron gloriosas para Mary Catherine. Nada de viajes. Un mínimo de entrevistas, discursos y otros incordios de campaña. Máxima cantidad de tiempo con papá. Pero gran parte de ese tiempo era estrictamente para asuntos de negocios. Como había estado haciendo durante los últimos seis meses, pasaba varias horas al día con los ejercicios terapéuticos, en general concentrándose en la mano izquierda.

Disponía de mucho tiempo libre. Parte lo empleaba en relacionarse con sus viejas amigas del instituto y yendo a Champaign o Decatur para las compras de Navidad. También se dedicó a un hobby nuevo: la electrónica.

Meses atrás, en Boston, había comprado un libro sobre el tema y lo había estado leyendo en los ratos libres, aprendiendo sobre todos los misteriosos jeroglíficos que formaban un diagrama de circuito: resistencias, condensadores e inductores. No suponía que ya pudiese diseñar sus propios circuitos, pero ciertamente podía montar uno si tenía el diagrama.

La semana antes de Navidad se detuvo en el RadioShack de Tuscola, que también hacía de ferretería Ace Hardware. Compró un par de guantes y algunas herramientas para su padre, y luego se dirigió al rinconcito donde colgaban las resistencias, condensadores e inductores metidos en sus burbujas de plástico. Leyendo los números de pieza de una hoja de papel arrugada que se había sacado del bolsillo, escogió un par de docenas de artículos y lo pagó todo en efectivo.

Su padre ya tenía soldador, claro está; tenía todas las herramientas conocidas en el mundo industrializado. Mary Catherine hizo saber que entraba en el taller de papá para montar un regalo secreto de Navidad y que sería mejor que nadie violase su intimidad. Atrancó la puerta, bajó las persianas y le dio a la estufa de hierro forjado que su padre empleaba para calentar el taller. Cuando estuvo a temperatura suficiente de forma que sus dedos volvían a funcionar, conectó el soldador y se puso a trabajar, soldando las piezas de RadioShack sobre una placa de prototipo, un trozo de plástico con agujeritos. Cuando hubo terminado, el aparato encajaba en una cajita negra del tamaño de un libro de bolsillo. De un extremo sobresalían un interruptor y una lucecita roja.

El propio presidente electo Cozzano pareció florecer bajo el periodo de descanso y tranquilidad. Aparte de recibir informes diarios de la CIA y el informe sólo para ojos del presidente, estaba básicamente de vacaciones. No manifestó ningún deseo de intervenir en la elección de nombres para su gabinete, contentándose con trabajar con el mismo conjunto de consejeros que le había llevado a esa situación. La temporada de fútbol dio paso a la temporada de baloncesto en el instituto Tuscola, y periódicamente Cozzano se escapaba al campo de fútbol o se colaba en el gimnasio para ver competir a los atletas estudiantes.

Cozzano había desarrollado una nueva pasión en los últimos meses de la campaña: el Scrabble. Había sido idea suya empezar a jugar, pero Mary Catherine le animó porque (como le explicó a los interesados cuidadores de su padre) era genial para la terapia. Al tratarse de un juego de palabras, ayudaba a ejercitar las partes del cerebro de Cozzano encargadas de la comunicación verbal. Pero al no saber hablar, se saltaba los centros del habla del cerebro, que ahora eran parcialmente de silicio. Mary Catherine insistió en que Cozzano jugase con la mano izquierda. Al principio, a Cozzano le resultó sorprendentemente difícil persuadir a la mano izquierda para que deletrease palabras; la apoplejía había cortado las conexiones neuronales necesarias.

Mary Catherine se burlaba de él por ser tan inepto. Eso era estímulo suficiente para Cozzano. Empezó a jugar para ganar. Era tenaz, y con los meses se volvió bueno. Jugaba una vez al día con Mary Catherine. Jugaba tan a menudo que incluso los agentes del servicio secreto y la gente de control dejaron de considerarlo llamativo.

Se anunciaron los miembros del gabinete de Cozzano. En su mayoría eran jóvenes con buena forma física, con nombres que indicaban una agradable y políticamente correcta distribución de grupos étnicos y sexos, habían asistido a las mejores instituciones, tenían historiales fabulosos. Eran perfectos.

Un día más tarde, Mary Catherine recibió una tarjeta de Navidad de Zeldo. Incluía varias fotos: un par de Zeldo en bicicleta de montaña en los riscos sobre el Pacífico y un par de Zeldo trabajando.

Una de las fotografías mostraba a Zeldo sentado en el patio del Instituto Radhakrishnan, disfrutando de un caffè latte y tecleando en el portátil. De fondo, sentado en otra mesa, se encontraba uno de los pacientes del Instituto. Mary Catherine le reconoció: era el nombrado secretario de Defensa.

Repasó con mucho cuidado las otras fotos y vio a tres pacientes más «accidentalmente» capturados de fondo: los nombrados secretarios de Estado, Hacienda y Comercio y el portavoz del Congreso.

A primera hora de la tarde del 18 de diciembre, Mary Catherine fue a hacer esquí de fondo. La noche antes habían caído diez centímetros de nieve. Para los estándares de la Illinois tras el efecto invernadero, era una maravilla navideña. Echó los esquís y bastones a la parte posterior de la camioneta de la familia, comprobó el arsenal de ceras y salió. Unos minutos después se encontraba en la vieja granja Cozzano. Salió, atrancó los ejes, cambió a tracción en las cuatro ruedas, se metió por un espacio estrecho entre campos y condujo durante más o menos un kilómetro. Luego se puso los esquís y salió.

Después de unos dos kilómetros más o menos pudo descender la suave inclinación de un valle fluvial, ligeramente poblado de delgadas sideritas. Siguió el río durante otro kilómetro hasta llegar a una vieja cabaña maltratada y destartalada, más un escondite para cazar patos que un lugar para vivir. Aparcada al lado había una enorme camioneta Chevy, y al aproximarse en dirección contraria al viento, pudo oler el humo de puro y oír una conversación en voz baja.

Mel Meyer, ridículamente vestido con un pesado mono de granjero muy aislante, salió de la cabaña, fue hasta Mary Catherine y le pasó el detector de micros por el cuerpo. En esta ocasión, recibió una débil señal de radio de uno de los botones de la camisa. Mary Catherine esquió un par de cientos de metros y dejó el botón bajo un tronco. Luego regresó y le dio a Mel un largo abrazo.

Dentro de la choza había un hombre negro de gran volumen y hombros redondeados, de unos cincuenta años, y un tipo blanco enorme de cejas pobladas, y pelo y barba entrecanos. Mary Catherine ya los conocía. Eran, respectivamente, Rufus Bell, cuerpo de marines de Estados Unidos, retirado, y Craig Addison el Crack, Chicago Bears, retirado.

—¿Cómo le va? —preguntó Bell.

—Le va genial —dijo Mary Catherine—, esto es una aventura para niños. Justo lo que le gusta.

Mel, Rufus y Craig, el Crack, parecían ligeramente avergonzados.

—Vale —dijo Mel—, ahora presta atención, porque se me está congelando el culo y porque es importante. Estos dos, Rufus y Crack, nos pueden conseguir los cuerpos que precisamos. Con un poquito de ayuda de algunos de los amigos y partidarios de Eleanor en D.C., incluso podemos hacer que sea legal. Y yo puedo encargarme del papeleo. ¿Mary Catherine?

—Tengo lista la cajita negra. Y tengo un poco de información para ti. Los secretarios nombrados de Defensa, Hacienda y Comercio y Estado, y el portavoz del Congreso, han pasado en los últimos meses algún tiempo en el Instituto Radhakrishnan.

Mel agitó la cabeza.

—Qué tragedia —dijo—. Una trágica epidemia de apoplejías. ¿Alguien más?

—No que yo sepa.

—Bien, eso será conocimiento útil —dijo Mel—. Ahora, Mary Catherine, sólo precisamos una cosa de ti.

—Mi padre —dijo Mary Catherine.

—Así es. ¿Puedes darme a Willy?

—Tengo un pian, Mel —dijo—. Tengo un truco.

Esa noche, tras la cena, Cozzano llamó a Mary Catherine para otra partida de Scrabble. Ella había tomado dos o tres copas de Chianti, estaba de buen humor y habló sin tapujos.

—Papá, es el juego más aburrido jamás inventado.

—Si te limitases a jugarlo bien —se quejó él—, y sin hacer trampas.

Fueron al estudio y se sentaron a la mesa delante de las obras de Mark Twain.

Mary Catherine siempre empezaba de la misma forma: metía la mano en el montón de fichas y deletreaba SIGUES AHÍ. Tenía uno de esos estupendos tableros de Scrabble giratorio, y cuando terminó lo hizo girar para que él pudiese leerlo.

Cozzano frunció el ceño.

—Deja de incordiar —dijo—. Conoces las reglas. —Tenía las dos manos activas. Era una visión extraña: con la mano izquierda rompía la secuencia que ella había deletreado, reordenando las letras, sacando más de la tapa de la caja. Con la mano derecha, recogía siete fichas aleatoriamente y las colocaba sobre el soporte. Al mismo tiempo seguía hablando. Parecía sinceramente disgustado y no parecía darse cuenta de lo que hacía su mano izquierda—. Tienes que coger siete fichas. Y sólo se puede poner una palabra en cada turno. ¿Por qué te lo tengo que explicar cada vez? ¿Estás burlándote de mí, niña?

Debido a su trabajo, Mary Catherine estaba acostumbrada a extraños tics neurológicos, y con los meses de terapia se había acostumbrado a las peculiaridades de su padre. Tenía que recordarse lo estrafalario que resultaría para cualquiera.

La mano izquierda de Cozzano hizo girar el tablero para que Mary Catherine pudiese leer VISTE A MEL.

Ella le miró a los ojos. Él fruncía el ceño, mirando el tablero de Scrabble, aturdido.

—¿Cómo llegaron ahí esas letras? —preguntó.

Mary Catherine las revolvió con la mano antes de que pudiese leerlas. Luego ella cogió fichas y deletreó SÍ.

Él mostró en la cara la misma expresión que cuando ella volvía del colegio con las notas llenas de notables.

—¿Eso es lo mejor que se te ocurre? ¿Una palabra de dos letras?

—Lo siento —dijo ella—. Me tocaron malas letras.

—En cualquier caso, gracias por la S —dijo—. Creo que tienes que reconsiderar tu estrategia. —Mientras hablaba, ambas manos volvían a estar activas sobre el tablero de Scrabble. La mano derecha convertía la S en SIMPATÍA. La mano izquierda escribía CÓMO ESTÁ en la esquina inferior izquierda del tablero.

Mary Catherine giró el tablero. Una vez más, los ojos de Cozzano vieron las letras que había colocado con la mano izquierda.

—¿Cómo han llegado esas letras hasta ahí? —dijo—. Por amor de Dios, cariño, tenemos que asegurarnos de que el tablero esté despejado antes de empezar. Quítalas.

Ya las había leído, así que las retiró. Luego empleó la P de SIMPATÍA para deletrear PLANEANDO. Para poder hacerlo, tuvo que buscar más letras en la caja. Cozzano frunció el ceño y se quejó de que hacía trampas.

La conversación siguió de la misma guisa durante varios turnos, el tablero de Scrabble girando a un lado y al otro.

Cozzano: PARA QUÉ.

Mary Catherine: TOMAPOSES.

—Te desafío a encontrar esa palabra en el diccionario —dijo Cozzano.

DuLafayette Webster, ganando del trofeo Heisman para los Comanches de la estatal de Elton, consiguió tres ensayos en la primera mitad del Campeonato Fujitsu Guacamole en la noche de Navidad. Tan pronto como el reloj de la primera mitad llegó a cero, la emisión pasó al tema musical alegre del especial de Navidad de la familia Cozzano.

La imagen en directo de un helicóptero hizo zoom para centrarse en las parpadeantes luces navideñas de Tuscola, que había empezado a denominarse «el pueblecito de Estados Unidos». Los adornos navideños habían quedado muy mejorados por la generosidad de Ogle y habían sido coordinados por sus diseñadores. La cámara recorrió agujas de iglesia, pequeños negocios y el parque municipal, todo recubierto con ramas de alegría eléctrica, y luego se centró en la ya familiar residencia Cozzano. Una cámara en la calle miró por el enorme ventanal delantero para observar un fuego enorme y el grupo feliz y sonriente reunido alrededor del ponche de huevo.

—Buenas noches, damas y caballeros. Desde Tuscola, Illinois, el pueblecito de Estados Unidos, les traemos una alocución del presidente electo, William Anthony Cozzano. Gobernador Cozzano.

Plano de Cozzano, James y Mary Catherine sentados juntos en el sofá. Zoom hasta obtener un plano de Cozzano.

El presidente electo dio las gracias efusivamente al pueblo norteamericano, manifestó su felicidad por los planes profesionales de su hija y por el excelente libro de su hijo, e incidentalmente, anunció los nombramientos de su gabinete.

Luego se puso en pie y los presentó personalmente. El futuro gabinete estaba reunido en pleno alrededor de la inmensa mesa del comedor, todos vestidos con suéteres cómodos y bebiendo sidra. Interrumpieron la atmósfera jovial durante un momento, mientras Cozzano los presentaba uno a uno al pueblo norteamericano. Eran atractivos, seguros de sí mismos, nada partidistas y multiculturales.

Finalmente, Cozzano regresó al asiento junto al fuego para dedicar unas últimas palabras de saludo y felicidad al pueblo de Estados Unidos. Cozzano había desarrollado una percepción del tiempo que era absolutamente inquietante. Concluyó su discursito justo a tiempo para volver al reloj en el marcador del partido.

El 18 de enero, los Cozzano subieron a un avión privado y volaron a Washington, D.C. Al mismo tiempo, había periodistas de todo el mundo convergiendo allí. También los miembros de los equipos administrativos y de transición, toda la gente importante de Cy Ogle, varios enormes camiones GODS repletos de electrónica, Floyd Wayne Vishniak y una caravana irregular de buses, coches y aviones llevando a viejos compañeros de equipo y compañeros de armas en los marines de William A. Cozzano.