El último, y con diferencia el más importante, debate de la campaña presidencial se celebró la noche del viernes, 1 de noviembre, cuatro días antes de las elecciones, en una sala de conferencias de la Universidad de Columbia. Los participantes fueron el presidente de Estados Unidos, William Anthony Cozzano y Nimrod T. Tip McLane. El moderador era el rector de la universidad anfitriona. Lanzaría preguntas a los tres candidatos presidenciales y también lo haría un panel de cuatro periodistas, todos sentados en primera fila.
Los tres candidatos habían pasado los últimos días básicamente recluidos, afinando sus habilidades con debates falsos. McLane y el presidente habían contratado a imitadores para simular a los otros dos candidatos, y habían pasado horas en agotadoras sesiones de práctica, en las cuales los periodistas simulados les hacían las preguntas más difíciles, desagradables y retorcidas que se pudiesen imaginar.
La avanzadilla llevaba en el auditorio un día entero. Habían colocado atriles en el escenario. Se habían ajustado y afinado las luces. Se había decidido la colocación de las cámaras. Todos esos asuntos se habían sometido a intensas negociaciones. Una luz mal colocada en el 84 había destacado las bolsas bajo los ojos de Mondale y le había hecho parecer mayor que Reagan. La altura de cada atril se debía ajustar en relación con la altura de cada candidato. El color del escenario y el color de los focos afectaba al tipo de trajes que quedarían bien; hubo que traer a sustitutos, vestidos con trajes diferentes, para poder decidir cuál quedaba mejor. Había que probar el maquillaje; los artistas del maquillaje debían tener espacio para trabajar, y el de ningún candidato podía ser mayor, estar mejor equipado o situado más cerca del escenario que el de los otros.
Aunque habría público presente en la sala, su única función real sería ofrecer un poco de sonido ambiente: aplausos (controlados en la medida de lo posible) y tal vez alguna risa ocasional, aunque emplear el humor en esas circunstancias probablemente fuese demasiado arriesgado para ser una opción. En el clima político actual, el humor era un juego de suma cero. La impresión que los candidatos provocasen en el público presente no tenía importancia. Sobre el escenario se montó una enorme pantalla de vídeo para que la gente y los periodistas de la sala pudiesen ver lo que salía por la tele, que era realmente lo único importante.
La misma señal llegaba a una enorme sala de techo bajo situada debajo del auditorio y se mostraba en un par de docenas de monitores de televisión. Esa sala estaba repleta de largas mesas donde los periodistas podían colocar sus portátiles, enchufarlos a las líneas telefónicas y enviar sus historias. Era la sala por la que se pasearían los expertos de opinión de las tres campañas antes, durante y después del debate, explicándoles a los periodistas lo que estaba pasando.
Era la mayor reunión de gente explosivamente tensa sobre la superficie de la Tierra. A las personas tensas no les gustan las sorpresas. Por tanto, se produjo mucha conmoción e infelicidad en la sala cuando, diez minutos antes de empezar, justo cuando el presidente y Tip McLane salían de las salas de maquillaje y ocupaban sus puestos sobre el escenario, Cyrus Rutherford Ogle se presentó, se dirigió al moderador y le informó de que William A. Cozzano no participaría en el debate de esa noche porque tenía que hacer algo mucho más importante.
Pandemonio fue un término acuñado por Milton para referirse a la capital del Infierno, donde todos los demonios se reunían en un mismo lugar. De ahí, naturalmente, pasó a significar cualquier cuartel general de la maldad. Pero con el tiempo, como sucede con muchas buenas palabras, su sentido se había diluido hasta acabar significando cualquier lugar ruidoso y caótico. En la actualidad, podías definir como pandemonio una fiesta de cumpleaños llena de niños de dos años.
Cy Ogle prefería la vieja definición de la palabra. Ninguna otra podría haber descrito la situación en el auditorio después de que llegase al escenario y diese la noticia. Sin duda, de no haber testigos presentes, los miembros de las campañas del presidente y Tip McLane, el panel de periodistas y los organizadores del debate le hubiesen arrastrado a la calle y le hubiesen colgado de un majestuoso árbol en el campus de Columbia. Dejando de lado un linchamiento real, nunca tanta gente había dirigido tanta hostilidad contra un solo hombre y por tantas buenas razones. En consecuencia, apenas pudo evitar sonreír durante todo el proceso.
Se produjo una fase inicial durante la cual la gente se limitó a gritarle, para luego salir volando y extender la noticia a personas que a su vez salieron para gritar un poco más a Ogle. Situación que probablemente hubiese perdurado durante un buen rato de no ser porque la hora de comienzo se acercaba con rapidez. Así que todo quedó comprimido en un par de segundos muy intensos. Los técnicos mostraron algo de contención emocional, porque tenían que producir un programa.
—Bien, no puedo daros a Cozzano en persona —dijo Ogle—, y lo lamento profundamente. Pero para enmendarnos, hemos quemado bastante pasta comprando algo de tiempo de satélite. Podemos traer a Cozzano en directo desde su casa de Tuscola.
El anuncio provocó un silencio conmocionado en el Pandemonio. ¿Cozzano podía participar vía TV? ¿Y Ogle pagaría el tiempo de satélite? Eso lo podemos aguantar.
—Lo único es —dijo Ogle, después de que se tragasen esa parte— que todavía tenemos que hacer un pequeño cambio en el formato. Cozzano tiene que hacer un importante anuncio. Un anuncio muy, muy importante. Y con vuestra paciencia, nos gustaría disponer de un minuto o dos al comienzo de este programa para que pueda hacerlo.
Un silencio absoluto reinaba en el escenario.
El Pandemonio se había mudado escaleras abajo, a la sala de prensa, donde un par de cientos de periodistas gritaban a sus teléfonos. La mayoría gritaba lo mismo: ¡Cozzano se retira de la carrera!
Consiguieron empezar el programa a su hora. El moderador se tomó con calma esos cambios de última hora, realizó algunas modificaciones en sus notas y se sentó en su trono, sereno. McLane y el presidente se encontraron en medio del escenario y se dieron la mano (ese encuentro había sido coreografiado durante una cumbre de una hora entre sus campañas) y el atril de Cozzano siguió vacío.
En el aparcamiento tras el auditorio, había varios semirremolques aparcados en paralelo. Había varias furgonetas de conexión por satélite, un contenedor GODS sobre un remolque plano y un estudio móvil de una de las cadenas, que era el centro neurálgico de todo el debate: allí se originaba la imagen de televisión. Las señales de todas las cámaras presentes convergían en ese vehículo y se mostraban en pequeños monitores. Un realizador estaba sentado delante de ellos y decidía qué cámara pinchar. Ahora, el realizador tenía una nueva señal en el sistema, que llegaba directamente desde una conexión por satélite. La señal tenía su origen en Tuscola, Illinois.
Cuando supo lo de la complicación con Cozzano, el realizador había esperado una única imagen de cámara en directo, probablemente Cozzano sentado en su salón junto al fuego, o algo similar. Se pasaría allí toda la velada, y cuando le llegase el turno a Cozzano, él pulsaría el botón apropiado y la imagen de Cozzano se emitiría.
Naturalmente, resultó ser mucho más complicado de lo esperado. La imagen de Tuscola, cuando la vio por primera vez, consistía en un largo plano de la casa de Cozzano vista desde la calle. Evidentemente, la casa de Cozzano no participaría en el debate. Tendrían que tener al menos una cámara más dentro de la casa. Lo que significaba que en algún lugar de Tuscola había otro realizador sentado en un estudio igual que ése un realizador que trabajaba para Cy Ogle y William A. Cozzano. El realizador administraba al menos la señal de dos cámaras, decidiendo cuál iba a enviar al satélite.
El realizador, en su camión tras el auditorio, fue la primera persona en Estados Unidos en comprender que Ogle se la había jugado. La coreografía del debate, que había sido establecida tras muchas horas de negociación, durante semanas, se había convertido en jirones y había sido sustituida por algo totalmente nuevo, algo completamente Ogle.
El moderador inició el debate con algunos comentarios de presentación. En la televisión siempre tienes que explicar lo obvio, una y otra vez:
—Dentro de cuatro días, los estadounidenses votaremos para elegir al hombre que será nuestro próximo presidente. Se trata de una elección profundamente importante.
»… originalmente este debate se concibió con la participación de los tres candidatos más importantes. Esta noche, tenemos a dos de ellos.
El presidente de Estados Unidos y el congresista Tip McLane de California.
Mientras el moderador presentaba a los dos hombres, el realizador, en el camión, hacía que sus rostros apareciesen en el aire. Ninguno de los dos parecía preparado. Desde el anuncio de Ogle, nadie sabía realmente qué estaba pasando, qué sucedería cuándo, a quién se presentaría en qué orden. McLane y el presidente habían pasado en los últimos días mucho tiempo delante de las cámaras de televisión, en la intimidad de sus cuarteles generales de campaña, practicando lo que harían cuando les presentasen; ahora, ninguno de los dos hizo lo correcto. Parecían agitados, sudorosos, furtivos, y cuando comprendieron que estaban en la tele, los dos parecieron sorprendidos.
—El tercer candidato, William A. Cozzano, gobernador de Illinois, anunció hace unos minutos que no participaría.
El director pasó a la cámara que habían montado para mostrar simultáneamente los tres atriles de los candidatos. McLane y el presidente parecían rígidos y cohibidos. El atril vacío les hacía parecer tontos.
—En su lugar, nos hablará desde su casa en Tuscola, Illinois.
Corte al plano de la casa de Cozzano con el sol poniéndose detrás. Tenía un aspecto atrayente y refrescante comparado con la atmósfera tensa y cargada del auditorio.
—Bien, el formato de este debate se estableció por adelantado, por consenso entre las campañas y las organizaciones patrocinadoras, y tengo la intención de ceñirme estrictamente a ese formato. Pero es preciso realizar una desviación, y la haremos de inmediato y nos la quitaremos de encima. Tengo entendido que el gobernador Cozzano tiene que hacer un anuncio importante y que lo va a hacer ahora. Así que le ofrezco la palabra ahora. Gobernador Cozzano, ¿está ahí?
—Aquí no tenemos nada —dijo el realizador, en su camión, y pasó de la imagen del moderador a la imagen de Tuscola.
La conexión siguió mostrando la casa durante un minuto. Las luces se iban encendiendo en el interior mientras el sol se ponía espectacularmente. Tenía un aspecto alegre y acogedor y rompía el paso rígido preparado para el debate. Luego la imagen de Tuscola pasó a un plano de William A. Cozzano. Pero no era la visión que esperaban de Cozzano vestido con un traje, sentado junto al fuego leyendo un libro o fumando en pipa.
Era totalmente diferente. Durante unos momentos, fue difícil de interpretar. Cozzano parecía estar tendido de espaldas en un espacio limitado, mirando hacia arriba, alargando un brazo.
—Buenas noches —dijo—, en un momento estoy con ustedes.
Corte a otro ángulo de la misma escena, éste mostrando las piernas de Cozzano saliendo de debajo del coche. Estaba tendido en el suelo de su garaje.
En realidad, estaba tendido sobre una plataforma de mecánico. Salió deslizándose de debajo del coche, se sentó y se puso rápidamente en pie. Cogió un viejo trapo y empezó a limpiarse el aceite de las manos, y dirigiéndose a las cámaras dijo:
—Mis disculpas. Quería participar en el debate de esta noche, pero últimamente he estado muy ocupado. Hace unos días dejé de volar por todo el país por primera vez en un par de meses y volví a casa, la casa que mi padre compró durante la Depresión para impresionar a una joven llamada Francesca Domenici, que se convirtió en su esposa, y en mi madre.
»Y, ¿saben?, decidí que me gustaba estar aquí. Y mirando por ahí descubrí que había que reparar muchas cosas que había dejado sin hacer. —Cozzano hizo un gesto hacia el coche—. Por ejemplo, cambiar el aceite del coche. Lo saqué para dar un paseo rápido por los maizales, hasta la vieja granja familiar y de vuelta, para hacer que fluyese el aceite. Fue un paseo agradable. Algunas personas creen que el paisaje de aquí es aburrido, pero yo opino que es hermoso.
Cozzano había empezado a caminar hacia la cámara, que se alejó de él. Retrocedió para salir del garaje y llegó al patio de los Cozzano. Cerca había un gran huerto.
—Este huerto estaba en un estado lamentable. Hacía tiempo que no arrancaban las malas hierbas, y las hierbas eran más grandes que las hortalizas. Así que me ocupé de eso. Ya pueden ver que ahora tiene un aspecto un poco mejor. —Cozzano cogió un tomate rojo y maduro y lo mordió como si fuese una manzana. Le corrió líquido por la barbilla y se lo limpió con la manga del mono de mecánico—. Por supuesto, el hogar es algo más que ocuparse de estos detalles. El hogar también es estar con tu familia.
Cozzano alcanzó un patio iluminado. Habían preparado una mesa de picnic con un bonito mantel y la habían cubierto con productos del huerto y una bandeja de hamburguesas. Sentados a la mesa se encontraban Mary Catherine Cozzano, sirviendo tres vasos con una jarra de té helado. Al extremo de la mesa, James manipulaba una barbacoa ardiente, dando vuelta a hamburguesas y a perritos calientes.
—Esta es mi hija, Mary Catherine. Puede que hace poco hayan oído hablar de ella, ya que manipuladores mediáticos contratados por mis oponentes han hecho todo lo posible por asesinarla. Se ha portado con absoluta nobleza durante esa batalla de lodo. —Mary Catherine hizo un gesto a la cámara.
»Y este joven junto a la barbacoa es mi hijo, James, que se ha matado a trabajar durante todo el año, escribiendo un libro sobre la campaña presidencial de este año. Acaba de firmar un contrato con una importante editorial de Nueva York, y el libro se publicará el día de la toma de posesión.
Mary Catherine se puso en pie, pasó un brazo sobre los hombros de su hermano y le besó en la mejilla.
En el auditorio, el público soltó:
—Ahhhh.
Tip McLane no. Se apartó del atril y empezó a gritarle al moderador.
—¡Exijo que se pare! ¡Eso no es una notificación! ¡Es publicidad de campaña gratuita!
El moderador miró a Cy Ogle, que estaba de pie a un lado del escenario.
—Debo estar de acuerdo. ¿Señor Ogle? Voy a tener que parar.
—Esto no es publicidad de campaña —dijo Ogle—, porque no hay campaña.
En la gigantesca pantalla de televisión sobre sus cabezas, Cozzano sonreía encantado a su hijo y su hija. Se volvió hacia la cámara.
—Cuando volví aquí hace unos días, mi intención era prepararme para el debate. Pero el hogar y la familia que encontré aquí me encantaron tanto que no podía ponerme a mirar los gruesos libros de preparación y los interminables informes de situación que mi personal de campaña me había preparado. Descubrí que prefería recoger patatas del huerto o sentarme en el columpio del porche leyendo a Mark Twain.
»Bien, ésas son actividades perfectamente legítimas. Pero en una campaña política moderna, de alguna forma se considera inapropiado actuar como un ser humano normal. Lo que me hizo entender que había algo malvado y retorcido en el proceso de campaña: los viajes, los discursos, los anuncios de televisión. Las batallas de lodo. Llevar maquillaje dieciséis horas al día. Y sobre todo, los debates, con su parafernalia falsa y pomposa.
En el camión de producción, el realizador no pudo evitar pulsar el botón que mostraba el largo plano del escenario. En ese momento, estaba compuesto por varias camisas almidonadas, discutiendo, consultando con ayudantes y mirando conmocionados los monitores de televisión.
—Y he decidido —dijo Cozzano— que todo el proceso es corrupto. Sólo un sinvergüenza podría participar en una campaña así; sólo una cifra puede ganar. Yo no soy ninguna de las dos cosas. Así que he decidido que ya no estoy interesado en hacer campaña para presidente de Estados Unidos.
»Esta mañana, llevé mi coche hasta Sterling Texaco, ahí en la esquina. Ahí he estado comprando gasolina y ruedas desde que adquirí mi primer coche cuando estaba en el instituto. Y el viejo señor Sterling salió a llenarme el tanque, me limpió el parabrisas, comprobó el aceite. Este es un pueblo un poco chapado a la antigua y por eso seguimos sabiendo cómo hacer bien las cosas.
»Bien, el señor Sterling, que me vendió mi primer tanque de gasolina a principios de los sesenta, dio un buen vistazo a la varilla y me dijo que saliese del coche y la mirase. Lo hice. Y efectivamente, el extremo de esa varilla estaba cubierto por la capa de aceite más oscura, mugrienta y cenagosa que haya visto nunca. Era un escándalo, y al señor Sterling no le hacía falta decir nada. Yo ya lo sabía. Sabía que había dejado pasar demasiado tiempo sin cambiar el aceite. Así que compré una lata nueva y volví a casa.
Mientras Cozzano contaba esa historia, regresaba al garaje, donde el coche estaba levantado. Se inclinó junto al coche, metió la mano y sacó un depósito de metal que ahora estaba lleno de aceite negro.
—Hace sólo unos minutos, al meterme bajo el coche para dejar salir la sustancia cenagosa, me di cuenta de que era una buena metáfora para la política. Nuestro sistema político es básicamente bueno, pero a lo largo de los años se ha visto contaminado con la suciedad y la grasa.
Cozzano llevó el contenedor hasta una mesa, donde había una botella de leche vacía con un embudo en la parte superior. Sostuvo el contenedor y lo inclinó, echando el aceite por el embudo hasta la botella.
—Por supuesto, esas cosas se contagian. Después de un tiempo, lo permea todo. Y comprendí que el ser candidato presidencial había contaminado y manchado mi vida de múltiples formas, algunas evidentes, otras más sutiles.
Cozzano dejó el contenedor. Tomó un pico de aceite de un tablero y tomó la lata nueva de aceite. Clavó el pico en la lata, atravesando la parte superior, luego lo inclinó un poco y dejó caer algunas gotas de aceite limpio, transparente y dorado sobre la palma de la mano.
—Bien, esto está mejor —dijo—. Así era mi vida. Y esto… —dejó la lata y golpeó la botella de leche llena de desechos— es como quedó mi vida después de algunos meses de política presidencial. Claro está, el presidente y Tip McLane llevan en el mismo juego mucho más tiempo que yo. No sé cómo lo soportan.
Cozzano se sacó el trapo del bolsillo y se limpió las manos.
—Bien, tengo que comer unas hamburguesas. Y una hija y un hijo con los que ponerme al día. También aceite limpio que ponerle al coche. Luego creo que iré a pasear por el pueblo, quizás incluso al cine. Y sé que el presidente y Tip tienen cosas importantes que contarles. Así que les dejaré con ellos. La mejor suerte para todos ustedes, y buenas noches.
La imagen de Tuscola pasó al plano de la casa de los Cozzano, ahora una simple silueta contra el cielo índigo, con cálidas luces en cada ventana.
En la sala de prensa, Zeke Zorn estaba gritando de pie sobre una mesa. En su frente se manifestaban algunos importantes vasos sanguíneos, que, como el resto de su cara, se habían puesto rojos.
—¡Esto es un escándalo! —gritaba. Luego respiró profundamente y se controló—. Este es el truco de campaña más sucio, ilícito y asqueroso jamás inventado.
Al Lefkowitz, el experto en opinión del presidente, se mostraba más tranquilo, más pálido y aparentemente más distraído, como un hombre al que le hubiesen dado en la cabeza con un tablón y cuya consciencia hubiese migrado a una región neurológica más profunda. Se expresaba con mayor tranquilidad que Zorn, con el resultado de que los periodistas, huyendo ante el temor de recibir la saliva expulsada por la boca de Zorn, se habían arremolinado a su alrededor.
—Es muy decepcionante. En realidad, es un acto de vandalismo político. Si simplemente quería retirarse de la carrera, eso sería una cosa. Pero fue más allá y atacó a los candidatos. Y lo que es más importante, atacó el proceso electoral en sí. Es muy triste que su carrera termine de esta forma.
Zeke Zorn de pronto llamó la atención aullando:
—¡AHÍ ESTÁ! —Y señaló a la entrada. Cy Ogle acababa de entrar en la sala y ahora parpadeaba y miraba a su alrededor con curiosidad, como si hubiese entrado buscando el baño y no pudiese comprender la conmoción.
Zorn siguió:
—¡Quizá querrías explicarnos cómo vas a retirar en cuatro días el nombre de Cozzano de las papeletas de cincuenta estados!
Ogle puso cara de perplejidad.
—¿Quién ha hablado de papeletas?
—Cozzano. Afirma estar retirándose de la carrera.
—Oh, no —dijo Ogle, agitando la cabeza, y con aspecto de estar un poco horrorizado—. No dijo nada de retirarse de la carrera. Simplemente dijo que no quería participar más en la campaña.
Zorn quedó sin palabras.
Pero no Lefkowitz.
—Discúlpame, Cy, pero creo que tenemos un problema. Negociamos los términos de este debate de buena fe. Luego viniste con ese cambio de última hora. Dijiste que querías un poco de tiempo para que Cozzano hablase desde Tuscola. Y tu excusa era que quería hacer un anuncio importante. ¿Tengo razón?
—Sí, tienes razón. Eso dije —dijo Ogle.
—La única razón para conceder ese tiempo a Cozzano fue ese anuncio importante. No se le hubiese concedido si sólo hubiese querido hacer un comentario editorial.
—Cierto —dijo Ogle.
—Así que todos interpretamos tus palabras al efecto de que abandonaba la carrera.
—Oh, lo lamento —dijo Ogle—, no pretendía decir eso.
—Pero si no estaba abandonando la carrera —dijo Lefkowitz—, entonces no hizo ningún anuncio importante… lo que significa que obtuviste ese tiempo con apariencias falsas. ¡Cometiste un fraude contra el pueblo de Estados Unidos! Y estoy seguro de que todos los presentes en esta sala de prensa cubrirán ampliamente este fraude, y que tú y Cozzano seréis juzgados por el pueblo, que ya está harto de las campañas sucias.
—Pero hizo un anuncio importante. Como dije que haría. No hay engaño —dijo Ogle—. Sólo un malentendido.
—¿De qué hablas? —gritó Zorn.
—Ya le oísteis —dijo Ogle—, anunció que su hijo iba a publicar un libro. ¿No os parece un anuncio importante?