El martes 22 de octubre, dos semanas antes de las elecciones, la situación tenía este aspecto:
COZZANO
59%
PRESIDENTE
8%
MCLANE
18%
INDECISOS
10%
OTROS
5%
Una organización muy poco conocida con base en Washington D.C. llamada Asociación Americana de Médicos, Cirujanos y Osteópatas montó una conferencia de prensa en la que se mostró un vídeo que luego se divulgó por todas las cadenas. El vídeo contenía una serie de tomas de la campaña de Cozzano, tomas falsas se podría decir. Empezaba con algunos fragmentos de una entrevista en la que todavía sufría algunos impedimentos del habla. De ahí iba recorriendo la campaña, mostrando a Cozzano durante las pausas comerciales, bromeando con periodistas en las pistas de los aeropuertos, caminando por el pasillo del avión de campaña para ir al baño, realizando comprobaciones de sonido antes de los debates, y demás. Lo único que tenían en común todas esas tomas es que, en cada una de ellas, Cozzano hacía algo mal: pronunciaba mal algunas palabras o tropezaba con sus propios pies. Un momento especialmente llamativo le mostraba dirigiéndose a una multitud en Newark. Una mujer le pasaba el bebé para que lo besase y él casi lo deja caer, aparentemente sufriendo de ataque temporal. «Lo… lo… lo… lo lamento», le decía, y se lo devolvía. La conclusión de los expertos de la Asociación Americana de Médicos, Cirujanos y Osteópatas era que Cozzano todavía sufría «graves problemas neurológicos» y no estaba en condiciones de ser presidente.
Fragmentos de la cinta se emitieron repetidas veces en prácticamente todos los noticiarios de Estados Unidos, en muchos casos como noticia principal de la noche.
Miércoles 23 de octubre:
COZZANO
51%
PRESIDENTE
10%
MCLANE
21%
INDECISOS
13%
OTROS
5%
En Chicago, Tommy Markovich, un venerable periodista deportivo muy conocido entre los hinchas de esa ciudad a finales de los sesenta y principios de los setenta, celebró una conferencia de prensa. Se había retirado en 1980. Markovich dijo que su conciencia le había estado incordiando. Mostró un fragmento del partido Bears-Vikings de 1972.
Hacia el final del partido, los Vikings iban por delante por diez puntos y los Bears partían de su línea de treinta yardas a sólo un minuto del final. William A. Cozzano, que era receptor cerrado, fue a por un lanzamiento, atrapó la pelota y se encontró con que no había nada entre su persona y la línea de gol excepto el césped medio helado. Corrió sin oposición hasta la línea de diez de los Vikings, donde, inexplicablemente, el balón se le escapó de las manos y retrocedió algunas yardas, donde los Vikings que le perseguían le cayeron encima. En su momento había sido un fallo famoso, no tanto por su importancia en el resultado del partido (ninguna), sino porque a Cozzano se le conocía como un jugador constante y fiable que no cometía errores mentales.
Ahora, un par de décadas más tarde, el anciano marchito que había retransmitido ese partido por la tele quería comentar algo: los Vikings eran favoritos para ganar ese partido por diez puntos. Perdiendo ese balón, Cozzano había preservado esa diferencia.
Jueves 24 de octubre:
COZZANO
45%
PRESIDENTE
12%
MCLANE
25%
INDECISOS
14%
OTROS
4%
En una entrevista exclusiva para CBS Sports, un famoso autor de libros sobre la Mafia dijo que Nicodemo Constanza, Nicky el Pecas, una prominente figura de la Mafia de Chicago que dirigió en los años sesenta y setenta importantes negocios de apuestas deportivas ilegales, había ganado como veinte millones de dólares con ese partido de los Bears-Vikings en 1972, dinero que habría perdido si William A. Cozzano se hubiese aferrado al balón el tiempo suficiente para llegar a la línea de gol.
Un reportero local de una de las emisoras de Chicago afiliadas a una de las grandes cadenas mostró el resultado de dos meses de investigación sobre las relaciones entre la familia Cozzano y la Mafia. El elemento más importante era un vasto árbol genealógico —en realidad, varios árboles genealógicos entremezclados para formar una espesura— tan enorme que lo habían dibujado, con letras y líneas diminutas, en un trozo de tablero de ciento veinticinco centímetros por dos metros y medio. La familia extendida Cozzano aparecía en azul. Las familias de la Mafia se mostraban en rojo. Los árboles familiares se remontaban hasta la Génova del siglo XII y demostraban que William A. Cozzano, John Gotti, Al Capone y Benito Mussolini eran parientes lejanos.
La campaña de Cozzano emitió una nota de prensa afirmando que la Asociación Americana de Médicos, Cirujanos y Osteópatas no había existido hasta unas dos semanas antes, y parecía tener sólo tres miembros, habiendo aparecido todos en la rueda de prensa de dos días atrás como expertos pidiendo a Cozzano que se retirase. Uno de los tres era un antiguo doctor del ejército que había sido expulsado en circunstancias no muy honorables. Uno de ellos ya no ejercía porque nadie estaba dispuesto a asegurarle contra negligencias. El tercero se había declarado en bancarrota después de que cincuenta de sus pacientes hubiesen presentado una demanda conjunta contra él quejándose de unos desastrosos implantes de pechos.
La campaña de Cozzano también presentó tomas falsas propias, mostrando al presidente actual y a Tip McLane tropezando con los cordones de sus zapatos y trastocando palabras, y sugería que quizás esos dos también quisiesen hacerse algunas pruebas neurológicas.
Finalmente, se presentó a un experto en vídeo que afirmó que la cinta donde Cozzano casi dejaba caer el bebé en Newark había sido claramente alterada; otras grabaciones del mismo hecho no le mostraban haciendo nada raro.
Viernes 25 de octubre:
COZZANO
40%
PRESIDENTE
14%
MCLANE
29%
INDECISOS
13%
OTROS
4%
Siguiendo un soplo anónimo, un reportero de una afiliada de Chicago localizó a Alberto Pespuntes Barone, de noventa y seis años, que vivía en un asilo sórdido en el sur de Chicago. Pespuntes aceptó que las enfermeras le desabrochasen la camisa para poder mostrar las muchas cicatrices que había recibido durante su monumental pelea a cuchillo con John Cozzano, el padre de William, unos sesenta años antes, por la mano de la hermosa Francesca Domenici. Con el tiempo, las cicatrices se habían contraído y se habían vuelto todavía más grotescas que cuando las había recibido. Pespuntes Barone, revitalizado por algunas inyecciones, logró sentarse en la cama y dar ante las cámaras de televisión una declaración improvisada de cuatro horas, contando toda la historia de sus diez décadas de vida. De esas cuatro horas, una estuvo dedicada a su infancia en Italia, una hora a sus grandes días en la organización de Al Capone, una hora a sus achaques físicos y una hora a contar las payasadas de su perro favorito, Bozo, que había muerto en 1953. El periodista se llevó la cinta a casa y extrajo la única frase dedicada al tema John Cozzano: «era un hombre cruel que no se detenía ante nada para conseguir lo que quería, y yo le tenía miedo».
William A. Cozzano apareció en una conferencia de prensa en Nueva York, acompañado de varios importantes italoamericanos, incluyendo a la hija de Nicodemo Costanza, Nicky el Pecas. Los líderes italoamericanos censuraron a la prensa por difamar a Cozzano, y la hija de Costanza, en particular, afirmó que no había y jamás había habido ninguna relación entre su padre y Cozzano. Se mostró un árbol genealógico para probar que Cozzano también estaba emparentado con Leonardo da Vinci y Joe DiMaggio.
Sábado 26 de octubre:
COZZANO
36%
PRESIDENTE
14%
MCLANE
31%
INDECISOS
14%
OTROS
5%
De campaña en el estado de Washington, William A. Cozzano visitó el mercado Pike Place de Seattle, donde varios inmigrantes del sudeste asiático habían establecido boyantes negocios vendiendo los productos que cultivaban en varias pequeñas granjas locales de las afueras de la ciudad. Recorriendo el centro del mercado, rodeado por una inmensa nube mediática, Cozzano se detuvo en un puesto y compró una manzana a la atractiva mujer laosianoamericana que estaba al otro lado del mostrador.
Justo cuando mordía la manzana, recibió el asalto, y casi cayó al suelo, de una persona furiosa que gritaba, y que le había atacado por debajo del radar de los agentes del servicio secreto. Se trataba de una anciana, de no más de metro veinte, ataviada con un sombrero cónico, que gritaba histéricamente en vietnamita, golpeando y arañando a Cozzano con ambas manos.
Para cuando los agentes del servicio secreto la separaron del conmocionado Cozzano, los pies de cámaras y fotógrafos habían destruido unos cien dólares de productos, al saltar para ocupar terreno elevado en cuanto oyeron los problemas, corriendo de un lado a otro de las mesas buscando el mejor ángulo, revolviendo los montones opulentos de fresas, espárragos, albahaca, rebozuelos, moras y maíz dulce hasta convertirlos en una pasta. La mayoría de ellos apenas había tenido tiempo de centrar las cámaras en el rostro retorcido de la vieja vietnamita antes de que empezase a gritar, en inglés:
—¡Mataste a mi bebé! ¡Mataste a mi bebé! ¡Eres un hombre malvado!
Domingo 27 de octubre:
COZZANO
35%
PRESIDENTE
15%
MCLANE
34%
INDECISOS
12%
OTROS
4%
Una exclusiva de primera página en las ediciones del domingo de The Dallas Morning News contaba una historia interesante sobre el hijo de Cozzano, James. James Cozzano había pasado la mayor parte de la primavera y el verano siguiendo las campañas de las primarias como parte de un proyecto de investigación para su tesis doctoral. Durante ese periodo había entrado en contacto con Lawrence Barnes, un acaudalado hombre de negocios de Dallas que era importante benefactor de la candidatura del reverendo doctor William Joseph Sweigel. Después de que Sweigel perdiese ante Tip McLane, Lawrence Barnes había hablado con James Cozzano y le había ofrecido un puesto en el consejo de dirección de un negocio de importación-exportación, con sede en Houston, en el que Barnes tenía una participación mayoritaria. El negocio trataba principalmente con equipo para la exploración y la extracción petrolífera.
Ahora se revelaba que la empresa mantenía sus mayores negocios con Irak y Libia, y que las participaciones minoritarias eran propiedad de compañías extranjeras que todos sabían controladas por los gobiernos de esos países.
Lunes 28 de octubre:
COZZANO
32%
PRESIDENTE
16%
MCLANE
34%
INDECISOS
13%
OTROS
5%
Cincuenta periódicos de Estados Unidos publicaron la misma fotografía en primera página, una foto de agencia tomada en un pequeño lago a pocos kilómetros al sur de Tuscola, Illinois. La fotografía mostraba a un granjero local en un pequeño bote de remos, examinando la superficie del lago, que estaba cubierto de peces muertos. El granjero declaró que la muerte de los peces estaba causada con casi toda seguridad por un vertido tóxico originado en la planta PACM de Tuscola, el cimiento económico de la fortuna Cozzano.
La campaña de Cozzano celebró una conferencia de prensa en Seattle, en la que los líderes de la comunidad vietnamita-americana local afirmaron que nadie había visto, o sabido de, la pequeña dama vietnamita que había acusado a Cozzano de crímenes de guerra. La mujer se había aislado tras ser liberada por la policía y ya no hablaba con la prensa; pero su familia insistía en que en Vietnam, Cozzano había lanzado una granada de mano al interior de una choza, volando por los aires a tres niños pequeños.
Martes 29 de octubre:
COZZANO
30%
PRESIDENTE
17%
MCLANE
38%
INDECISOS
11%
OTROS
4%
Una enfermera retirada que en una ocasión había sido contratada para trabajar en el hogar de los Cozzano, durante la prolongada enfermedad de Christina Cozzano, dijo que durante las últimas semanas de su vida, la fallecida esposa de Cozzano se había vuelto adicta a los analgésicos.
La esposa del candidato a vicepresidente de Tip McLane, durante un discurso en un grupo cristiano conservador, afirmó que la personalidad dominante y «extraordinariamente agresiva» de Eleanor Richmond había sido un factor importante en el suicidio de su marido.
James Cozzano dimitió del consejo de administración de la empresa de importación-exportación de Tejas y afirmó que le habían engañado.
Miércoles 30 de octubre:
COZZANO
29%
PRESIDENTE
18%
MCLANE
38%
INDECISOS
12%
OTROS
3%
El granjero que había acusado a la PACM de contaminar el agua y matar a los peces se retractó de sus afirmaciones, explicando que se habían basado en la información ofrecida por un «experto» desconocido que luego había desaparecido. Un análisis químico de los cuerpos de los peces demostró que habían muerto por efecto de un pesticida común de granja, que estaba disponible en cualquier comercio del ramo, y que no se producía en la PACM.
La enfermera jubilada que había contado la historia sobre la adicción a las drogas de Christina Cozzano había aparecido muerta en su garaje de Peoria; se había suicidado con las emisiones del coche.
La esposa del segundo de Tip McLane afirmó en una entrevista que no había sido su intención, de ninguna forma, decir nada negativo sobre Eleanor Richmond.
William A. Cozzano canceló todas sus apariciones de campaña del resto de la semana, diciendo que necesitaba prepararse para el gran debate del viernes noche.
Nimrod T. Tip McLane, durante una entrevista informal con Markene Caldicott en su avión de campaña, deploró el cariz negativo que había tomado la campaña presidencial.
El presidente de Estados Unidos, hablando ante una reunión de boy scouts en Arizona, dijo que no echaba en cara a los jóvenes que en ocasiones perdiesen la fe en la política y prometió que, cuando fuese reelegido, nombraría una comisión presidencial para examinar el estado de las elecciones norteamericanas.
El presentador de las noticias de la CBS, en un inusual comentario editorial, dijo que ese año la campaña presidencial había alcanzado nuevos mínimos, y afirmó que su organización estaba tomando medidas para evitar que volviese a pasar.
En el hotel privado que servía como cuartel general de Jeremiah Freel la seguridad era estricta. Los ascensores estaban desconectados excepto cuando se esperaba la visita de alguien muy importante, o tres veces al día cuando llegaba el servicio de habitaciones desde la cocina.
Por cuarta mañana consecutiva, la camarera llamada Louella le llevó a Jeremiah Freel su plato de ciruelas pasas estofadas. Freel no dejó de advertirlo. Era realmente difícil no reparar en la presencia de Louella. Era casi inconcebible que cualquier mujer, ataviada con el uniforme sin estilo de una camarera de hotel, pareciese sexy. Pero Louella lo lograba. Debía de llevarse el uniforme a casa para hacerle algunas modificaciones, bajando el escote, elevando el dobladillo. Cada día mostraba más escote, y cada día, cuando dejaba la bandeja del desayuno delante de Jeremiah Freel, se inclinaba un poco más, y él echaba una mirada más profunda y larga por la parte delantera de su vestido.
Esa mañana no pudo resistirse más. La mano penetró blusa abajo, con la rapidez de una cobra al ataque, y le atrapó el pezón. No con fuerza suficiente para hacerle daño. Pero con la suficiente para obligarla a permanecer donde estaba.
—Señor Freel —dijo uno de sus cuidadores, uno de los odiados hombres trajeados que le rodeaban continuamente.
—¡Cállate, papel higiénico usado! —dijo Freel.
Louella miraba directamente a los ojos de Freel. No estaba nada furiosa. Parecía casi divertida. Se mostraba interesada. Se lamió los labios y dijo:
—Lo lamento, señor Freel, pero el menú de hoy no incluye fruta fresca. —Tenía la cara como a diez centímetros de la de Freel. Llevaba mucho perfume y Freel podía olerlo surgiendo de su escote.
—Entonces, ¿qué tengo aquí? —dijo Freel, apretando el pezón.
—No tiene nada de nada —dijo Louella—, a menos que pueda conseguir algo de intimidad. —Miró acusadoramente a los hombres trajeados: cuatro sólo en esa habitación.
—¡Iros a joder por ahí! —gritó Freel.
—Lo lamento, señor Freel, ¡sabe que no podemos hacerlo! —dijo el jefe, un tipo que sólo se identificaba como Al. Al, claramente, se estaba poniendo nervioso—. Señora —le dijo a Louella—. Me temo que tendrá que irse.
—Pero no puedo —dio Louella—, hasta que el señor Freel me suelte. Y les digo que no es el tipo de hombre que suelte algo hasta no haber conseguido lo que quiere.
—Salid de una puta vez —dijo Freel—, o la puta campaña se va a tomar por culo. ¿No os dais cuenta de que necesito follar?
Ese llamamiento a las simples y básicas necesidades humanas convenció a Al. Apartó la vista y meditó durante un segundo.
—Vale, vale —dijo al fin—. Vamos chicos, vamos a dejarles solos.
Todos los cuidadores de Freel se pusieron en pie y salieron de la habitación mirando fijamente la espalda de Louella. Louella se dio la vuelta y les gritó al salir:
—Y no quiero que os quedéis escuchando al otro lado de la puerta. Podéis volver a vuestras habitaciones y ver la tele o algo.
Al, y el resto de los cuidadores, abandonaron la habitación y cerraron la puerta.
Seguían allí de pie, nerviosos, un minuto más tarde, cuando Louella sacó la cabeza por la puerta.
—¡Lo sabía! —dijo—. Sois unos pervertidos, chicos. ¡Volved a vuestras habitaciones!
Al situó a uno de sus hombres justo en los ascensores, al final del pasillo, y luego el resto se retiró a sus habitaciones, dejando las puertas abiertas.
Un minuto más tarde, el guardia junto a la puerta oyó el sonidito de la campanita. La flecha de bajada se iluminó. La puerta del ascensor se abrió y mostró a un par de hombres fornidos, los dos con máscaras antigás y protectores para los oídos, que se dedicaban a la acción perfectamente cronometrada de salir del ascensor; uno de ellos agarró al guardia por el cuello y le pegó un trapo doblado sobre la boca mientras el otro salía con un objeto pequeño pero muy denso y le daba con él en la cabeza.
Louella salió de la habitación de Freel, completamente desnuda, seguida de cerca por el propio Freel. Ella reía y gritaba; él gritaba:
—¡Guarra de mierda! ¡Vuelve aquí!
Louella se dirigió al ascensor. Llegó allí y le dio al botón del vestíbulo, justo cuando Al y el resto de los guardias de Freel salían al pasillo. No vieron más que a Jeremiah Freel metiéndose en el ascensor, y a dos hombres enormes y desconocidos lanzando granadas aturdidoras a lo largo del pasillo.
Veinte segundos más tarde, el personal y los huéspedes vieron a Louella, antigua Miss Abril, saliendo corriendo del ascensor completamente desnuda, todavía riendo, y digiriéndose a la entrada principal, seguida de cerca por un hombre ya mayor con un pene en erección saliéndole de la bragueta.
Un portero, con los reflejos moldeados por años de práctica, dejó libre el camino. Louella atravesó la puerta abierta, llegó a la entrada y saltó a la parte posterior de una furgoneta sin ventanas. Las portezuelas se cerraron, el furgón quemó rueda y salió de allí a toda prisa, revelando algo que había estado oculto: Cyrus Rutherford Ogle, flanqueado por dos docenas de cámaras de televisión y fotógrafos, que se dedicaban a registrar los rápidos cambios de expresión facial de Jeremiah Freel y su pene en reducción.
—¿Has vuelto para perder otras elecciones, Jeremiah? —dijo Ogle.
Freel abrió la boca y su nariz se contrajo en una mueca animal. Sus ojos saltaban entre Ogle y los cámaras.
Luego cargó.
Cy Ogle se quedó en su sitio, con las manos en los bolsillos de su abrigo.
Freel se lanzó a lo largo de los últimos dos metros, agarró con los brazos las caderas de Ogle y echó la cabeza atrás, con la boca abierta, para morder los genitales de Ogle.
Ogle sacó la mano del bolsillo, sosteniendo un pequeño objeto cilíndrico. Pulsó el índice y lanzó un buen chorro de gas lacrimógeno a la boca de Freel. Freel sufrió violentas convulsiones y cayó en el camino de entrada, agitándose, echando espuma por la boca y aullando como un animal herido.
—Bienvenido al infierno de las relaciones públicas —dijo Ogle, y luego entró en un coche que le esperaba. Al alejarse, miró atrás y vio a Freel convulsionándose en el camino delante del hotel, rodeado ahora por fotógrafos y cámaras que dirigían sus lentes hacia abajo.