Capítulo 49

Poco después de que Floyd Wayne Vishniak entrase en la gran área metropolitana de Washington le sucedió algo totalmente chocante y sin precedente: consiguió trabajo.

Resulta que pasó, de entre todos los lugares, en Pentagon Plaza. Había ido allí esperando montar un baño de sangre y acabó rellenando solicitudes de trabajo. La impredictibilidad de la vida en Estados Unidos era para él una fuente constante de diversión.

Había pasado medio día de reconocimiento. Pentagon Plaza, decidió tras dar vueltas a su alrededor varias docenas de veces a gran velocidad, era un único edificio que simplemente parecía ser un montón de edificios diferentes muy juntos. Había una zona de aparcamiento (¡los ricos y poderosos debían de tener sus espacios para aparcar!) y una enormes estructura baja y achaparrada oculta detrás, y elevándose a lo alto había un par de rascacielos: Pentagon Towers. Pero todo era parte del mismo complejo. La fortaleza de la oscuridad propiedad y santuario de Ogle Data Research.

¿Cuál sería la mejor aproximación? Sus mapas le indicaban que había una parada de metro bajo Pentagon Plaza. Sería una buena forma de acercarse. Pero al final decidió no hacerlo así. No tenía ni idea de qué iba a pasar. Si no moría, querría salir de allí con rapidez y coger el metro no era la mejor forma de lograrlo. Sería mejor tener la camioneta a mano.

Podía aparcar fuera y entrar andando o —una idea atrevida— podría aparcar en el aparcamiento. Esta última idea, aunque podría sonar a imposiblemente audaz, tenía varias ventajas. Valía la pena considerarla. Pasó varias veces por delante de la puerta del aparcamiento, yendo muy despacio, con las ventanillas bajadas, y observó cómo la gente iba aparcando. Todos entraron sin problemas. Se acercaban a la maquinita, le daban al botón y cogían el ticket. La barra se levantaba y entraban. Nadie los registraba. Ni siquiera tenían que mostrar una identificación.

Valía la pena intentarlo. Lo peor que podría pasar es que tuviese que chocar contra la barrera. Fue a por ello. Tenía tanta adrenalina corriendo por las venas que le dolían los dientes y sentía las encías calientes e hinchadas.

Se detuvo junto a la maquinita, e intentando parecer despreocupado, como si lo hiciese todos los días, alargó la mano y le dio al botón. La máquina escupió un ticket de cartulina. Lo retiró. La barrera se elevó.

Con calma, como si ése fuese su sitio, Floyd Wayne Vishniak pilotó su camioneta por las entrañas de Pentagon Plaza.

El aparcamiento no tenía ningún secreto. Encontró un sitio y aparcó marcha atrás. Esa maniobra heterodoxa provocó consternación y bocinazos entre otros muchos posibles aparcadores, pero a) todos podían irse a la mierda, b) él tenía pistola y c) tenía que aparcar de esa forma para poder salir con rapidez cuando llegase el momento.

La Fleischacker le colgaba de la axila. Había comprado varios cargadores muy largos para treinta y dos balas. Cargados con balas antiprotecciones, los llevaba ocultos en los largos bolsillos de carga de sus pantalones. Alargando la mano y soltando la solapa de uno de esos bolsillos, podía sacar un cargador nuevo en una fracción de segundo. Ya tenía un cargador metido en la empuñadura de la Fleischacker, haciendo que la pistola quedase enorme, inmanejable y con forma de L. Su cazadora de los QUAD CITIES WHIPLASH ocultaba adecuadamente el arma, siempre que la llevase cerrada casi hasta arriba y llevase el brazo colgando a un lado.

Cerró bien la camioneta (no estaría bien que robasen su vehículo de huida mientras él estaba ocupado dentro) y luego siguió a algunas personas hacia el paso elevado y unas puertas de vidrio que unían el aparcamiento con el enorme edificio achaparrado que tenía al lado.

¡El cuartel general de Ogle Data Research estaba ingeniosamente disfrazado como una elegante tienda!

Vishniak se obligó a mantener la calma. Atravesó un enorme muestrario de zapatos de mujer, intentando comportarse igual que los demás, como si fuera allí continuamente. Lo hacía operando bajo la suposición de que el centro comercial era una fachada falsa, como las de Misión: Imposible, y que tendría como mucho diez metros de fondo. Una vez que dejase atrás la exposición de zapatos, empezaría a ver los monitores de ondas cerebrales y las antenas de satélite. Luego la Fleischacker saldría y la malvada operación de Ogle cerraría. Vishniak moriría, probablemente, y Cozzano quedaría libre de su esclavitud electrónica.

Pero al acabar los zapatos, llegó a una sección llena de bolsos. Luego más ropas de mujer. Perfume. Cosméticos. Subió por una escalera mecánica (¡Sigue andando! ¡No te pares a mirar!) y encontró televisores y un pequeño restaurante para gourmets. Y así continuamente, de la misma guisa.

Siguió andando. El cerebro le daba vueltas. Subió y bajó por las escaleras mecánicas varias veces, y finalmente atravesó la enorme entrada y llegó a algo que ciertamente se parecía mucho a un centro comercial. Pero no como cualquier centro comercial que Vishniak hubiese visto en las Quad Cities. Para él, un centro comercial era un pasillo único, de un piso, bordeado de pequeñas tiendas, algunos bancos y quizás una fuente en medio.

Comparado con los centros comerciales a los que estaba acostumbrado, ese lugar era… bien, como Washington, D.C. comparado con Davenport, Iowa. Tenía cuatro plantas de altura. Los suelos eran de un mármol blanco reluciente. El atrio central estaba lleno de una luz que descendía desde el techo de cristal; a través de él Vishniak podía ver el cielo, y los aviones despegando desde el aeropuerto, y los rascacielos de oficinas alzándose en lo alto.

Era interminable. Había miles de personas, visitando cientos de tiendas. Algunas de las tiendas eran ratoneras chiquitinas, pero muchas eran enormes y elegantes. Ya no era posible sostener la idea de que todo eso era una fachada falsa para las actividades de Ogle Data Research. Ése era un centro comercial de verdad, real, aunque incomprensiblemente vasto y lujoso.

Siguió andando. Por una parte, estaba confuso y algo decepcionado de que no hubiese logrado localizar Ogle Data Research. Por otra parte, estaba aliviado, y respiraba con facilidad desde que había entrado en la ciudad por primera vez. Estaba claro que ese asunto era mucho más complicado de lo que había creído inicialmente. Iba a tener que acomodarse y dedicar bastante más tiempo a la fase de recogida de información de la operación.

Pronto llegó hasta un enorme cartel electrónico: un directorio codificado por colores del centro comercial Pentagon. Contenía planos de cada uno de los cuatro niveles, con cada tienda identificada con un número y un listado de todas las tiendas por categorías.

Era casi excesivo tener la esperanza de poder encontrar ODR de esa forma, pero probó. Las tiendas estaban ordenadas por categorías: ROPA DE MUJER, ROPA DE HOMBRE, RESTAURANTES, JOYAS, REGALOS, y demás. Vishniak no tenía claro qué categoría describía a Ogle Data Research, y por tanto se limitó a empezar por el principio y leer todos los nombres de cada uno de los negocios alojados en el centro comercial, lo que le llevo varios minutos. No había ningún Ogle Data Research.

La inspiración le llegó en forma de un cartel de SE NECESITA AYUDA colocado en el escaparate de una tienda. Pedir trabajo era una buena forma de entrar en una tienda y examinarla sin gastar nada de dinero. Y —por impensable que pudiese parecer— si podía conseguir trabajo en Pentagon Plaza, podría pasar allí todo el día y examinarlo en detalle. Un trabajo desde dentro siempre había sido la mejor forma de cometer un delito.

Había rellenado suficientes solicitudes de empleo en su vida como para saber que debía tener una dirección. Así que salió del centro comercial por donde había venido, pagó el precio astronómico del aparcamiento y, con el nombre de Sherman Grant, alquiló una habitación en un motel cerca del Aeropuerto Nacional, a dos o tres kilómetros de Pentagon Plaza. Luego encontró una oficina de correos donde pudo contratar un apartado, obteniendo así la muy importante dirección, momento en que empezaba a escasearle el dinero. Pero había pasado el verano acumulando tarjetas de crédito que bancos fatuos le habían enviado, sin que él las pidiese, desde lugares como Delaware y Dakota del Sur, y ésas ayudaban bastante.

Así fue como Floyd Wayne Vishniak estableció su pequeña base de operaciones en la capital de la nación, al igual que toda persona, empresa, grupo de presión, asociación comercial y maniaco que tuviese planes para el país. Un segundo viaje a Pentagon Plaza esa misma tarde (en esta ocasión, en metro, más barato) le valió una docena más de solicitudes de empleo. Se quedó despierto hasta la una de la mañana rellenándolas con su mejor letra de sexto curso, y al día siguiente bien temprano se encontró feliz en el centro comercial, tan pronto como abrieron las tiendas, para entregarlas. Y en ése, su tercer viaje al centro comercial, ni se molestó en llevar la pistola.

El éxito llegó asombrosamente rápido; la administración del centro comercial ofreció a Sherman Grant un trabajo en la zona de comida, limpiando las mesas. Un cabrón yuppie le entrevistó para el puesto, para asegurase de que él, que antiguamente había montado gigantescas transmisiones para tractores, tenía inteligencia suficiente para retirar la basura de las mesas y limpiarlas con un trapo mojado. Vishniak se tragó su resentimiento y le aseguró que haría todo lo posible para superar los desafíos sin precedentes del trabajo.

Consideró la idea de esperar para ver si le ofrecían algún otro trabajo, pero aceptó el primero. Había que mantener la vista fija en la pelota. El propósito del viaje no era desarrollar nuevas posibilidades profesionales. El propósito era meter balas en las cabezas de los altos directivos de Ogle Data Research y luego destruir en la medida de lo posible todo su equipo de alta tecnología para ondas cerebrales que pudiese poner delante del arma antes de que le derribase el equipo de intervenciones especiales que, inevitablemente, se presentaba en esas ocasiones.

Empezó de inmediato. Le entregaron un delantal y un gorro. El periodo de entrenamiento duró como diez segundos y luego ya estaba trabajando. La zona de comida estaba situada en la planta baja, ocupando un enorme espacio abierto en la planta que, en pisos superiores, estaba ocupado por un hueco con una barandilla a su alrededor: un enorme atrio que miraba al mar de mesas y sillas compartidas por todos los comercios de comida rápida que rodeaban la zona de comida. El atrio estaba cubierto por un inmenso techo de vidrio que dejaba entrar tanta luz que Vishniak a menudo llevaba gafas de sol.

Al principio se sintió humillado por el trabajo. Era el único angloparlante en ese puesto. Nunca se sintió cómodo con el trabajo en sí, pero después de un breve periodo empezó a comprender que, desde el punto de vista del reconocimiento, no podía ser más perfecto. Vishniak recorría durante todo el día un territorio enorme, valorando a miles de personas, oyendo fragmentos de sus conversaciones, descubriendo dónde trabajaban y qué hacían. Era justo el trabajo que necesitaba.

Un día, después de llevar allí una semana y haber examinado decenas de miles de rostros, vio uno que reconoció: Aaron Green. Green estaba solo en una de las mesas de pie, comiendo pescado crudo —sushi, lo llamaban— y leyendo una revista de informática. Llevaba traje. En el suelo, había un maletín entre sus piernas. Vishniak dio dos vueltas a su alrededor, mirándole el rostro y confirmando la identificación.

Vishniak volvió a sentir el efecto de la adrenalina por primera vez desde la primera aproximación a Pentagon Plaza. Si Aaron Green alzaba la vista y le reconocía, podría darse por muerto. Por suerte, llevaba gafas de sol. Y desde que trabajaba allí, había adoptado la precaución de ponerse todas las mañanas una venda elástica alrededor de la muñeca para ocultar el reloj que Green le había dado.

Vishniak observó a Green a través de las gafas de sol de la misma forma que miraba a las chicas guapas en el río los días calurosos de verano: la cabeza de lado al blanco, los ojos moviéndose en las cuencas de forma que las mujeres no supiesen que las miraba. Finalmente Green acabó de comer el sushi, hojeó las últimas páginas de la revista y tomó el maletín. Maniobró a través de la multitud y tomó una escalera mecánica que ascendía. Vishniak le siguió, subiendo a la escalera cuando Green llegaba arriba.

Green subió un par de pisos y luego comenzó a atravesar el centro comercial, bordeando el atrio. Vishniak le siguió en la distancia. Finalmente Green se detuvo delante de unas puertas de ascensor encajadas discretamente en la pared, entre una tienda de artículos de piel y una de electrónica. Se sacó una llave del bolsillo y la metió en una entrada de pared. Las puertas se abrieron, Green entró y desapareció.

Vishniak examinó de cerca las puertas del ascensor, maldiciéndose por haber sido tan tonto. Había pasado delante de esas puertas cien veces y no había reparado en ellas. Había dado por supuesto que era un ascensor de carga o algo así, no la entrada secreta a Ogle Data Research.

El descubrimiento no le ayudaba mucho; debía tener una llave para entrar en el ascensor. Pero aún así, una pista era una pista. Ese día, Vishniak se tomó antes el descanso para almorzar, fue a una peluquería en el centro comercial y se gastó el salario del día en recortar su pelo largo y en que le arreglasen la barba. No podía arriesgarse a que Aaron Green le reconociese. Con el nuevo peinado y las gafas de sol era irreconocible.

No lejos de las puertas del ascensor había un banco donde los clientes cansados podían reposar las piernas. Cuando no trabajaba, Vishniak se dedicó a pasar mucho tiempo en ese banco, vigilando las puertas del ascensor.

La mayor parte de las personas que entraban y salían eran los típicos empleados de oficina, todos bien vestidos. Pero muy pronto Vishniak apreció un patrón: algunos de esos oficinistas siempre salían a pares del ascensor. Uno de ellos se quedaba junto a las puertas del ascensor con la llave. El otro se internaba en el centro. A los pocos minutos, gente desconocida empezaba a gravitar hacia las puertas del ascensor, gente normal, corriente, de la calle. La persona situada junto a las puertas empleaba la llave para abrir las puertas y enviarlas al piso once. Una hora o dos más tarde, esa gente regresaba y cada persona se iba por su lado.

Vishniak sentía curiosidad por lo que le hacían a esa gente durante la hora o dos que permanecía en el piso once. ¿Cirugía cerebral? ¿Los convertían a todos en robots como a Cozzano?

Después de un tiempo acabó reconociendo a las personas que iban al centro a recoger a los otros, y se dedicó a seguirlas para ver qué hacían. Siempre llevaban tablillas; las tablillas siempre tenían listas, y a medida que persuadían a una persona diferente a subir al piso once, tachaban un elemento de la lista. Y no se acercaban aleatoriamente a alguien; iban a tiendas concretas, o a intersecciones concurridas, y examinaban los rostros de los compradores, buscando tipos en concreto.

Vishniak oyó un interesante fragmento de conversación en una de esas ocasiones, mientras seguía a una joven con tablilla. Se topó con otra mujer con tablilla que andaba por el centro comercial buscando sujetos.

—¡Marcie! ¡Hola!

—Oh, hola, Sherry. ¿Qué buscas?

—Lo habitual… una Concubina de Centro Comercial y un Mono de Porche. ¿Y tú?

—Tengo todo en la lista excepto el Comesalsa Post-Confederado.

—Oh. ¿Sabes qué deberías hacer? ¿Ves ese quiosco de prensa?

Sherry le dio algunas instrucciones a Marcie. Marcie le dio las gracias y fue al quiosco, donde encontró a un joven de pelo largo, vestido con camiseta y una bandera confederada en la espalda, hojeando un ejemplar de Armas y munición. Después de una breve conversación, el joven asintió, dejó la revista y siguió a Marcie.

Pentagon Plaza no era el lugar adecuado donde uno pudiese comprar con facilidad una bandera confederada, pero había muchos sitios en las zonas menos prósperas del norte de Virginia, y esa noche Floyd Wayne Vishniak pasó por algunas de ellas. También pasó por un quiosco y compró algunas revistas sobre armas, un tema que después de todo ya le interesaba.

Al día siguiente, después de terminar de limpiar mesas, fue al baño, se encerró en un excusado y se quitó el delantal y el gorro. Se puso una camiseta confederada. Encima se puso la pistolera. Llevaba los pantalones de trabajo con los cargadores en los bolsillos largos. Finalmente se puso una cazadora rojo chillón con la bandera confederada en la parte de atrás y se la abrochó lo justo para ocultar el arma. Luego subió y se sentó en el banco cerca del ascensor y se dedicó cómodamente a leer sus revistas sobre armas. Iba a tener que inventarse otro nombre, Lee Jackson o algo así.

Al final, se leyó enteras todas las revistas y acabó sabiendo todo lo que un hombre podía saber sobre lo último en tecnología de armas, porque acabó pasando tres turnos completos de ocho horas en ese banco antes de que alguien se percatase de él.

—Discúlpeme, señor —dijo una joven. Vishniak alzó la vista. Era Marcie. Venía con su tablilla—. Trabajo para una empresa de investigación de opinión llamada Ogle Data Research —añadió—, y querría saber si le importaría que le hiciese algunas preguntas. ¿Tiene usted entre veintiséis y treinta y cinco años?

—Sí —dijo él.

—¿Es usted del sur y se considera sureño?

—Y también me siento orgulloso de serlo —dijo él.

—¿Y se consideraría en paro o con un mal empleo?

—Definitivamente.

—Bien, ¿le apetecería ganar cincuenta dólares? Llevará como una hora.

—¿Cincuenta dólares en una hora? —dijo Vishniak—. ¡Bien, yijá! Hoy es mi día de suerte.