Tip McLane ya había adoptado su pose característica, inclinándose hacia la cámara, cabeza abajo, mirando directamente a la lente. Tan pronto como se encendió la luz roja empezó a descargar:
—Primero de todo, doctor Lawrence, déjeme decir que agradezco, a usted y a toda la gente de Decatur, la oportunidad de venir aquí y participar en este foro.
A unos cientos de metros, Cy Ogle se reía a carcajadas. Había echado la cabeza atrás y había empezado a reírse con una risa triunfante de falsete. A su alrededor, el Ojo de Cy había pasado a varios tonos de azul. Había sucedido en cuanto «primero de todo» había salido de los labios de Tip McLane.
—Deja que lo apunte —dijo Ogle, apuntándolo—. Nunca empieces con «primero de todo».
Ogle también estaba feliz porque sólo tres de las pantallas estaban en blanco. Estaban obteniendo un cumplimiento del 97 por ciento. En Falls Church, Virginia, tres laceros estaban al teléfono, intentando hablar con los tres miembros delincuentes de 100 PIPER. En los siguientes minutos, dos pantallas más se encendieron.
Habían pasado casi treinta segundos, y Tip McLane todavía no había empezado a responder a la pregunta.
—… la gente que dice que las campañas presidenciales no son más que el triunfo del estilo sobre la sustancia es evidente que no ha estado prestando atención a los buenos programas sustanciales como en el que participamos hoy.
—Gracias, Tip —dijo Ogle—, lo hice lo mejor que pude.
—Bien, a por la industria automovilística. Hay muchos llamados conservadores que estarían en desacuerdo conmigo en este punto y dirían que debemos dejar que los japoneses vengan y se queden con todo. Que eso es el mercado libre. Bien, no es mercado libre. Es un Pearl Harbor económico, eso es lo que es. Y no estoy dispuesto a quedarme cruzado de brazos y dejar que le pase a Estados Unidos. Y es por eso que, cuando sea presidente…
—… gracias, congresista McLane, su tiempo ha expirado —dijo el doctor Lawrence, encantado pero firme.
—… lo encararemos de forma dura pero no proteccionista…
—… gracias, congresista McLane.
—… y equilibraremos ese déficit comercial…
—… su tiempo ha expirado y ahora debemos pasar el gobernador Cozzano.
El duelo verbal entre el congresista McLane y el doctor Lawrence se fue apagando. Para entonces, las pantallas eran en su mayoría azules y rojas.
—Bien, eso hace que todos queden como imbéciles —dijo Ogle—. No sé si reaccionan ante McLane o ante Lawrence. —Se volvió para mirar a Aaron a los ojos—. ¿Puedes darme una distribución por ingresos?
Aaron agarró el ratón unido a la estación de trabajo Calyx y escogió un par de elementos de un menú. Un gráfico apareció en pantalla y pasó una copia a una de las pantallas de Ogle.
—Eso me indica que Tip McLane desagrada a todo el mundo más o menos de la misma forma —dijo Ogle.
—Eso es. Lo que resulta interesante, viniendo del estrato económico superior.
—Sí —dijo Ogle. Alzó el índice en el aire—. Voy a hacer una predicción.
—Dispara —dijo Aaron.
—Predigo que vamos a ver muchos datos más según los cuales la gente piensa que Tip McLane es demasiado tosco. Demasiado rudo para bailar con la reina de Inglaterra.
El Ojo de Cy ganó brillo y adoptó un tono decididamente verdoso.
—Está caliente —dijo Ogle—. Ahora aguanta, cariño, no lo malgastes. —Mientras hablaba, pulsaba un par de botones en el teclado que usaba para comunicarse con Cozzano.
Cozzano quedaba genial en la tele. La apoplejía le había envejecido de cierta forma. Había perdido peso sin quedar demacrado. Le había resaltado los rasgos que valía la pena resaltar. Ahora tenía un aspecto serio, pensativo, sólido como una roca. Probablemente ganase un montón de votos simplemente haciendo lo que hacía ahora mismo: estar delante de la cámara sin decir nada.
Para él era un comportamiento nuevo. A Cozzano le encantaba discutir. Le gustaba cualquier forma de competición. Siempre había sido el primero en presentarse a los entrenamientos. Siempre que aparecía en un debate, saltaba a la lucha en cuanto le tocaba.
Pero no te convertías en presidente pareciendo ansioso. Ogle lo comprendía perfectamente, y por tanto, tan pronto como se nombró a Cozzano, había empezado a darle al teclado, lanzando imágenes tranquilas, silenciosas y sólidas al cerebro de Cozzano. Cozzano se limitaba a quedarse allí, silencioso, sólido, contemplativo. Cuanto más tiempo estaba así, más brillante y verde se ponía el Ojo de Cy.
—Estamos teniendo buenos resultados —dijo Zeldo, mirando las lecturas de la presión arterial de Cozzano—. Se está tranquilizando. Antes estaba un poco nervioso.
—Perfecto —dijo Ogle—. Acabo de inventar una nueva forma de retórica política: no digas ni una palabra.
Era perfecto, comprendió Aaron, sentado mirando a Cozzano en televisión. Había visto muchos debates. Los candidatos siempre parecían tensos, como participantes nerviosos en un concurso de televisión. Pero Cozzano poseía una dignidad sólida que estaba por encima. Daba la impresión de un hombre profundamente dedicado a pensar ideas profundas, sin prestar atención a lo que le rodeaba, a quien de pronto un moderador nervioso y quejica había interrumpido. Quien ahora iba a dedicar algunos profundos pensamientos a la cuestión antes de decir nada.
Aaron se sintió como si debiese ponerse en pie y saludar a Cozzano. Se sentía así incluso sentado a tres metros de Ogle y sabiendo perfectamente que se trataba de una imagen manipulada.
—Poseo ciertos valores con los que no estoy dispuesto a jugar —dijo Cozzano. Luego hizo una larga pausa, pensando. El público guardaba un silencio total. Incluso el interior del tráiler de Ogle estaba en silencio. Todo el universo parecía girar alrededor de Cozzano—. Una de las cosas que valoro es la dignidad y el respeto por uno mismo. Son nuestro derecho de nacimiento. Algunos los malgastan. Una vez que los has perdido, no puedes recuperarlos. Y una forma de malgastar tu dignidad y el respeto por ti mismo es quejarte, lamentarte y mendigar. —Cozzano pronunció esas palabras con un disgusto casi palpable—. Mi actitud es que no me importa lo desequilibrado que esté el campo de juego. Voy a jugar siguiendo las reglas. —En este punto Cozzano pareció cabrearse visiblemente. Por primera vez miró directamente a la cámara, alzó la gruesa mano derecha, apuntando a la lente—. Nunca me arrastraré de rodillas ante Japón o ante cualquier otro país y gritaré me rindo, como hizo George Bush en 1992. Preferiría morir. —Cozzano volvió a sentarse, mantuvo la mirada fija en la lente durante unos segundos y luego la apartó.
El Ojo de Cy se había puesto de un brillante cegador: Estados Unidos sentía fuertes emociones en conflicto.
Hubo silencio y luego confusión. Sólo había empleado una pequeña porción del tiempo asignado. El doctor Lawrence no estaba seguro de qué hacer. Los regidores de televisión pasaban inseguros del plano del gobernador Cozzano a planos del doctor Lawrence.
—Todavía le quedan treinta segundos —dijo el doctor Lawrence—. ¿Le gustaría ampliar más?
—¿Qué hay que ampliar? —dijo Cozzano.
Ahora aparecía un patrón claro cuando la imagen pasaba del doctor Lawrence a Cozzano. En general la gente había decidido que el doctor Lawrence era un imbécil.
—Eso ha estado desmadrado —dijo Ogle. Sonaba un poco inseguro. Agarró el joystick POPULISTA-ELITISTA y lo movió un poco más cerca de POPULISTA. Eso ha requerido pelotas, Aaron, ¿no tenemos un antiguo trabajador automovilístico que limpia retretes?
—Sí —dijo Aaron, escogiendo una línea con esa misma descripción en un menú de la pantalla del ordenador. Apareció un gráfico que resumía cómo ese miembro en concreto de 100 PIPER había reaccionado al discurso de Cozzano.
Era una línea aserrada de contrastes y cambios de humor. Estaba claro que había hecho daño a los sentimientos del tipo. Pero la reacción no era totalmente negativa. Hacia el final del comentario de Cozzano, el estado emocional del antiguo trabajador automovilístico había saltado hacia arriba.
—Vaya. Qué interesante —dijo Ogle—. El llamamiento al orgullo parece funcionar. Pero no es la patriotería de antaño. Es una cuestión de orgullo personal e individual. De valores fundamentales.
En televisión, el doctor Hunter P. Lawrence explicó que ahora los candidatos podían refutar las afirmaciones del otro.
McLane apareció en pantalla con cierta expresión atónita, nerviosa y de ojos inseguros, como si desease mirar a Cozzano pero no pudiese.
—Bien, me parece a mí, eh, que el mejor camino a la autoestima y la dignidad es tener un trabajo seguro. Todo lo demás surge de ahí. Bajo mi administración, pondré en práctica políticas que estimulen el vigor de nuestro sistema de libre empresa y provoquen un crecimiento del mercado de trabajo. Después de todo, es difícil tener dignidad cuando vives de la beneficencia.
El Ojo de Cy pasó brevemente a rosa cuando se usó la palabra «beneficencia».
—Un truco fácil —murmuró Ogle.
—Es fácil mofarse de un campo de juego desigual cuando has nacido en una familia próspera y no has sufrido los despidos masivos de los trabajadores de la industria automovilística —siguió diciendo McLane—. Pero para esa gente en Detroit…
El Ojo de Cy mostró algunos destellos breves de verde cuando varias personas se alegraron del ataque personal de McLane contra Cozzano. Pero a la mayoría de la gente no le gustó. No les gustó nada.
Cozzano se había vuelto ligeramente en dirección a McLane. Tenía el aspecto de un gran hombre, a solas en su estudio, ocupado con asuntos importantes, que tenía que levantarse y educar a un cachorrillo que se hubiese meado en la alfombra.
—Mi familia es próspera porque nos queremos y trabajamos duro —dijo Cozzano—. Y puedo prometerte, Tip, que si buscas ganarte el aprecio del público norteamericano arrastrando a mi familia por el fango, te lo haré lamentar de muchas formas. Cuando un hombre hace bromas sobre mi familia, mi respuesta natural es invitarle a salir fuera. Y estoy a punto de hacerlo aquí y ahora mismo.
Ogle saltó de la silla y empezó a gritar.
—¡PASAD A TIP! ¡PASAD A TIP! ¡PASAD A TIP!
Aaron apenas podía ver nada; el Ojo de Cy se había vuelto cegadoramente intenso, como una antena parabólica apuntando directamente al sol. Pero la imagen en medio cambió y Tip apareció en pantalla; tenía la boca medio abierta, las cejas como en mitad de la frente, los ojos moviéndose nerviosos de un lado a otro. El Ojo de Cy se volvió azul (gente que, desde hacía tres segundos, odiaba a Tip McLane), con algunas pantallas de rojo furia (gente que quería que Cozzano golpease a McLane allí mismo).
—Un golpe para dejarle fuera de combate —dijo Ogle—. Tip ha perdido la carrera. —Pero por si acaso, movió el joystick AMABLE/ TRANQUILO-BELIGERANTE hacia AMABLE/TRANQUILO. Luego movió el joystick MATERIAL/ETÉREO más cerca de ETÉREO.
Casi resultaba posible ver los engranajes girar en la cabeza de McLane. La expresión de sorpresa fue desapareciendo gradualmente hasta parecer impasible, luego tranquilo y casi fríamente desafiante.
—No sería la primera vez que resuelvo una discusión de esa forma —dijo McLane.
—¡Ay! —dijo Ogle.
—Pero una de las primeras cosas que debe aprender un presidente es a separar sus emociones personales de los asuntos de la nación, y…
Los colores cambiaron por todo el Ojo.
—¡Control de daños! —dijo Ogle, y le dio a uno de los botones en el brazo.
—… en cuanto a la industria del automóvil —dijo Cozzano, siguiendo con su frase como si McLane no hubiese abierto la boca, echándole con indiferencia de la carretera—, no es cierto que la gente consiga primero sus trabajos y luego se sienta bien consigo misma. Esa es una visión muy superficial de la naturaleza humana. La dignidad no se compra con un sueldo. Tu prórroga por estudios te mantuvo fuera de Vietnam, Tip, así que no viste lo que yo vi: campesinos doblados sobre los campos de arroz que jamás ganaron ni diez centavos en toda su vida pero que sin embargo poseían más dignidad en la última articulación de su meñique que muchos ejecutivos y abogados de gran sueldo que conozco. Es al revés: si posees dignidad, si te respetas a ti mismo, encontrarás un trabajo. No me importa lo mal que vaya la economía. Cuando mi bisabuelo vino a esta parte del país, no había trabajo. Así que se inventó su propio trabajo. Sólo llevaba unas semanas en Estados Unidos, pero en ese periodo se había convertido en totalmente norteamericano. Se había convencido de que podía cambiar su propia vida. Que podía controlar su propio destino.
—Muy inspirador. Pero cuando mi familia llegó a California… —empezó a decir McLane.
—Algunas personas creen que el desempleo hace daño por el dinero —dijo Cozzano—. Porque no puedes permitirte comprar juegos para la Nintendo o zapatillas de marca. Es una explicación vulgar y facilona. Los norteamericanos no son materialistas totales enamorados del dinero. El desempleo hace más daño a los sentimientos de la gente que a sus bolsillos.
En los últimos segundos todos los gráficos habían descendido, los colores pasando al azul.
—¡La jodí! —dijo Ogle, golpeando teclas y moviendo joysticks a toda prisa—. ¡Mal movimiento!
De pronto Tip McLane aparecía en pantalla. Era demasiado tarde para que Cozzano saliese del pozo.
—¡Mierda! —siseó Ogle—. ¿Cómo se le ocurre decir que los norteamericanos no son materialistas superficiales?
McLane estaba encantado. Sabía que había pillado a Cozzano.
—Aparentemente el gobernador de Illinois cree que todos seríamos más felices con pleno empleo… ¡en campos de arroz!
El público rió. De pronto el Ojo tenía bien considerado a Tip McLane.
—¡Maldición! —dijo Ogle—. ¿Por qué tuvo que meterse en profundidades? —Se rascó nervioso la barbilla, pensando intensamente, y jugueteó con los controles—. Debemos suprimir esa tendencia a la filosofía.
—Quizás el gobernador no haya estado viendo a una representación total del público norteamericano desde su patio trasero en Tuscola —dijo McLane—. Pero yo sí, porque he visitado los cincuenta estados durante la larga campaña de las primarias… incluso estados tan pequeños que mi director de campaña me rogó que no visitase porque me decía que no eran importantes. He hablado con mucha gente. Y una y otra vez, he tenido la impresión de que a la gente de Estados Unidos no le gusta que sus políticos le hablen con suficiencia.
—Eso lo puedes tener claro —dijo Ogle, pulsando una tecla que hacía que una bala alucinatoria pasase junto a la cabeza de Cozzano.
—Saben lo que quieren: trabajos. Buenos trabajos —dijo McLane—. Lo que no quieren son lecciones vagas sobre cómo sentir más dignidad.
Ogle gruñó. Los 100 PIPER mostraban ahora gran apoyo por McLane.
—Nos estás matando —dijo, y golpeó un enorme botón rojo que simplemente decía: INVERSIÓN.
—Cuando las fuerzas de la libertad y la democracia atacaron la fortaleza Europa de Hitler en el día D —dijo Cozzano—, la cabeza de élite de la invasión llovió de los cielos en paracaídas. Paracaídas fabricados con nylon manufacturado como a un kilómetro de mi casa en Tuscola, por mi familia. Los paracaidistas nerviosos, de pie en las portezuelas abiertas de esos aviones, mirando el paisaje francés a miles de metros más abajo, depositaban mucha confianza en esos pliegues de nylon.
—¿Qué tiene eso que ver? —dijo Aaron, dando voz a los sentimientos que aparecían en el Ojo de Cy: un estado de flujo caótico.
—Calla —murmuró Ogle—. Es buen material. Al estilo Reagan en su nostalgia empalagosa… con el punto metafórico de Ross Perot antes de que se volviese tarumba.
—Cuando saltas desde un avión que sobrevuela una zona de guerra, te hace falta algo más que autoestima para llegar sano y salvo al suelo —dijo Cozzano—. Te hace falta un paracaídas resistente y bien fabricado. Los jóvenes que abandonen el instituto y la universidad las próximas semanas se parecen mucho a esos soldados saltando de ese avión. Y si creen que William A. Cozzano tiene la intención de hacerles saltar sólo con un discurso para hacerles sentir bien, están complemente equivocados.
—Pero eso es justo lo contrario de lo que dijo antes —dijo Aaron.
—Cállate —dijo Ogle—. Creo que se los ha ganado. —A medida que la analogía de Cozzano iba quedando más clara, las pantallas habían dejado de fluctuar y comenzaban a quedarse en un patrón verdoso—. Tenemos que hacer que Desarrollo de Anécdotas trabaje en eso del día D.
Cozzano siguió hablando.
—De la misma forma que el nylon reemplazó a la seda en los paracaídas, las nuevas tecnologías han reemplazado a las viejas en el mercado laboral. Y puedo asegurarles que ningún país del mundo supera a Estados Unidos en lo que se refiere a inventar nuevas tecnologías.
McLane le interrumpió.
—Y a ningún país se le da mejor ganar dinero con esas invenciones que a Japón —dijo—, razón por la que me aseguraré de que Estados Unidos, y no Japón, sea la que obtenga los beneficios de su capacidad creativa, única entre las naciones del mundo.
Ogle se golpeó en la cara y gruñó.
—Ese hijo de puta de McLane es un vampiro. Dame una proyección.
Aaron trabajó en el ordenador durante un minuto, ejecutando varias rutinas estadísticas.
—Según las reacciones de los 100 PIPER, teniendo en cuenta un rebote de debate de setenta y dos horas, corregido por la probabilidad de que realmente lleguen a votar, nos quedan 27 votos electorales para el presidente, 206 para Cozzano y 302 para Tip McLane.
—Nos queda mucho camino —dijo Ogle.
—A mí me parece bastante bueno —dijo Aaron—, considerando que ni siquiera se presenta a presidente.
—¡Detalles! —se burló Ogle.