Capítulo 8

Aaron Green fingió durante toda una semana, lanzando todos los días el IMIPREM al maletero del Dynasty alquilado y pregonando su producto a todo lo largo de Wilshire Boulevard. Luego una mañana se levantó, rebuscó en la cartera, vació el bolsillo donde metía las tarjetas de visita de la gente y sacó una. Una simple en tinta negra sobre papel blanco: CY OGLE —Presidente— Ogle Data Research, Inc.

Ogle era su hombre. El que había dado un vistazo rápido a su IMIPREM, en las circunstancias menos prometedoras, y había reconocido su valor. Un tipo tan listo como Ogle no necesitaba un discurso de ventas. Nada de presentaciones elaboradas.

Aaron sabía desde la conversación en el avión que acabaría haciendo la llamada. Pero se había obligado a ceñirse al plan original al menos durante una semana.

Ya era suficiente. La tarjeta detallaba oficinas en Falls Church, Virginia, y Oakland, California. No era muy prometedor. Aaron marcó el número de Oakland, preparándose para una larga sesión de juego telefónico.

—¿Hola? —dijo una voz masculina.

—¿Hola? —dijo Aaron, pillado desprevenido. Había esperado hablar con una secretaria.

—¿Quién llama?

—Disculpe —dijo Aaron—, intento hablar con…

—¡Señor Green! —dijo el hombre, y Aaron le reconoció como Cy Ogle en persona—. ¿Cómo le va en Holleewood? ¿Lo está pasando de fábula?

Aaron rió. En el avión había dado por supuesto que Ogle estaba borracho. Pero ahora sonaba exactamente igual. Por tanto, o Ogle estaba borracho todo el tiempo o no lo estaba nunca.

—No me parece que vaya a dejar pronto las huellas de mis manos sobre el cemento.

—¿Ha mantenido muchas conversaciones interesantes con los grandes empresarios del entretenimiento?

Aaron decidió probar a Cy Ogle.

—Son todos golems recubiertos de teflón.

—Y todos sus argumentos científicos se deslizan sobre sus superficies no adherentes de alta tecnología —dijo Ogle sin perder ni un momento.

—¿Qué pasa? —preguntó Aaron—. ¿Contesta usted mismo al teléfono?

—Sí.

—Es que supuse que al ser presidente de su propia empresa, tendría secretaria o algo así.

—La tengo —dijo Ogle—. Pero es una secretaria realmente buena, y por tanto no malgasto su tiempo haciendo que responda al teléfono.

—Bien —dijo Aaron—. No quiero malgastar su tiempo. Debe de estar ocupado.

—Estoy ocupado pisando el acelerador y manteniendo este tragagasolina entre las líneas blancas —dijo Ogle.

—Oh. ¿Está conduciendo?

—Sí. Voy a Sacramento para mentirle al gobernador.

—Oh. Ya que estábamos en la misma costa…

—Pensó que podríamos reunimos para hablar de su IMIPREM.

—Exacto —dijo Aaron. Le agradaba que Ogle todavía recordase el acrónimo.

—Deje que le haga una pregunta —dijo Ogle—. ¿Podría hacer que fuese pequeño?

—¿El IMIPREM? ¿A qué se refiere?

—Ahora es grande. Más grande que una panera, como se suele decir. Supongo que tiene integrada una enorme fuente de alimentación. ¿Hay alguna razón intrínseca que impida miniaturizarlo? ¿Hacer que sea portátil? Digamos, del tamaño de un walkman o incluso más pequeño, ¿como un reloj de pulsera?

—Sería un proyecto muy costoso…

—Deje de intentar comportarse como un hombre de negocios —dijo Ogle—. No quiero su opinión desde el punto de vista de un proyecto costoso. Quiero que haga lo que se le da mejor. Bien, un motor V-8 no puede ser pequeño; no funcionaría. Pero una calculadora puede ser pequeña. ¿El IMIPREM es un motor V-8 o una calculadora?

—Una calculadora.

—Hecho. Ahora deje de preocuparse de toda la mierda de los negocios. Vaya a Disneylandia.

—¿Eh?

—O haga la visita a los estudios Universal. O lo que sea. Yo no volveré hasta esta noche.

—Vale.

—Esta tarde, antes de que el tráfico se joda de verdad, vaya al LAX y tome un vuelo hasta San Francisco. Allí le recogerá un coche. Tráigalo todo.

—Comprendido.

—Desde que hablé con usted por última vez tenemos un nuevo proyecto en marcha que le va a encantar —dijo Cy Ogle—. Le va a encantar de verdad.

A continuación Ogle colgó el teléfono.

Aaron consideró la idea de presentarse llevando orejas de Mickey Mouse, para demostrar que efectivamente había ido a Disneylandia. Pero en el último minuto decidió que sería un poco demasiado excéntrico. Así que se decidió por una simple camiseta cien por cien algodón de Goofy que le quedaba demasiado grande. Una camiseta era más conservadora que unas orejas de ratón, y Aaron tenía la impresión, por alguna razón, de que Cyrus Rutherford Ogle se sentiría más identificado con Goofy.

Cuando bajó del avión en San Francisco, había un hombre en la puerta sosteniendo un cartel escrito a mano que decía A. GREEN. El chofer pareció leerle la cara, y se aventuró en el torrente de hombres de negocios que salían para agarrar el maletín IMIPREM de la mano de Aaron antes de que éste se hubiese identificado.

El chofer se llamaba Mike. No iba de uniforme o similar, sino que iba vestido como un chico negro normal de dieciocho o veinte años, ataviado con una camiseta negra. Silencioso, cortés y eficiente. Después de una breve espera junto a la cinta de equipaje, Mike le guió hasta un Ford Taurus azul marino con un motor desproporcionado y un buen montón de antenas (inocuo pero potente; correcto sin ser ostentoso; cómodo sin ser decadente) y le llevó por la autopista hasta el puente de la bahía y hasta Oakland, pasando de un carril a otro (con decisión pero sin ser temerario). Salieron poco después de llegar a Oakland y luego recorrieron la zona centro semirrenovada y desde allí pasaron a la zona sin renovar en los límites del distrito portuario.

Varios de los edificios en esta zona iban camino de la ruina, pero como era habitual en California, había unos cuantos bonitos que destacaban, no tanto porque los hubiesen conservado a la perfección sino porque ya para empezar habían sido bien diseñados.

Uno de los mejores era un concesionario Ford enorme y antiguo de estilo art decó, un edificio de hierro con paredes de vidrio encajado en el ángulo entre dos avenidas divergentes. La planta baja era inmensa y totalmente abierta, con un techo que parecía estar a ocho metros de altura, completamente rodeada de vidrio tintado. Había una sala de exposición; detrás de ésta, penetrando en el edifico, un taller. Por encima de esa planta baja había cuatro o cinco pisos más de oficinas. En lo alto del edificio, se veía la palabra CADILLAC escrita en grandes letras naranjas de neón, alzándose sobre la intersección con letras que debían de tener siete metros de alto. Debajo de la palabra, montada en la proa del edificio, había un enorme reloj, de un piso de alto, con los números y las agujas destacados con más neón. El neón funcionaba, pero el reloj no.

Gran parte de las enormes ventanas estaban en sorprendente buen estado. Algunas tenían agujeros del tamaño de puños, cubiertos por láminas de contrachapado, y las amplias puertas dobles que en su día habían atraído a los futuros compradores de Cadillacs al interior del concesionario habían sido reconstruidas con chapa y pintadas de negro. Los pisos superiores del edificio parecían vacíos. Algunas persianas amarillentas colgaban torcidas. No fue hasta que Mike situó el Taurus delante de las puertas de chapa negra, y Aaron vio el número de calle pintado encima de la madera con spray naranja, que se dio cuenta de que la dirección era la que aparecía en la tarjeta de visita de Cy Ogle.

Una vez que Aaron entró en la zona de exposición, sus ojos se acostumbraron lo suficiente para comprobar que estaba casi completamente vacía. No había mesas, ni Cadillacs. Mike cerró la puerta a su paso y la atrancó usando un enorme y antiguo candado.

El antiguo suelo brillante de la sala de exposición estaba cubierto, a trozos, con franjas de moqueta triste para interiores de cierto tono marrón, y el trozo ocasional de goma gris medio desenrollada. Una rejilla de tuberías negras de hierro colgaba bajo el techo, y había algunas docenas de luces teatrales unidas a las tuberías.

Otros puntos de luz estaban fijados a altos soportes telescópicos montados sobre trípodes. Las partes superiores de esos dispositivos tenían enormes paraguas blancos que hacían de reflectores; provocando el efecto de un campo disperso de girasoles. Por el suelo serpenteaban gruesos y pesados cables eléctricos unidos con cinta gris.

Era un escenario. Y el escenario tenía accesorios, dispersos irracionalmente: un par de escritorios pesados e impresionantes. Plantas de plástico. Varias estanterías cargadas de libros. Pero como descubrió Aaron al examinar una de ellas, eran falsas. No había libros en los estantes. Lo que parecía una línea de libros, de perfil resultaba ser una concha hueca de plástico. Toda la estantería pesaba menos de diez kilos.

Oyó unos golpes apagados, y se encendieron algunas luces al final de la sala. Desde su posición, Aaron sólo podía ver la mitad de la sala, porque el resto estaba separado por medio de particiones poco sólidas.

Inicialmente distinguió la figura aerodinámica en forma de pera de Cyrus Rutherford Ogle, de pie junto a un panel eléctrico de acero gris fijado a la pared, encendiendo y apagando luces.

—Goofy —dijo Ogle—, mi favorito.

—Oh. De haberlo sabido, le hubiese traído un recuerdo.

—Ya me dan recuerdos cada vez que me reúno con mis clientes, ja, ja, ja —dijo Ogle—. Vamos, mis oficinas están aquí atrás, tal cual son.

—Un edificio interesante —dijo Aaron.

—Pensamos que dejando el enorme CADILLAC del tejado —dijo Ogle— atraeríamos a los republicanos.

Aaron caminó hacia el fondo de la sala de exposición, abriéndose paso por encima de cables y rollos de moquetas.

—Puede que se pregunte por qué un hombre al que han descrito como un cruce entre Maquiavelo y Zeffirelli anda por Oakland. ¿Por qué no Sacramento, donde están los políticos, o L.A., donde está la escoria de los medios?

—Se me ha pasado por la cabeza —dijo Aaron.

—Es un juego de la cuerda, eso del tira y afloja. Cuanto más cerca estoy de Sacramento, mejor lo tienen los políticos. Cuanto más cerca estoy de L.A., mejor para el talento creativo.

—Está cerca de Sacramento. Supongo que los políticos ganan.

—No ganan, pero predominan. Verá, la gente de los medios no tiene escrúpulos. Van adonde haga falta. Los políticos tampoco tienen escrúpulos. Pero les gusta aparentar que sí. Y está por debajo de su nivel de dignidad artificial llegarse hasta L.A. porque todavía creen que no soy más que un mercachifle y les hace sentir que se están rebajando ante dioses falsos.

Ogle dio la espalda a Aaron y le guió a través de un laberinto de particiones.

—Entonces, ¿por qué no establecerse en Sacramento si la gente de los medios está dispuesta a ir a cualquier lado? —dijo Aaron, siguiéndole, mirando a su alrededor.

—Los de los medios irían a cualquier parte, pero yo no. Yo no iría a Sacramento porque es una cloaca reseca. Y San Fran es demasiado cara. Y aquí estoy, en el mejor lugar de todos.

Se aproximaban a algún tipo de construcción compleja, una habitación dentro de otra. Era una red tridimensional de tablones rodeando y sosteniendo una pared curva. Una pared a la antigua de listones y yeso.

Habían retirado un lado de la construcción, de forma que Aaron pudo mirar dentro. La habitación en sí tenía forma elíptica, ahora dividida como un huevo roto.

Ogle se dio cuenta de su curiosidad e hizo un gesto.

—Pase —dijo—. La mejor estancia de todo este lugar.

Aaron esquivó los tableros desnudos de la estructura de madera y atravesó el huevo para entrar en la estancia oval.

Allí había una bonita mesa. Era un despacho. Un despacho oval.

Era el Despacho Oval.

Aaron había visto el verdadero Despacho Oval de la Casa Blanca en una ocasión, cuando su banda del instituto fue a Washington, D.C. Y éste era idéntico. Si se unían las dos partes, sería una réplica exacta.

—Es perfecto —susurró.

—En TV es perfecto —dijo Ogle, entrando en la habitación—. En película, queda bastante bien. Al menos, lo suficiente para los paletos.

—¿Por qué iban a necesitar algo así?

Ogle tocó la enorme silla giratoria de cuero con la palma de la mano, haciéndola girar hacia él, y se sentó. Echó el asiento hacia atrás y apoyó los pies sobre la mesa presidencial.

—¿Ha oído hablar de la estrategia Rose Garden?

—Sí, vagamente.

—Bien, la Casa Blanca es un lugar muy ajetreado, con todos esos grupos de visitantes entrando y saliendo, y como ya he dicho, la mayoría de los medios están aquí en Cal. En ocasiones, es mucho más conveniente ejecutar la estrategia Rose Garden justo aquí, en Oakland.

—No sabía que operaba a ese nivel —dijo Aaron—. No sabía que trabajaba para candidatos a la presidencia.

—Hijo —dijo Ogle—, trabajo para emperadores.

—En el siglo XVIII, la política era sobre todo ideas. Pero a Jefferson se le ocurrieron todas las buenas ideas. En el XIX, era todo personalidad. Pero nadie jamás tendrá tanta personalidad como Lincoln y Lee. Durante gran parte del siglo XX se basó en el carisma. Pero ya no confiamos en el carisma porque Hitler lo empleó para asesinar judíos y JFK lo empleó para follar y meternos en Vietnam.

Ogle había sacado un paquete de seis cervezas de un viejo refrigerador situado detrás del «Despacho Oval» y había colocado las latas sobre la mesa presidencial. Aaron había traído otra silla y ahora los dos tenían los pies sobre la mesa y cervezas en las manos.

—¿Y ahora? —dijo Aaron.

—Escrutinio. Nos encontramos en la Era del Escrutinio. Una figura pública debe soportar el escrutinio de la prensa —dijo Ogle—. El presidente es la mayor figura pública y debe someterse al mayor de los escrutinios; es como un hombre estirado sobre el potro en alguna ciudad de mierda medieval, sufriendo los rigores de la inquisición. Al igual que el juicio por ordalía medieval, la Era del Escrutinio rechaza la investigación racional y el debate, y asume que los simples juramentos y protestas son engaños y mentiras. La única forma de descubrir la verdad real es por medio del rito de la ordalía, que somete a la persona a un esfuerzo tan inhumano que cualquier defecto de su carácter le hará partirse por completo, como un diamante defectuoso. Es un procedimiento místico que elude la racionalidad, que considera como cosa del demonio, y en su lugar recurre a un poder superior e inefable. Al igual que el arúspice romano que predecía el resultado de una batalla sin analizar las fuerzas de los ejércitos enfrentados sino palpando los intestinos calientes de un cordero sacrificado, nosotros intentamos establecer la adecuación de un candidato para su puesto atrapándole bajo las luces de un estudio de televisión y contando el número de veces que parpadea por minuto, examinando su uso del contacto ocular, siguiendo sus gesticulaciones… si mantiene las manos abiertas o cerradas, hacia la cámara o lejos, extendidas en gesto de invitación o contraídas como garras.

»Sé que describo una imagen deprimente. Pero nosotros, usted y yo, somos como los monjes letrados que mantuvieron viva la llama tenue de la racionalidad griega a través de la edad oscura, permaneciendo ocultos, reconociéndonos entre nosotros por medio de señales secretas y códigos, reuniéndonos en sótanos y espesuras para intercambiar nuestras ideas peligrosas y subversivas. No poseemos la fuerza para cambiar la mente de la multitud iletrada. Pero poseemos el ingenio para explotar su estupidez, para familiarizarnos con sus patrones estancados de pensamiento, y emplear ese conocimiento para manipularles hacia esos ideales que sabemos son, comillas, ciertos y verdaderos, comillas. ¿Alguna vez has salido por la tele, Aaron?

—Sólo por casualidad.

—¿Qué aspecto te pareció que tenías?

—No muy bueno. En realidad, la verdad es que me sorprendió lo raro que me veía.

—Te parecía como si los ojos se te saliesen de la cabeza, ¿no?

—Exacto. ¿Cómo lo has sabido?

—La curva gamma de la cámara de vídeo determina su respuesta a la luz —dijo Cy Ogle—. Si la curva fuese una recta, los elementos oscuros se verían oscuros y los brillantes se verían brillantes, como pasa en la realidad, o como sucede, más o menos, en cualquier material fotográfico decente. Pero como la curva gamma no es una línea recta, los elementos oscuros tienden a parecer sucios y negros, mientras que los elementos brillantes tienden a deslumbrar y a sobrecargar; lo único que tiene un aspecto más o menos normal es lo que está en medio. Bien, tienes ojos oscuros y están bien hundidos en tu cráneo, por lo que tienden a estar en sombras. En contraste, el blanco de tus ojos es muy reluciente. Si tú supieses lo que yo sé, al aparecer en televisión los mantendrías fijos hacia delante en las cuencas, mostrando la menor cantidad posible de esclerótica. Pero como no tienes esos conocimientos, mueves los ojos al mirar objetos diferentes, y al hacerlo, la parte blanca predomina y resalta en la pantalla debido a la curva gamma; los ojos dan la impresión de salirse de sus órbitas sobre un fondo sucio y oscuro.

—¿Eso es lo que enseñas a los políticos?

—Es sólo una muestra —dijo Ogle.

—Vaya, realmente es una pena que…

—Que nuestro sistema político dependa de cuestiones tan triviales. Aaron, por favor, no malgastemos nuestro tiempo recitando lo evidente.

—Lo siento.

—Así es como es, y como será hasta que la televisión de alta definición se convierta en la norma.

—¿Qué pasará entonces?

—Todos los políticos que ahora mismo ocupan el poder perderán sus cargos y tendremos una estructura de poder totalmente distinta. Porque la televisión de alta definición tiene una curva gamma plana y una mayor resolución, y la gente que tiene buen aspecto en la televisión de hoy saldrá mal en la televisión de alta definición y los votantes responderán en consecuencia. Sus poros demasiado grandes serán evidentes, las venas rojas en la nariz por abusar demasiado de la bebida, la artificialidad de sus peinados televisivos harán que todos ellos, en la televisión de alta definición, parezcan cantantes de countr & western. Una nueva generación de políticos, con aspecto de estrellas de cine, entrará en escena, porque la televisión de alta definición se parecerá mucho al cine y las estrellas de cine saben tener buen aspecto delante de una cámara de cine.

—¿Algo de todo esto tiene alguna relación conmigo o simplemente hablamos en abstracto? —dijo Aaron.

Cy Ogle giró la lata de cerveza de un lado a otro entre las palmas de las manos, como si intentase encender un fuego sobre la mesa.

—Un ser humano no puede soportar el escrutinio al que se somete a un candidato presidencial, de la misma forma que un ser humano no podía sobrevivir al juicio por fuego medieval, en el que se le obligaba a caminar sobre carbones encendidos.

—Pero la gente sobrevivía a esas pruebas, ¿no?

—¿Alguna vez has hecho un curso de caminar sobre fuego?

—No. Pero he oído hablar de ellos.

—Cualquiera puede caminar descalzo sobre carbones calientes.

Pero tienes que hacerlo de la forma correcta. Tiene truco. Si conoces el truco, puedes sobrevivir. Bien, en el medievo, algunas personas tenían suerte y daban por casualidad con el truco, y superaban la prueba. El resto fracasaba. Era por tanto un proceso esencialmente aleatorio, es decir, irracional. Pero si en la Edad Media hubiesen tenido seminarios para caminar sobre el fuego, cualquiera hubiese podido hacerlo.

»Lo mismo se aplica al moderno juicio por ordalía. Abe Lincoln jamás habría logrado que lo eligiesen para nada, porque la aleatoriedad genética le dotó de una cara poco amistosa para el usuario. Pero como persona racional, yo puedo descubrir todos los truquitos y enseñárselos a mis amigos, eliminando la aleatoriedad, y por tanto el elemento irracional, del moderno juicio por ordalía. Tengo los conocimientos para guiar a un moderno candidato presidencial por su prueba en esta Era del Escrutinio.

—¿Qué tipo de trucos?

Ogle se encogió de hombros.

—Algunos son muy simples. No vistas con patrones de espiga en la tele porque provocarán muaré. Pero algunos son, y no uso el término peyorativamente, diabólicos. Ahí es donde intervienes tú.

—Asumo que quieres emplear el IMIPREM para evaluar las reacciones de la gente a los debates políticos, o algo similar.

—No vuelvas a decir IMIPREM. Odio esa palabra —dijo Ogle—. Es un nombre torpe de alta tecnología. Es el peor nombre comercial de la historia. Ahora mismo, tu dispositivo va a quedar integrado en un grupo mayor de tecnologías. Se va a convertir en un elemento muy importante en un sistema tecnológico muy grande y extremadamente complejo. El nombre del sistema es PIPER. Que significa procesado, evaluación y respuesta instantánea de encuestas.[3]

—Me preguntaste si podría reducirlo lo suficiente para que sea portátil —dijo Aaron.

—Efectivamente.

—Quieres que los encuestados lleven esas cosas mientras se mueven. Quieres evaluar sus reacciones a la campaña en tiempo real. Eso es procesado instantáneo de encuestas. Y evaluación significa que vas a meter todos esos datos en tus ordenadores para analizar y evaluar los datos tan pronto como lleguen.

—Eres muy perceptivo —dijo Ogle.

—¿Qué hay de la respuesta?

—¿Qué pasa?

—Comprendo lo del procesamiento y evaluación instantáneos. Pero ¿cómo se puede responder instantáneamente a una encuesta?

—Como dije —dijo Ogle—, tu dispositivo sólo será una pequeña parte de un sistema enorme.

—Eso lo comprendo. Pero pregunto…

—Igualmente, tú, Aaron, sólo serás una pequeña parte de una gran organización. Ya no serás el hombre al mando. Un pequeño precio a pagar a cambio de la seguridad financiera, ¿no te parece?

—Sí. Simplemente me preguntaba…

—Una de tus responsabilidades, como parte de un equipo mayor, será usar tu cabeza un poquito y no intentar sondear cuestiones que están muy alejadas de tu pequeña esfera. No puedes comprenderlo todo.

—Oh.

—Sólo yo, Cyrus Rutherford Ogle, puedo comprenderlo todo.

—Preguntaba por pura curiosidad.

—¿En qué Era estamos, Aaron?

—En la del escrutinio.

—¿Adivinas lo que va a pasarte a ti y a tu empresa cuando os convirtáis en parte del proyecto PIPER?

—Que seremos escrutados.

—Entonces, ¿adivinas lo que acabará sucediendo si, por pura curiosidad, insistes en hacer preguntas?

—Que me asarán vivo sobre carbones encendidos.

—Junto conmigo y todos los implicados en PIPER, incluyendo a mis clientes.

—No digas más, seré discreto.

—Bien.

—Sólo intentaba averiguar cuáles serán mis responsabilidades en PIPER.

—Trabajar con nuestros expertos en chips para miniaturizar tu dispositivo. Ya he fijado un encuentro con unos tipos muy listos de Pacific Netware, en Marín County. Iremos mañana y nos reuniremos, como monjes medievales congregados en un huerto lejano, y encenderemos una llama muy alta de, abro comillas, racionalidad, cierro comillas.