Capítulo 21

Desde el martes 20 al lunes 25 de marzo del 2008

En este punto, prácticamente, todo lo que aspiraba a decir estaba expuesto. El intento por abrir una brecha, por estrecha que sea, para impedir el maltrato y asesinato de mujeres a través de la reflexión lo había cumplido.

En este momento histórico en el que en algunas sociedades contamos con leyes que igualan a todos los ciudadanos persiste, sin embargo, el asesinato de mujeres en manos de sus parejas hombres. En España, en algo más de ocho años, desde enero del 2003 al 18 de mayo del 2011, han sido asesinadas por la pareja 567 mujeres. Es decir, unas 71 por año.

El número de denuncias por malos tratos es escalofriante. Durante el año 2010, 134.540 mujeres denunciaron a la pareja, es decir, 368 por día. En el año 2009 fueron 135.540 mujeres las que, sin poder soportarlo más, delataron a la pareja que las mortificaba.

Al mismo tiempo es manifiesto que a la mayoría de la población le aterra el asesinato de mujeres en manos de la pareja hombre, y a casi todos les aflige que un hombre maltrate a la pareja mujer.

Todo eso sucede, a la vez, en este país y también en muchos otros. En algunos se estimula la igualdad entre los sexos desde el poder político para que las mujeres puedan acceder a todo tipo de trabajos y categorías dentro de los mismos. Varias mujeres están en puestos relevantes en algunas instituciones, y otras asumen cargos políticos comprometidos que hasta hace poco solo podían ejercer hombres. Algunas mujeres alcanzan posiciones directivas en empresas y en el ejército. Sin olvidar, desde luego, que en muchas ocasiones mujeres y hombres ejercen idénticos puestos de trabajo y, sin embargo, ellas cobran sueldos inferiores a los de ellos.

¿Qué estamos haciendo para no conseguir acabar con el maltrato y asesinato de mujeres?

Inmediatamente asocié esa pregunta a una incógnita: ¿Por qué se habla de igualdad de sexo si persiste la construcción social de la diferencia mujer/hombre?

Es una pregunta que atañe a millones de personas y a hechos muy cotidianos. Hoy en todos los hogares europeos, por ejemplo, se recrea la diferencia de sexo. Es decir, se enseña a los nuevos protagonistas —a partir de las características físicas del aparato reproductor de nuestra especie— a ser niñas o a ser niños.

Sabemos que a los hijos nada más nacer se les instruye para que escondan el aparato reproductor. Porque las enseñanzas que se les transmiten para vivirse como niña o como niño no pretenden utilizar, en sí misma, la morfología de nuestra especie. Sino que simplemente se les transmiten las actividades que deben ejercer y estas tienen vocación de causar dos tipos de seres humanos: niñas y niños. Para ello ocultamos la morfología y la representamos a veces en la vestimenta, otras en el corte del cabello, siempre en el nombre, etcétera.

Por tanto lo que hacemos es utilizar nuestra morfología con el objetivo de organizar el vivir en sociedad adjudicándonos encargos y distintas maneras de participar en ella, a pesar de la igualdad que se proclama.

Cabe aceptar que hace milenios una distribución de tareas diferentes, utilizando el sexo, fue una estrategia quizá favorable para que lográramos sobrevivir y pervivir como humanos. Sobre todo porque entonces éramos más vulnerables frente a otras especies animales. También por nuestra fragilidad y desconocimiento de las características del resto de la naturaleza. Pero actualmente no son esas las fragilidades, ni las circunstancias que guían la organización de la vida en sociedad. Sin olvidar, claro está, que en sociedades como la de los Mahu de la Polinesia, o los Muxe de los zapotecos de México tradicionalmente se han legitimado diferencias de sexo más complejas y múltiples.

En ese momento sentía cierta agitación y afloraron dos preguntas que no había previsto hacerme: ¿Qué objetivos perseguimos al recrear la diferencia de sexo? ¿Transmitimos a los hijos comportamientos sexuados que crían hombres dominantes y mujeres sumisas?

Paré de escribir. Contemplé el dibujo de las vetas que tenía la mesa de madera sobre la que estaba trabajando. Pensé que era necesario decir algo sobre tres axiomas que expongo en los cursos de Antropología de la diferencia de sexo en la universidad.

Siempre digo a los alumnos que soy consciente de que acepto subjetivamente esos axiomas. Pero que lo hago porque propician el mejor «punto de mira», de todos los que conozco, desde los que observar los asuntos que ahora trato aquí.

a. Los humanos nacemos sin información genética sobre cómo y qué hacer para vivir en sociedad. Vivimos y organizamos nuestro existir con las ideas y pensamientos que nosotros generamos con los lenguajes. Lo que significa que solo podemos sobrevivir y pervivir si inventamos cómo hacerlo.

Nosotros somos quienes hemos inventado nuestras lenguas, y con ellas nos definimos. Por tanto, toda etiqueta que nos adjudiquemos es resultado de la autoconstrucción. Autocomponemos nuestro significado y así nos labramos nuestra identidad colectiva e individual. Por tanto, se puede afirmar una idea que aparenta ser extravagante: somos y vivimos simbólicamente.

b. Cada ser humano es inevitablemente distinto a cualquier otro. Así que enseñar a ser niña o niño —acuñarnos así— es transmitir un reduccionismo de la infinita y real diferencia que existe entre los seres de nuestra especie.

Históricamente hemos simplificado hasta el paroxismo la verdadera identidad individual agrupándonos por lo que llamamos morfología del sexo. Sabemos las muchas consecuencias y utilidades de esa división, pero lo que interesa ahora es que esa diferencia también puede dar un fruto catastrófico: el del maltrato y el asesinato machista.

Todos los pueblos del mundo podemos sentirnos vinculados por el hecho de haber utilizado la morfología del sexo para organizar la vida social. Pero creo que no es oportuno extenderme sobre esta cuestión que aquí es colateral. Solo merece la pena añadir que tradicionalmente hemos creado nuestra vida social de manera mimética a como lo hacen otras especies animales para asociarse. Les hemos imitado en sus prácticas —al parecer en su mayoría genéticamente informadas— y así hemos ideado papeles socioculturales sexuados.

Inmediatamente pasé a redactar el siguiente axioma:

c. Como consecuencia de a y b podemos estudiar cada una de las costumbres, las normas, las leyes, las pautas de comportamiento y todas las prácticas socioculturales humanas sabiendo que proceden de nuestro ingenio. Por tanto podemos desechar, dar retoques o reinventar todas nuestras actividades cuando lo creamos oportuno.

Sabemos que algunas de las prácticas que hemos ideado son repudiables y terroríficas, que otras pueden ser calificadas de excelentes, en cualquier caso todas proceden de nuestra invención. Existen gracias a nuestra habilidad y necesidad de tejer nuestro vivir y por ello podemos ponerlas en entredicho cuando lo consideremos necesario.

En el momento en que finalicé de escribir este último párrafo recibí una llamada y tuve que abandonar el escrito para colaborar con un alumno que se había metido en un embrollo intelectual haciendo su tesis.

Al regreso ya era muy tarde así que no retomé este trabajo hasta el día siguiente.

Releí lo que había escrito el día anterior y continué reflexionando sobre el mismo contenido.

Ahora ya sabemos que cualquier práctica social responde al ingenio humano. Así que cuando a un nuevo ser (recién nacido) se le transmiten prácticas sexuadas se le está incrustando el aprendizaje de su identidad de sexo como una invención. Ficción que le hace creer que posee la identidad sexual socialmente acordada por su entorno.

Como es sabido, la identidad hace referencia no solo a la conciencia que una persona tiene de ser ella misma, sino que alude también al contexto que necesita para ser reconocida como tal. A veces la sociedad la instala —a su pesar, o no— en la marginación y otras le permite gozar de la admisión colectiva. En cualquier caso, todos estamos al corriente de que los humanos necesitamos de un entorno humano para reconocernos como tales.

La identidad sexual como binaria la imponemos a los nuevos actores, lo que entraña adjudicarles y enseñarles un sinfín de atributos, características, obligaciones y beneficios decretados por nosotros, las sociedades.

Así que cuando hablamos de cómo y qué hacemos para componer hombres y mujeres estamos preguntándonos sobre lo que hace cada uno de los pueblos para recrear su identidad colectiva. Porque el objetivo prioritario de toda sociedad es transmitir a los hijos la información necesaria para que esta perviva y continúe siendo representada por nuevos protagonistas.

Por otra parte, ninguna mujer nace siendo sumisa a la pareja, ni ningún hombre nace siendo persona dominadora. Por tanto, somos los adultos quienes transmitimos esas singularidades.

Acudió a mi mente una pregunta: ¿Los humanos podemos construir nuestra identidad prescindiendo del aparato reproductor?

La respuesta es evidente —me dije—: sí. Todo lo que hacemos los humanos es producto de nuestra invención; por tanto, aunque históricamente hemos utilizado nuestra morfología de sexo como instrumento para organizar la vida en sociedad, esto no quiere decir que sea una práctica imprescindible para alcanzar tal objetivo.

Además, puede que en algunos años reorganicemos nuestras sociedades utilizando nuestra morfología de sexo de manera algo más matizada y múltiple a como lo hacemos actualmente. Es decir, no nos limitaremos a hacerlo de manera binaria, sobre todo si tenemos en cuenta todo lo que se argumenta desde el movimiento Queer sobre la identidad sexual.

Cabe pensar que llegará el día en que prescindamos del aparato reproductor en tanto que artefacto. Es pensable que dejemos de utilizarlo como un instrumento tal y como lo hacemos actualmente articulando la lógica social con él.

Me levanté para despejarme. Permanecí de pie un largo rato y cuando me senté tomé una decisión: no incluiría las reflexiones que he ido elaborando durante años sobre cómo perpetuamos el maltrato machista con las prácticas sociales diarias que ejercemos. Ese es un tema que dejaría para otra ocasión, tal vez para un libro futuro.

Releí las últimas páginas del texto y lo cerré, convencida de las razones que impulsaron este trabajo de diagnóstico sobre el maltrato y asesinato machista: desmantelar el orden machista que maltrata y mata a mujeres.