Capítulo 14

Del lunes 23 de octubre al viernes 22 de diciembre del 2006

Cuando acepté la invitación para hablar en Valencia sobre el maltrato le dije a Paqui Méndez que acudiría en tren por comodidad y no en avión porque me produce desasosiego, lo evito siempre que puedo. Paqui me recibió en la estación y caminamos hasta el hotel en el que permanecería una noche. Estaba situado cerca del barrio del Carmen, y a unos pasos del centro donde iba a dar la conferencia. Hacía más de veinte años que no pisaba la ciudad. La transformación de aquel barrio me transmitió el aliciente de pasearlo; las calles y los edificios habían sido lavados y conservados tal y como los había conocido. Descubrí un trozo de aquella ciudad con un atractivo inquietante, y nada más pisarlo me distraje pensando en cómo debió transcurrir la llegada a Valencia de las mujeres de Gaucín.

Al pasear con Paqui por el mismo centro del barrio del Carmen le conté la historia de aquellas mujeres que habían ido a vivir a su ciudad en el año 1878 —dije la fecha sin tener la certeza absoluta—. Le relaté que estaba interesada en indagar cómo habían salido adelante. Sabía que se habían dedicado a trabajar en centros de variedades pero poco más.

Resultó que Paqui era una periodista especialmente interesada en buscar datos de archivo sobre mujeres que, por alguna razón, habían destacado en aquella ciudad. Se involucró muy entusiasmada en la historia que le conté y garantizó que intentaría encontrar datos sobre las mujeres que la protagonizaron. Comentó que si habían sido artistas de variedades a finales del siglo XIX y principios del XX era posible que hubieran aparecido en algunos periódicos, y ella era experta en buscar datos de esa índole.

A pesar de que le había dicho a Carmen que no tendría tiempo para indagaciones, incluí entre los papeles que llevé a Valencia una pequeña carpeta que había abierto con la información que ella me daba. En esa carpeta además había guardado unas fotos de las mujeres de Gaucín que Carmen me había dado. La primera mujer, la que salió de Gaucín con la hija natural, aparecía en una instantánea con unos sesenta años de edad, vestida muy sobriamente, con la nieta en brazos. A su lado estaba su hija, de pie, con unos veinte años y vestida de calle.

Las otras dos fotos eran de la hija nacida en Gaucín ya adulta, con algo más de cincuenta años, y una quinceañera a su lado. Esa joven era la abuela de Carmen. Tanto sus atuendos como los accesorios que los complementaban —un mantón de Manila, flores, una guitarra— y el gesto pícaro que dedicaban a la cámara permitían constatar que eran, en efecto, mujeres que trabajaban en los teatros de variedades.

Se las enseñé a Paqui y nos sentamos a charlar. Me contó que los cómicos en aquella época vivían junto a la estación del tren; aquella zona era un barrio marginal y muy conflictivo, pero seguramente ellas debieron vivir allí.

Como pretendía saber qué había pasado con la partida bautismal de la abuela de Carmen le pregunté qué haría ella para encontrarla. Me dio unas recomendaciones que seguí al pie de la letra. A la mañana siguiente acudí al obispado, que está en el mismo barrio del Carmen. Allí afirmaron que durante la guerra civil fueron quemados prácticamente todos los archivos, así que no iba a encontrar la partida bautismal de aquella mujer. Me recomendaron que probara suerte en la iglesia de San Esteban.

Como disponía de tiempo decidí acercarme caminando hasta la iglesia. Por el camino compré naranjas caramelizadas en uno de los puestos de venta que se colocan a los pies de la escalera de la Catedral.

La iglesia estaba en obras, así que tuve que dirigirme a la oficina del párroco, en un edificio que estaba justo enfrente. Subí con la idea de que me estaba tomando excesivas molestias por encontrar la partida de nacimiento de la abuela de Carmen. Era ella quien debía haberla buscado, pero no lo hacía. Y allí, en el interior de aquel ascensor, acepté la gran curiosidad que me despertaba el indagar cómo debieron vivir y qué hicieron aquellas tres mujeres solas en el último tercio del siglo XIX y principios del XX. No existía inscripción civil del nacimiento de la abuela de Carmen porque, por aquel entonces, las mujeres solas no podían inscribir al recién nacido, así que la única constatación de su nacimiento era la partida bautismal. ¡Al menos tendría un papel en el que constaría su existencia!

Llamé al timbre y me abrió la puerta el propio párroco. Era un hombre de tez y pelo de color claro. Me llevó a su despacho, y solo le conté una mentira: que estaba buscando a mi abuela, y que no tenía ni su partida de nacimiento ni tampoco la bautismal. Con un trato sumamente afectuoso el párroco tomó nota del nombre de aquella mujer —la abuela de Carmen— y los dos posibles años en los que debió ser bautizada. Afirmó que la búsqueda implicaba dedicación de tiempo pero que en ocho días tendría respuesta.

—Repasaré personalmente los archivos con sumo cuidado y sabremos seguro si se bautizó aquí, o no —aseveró.

Por la tarde di la conferencia sobre el maltrato que había preparado en el Aula CAM, un centro de actividades culturales para toda la ciudadanía. Cuando llegó el momento de las preguntas las intervenciones se multiplicaron. Se creó tal ambiente de complicidad, y los asistentes expresaron tal necesidad de hablar sobre el tema del maltrato desde la visión de los hombres que salí extenuada. Empleamos más tiempo en el foro de discusión que en la presentación de la conferencia.

Cuando por fin zanjé, un poco forzadamente, las intervenciones, Paqui se acercó para decir que ella y su marido me invitaban a tomar algo antes de acompañarme a la estación de trenes para regresar a Barcelona. Allí, en la estación, me indicó dónde malvivían los artistas hasta bien entrado el siglo XX.

—Ahí vivieron seguro las mujeres por las que le interesas —afirmó Paqui señalando unas casas y calles.

La visión de aquella plaza de la estación, los edificios y las calles que la rodean adquirieron con aquella información de Paqui, con las fotos de las mujeres de Gaucín que llevaba en la carpeta, y con los relatos de Carmen, un perfil especial, entre sombrío y placentero. Es fascinante acudir a una ciudad y adentrarse en la vida de quienes la habitan, es entonces cuando la ciudad adquiere un significado más allá de los edificios y calles que la componen. Pero la vida de aquellas mujeres de Gaucín, tan repleta de bailes, cantos con guitarra española y libélula prendida en el pelo, rezumaba por todas partes la vivencia de la marginación.

Durante el viaje de regreso dudé si decirle o no a Carmen las pocas noticias que había conseguido. Tenía la sensación de que a ella sus antepasadas la fastidiaban. Abandoné Valencia cavilando que las tareas que el cura párroco y Paqui habían asumido tan arbitrariamente iban a incomodar a aquella alumna.

De septiembre a diciembre Vanesa y yo logramos entrevistar a doce hombres y asistimos a unas cuatrocientas vistas por denuncias de malos tratos.

El marco teórico que utilizaba para trabajar partía de que los humanos somos iguales, en tanto pertenecemos a la misma especie, por lo que tenemos iguales capacidades y características físicas. Además, todos los pueblos del mundo han utilizado siempre, hasta hoy, los caracteres físico-anatómicos del sexo para organizar la vida en sociedad, por ejemplo, para distribuir tareas por sexos. Ahora bien, lo importante en mi trabajo es que las pautas de comportamiento que adscriben a una mujer o a un hombre a su sociedad son diferentes entre las distintas culturas del mundo. Así que la investigación la limité a parejas nacidas y educadas en los pueblos de España, de modo que estudiaría a protagonistas que habían vivido bajo idénticas leyes de Estado y recibido instrucciones sociales parejas.

La hipótesis era que el maltrato está relacionado con los conflictos que viven algunos hombres al ser incapaces de remodelar su identidad y de manera acorde con las actuales innovaciones socioculturales. Y eso a pesar de que todos recomponemos nuestra identidad continuamente a través de las prácticas sociales que ejercemos.

Durante el trabajo de campo Vanesa y yo fuimos tan asiduas en los juzgados y logramos tal alianza con algunos agentes judiciales que incluso llegaron a avisarnos por teléfono de la celebración de algunos juicios. Alguno de los agentes sabían que solo asistíamos a juicios de personas de nacionalidad española. Desconocían la razón de aquel discernimiento pero colaboraban con nuestro objetivo. Sin embargo, ese distingo por nacionalidades provocó que dos agentes me menospreciaran sin el menor disimulo, tachándome de xenófoba. Descifraron como rechazo racista mi decisión de no investigar a hombres extranjeros que maltrataban a la pareja.

Pero debo reconocer que desde que acudía a juicios y contaba con el apoyo de algunas fiscales, jueces y agentes judiciales ya no me molestaba ser censurada por interesarme por los hombres que maltratan. Emprendí la investigación sobre el maltrato con el objetivo de obtener datos y argumentos de primera mano, los que ellos mismos ofrecían. La idea que siempre defendí y argumenté ante quienes repudiaban que la hiciera era que se trataba de hombres que rompían los cuerpos de las mujeres y las enajenaban, así que era a ellos a quienes había que estudiar. De este modo prescindí tranquilamente de las muchas desaprobaciones que seguía recibiendo. El año 2006 finalizó con un total de veinte hombres entrevistados, todo un éxito.

Durante el mes de diciembre pasé más de diez horas diarias ordenando y trabajando sobre todo el material que había recopilado.

El viernes 22 de diciembre tuve un sentimiento insólito. Durante meses me había podido imaginar perfectamente cada una de las escenas de maltrato que las fiscales habían descrito durante los juicios: había observado durante las entrevistas a esos hombres cómo tergiversaban los hechos demostrados y, sobre todo, había anotado sus argumentaciones sobre el porqué de lo sucedido. Sabía que para completar la muestra todavía me faltaba entrevistar a diez hombres más, pero de repente tuve la sensación de que tenían más cosas en común de las que aparentaban. El constatar esas similitudes entre todos ellos me fascinó aunque, al mismo tiempo, conseguir el relato de sus experiencias había dejado de representar un reto. En ese punto de la investigación me parecía estar oyendo siempre la misma historia, así que decidí contrastar esas sensaciones con los hechos reales. ¿Realmente eran todos tan similares entre sí?

Como ya me había puesto en pie y ordenado todas las carpetas rebusqué, en la misma postura, la que contenía los esquemas y resúmenes del material recogido titulada: Razonamientos sobre lo sucedido.

En esa carpeta había recopilado lo que cada uno de aquellos hombres había alegado y razonado sobre el porqué de los apaleamientos, insultos, golpes y maltrato psicológico a la pareja; las causas, según ellos, por las que habían mantenido tan mala relación.

Era evidente que la muestra de hombres que tenía respondía a las especiales circunstancias del estudio. Había superado la dificultad para contactar con ellos y ahora estaba en un momento en que podía seleccionar a los protagonistas de la muestra a completar. La pretensión desde el principio había sido lograr que fuera representativa del conjunto de la sociedad, teniendo en cuenta la edad, la preparación académica y su capacidad económica. En vista de lo problemático que resultaba acceder a los hombres había optado por abordarlos en la calle, a la salida de los juicios, y no renegaba de aquella estrategia: había sido la única posible. Tuve que descartar a los que, por su gran capacidad económica, contaban con la sobreprotección de sus aliados, aunque eso no fue un inconveniente a la hora de analizar con detenimiento sus palabras y argumentaciones durante el juicio. Tales argumentaciones parecían ser muy simétricas a las empleadas por los demás hombres, fuera cual fuera el estado de sus finanzas.

Comencé a releer por encima los datos que acababa de recopilar de manera mecánica. Me senté de nuevo delante de la mesa de trabajo. Cogí una hoja de papel en blanco y anoté con cierta rapidez algunas de las explicaciones que ellos daban en su testimonio sobre el porqué de lo sucedido con la pareja:

  1. Título:

    No ha sucedido nada de nada, ella se lo inventa todo.

  2. Título:

    No ha sucedido nada más que lo normal en una pareja, peleas comunes, ella no sabe lo que dice.

  3. Título:

    Ella está loca. Está descentrada. No está bien de la cabeza y por eso peleamos.

  4. Título:

    Ella hace siempre lo que quiere. No me obedece, y claro…

  5. Título:

    Ella nunca ha trabajado y ahora se quiere quedar con todo el dinero. Además es una malgastadora, por eso, por eso…

  6. Título:

    Ella quiere trabajar, ya sabemos para qué. (Liarse con alguien).

  7. Título:

    La quiero y la respeto. Estoy enamorado de ella. Es la madre de mis hijos y la quiero pero, claro, lo que hace …

Una vez finalizada aquella pequeña lista fui poniendo palitos, uno al lado de cada título, para observar cuántos hombres repetían aquellos argumentos o su equivalente.

Estaba claro que cada uno lo expresaba de manera singular pero, en síntesis, resultaba que en aquella breve e imprecisa lista más del 85% de los hombres que había entrevistado mostraba una extraordinaria similitud en sus razonamientos. Me asombré de no haberme percatado antes de aquel hecho tan importante.

La afinidad en los hechos sucedidos durante el maltrato —me refiero a golpear, torturar psicológicamente, apalear, insultar, ningunear…— se correspondía con ideas y sentimientos también muy equivalentes. La definición de la muestra por nacionalidad había sido la correcta; de no ser así, las argumentaciones habrían sido más variadas. Lo que no hubiera cambiado, de haber sido otra la muestra, era el origen del maltrato y que utilizaran a las mujeres para afianzar su hombría.

Sin embargo, lo verdaderamente relevante, en aquel momento, era que sus argumentaciones mostraban que cada uno de ellos se consideraba capacitado para convertirse en juez de la pareja. Comprendí entonces la razón por la que ahora, los diez hombres que faltaban por entrevistar ya no representaban un incentivo fascinante. Y es que, en mi opinión eran, son, hombres aburridísimos; todos decían, sentían y pensaban de modo muy parejo.

Bueno —añadí para animarme—, a lo mejor me llevo una sorpresa y es un problema de estadísticas y los diez que faltan logran sorprenderme, quizá rompan esta mísera afinidad.

Recogí con cuidado todos los papeles y abrí una nueva carpeta titulada: Primer «análisis» de datos.

Como quería cocinar y adornar la casa para celebrar la Navidad llamé a mi hija y le propuse ir de compras. Me abrigué con botas, guantes y una bufanda con la intención de rehuir la gélida humedad; el frío de Barcelona hostigaba a todos, y especialmente a las personas frioleras como yo.

Recogimos en unas tiendas lo que había encargado para cocinar el día 25. Anduvimos hasta la catedral, y allí admiramos algunas figuras de barro que no habíamos visto nunca. Es una imaginería que durante el año confeccionan artesanos y venden en esas fechas, figuras minúsculas y pintadas de colores para que los cristianos representen en sus casas la supuesta escena del nacimiento de su Dios. España ha sido católica durante siglos, así que esa religión ha calado en las costumbres de toda la ciudadanía. También hay otros puestos de venta a los pies de la escalera de la catedral, y en uno de ellos compramos algo de muérdago, muchas ramas de eucaliptos porque perfuman la casa de manera hechizante y un poco de acebo.

Seguimos el paseo por detrás de la catedral, donde algunos artistas venden sus obras, que exponen en tenderetes y, por último, nos fuimos a la Baylina. La Baylina es la pastelería que tiene los mejores turrones de chocolate, jijona y crema de toda la ciudad. Sin turrones y barquillos para endulzar el postre no es fácil cerrar la comida de Navidad; alrededor de ellos las familias permanecen sentadas durante horas, casi toda la tarde. Los picotean mientras charlan, beben licores fuertes y fuman. En esas horas se suelen comentar asuntos que ni se mencionan durante el resto del año, a veces incluso se producen discusiones. Cuando regresamos a casa me sentía alejada del trabajo.