Capítulo 9

Martes 13 de junio

Tras la primera entrevista a un hombre acusado de maltrato había estado esperando con ilusión el momento de sentarme a poner por escrito las ideas y conexiones que la mente me lanzaba como dardos. Una tarde lluviosa de aquel mes de junio empecé a redactarlas.

Los enigmas que han agitado permanentemente mi cerebro tratan sobre cómo los humanos nos autodefinimos, sobre cómo lo hacemos. Me dedico a eso, a estudiar los trayectos que utilizamos, ya que no existe nadie fuera de nuestra especie que aplauda o critique cómo forjamos nuestro significado. El griego Jenófanes (a. C. 570-475) ya apuntó algo parecido: nosotros somos hacedores y censores, a la vez, de nuestra identidad. Esa es una característica esencial de nuestra especie.

No se trata de que queramos, o no, fabricarnos una definición, sino de que inevitablemente la producimos al tener que inventarnos cómo y qué hacer para sobrevivir y pervivir como especie.

Nacemos con capacidad para hablar, idear, crear, inventar y vivir según nuestra sociedad haya acordado. Pero los nuevos actores necesitan que los adultos les enseñen a activar esas capacidades.

Desde la Antropología analizamos los distintos engranajes que los humanos hemos ideado para vivir en sociedad. En mi caso, he querido centrarme en reflexionar sobre cómo todas las prácticas y actividades sociales producen significados en sus protagonistas. Es decir, nos autodefinimos por medio de nuestras ideas y comportamientos.

Ya se sabe que la identidad de cada uno debe conjugarse con la de la sociedad en la que vive. Sin embargo, casi todos desconocemos cómo funcionan los componentes que nos habilitan para percibirnos como seres humanos.

Cada uno somos reconocidos como mujer u hombre, lo que supone múltiples implicaciones. Es una distinción físico-anatómica, la del sexo, sobre la que las sociedades hemos distribuido tareas, comportamientos y lugares sociales muy diferenciados.

Sin embargo, ignoramos, por ejemplo, cómo es posible que en tantos pueblos centenares de hombres —personas supuestamente rectas— maltraten e incluso maten a la mujer elegida para emparejarse.

Hace años, entre los alumnos de algún curso planteaba que todos los humanos tenemos la posibilidad de ser agresivos. Disponemos de energías suficientes para serlo, así que en principio la agresividad depende de la distribución que cada uno haga, arbitrariamente, de esas energías. Incluso podemos no utilizar jamás la capacidad de ser agresivos. No se trata de que lo seamos por naturaleza como hay quien defiende, sino de que, simplemente, todos tenemos la posibilidad de serlo.

Un año conté con un alumno intelectualmente muy brillante, se llamaba Aleix Gordo. En la actualidad es uno de los jóvenes dibujantes de cómics más interesantes de nuestro país. El día que hablé sobre la agresividad él se acercó a decirme, en privado, que no estaba de acuerdo con mis argumentaciones.

—Creo —dijo— que la agresividad es innata en los humanos, y además ha sido muy positiva para la humanidad. Gracias a esa capacidad las sociedades hemos avanzado; si le parece oportuno le hago un trabajo para demostrarle lo que digo.

—De acuerdo —contesté—, pero con la condición de que una vez lo haya leído volvamos a hablar sobre el tema.

Aleix presentó su escrito a la semana siguiente. En él argumentaba que el avance de nuestras sociedades se debe, por ejemplo, a la revolución francesa —que, por cierto, fue bastante sangrienta—, pero que gracias a aquella revolución algunos pueblos adquirimos muchas libertades, y a continuación las enumeraba.

Al día siguiente nos reunimos, y le confirmé que, en efecto, tenía razón, pero que mi argumento no anulaba el suyo; simplemente lo intentaba ajustar.

—Podemos ser agresivos, por supuesto —afirmé—, lo que no implica que estemos obligados a serlo para mejorar nuestras vidas. Si fue necesaria la revolución francesa para terminar con multitud de injusticias no es a causa de que seamos agresivos por naturaleza, ni siquiera a que esa sea la mejor arma posible para enfrentarnos a las injusticias del poder. Nuestra verdadera arma es la resistencia al orden. Hay que aprender, entre todos, a vaciar de sentido la lógica de los injustos y pendencieros. Tenemos que quebrantar todos juntos las argumentaciones miserables y, principalmente, hacer caso omiso de las órdenes y estrategias viles. En fin, estamos hablando de manera muy simple sobre un tema que tiene muchas caras y algún día, si te parece, hablaremos con mayor profundidad.

Un tiempo después, algunas de las cuestiones sobre la agresividad que subyacían en esa conversación habían pasado a formar parte de la investigación que me propuse llevar a cabo. Cuando pedí ayuda al ministerio para realizar el proyecto ya conocía algunas argumentaciones comunes de quienes opinaban sobre por qué algunos hombres maltratan e incluso matan a su pareja. En el transcurso de las conversaciones iniciales que había mantenido con diferentes personas a propósito del tema del maltrato a la mujer, había recopilado las ideas y opiniones que se repetían de forma más frecuente y con ellas había configurado la siguiente lista:

El maltrato a la mujer. ¿A qué crees que se debe?

Respuestas recogidas de manera arbitraria:

—Lo que pasa es que los hombres son agresivos, violentos por naturaleza. Lo son desde que nacen y en todo.

—Los tíos, todos, son unos cabrones.

—Como están borrachos no saben lo que hacen.

—Nuestra sociedad es machista y lo que ocurre, simplemente, es que los hombres ambicionan dominar a las mujeres, quieren que estén a sus órdenes.

—Han recibido ese ejemplo en casa. (Trabajadoras sociales, expertas en mediación familiar).

—Todos pertenecen a familias desestructuradas. (Trabajadoras sociales, expertas en mediación familiar).

—No entiendo por qué sucede esto, para mí es una incógnita y además, es un tema de difícil o imposible solución.

—La culpa es de ellas, sí, sí, de ellas. (Dicho por mujeres).

—La culpa es de ellas porque ellas son muy, muy pesadas. (Dicho por mujeres).

—Porque la mujer de mi hermano es horrible y se merece lo que él le hace. (Dicho por mujeres).

—Lo que pasa es que las mujeres somos muy, pero que muy malas y maliciosas, ¿es verdad o no?, tú lo sabes… (Dicho por mujeres).

Por supuesto que existen más argumentaciones de las que anoté en un principio, pero una de las más míseras de todas las que oí provino de la boca de una mujer, catedrática de universidad, ante el tribunal y el público asistente a la presentación de una tesina sobre un trabajo de mujeres en casas de acogida:

—No me extraña que las maten —propuso riéndose— porque muchas mujeres tienen una voz tan horrible y estridente… y además hablan vociferando y de tal manera que ponen histérico a cualquiera. No me extraña que las maten, de verdad —repitió.

Por suerte, nadie coreó sus palabras y risas.

Otro sórdido razonamiento lo obtuve de un mesonero de un restaurante de Castilla. Al enterarse de que estaba realizando este trabajo quiso decirme:

—Yo sí sé por qué las matan.

—¿Ah, sí? —contesté—. Cuéntame, ¿por qué?

—Mira, yo trabajo aquí y en mis mesas se sientan magistrados, abogados… todo tipo de personas, y a veces he hablado con ellos del tema.

Y verás, lo que dicen es que les sale más barato matarlas.

—¿Cómo que les sale más barato? —me quedé estupefacta, no podía dar crédito a lo que oía.

—¡Claro! ¿No ves que tienen que pasarle a la mujer una pensión, dejarles la casa y demás cosas que les pide la justicia? Te aseguro que es por esa razón por la que hay tantas muertes, hazme caso —aseguró con vehemencia.

—Me parece interesante y terrible lo que dices —respondí.

—Tú hazme caso a mí —insistió—: la gente no te lo dirá, pero esa es la verdad. Esa es la razón por la que matan a tantas.

Las personas que hemos trabajado sobre el tema de los malos tratos en las parejas hemos oído relatar a centenares de mujeres que habían sido atacadas por cualquier motivo, por cuestiones nimias e incluso por la sinrazón, por nada. Por otra parte, el maltrato psicológico, el maltrato moral y una multitud de sutiles vejaciones son preámbulo habitual al maltrato físico.

En el trabajo de campo no me limité a investigar solo bajo las preguntas: ¿por qué un número tan importante de hombres maltratan a sus parejas?, ¿por qué algunos las matan?, y ¿por qué algunos de ellos, además, después de matarlas se suicidan?

Al enfrentarme al estudio de esos comportamientos los analicé, sobre todo, desde otras ignorancias.

¿Qué ideas tiene en su mente un hombre cuando inaugura el maltrato hacia la pareja? ¿Cómo y qué sienten ellos cuando viven en la vorágine del maltrato a su pareja?

No dudaba de que alguno pudiera ser considerado un sádico, pero ya se sabía que la mayoría no poseían las características que permiten adjudicar tal etiqueta. En tal caso, ¿por qué destrozan sus vidas de esa manera? ¿Es una decisión consciente?

Comencé el trabajo centrándome en hipótesis relacionadas con la conjetura de que las prácticas de maltrato a la pareja que ejercen algunos hombres están conectadas con la recreación de su identidad. Así que el trabajo consistió en investigar bajo las siguientes preguntas:

¿Cómo y cuándo, en nuestra sociedad, un hombre se siente verdadero hombre?

¿Cómo relacionan los hombres su masculinidad con el dominar, vejar y apalear a la pareja?

¿Maltratar a la pareja propicia que reafirmen su cualidad de «verdaderos» hombres?

Sabemos que socialmente hombres afables, chistosos y considerados por la mayoría como personas con encanto maltratan a la pareja e incluso alguno ha llegado a matarla. ¿Se trata de personas que maltratando a la pareja —en la intimidad— se sienten verdaderos y auténticos hombres en sociedad? ¿Creen que su identidad depende de la pareja? Si así fuera, ¿cómo y cuándo, en nuestra sociedad, él siente que ella le está desposeyendo de su cualidad de auténtico hombre?

Ya se sabe que cada persona es distinta de cualquier otra y que, por tanto, en cada caso de maltrato la singularidad siempre está presente. Ahora bien, es inadmisible aceptar como explicación que algunos apalean a la pareja porque están borrachos o drogados. Es un razonamiento pírrico, puesto que ninguno de esos hombres borrachos ha atacado al camarero o a otro cliente del bar, sino que ha esperado a regresar a casa para dedicarse a apalear a la pareja.

Ninguno de estos interrogantes y disquisiciones estaban incluidas en el cuestionario que había preparado para las entrevistas.

La investigación antropológica analiza cada palabra que dicen los informantes, cada uno de sus silencios y también lo implícito, es decir, lo dicho pero no de manera tangible. Se interrelaciona y analiza la lógica interna de toda la información obtenida. Así que estudiaba cada palabra y cada silencio en las declaraciones, o bien intentando dar respuesta a esas preguntas, o bien tomando la decisión de abandonarlas.