Qué me ha pasado?
¿Dónde estoy?
¿Quiénes son todos esos seres, extraños y hermosos, grotescos y majestuosos, que me rodean? ¿Por qué me señalan? ¿Por qué profieren ese clamor atronador que hace temblar los cielos?
¿Por qué están tan furiosos?
¿Furiosos conmigo?
¡Lo único que he hecho ha sido entregar un regalo a mi amado! Chemosh quería la Torre de la Alta Hechicería que descansaba en el fondo del mar y yo se la entregué. Y ahora me mira con asombro y sorpresa… y odio.
Todos me miran.
Me miran a mí.
No soy nadie. Soy Mina. Chemosh me amó en el pasado. Ahora me odia y no sé por qué. No hice más que lo que él me pidió. No soy más que aquello en lo que él me convirtió, aunque esos seres dicen que soy… otra cosa…
Oigo sus voces, pero no entiendo sus palabras.
«Ella es una diosa que no sabe que lo es. Es una diosa a la que han engañado para que crea que es humana».
Estoy tendida sobre la fría piedra de las almenas del castillo y los veo mirándome y gritando. El clamor me hiere los oídos. Me ciega la luz de su divinidad. Doy la espalda a sus ojos inquisidores y a sus voces ensordecedoras, y miro hacia el otro lado de los muros, hacia el mar que se extiende allá abajo.
El mar, siempre en movimiento, siempre cambiante, siempre vivo…
Las olas se precipitan y besan la orilla. Se retiran y vuelven apresuradas,
una y otra vez, infinitamente. Una cadencia apaciguadora, hacia delante y hacia atrás, hacia delante y hacia atrás…
Un balanceo que me arrastra…, me arrastra a un sueño eterno.
Nunca debí despertar.
Quiero ir a casa. Estoy perdida, cansada y asustada, y quiero irme a casa. Éstas voces… Los graznidos amenazantes de las aves marinas.
El mar protector se cierra sobre mí.
Y desaparezco.