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Rhys relató su historia al abad desde el principio, empezando por cuando su pobre hermano había ido al monasterio, y siguió hasta el final, hasta cuando Mina los había llevado de Flotsam a Solace en un solo día. Mientras hablaba, Rhys miraba los reflejos del sol sobre los vallenwoods que había a lo lejos y contó la historia de forma sencilla, sin adornos. Confesó sus propias faltas sin que nadie le pidiera que lo hiciera, no hizo mucho hincapié en las pruebas que había superado y puso énfasis en la amistad, ayuda y lealtad de Beleño. Contó todo lo que sabía sobre Mina.

El abad escuchó la historia del monje sin interrumpirlo y se mantuvo tranquilo y sereno. De vez en cuando se acariciaba la cicatriz del dorso de la mano con los dedos y en varias ocasiones, sobre todo cuando Rhys hablaba de Beleño, el abad sonrió.

Por fin, Rhys llegó al final con un suspiro. Agachó la cabeza. Se sentía exhausto y vacío, como si lo hubieran exprimido.

Después de un rato, el abad se irguió.

—La tuya es una historia asombrosa, hermano Rhys Alarife —dijo el abad—. Debo confesar que me costaría creerla si yo mismo no formara parte de ella. —Volvió a pasarse la mano por la cicatriz—. Alabemos a Majere por su sabiduría.

—Alabemos a Majere —repitió Rhys.

—Así pues, hermano —prosiguió el abad—, has prometido llevar a esa diosa niña a Morada de los Dioses.

—Así es, reverendísimo, y no sé qué hacer. No sé cómo encontrar Morada de los Dioses. Ni siquiera sé por dónde empezar a buscar, a no ser siguiendo la leyenda que la sitúa en algún punto de las montañas Khalkist.

—¿Has considerado la posibilidad de que Morada de los Dioses podría

no existir? —sugirió el abad—. Hay quien piensa que Morada de los Dioses simboliza el final del viaje espiritual que todos los mortales emprenden al abrir los ojos por primera vez a la luz del mundo.

—¿Crees tú eso, reverendísimo? —quiso saber Rhys, preocupado—. Si eso es cierto, ¿qué voy a hacer? Los dioses se pelean por Mina, todos compiten por tenerla a su lado. Ya nos han abordado Chemosh y Zeboim. El alguacil me contó lo que pasó en el disturbio de esta mañana en Ringlera de Dioses. El conflicto del cielo cae como una lluvia venenosa sobre la tierra. Podríamos vernos envueltos en otra Guerra de las Almas.

—¿Es ésa la razón por la que pones en peligro tu vida y viajas tan lejos para llevarla a un lugar que tal vez ni siquiera exista, hermano?

El abad no dio tiempo a Rhys para contestar, sino que encadenó la primera pregunta con otra.

—¿Por qué crees que la niña diosa acudió a ti?

Ésa pregunta sorprendió a Rhys. Se quedó en silencio un momento, pensando sobre ello.

—Quizá porque yo también sé lo que es sentirse perdido y solo, vagando en la oscuridad de una noche sin fin —respondió después de un momento. Luego añadió apesadumbrado—: Aunque parece que lo único que ha conseguido Mina acudiendo a mí es que los dos estemos perdidos y vagando juntos.

El abad sonrió.

—Eso puede parecer poca posa, pero podría ser lo más importante. Y para responder a tu pregunta, hermano, yo sí creo que Morada de los Dioses es un lugar real, un sitio que los seres mortales pueden visitar. He leído la crónica de Tanis el Semielfo, uno de los Héroes de la Lanza. Él y sus compañeros estuvieron en Morada de los Dioses, pero, por lo que recuerdo, afirma no recordar cómo encontraron el lugar y no cree que pudieran volver a dar con él nunca más. Él y sus amigos fueron guiados hasta allí por un hechicero llamado Fizban, que en realidad era Paladine…

La voz del abad se fue apagando, pues de repente se le había ocurrido algo.

—Paladine… —murmuró.

—Estás pensando en Valthonis —adivinó Rhys, sintiendo que volvía a él la esperanza—. ¿Crees que él podría conocer el camino, reverendísimo?

—Cuando Paladine se sacrificó para mantener el equilibrio divino, echó sobre su espalda la pesada carga de la mortalidad. Ya no tiene los poderes propios de un dios. Su mente es la de un mortal, sin embargo, es un mortal que antaño fue un dios y eso lo hace más sabio que la mayoría de nosotros. Si hay alguien en Krynn capaz de guiaros a ti y a Mina a Morada de los Dioses, sí, ése ha de ser el Dios Caminante.

—Valthonis es conocido como el Dios Caminante porque nunca se queda demasiado tiempo en un sitio. ¿Quién sabe dónde podré encontrarlo?

—Casualmente, yo lo sé —repuso el abad—. Muchos de nuestros sacerdotes han decidido viajar con Valthonis, como otros tantos hacen. Cuando nuestros hermanos se encuentran por casualidad con alguien de nuestra orden, me envían noticias. Hace sólo una semana que me llegaron las últimas y decían que Valthonis y sus seguidores se dirigían a Neraka.

Rhys se levantó, con fuerzas renovadas y lleno de energía.

—Gracias, reverendísimo. No estoy muy seguro de que sea correcto que inste a Mina a que use sus poderes milagrosos, pero creo que en este caso podría hacer una excepción. Podríamos estar en Neraka al caer la noche…

—Sigues siendo un hombre muy impetuoso, hermano Rhys —comentó el abad con cierto tono reprobador—. ¿Has olvidado tu clase de Historia sobre la Guerra de las Almas, hermano?

Aquélla era la segunda vez que le preguntaban a Rhys sobre sus clases de Historia. No imaginaba lo que quería decir el abad.

—Me temo que no comprendo, reverendísimo…

—Al final de la guerra, cuando los dioses habían recuperado el mundo y habían descubierto el terrible crimen de Takhisis, juzgaron que debía ser transformada en mortal. Para mantener el equilibrio, con el fin de que el número de dioses de la luz fuera igual al de los dioses de las tinieblas, Paladine se sacrificó y también se hizo mortal. Siendo él testigo, el elfo Silva —noshei mató a Takhisis. Ella murió en los brazos de Mina y ésta culpó a Paladine de la caída de su reina. Con el cuerpo de su señora entre los brazos, Mina juró que mataría a Valthonis.

Rhys se hundió en la silla, sus esperanzas barridas de un plumazo.

—Tienes razón, reverendísimo. Lo había olvidado.

—El Dios Caminante tienen guerreros elfos que lo protegen —apuntó el abad.

—Mina podría acabar con todo un ejército con sólo dar una patada al suelo. ¡Qué amarga ironía! La única persona que puede entregar a Mina lo que ella más desea en el mundo es la única persona del mundo a la que ha jurado matar.

—Dices que en forma de niña parece no recordar su pasado. No reconoció al Señor de la Muerte. Tal vez tampoco reconozca a Valthonis.

—Tal vez —concedió Rhys. Estaba pensando en la torre, en los Predilectos y en cómo Mina, al verse obligada a enfrentarse a ellos, se había visto obligada a enfrentarse a sí misma—. La cuestión es: ¿arriesgamos la vida de Valthonis confiando en que podría no reconocerlo?

»Por todo lo que he oído, Valthonis es honrado y apreciado allá donde va. Ha hecho mucho bien en el mundo. Ha negociado la paz entre naciones que estaban en guerra. Ha dado esperanza a los desesperados. Aunque su semblante ya no posee el resplandor brillante de los dioses, sigue iluminando las tinieblas de la humanidad con su luz. ¿Nos arriesgamos a destruir a una persona tan valiosa?

—Mina es hija de los dioses de la luz —recordó el abad—, nacida en la dicha del momento de la creación. Ahora está perdida y asustada. ¿No se alegraría cualquier padre de encontrar a su hijo perdido y llevarlo a casa, a pesar de que su regreso le cueste su propia vida? Existe un riesgo, hermano, pero creo que es un riesgo que Valthonis está dispuesto a asumir.

Rhys meneó la cabeza. Él no estaba tan seguro. Cabía la posibilidad de que pudiera encontrar Morada de los Dioses él solo. Otros ya lo habían hecho. Si bien era cierto que Tanis el Semielfo viajaba en compañía de un dios, lo mismo podía decirse de Rhys.

Estaba intentando encontrar la manera de expresar sus dudas, cuando vio que el abad desviaba la mirada hacia la puerta, donde estaba un silencioso sacerdote de Majere, aguardando pacientemente el momento en que pudiera llamar la atención del abad.

—Reverendísimo —dijo el sacerdote, haciendo una reverencia—, perdona que te moleste, pero hay dos visitantes que preguntan por el hermano Rhys. Uno de ellos es un kender y parece muy impaciente por hablar con nuestro hermano.

—Hemos terminado nuestros asuntos, ¿verdad, hermano? —dijo el abad mientras se levantaba—. ¿O hay algo más que pueda hacer por ti?

—Me has dado todo lo que necesitaba y mucho más, reverendísimo —contestó sinceramente Rhys—. Ahora te pido tu bendición para el difícil camino que se extiende ante mí.

—Te bendigo de todo corazón, hermano. Tienes la bendición de Majere y la mía propia. ¿Vas a buscar a Valthonis? —quiso saber, cuando Rhys ya se disponía a salir.

—No lo sé, reverendísimo. He de tener en cuenta dos vidas, la de Valthonis y la de Mina. Tengo miedo de que las consecuencias de tal encuentro sean terribles para ambos.

—La decisión es tuya, hermano —contestó el abad solemnemente—, pero te recuerdo el viejo dicho: «Si el miedo es tu guía, jamás abandonarás tu casa».