PRIMER CUADERNO. |
Del 2 de julio al 30 de agosto de 1931. |
SEGUNDO CUADERNO. |
Del 1 de septiembre al 6 de noviembre de 1931. |
TERCER CUADERNO. |
Del 6 de noviembre de 1931 al 12 de febrero de 1932. |
CUARTO CUADERNO. |
Del 14 de febrero al 22 de julio de 1932. |
QUINTO CUADERNO. |
Del 22 de julio a finales de septiembre de 1932. (ROBADO). Utilizado por ARRARÁS. |
SEXTO CUADERNO. |
Desaparecido. |
SÉPTIMO CUADERNO. |
Del 1 de diciembre de 1932 a finales de febrero de 1933. (ROBADO). Utilizado por ARRARÁS. |
OCTAVO CUADERNO. |
Del 1 de marzo al 31 de mayo de 1933. |
NOVENO CUADERNO. |
Meses de junio, julio y agosto de 1933. (ROBADO). Utilizado por ARRARÁS. |
CUADERNO DE LA POBLETA. |
Año 1937. |
CUADERNO DE PEDRALBES. |
Años 1938-1939. |
25 de julio de 1931
Hoy me anuncian que la revolución en Portugal será mañana. La noticia viene de parte de Cortesão, que le ha dicho a Guzmán cuán agradecido me está. La otra noche me presentaron en la calle de Alcalá a un expresidente del Consejo de Portugal, no recuerdo el nombre. Estaba muy esperanzado. Bigas, que juega a conspirador e hizo las presentaciones, también parecía optimista.
5 de agosto de 1931
Por la noche, después de cenar, voy a casa de Guzmán. Acaba de llegar de la sierra. Le entero de lo que sucede, haciéndole ver con qué razón he desatendido las últimas peticiones de Cortesão y sus amigos. Guzmán acaba de hablar por teléfono con Cortesão y se han citado para cenar juntos mañana. En vista de lo que yo le cuento, Guzmán envía un recado a Cortesão para que venga a verle. Al cabo de un rato, se presenta Cortesão, a quien Guzmán hubiera querido recibir a solas. La situación es un poco embarazosa. A Cortesão me lo presentó Bigas hace dos meses en El Henar; es alto, de nariz larga, los ojos de mirar duro, la barba roja, crecida en un mazo primitivo y afeitadas las mejillas. Hombre solemne, ceremonioso, habla con dificultad el castellano, muy despacio, lo que aumenta su solemnidad.
Está muy cortés conmigo, me da las gracias muchas veces y, preguntándole yo por la marcha de los trabajos revolucionarios, averiguamos lo que Guzmán quería preguntarle a solas. El material está en España, cerca de la raya, y es tan numeroso como Bigas nos ha dicho.
Es evidente que Cortesão no se explicará bien mi presencia en casa de Guzmán, coincidiendo con la llamada de éste. Se le ve un poco cohibido. Guzmán se decide a disipar su extrañeza, diciéndole que deseaba adquirir noticias de un movimiento que parecía inminente, y que yo he llegado por casualidad.
El movimiento republicano portugués se ha detenido por acuerdo de los emigrados, hasta que tengan reunido el material suficiente para apoyar el movimiento de las guarniciones con que cuentan. Cree que aún puede tardar un mes o dos. Y están decididos a no salir sino cuando el buen éxito sea seguro.
Cortesão está indicado para ministro de Instrucción en el futuro Gobierno, pero él prefiere la embajada en Madrid. «Se puede hacer más historia en Madrid que en Lisboa», dice.
Cortesão es historiador. Tiene grandes miras respecto de su país y España. Hablando esta noche de la situación en que está Inglaterra, dice que la decadencia del poder inglés favorecería la verdadera libertad de Portugal, que ha sido desde hace un siglo un protectorado británico. Inglaterra, fiel a su política tradicional, ayuda a mantener la división peninsular, y ha favorecido a la dictadura portuguesa. Establecida la república en España, las dos democracias se entenderían fácilmente. Eso dice Cortesão. Hay que prepararlo desde lejos, comenzando por las cuestiones económicas y de cultura. Poco a poco, los dos países podrán llegar a una unidad política; por lo menos, a cierta unidad política. Hay que contrarrestar muchos prejuicios seculares.
La conversación me interesa mucho y, aunque ya me disponía a marcharme, permanezco aún un rato largo. Como yo abundo en las opiniones y planes de Cortesão, sonríe satisfecho. «Juntos seríamos una gran cosa en el mundo», le digo. «Eso es, y no sólo por el número, dado que tendríamos el acuerdo con la América hispana, sino en el orden moral, —corrobora Cortesão—. Los países europeos están dominados por el egoísmo. Francia no piensa más que en el franco. Inglaterra en la libra. Los pueblos ibéricos aportarían el desinterés, la nobleza, la elevación de miras, el idealismo que siempre les ha distinguido en la historia». Esto último me gusta mucho menos, y me suena a provinciano.
Cortesão está muy contento de Prieto y de mí, y también de Marcelino Domingo. Poco o nada, de Lerroux. De Bigas, habla muy bien.
Nos despedimos con muchas cortesías. Yo le digo que espero continuar esta conversación cuando él sea ya embajador de su país.
26 de agosto de 1931
En el Congreso me han dicho esta tarde que ha estallado la revolución en Lisboa y que han matado al mariscal Carmona. Cuando llego a casa, me telefonean del ministerio que han aterrizado en Sevilla y Huelva unos aparatos que vienen huyendo de Portugal, después de bombardear la capital. Lo cual es señal de fracaso. El mariscal sigue vivo. Todo permanece igual.
«Esos tiranos tienen suerte», se lamenta Bigas por teléfono. Llamaba desde el Ritz.
«Y la pelleja dura», contesto.
En verdad, siento el fracaso de la tentativa revolucionaria en Portugal. No conozco los detalles, pero sospecho que cuando se sepan, que se sabrán, darán a Cortesão y a sus amigos una imagen de atolondrados.
31 de octubre de 1931
En casa de Guzmán. Asisten Cortesão y Moura Pinto. Voy con Bigas, después de cenar. Me dan cuenta de sus conversaciones con E. Les había ofrecido dos millones a cambio de que el Gobierno revolucionario respetase el contrato para la construcción de una escuadra, que E. gestiona con el Gobierno actual. La mayor parte de la suma quedaría en poder de E. para la compra de material. Últimamente, E. aplaza la conclusión del convenio; dice que está apurado de dinero. Según los portugueses, E. contaba con que se constituyera un Gobierno Lerroux, y que sea yo el presidente puede haberle retraído. Me propongo hablar con E. para ver si puedo animarlo.
Que este asunto se me lograse colmaría todas mis ambiciones, y ya podría decir que había hecho un servicio a España.
3 de noviembre de 1931
En las Cortes, hablo con Prieto del asunto portugués, en relación con E. Resulta que Prieto no está enterado de los tratos de E. con Cortesão y los otros. Prieto cree que E., para asegurar un contrato naval con el Gobierno portugués actual, desea que los revolucionarios se lo respeten, si llegan al Gobierno; pero ignora, y lo pone en duda, que E. les haya ofrecido ayuda de ninguna clase. No tiene medios para ello; está muy mal de dinero; ha hipotecado la finca de su hermana en Málaga, y el contrato portugués sería lo único que pudiera ponerlo a flote. De esta conversación resulta que, para abordar a E., no puedo decirle que estoy enterado por Prieto de sus conversaciones con los portugueses.
19 de noviembre de 1931
Voy a la Presidencia, después de despachar en el Ministerio de la Guerra, y entre muchas visitas recibo la de E., que viene sin que yo le haya llamado. Ha hablado con Prieto, que, como se usa, le ha contado todo lo que yo le dije de su asunto con los portugueses, incluso lo que E. parecía esperar de un Gobierno Lerroux. Sobre esto quiere darme E. una «satisfacción». Le opongo que no es necesario. Me describe las dificultades financieras que le impiden atender ahora a los portugueses. Protesta que ni la dictadura ni el rey le ayudaron en el asunto de los arsenales ni en lo del submarino, que se construyó por orden de Primo y ahora no se lo quiere comprar el Estado. Yo le planteo las cosas con toda claridad y le digo el interés que tengo, por considerarlo ventajosísimo para España, en que se ayude a los portugueses. Como él me ha hablado de sus dificultades actuales, yo me atengo a lo que ya pensé cuando Bigas y Cortesão me hablaron del caso: «Será que pide algo», dije entonces. Y hoy le disparo a bocajarro: «¿Qué habría de hacerse para que esas dificultades desapareciesen?». «Comprarme el submarino», responde E.
«He aquí el precio del servicio», me digo.
E. añade que estaría dispuesto a cobrarlo en varios años, y se contentaría con que ahora le diesen dos millones. Con eso reanudaría su trato con los Budas. Quedamos en que lo estudiaré, y al retirarse me ruega que no diga nada de su visita a los periodistas. Pero difícil será ocultarlo, porque le han visto cien personas.
23 de enero de 1932
Por vía indirecta me llega el deseo de Juan March de tener una entrevista conmigo. Asegura que él no ha hecho ninguna de las cosas malas que le imputan, ni ha sido nunca contrabandista. Está deseando servir a la República y apoyar al Gobierno. Las indicaciones se las ha hecho a Amós, que se ha escandalizado, y al emisario le ha dicho que yo nunca recibiría a March.
Amós se equivoca. El asunto de los portugueses ya no puede hacerse por mediación de E., y pienso que quizás March se prestaría a servirlos, y que les pusiese después la cuenta a ellos. Quienes resultarían gananciosas serían la República y España.
2 de febrero de 1932
He pasado la mañana en casa. Después de comer voy a El Escorial con Ángel Bigas. Paseamos por la Herrería. Silencio, qué silencio. Y nada más. Ni de ayer, ni de mañana.
Al regreso, nos detenemos un momento en la barbacana de Los Alamillos, sobre La Huerta. Una luz de naranja y granadina cubre la vista. El monasterio avanza sobre el jardín, colosalmente.
«No manche sus galones», dice de pronto Bigas.
Se refiere, naturalmente, a Juan March. Ahora resulta que soy yo el único que defiende la idea de recurrir a la bolsa de March para costear la revolución portuguesa. Se me ha vuelto una rutina, y no con todos puedo usar la treta de callarme.
La explicación de la alergia de Bigas hacia March es comprensible: aún tiene fresco el recuerdo de la monarquía, cuando March se burló del comité revolucionario y alargó las negociaciones para entretenernos y darse cuenta de los recursos con que contábamos, para decírselo al Gobierno.
«E. lo resolverá. Yo creo que lo resolverá», dice Bigas.
Según Bigas, E. tiene grandes deseos de servirme y de servir al Gobierno en este asunto. Veremos.
19 de febrero de 1932
Ayer por la mañana tuvimos consejo de ministros en palacio, presidido por don Niceto.
Yo hablé de política internacional y aproveché la ocasión para exponer mis puntos de vista sobre lo que debe ser la política de la República.
Hablé de la cuestión de Portugal y sin entrar en detalles insinué algo de lo que he hecho y de lo que quería hacer.
31 de mayo de 1932
Conversaciones, recados, idas y venidas de los portugueses y E. Breve conversación con Bigas. Vuelve a andar el asunto. Intervenciones de gentes oficiosas, que todo lo embarullan. Recabo que se entiendan exclusivamente conmigo.
25 de junio de 1932
Viene E. Ya está arreglado lo del suministro de armas a los portugueses. Ahora necesitan dinero. Si E. consigue liquidar su participación en la fábrica de torpedos, podrá adelantárselo. Los portugueses tienen prisa.
A última hora veo a Bigas. No le oculto mi satisfacción. Cuando se marcha, me quedo solo. Asomado al balcón, disfruto de una noche hermosa. Hay fuegos artificiales en el Pardo. Detonaciones, luces de colores, ráfagas. El jardín, frondoso, fresco, en silencio. Unos oficiales se pasean y fuman.
11 de julio de 1932
Hoy, después de despachar con el subsecretario, he recibido a E. para hablar del asunto de los portugueses.
11 de enero de 1933
Por la noche, a las once y media, vino Alfonso Costa, con el coronel Poppe y Guzmán. Trataba como presidente del futuro Gobierno portugués. Larga conversación, en francés, aunque ambos hablan y entienden el castellano. No quieren nada con «los hombres de negocios»; lo que se haga, que sea por orden mía y por hacerme a mí un servicio; esta cuestión es de política internacional, etcétera.
Retuve a Guzmán para darle instrucciones y que viese a Bigas y a E. lo antes posible, a fin de poner en claro este importante asunto.
18 de enero de 1933
El embajador de Alemania me ha visitado para interesarse por la Sociedad Deffries, que tiene un lío de cuentas y dinero con E. Al parecer, E. ha dado un poder irrevocable a los alemanes para que cobren en el Ministerio de Marina todas las cantidades que haya que abonarle. ¡Y esto después de que Marina cediera a pagar a E. un millón, a cuenta de liquidaciones, con el cual pensaba cumplir sus compromisos en Portugal!
El embajador me dijo que Echevarrieta es un mal pagador y que con la sociedad se ha portado muy mal y que está explotando su propia y tantas veces anunciada suspensión de pagos. Añadió que Deffries está dispuesto a una transacción con Echevarrieta, y me pedía que se demorase el pago para dar tiempo a que se formalice un convenio. En otro caso, se querellarían contra Echevarrieta por estafa.
Le contesté que me enteraría de los términos exactos del asunto, en cuanto concierne a la Administración, porque, en las cuestiones pendientes entre Echevarrieta y Deffries, el Gobierno no tiene que mezclarse.
Hablando después con Giral, me contó que le han visitado los Deffries, y entre otras cosas le han dicho que se pagaba a Echevarrieta porque el presidente tenía mucho interés en ello, «por las cosas que quiere hacer en Portugal». ¿Cómo han relacionado una cosa con otra?
22 de enero de 1933
La otra tarde llamé a E. para que me explicara su enredo con los alemanes y qué significa el poder irrevocable que ha dado a Deffries para cobrar en su nombre las cantidades que debe pagarle el Ministerio de Marina, y por qué habiendo tratado conmigo de las cosas de Portugal ha adquirido un compromiso que las hace casi irrealizables. Me dio explicaciones confusas, habló del almirantazgo alemán, y de no sé qué otras cosas. Embarullado y, a veces, ruborizado. Todo se redujo a decirme que no me preocupase, que le dejase a él, que los alemanes pedían un arreglo y él se negaba, que el informe de lo Contencioso era contrario, pero lo arreglarían, etcétera. Me produjo muy mala impresión, y le dejé marcharse, porque comprendí que estaba acorralado y en un potro. En adelante prescindiré de este señor, que me parece demasiado lioso. Cuanto menos se hable con los financieros, mejor. Y sobre todo, yo.
22 de marzo de 1933
Ayer vino el gobernador del Banco de Crédito y hablamos del asunto de los portugueses. Cree que hallará una manera de hacerles el empréstito, puesto que lo de E. ha fracasado. Le insté para que lo haga cuanto antes.
7 de abril de 1933
Hace unos días que no sigo estos apuntes. He estado tan atareado que no me ha quedado tiempo ni voluntad para continuar mi borrador. En los primeros días de la última semana de marzo todo parecía tranquilo en las Cortes. Pero, entre tanto, iban y venían las intrigas, al parecer capitaneadas por Maura. No habiendo podido derribar al Gobierno por lo de Casas Viejas, ni a consecuencia de los «consejos» que vino a darme en el ministerio, urdió otra cosa, a su parecer, incontrastable.
Entraron en bureo los jefes de los grupos de oposición y el viernes 31 de marzo, al llegar a las Cortes, los periodistas me dijeron que iba a publicarse una nota, especie de manifiesto contra el Gobierno, suscrito por los grupos republicanos de oposición; que la nota, redactada por Miguel Maura, era violentísima contra mí, y que no la habían dado aún a los periódicos porque estaban «limándola» un poco.
La nota, efectivamente, me trata muy mal. Me llama caprichoso, desdeñoso, rencoroso, etcétera.
Se ve la pasión de Maura contra mí. Vuelven a decir la estupidez de que la República no puede confundirse con un Gobierno ni «menos con un hombre». Esta última expresión, que estaba en el ejemplar que a mí me dieron, ha desaparecido del texto que he visto impreso en algunos periódicos. Se conoce que en eso consistió la lima; creo que quitaron alguna otra cosa más.
Que me traten de ese modo gentes que se llaman mis amigos, que han sido compañeros míos y que no pueden desconocer mis servicios es difícil de tolerar. Mi primer movimiento fue el de ir a entregar al presidente la renuncia de mi cargo.
«Pero eso sería entregarles la cabeza», me dice Bigas.
Está francamente desilusionado, con todo y con todos. Opina que así vamos al precipicio.
«Esta gente va a abrirle un panteón a la República, —dice—. El cementerio está dentro de la República. La República es el cementerio».
Paseamos por La Quinta, donde le cité ayer porque tenía que decirme algo de parte de los portugueses. Por lo visto, lo del Banco de Crédito no marcha. De Echevarrieta no quiere hablar.
«Desconfiamos el uno del otro, —me dice—. Pero yo, por lo menos, tengo la conciencia tranquila. Él no».
De lo que calla, intuyo que aún espera un arreglo con E. Estoy tan fatigado que apenas puedo sostener la conversación.
«Hay demasiadas fuerzas agazapadas», dice Bigas.
Se refiere a don Niceto, que pudiera haber dado esperanzas a Lerroux de un cambio de Gobierno.
«Aquí está por brincar más de un tigre».
Estos días tengo la sensación de que he hecho el primo con tanto trabajar en la cosa pública. Y no se me olvida que podía estar escribiendo tranquilo en mi casa, sin meterme en estas aventuras.