Querido Andrés:
Los días, en Bucarest, transcurren monótonos. El verano es particularmente caluroso y asfixiante este año. Algunas veces paso horas enteras en un banco del parque Cismigiu, sentado inmóvil en medio del perfecto silencio de la caída de la tarde, sin que la más leve brisa mueva las hojas. No puedo quitarme de la cabeza la espantosa tormenta que azota el mundo entero. Después de la gran derrota francesa en la Champaña, la última ofensiva rusa se ha derrumbado también. Por lo que parece, la estrella de Kérenski declina. No sólo los cadáveres de los soldados han quedado colgando de las alambradas de espino del frente, sino también los últimos vestigios de la paciencia del pueblo.
Un abrazo,
Ángel