Bucarest, 8 de junio de 1917

Querido Andrés:

He recibido carta de Olga. La revolución la aterra.

«Papá dice que durante la Revolución francesa también se cometieron barbaridades. Los excesos, la estupidez, la vulgaridad y la cobardía del vulgo, los saqueos, la sangre derramada…; todo eso no puede evitarse, dice. Ninguna revolución ha ocurrido nunca en ningún sitio sin eso. Eso dice. Pero yo estoy asustada. Esto ya no es una capital, sino una sentina. Nadie trabaja. Las calles están atestadas de inmundicias. Hay montones de basura hediendo en los patios…».

Sin duda, el príncipe Pablo Sergio tiene razón en una cosa. Nos guste o no, sólo la sangre puede cambiar el color de la historia.

¡Qué tiempos son éstos, Andrés! Y nosotros los vivimos. Es como si un vendaval nos arrastrara. Y no hay nadie que nos guarde. Rusia, la guerra, España. ¿Es verdad que se prepara una huelga general? ¿Es verdad que las gentes prefieren la España vital a la oficialucha de turno? Cosas así ocurren una vez en siglos. Y, sin embargo… Aunque no me fío mucho de amores que tienen tantas fronteras por medio, no dejo de insistir en mis cartas a Olga que deje Rusia. «Iremos a Egipto. A Troya»…

Termino ya. Tengo que volver a la embajada. Y no debo molestarte en tus estudios. Un abrazo fraternal,

Ángel