Querido Andrés:
Te envío unas cuantas líneas a toda prisa, sólo para darte alguna señal de vida. Llegué a Iasi ayer tras un viaje espantoso. Tristeza, gente hambrienta, basura. Soldados por todas partes.
Hoy, durante el funeral de Nae, he pensado en la conversación que Stelescu y yo sostuvimos sobre el estoicismo la víspera de mi salida de Bucarest.
—La puerta de la muerte —dijo el viejo poeta— está siempre abierta para los seres humanos. Sólo con ese trasfondo resulta posible actuar con decisión.
Antes del funeral había entregado a la princesa los últimos ecos de Nae: el diario, la carta…
—¿Cree que era puro? —me ha preguntado con su mejor tono de voz.
—Era un hombre libre —he respondido.
Más tarde, mientras salíamos de la iglesia, como si hubiera adivinado que quizá no nos volvamos a ver, se ha acercado a mí y me ha susurrado:
—Es mi hijo. Se lo agradezco.
Esas palabras me han hecho bien.
Perdona la prisa y la mala letra. Tu amigo,
Ángel