Bucarest, 3 de septiembre de 1916

Querido Andrés:

Ayer una explosión cortó en seco el bullicio y la alegría de Bucarest. Una semana escasa han tardado los primeros aeroplanos alemanes en sobrevolar la ciudad y arrojar unas cuantas bombas sobre las calles que tanto han vitoreado la declaración de guerra a las potencias centrales.

¡La guerra!

—Me temo —me dijo Multedo tan pronto como me vio aparecer por la embajada— que Rumanía va camino de convertirse en otra Bélgica.

Yo también lo temo. Ningún país ha ido jamás a la guerra tan pobremente equipado, tan mal dirigido, tan tontamente optimista como éste. Por no tener, no tiene ni artillería pesada.

—Los alemanes sólo saben hacer salchichas —reían ayer tres caballeros en el Ateneu, al término de la conferencia del más firme propagandista de la Entente, el atildado y elocuente Take Ionescu—. Basta tirar las gorras al aire para hacerles correr.

Pero lo desagradable no son las muestras de arrogancia. Más pavor produce aún la generosa despreocupación por la vida humana que me parece tan característica de Bucarest estos días.

—¿Que no tenemos cañones? —exclamaba otro caballero—. Pero, bueno, ¿para qué necesitamos los cañones? Vamos a ver… Vamos a ver… ¿Ustedes saben cómo es el campesino rumano? Lo suyo es la bayoneta. Miren, así…, así…

Y daba imaginarios golpes con saña mientras sus oyentes lo observaban encantados.

—Me juego lo que sea a que nuestros soldados le dan una paliza a ese Hindenburg. Sí, una paliza. Que me cuelguen de una farola si los alemanes superan nuestras fortificaciones del valle de Prahova.

Me pregunto cómo ha podido extenderse con tanta celeridad esta mentalidad de caníbales.

¡Y Nae! A él tampoco le ha costado mucho dejarse arrastrar por el bien urdido histerismo de la guerra. Resulta que hoy nos hemos encontrado en la plaza de la Victoria. Después de comer. Quería hablarme. Muy apuesto, por cierto, con su uniforme.

—No nos quedemos fuera —ha dicho señalando el interior de un café—. Vamos adentro. Esta terraza está como para freír huevos.

Al instante ha salido a relucir en la conversación la conferencia de Ionescu, que él ha leído en La Roumanie.

—Un hombre adulto —ha dicho entonces, con tono doctrinario— debe compartir el destino de su patria.

Muy serio, muy orgulloso de señalar verdades tan oportunas, con una fina sonrisa de húsar, me ha confesado que hace días que no duerme. Sólo piensa en el frente. Lo demás le agobia, incluidas las mujeres.

De toda la conversación, me quedo con dos cosas: que los que mueren jóvenes gozan del encanto de lo inacabado y que, en el alba de la humanidad, la gente también vivía ansiosamente, guerreaba contra otros pueblos, creaba sin cesar y moría pronto.

—Me cuesta creer que alguien que come bien todos los días y duerme bien todas las noches pueda aportar algo al tesoro de la cultura espiritual.

¡Y eso lo afirma él! ¡Él!, que lleva en la sangre la añoranza de la vida disoluta de los aristócratas de la vieja corte.

Tampoco quiero olvidar la explicación que me ha dado de su misticismo guerrero:

—Yo sólo creo en la primacía de lo espiritual.

Nae no es un farsante ni un demente. Es, simplemente, un ingenuo. Pero existen ingenuidades catastróficas.

He prolongado esta carta demasiado y temo aburrirte. Sé que hace tiempo que no tenías noticias mías, pero olvida mi abulia anterior y no tomes la represalia de no contarme cosas de ahí. Según me dice el viejo Rotaeche, la división entre aliadófilos y germanófilos produce gestos tan cínicos de plebeyez e irracionalidad que bien podrían inspirar una nueva serie de Caprichos de Goya: «El cura cree que si ganan los alemanes habrá más culto; el militar, más ejército; el aristócrata, más aristocratismo; el maurista, que vendrá Maura; el carlista, don Jaime; el republicano supone que, si vence la Entente, vendrá la república; y el orador, el periodista, el artista francófilo piensan que el triunfo de los suyos les traerá la simpatía y la devoción de Inglaterra y de Francia y, sobre todo, el prestigio de París, el tan anhelado prestigio de París».

¿Quién escribirá la novela de estos años?

Te abraza tu amigo,

Ángel