Queridísimo Andrés:
He comenzado el año sustrayéndome de las ocupaciones habituales y dedicando el tiempo a una siesta de cuatro semanas, con conversaciones, lecturas, café, frutas y vinos. Para acabar Olga, que parece conocerme hace muchos años. ¡Cuánto daría por construir un nuevo mundo junto a ella, en una soledad de náufragos! ¡Cómo me gustaría huir de la cháchara de la guerra y dejarme llevar por los sueños a ese lugar del que hablan los exploradores de los polos: «Más allá del círculo polar no hay ya ni franceses ni alemanes ni ingleses…»!
Sí… Estaría bien poder olvidar el hedor de las naciones. Hacer como si la guerra no existiera. Hacer abstracción de ella. Pero ¿es posible? Me temo que no. No en Rumanía. No en Bucarest. Hay aquí un ambiente de corrupción digno de la pluma de Tácito, como de hienas a la espera de que el león mate a su presa. Todo son rumores y más rumores. Por tres veces, el Gobierno ha intentado ponerse de acuerdo con la Entente para entrar en guerra y las tres veces ha dado marcha atrás. Temo que sonrías si te digo que desde que he comprobado cómo funcionan las alianzas, he perdido algo de mi admiración por Napoleón.
Tu amigo, que te abraza,
Ángel