Bucarest, 24 de mayo de 1915

Querido Andrés:

Ayer, a excepción de La Politique, del germanófilo Marghiloman, y L’Indepéndance de Roumanie, del primer ministro Bratianu, los periódicos rumanos clamaban al unísono por entrar en hostilidades al mismo tiempo que Italia, cuya declaración de guerra al Imperio austrohúngaro ha dejado perplejo al embajador alemán.

Por la mañana, se rumoreaba que el Gobierno de Bratianu había firmado un pacto con el de Roma para que la intervención de las dos naciones fuera simultánea. También se decía que los austríacos habían cerrado su frontera con Rumanía y concentrado en ella a cuatrocientos mil soldados dispuestos para marchar sobre Bucarest.

Al mediodía, acompañé a Nae a casa de la princesa Helena, que insistió en que me quedara a almorzar. Para mi sorpresa, me encontré allí a Alexandro Stelescu. Al parecer, ayuda a la princesa a escribir sus memorias.

—Andamos sobre columnas de fuego —me dijo saliendo del palacio de la princesa—. Es necesario ponerse a salvo, joven.

Al atardecer, la calle Victoria bullía en el polvo de oro del sol poniente. Todo el cielo estaba rojo y la muchedumbre, alegre, palpitante, parecía una apoteosis. Ante los cafés, multitudes de personas arrancaban de las manos a los vendedores de periódicos la edición vespertina de La Roumanie, recién salida de la rotativa. En portada:

RUSIA FRENA LA OFENSIVA ALEMANA.

Los ánimos también estaban alborotados en el Capsa. Las conversaciones eran ruidosas, apasionadas, fervientes. Nae me esperaba en compañía del secretario de la embajada italiana y un diputado del Partido Liberal. Este curioso caballero no paraba de ensalzar al pueblo italiano.

—¡Un pueblo admirable! Sí, señor. ¡Admirable! En cuanto a nosotros —añadió dirigiendo sus grandes mostachos a Nae—, ¿para qué vamos a entrar ahora si podemos tener Transilvania sin guerra? ¿No se dan cuenta de la formidable situación que tendrá Rumanía cuando todo termine?

Salí del Capsa con Nae, que cree a pies juntillas la propaganda proaliada de La Roumanie. Las noticias más absurdas, las más tendenciosas y vulgares encuentran en él un oyente crédulo. Y tiene una forma ingenua de exasperarse, de indignarse ante los rumores más irracionales que corren por los salones de Bucarest. Si yo me encojo de hombros con incredulidad, él me mira apesadumbrado, con un ligero movimiento de cabeza, como si estuviera ante un hombre definitivamente perdido para la verdad.

Al salir del Capsa, dimos un pequeño paseo por la calle y me expresó de nuevo su indignación con el gabinete de Bratianu.

El día terminó con un momento de calma: oyendo con Olga, en el gramófono, el primer concierto para piano de Chaikovski. No había luz. Todas las lámparas de la habitación estaban apagadas. El cielo a oscuras.

Hoy, convaleciente y espectral. Un abrazo de tu verdadero amigo,

Ángel