EPÍLOGO

Umeda, Osaka

En medio de la bulliciosa multitud que se hacinaba en la estación de trenes de Umeda-Osaka, cada cual ocupado con sus propias preocupaciones, Shuya Nanahara (el estudiante número 15 de tercero B, del instituto Shiroiwa) oyó el comunicado mientras bajaba de una de las escaleras mecánicas que escoltaban las amplias escalinatas de la estación. «Tenemos que informar del reciente asesinato de un instructor del Programa que tuvo lugar en la prefectura de Kagawa…». Apretó cariñosamente el hombro de Noriko Nakagawa (la estudiante número 15, mismo instituto) con la mano y se detuvo.

En una pantalla gigante de televisión, tan alta como las escaleras mecánicas, había una imagen enorme en plano corto de un reportero de unos cincuenta años, con el pelo peinado exactamente en una proporción de 7/3.

Shuya y Noriko avanzaron hacia la pantalla juntos. Era lunes, las seis de la tarde pasadas, así que estaba lleno de estudiantes y oficinistas con traje haciendo tiempo por toda la estación y esperando sus trenes. Shuya y Noriko ya no llevaban los uniformes escolares. Él llevaba unos vaqueros, una camiseta con un dibujo, y una chupa vaquera. Ella también llevaba vaqueros, con un polo verde oscuro y un cortavientos gris claro encima. (De todos modos, conservaban sus zapatillas y las habían lavado después del juego, antes de volvérselas a poner). Shuya llevaba el cuello vendado, pero lo llevaba oculto por el cuello de la cazadora, y la mejilla izquierda de Noriko estaba cubierta con un enorme vendaje, pero apenas se veía porque lo ocultaba una gorra negra de béisbol que llevaba bien calada sobre los ojos. Aún cojeaba de la pierna derecha, pero ya no resultaba muy llamativo. Como Shuya todavía tenía el brazo izquierdo casi paralizado, sujetaba la bolsa que le colgaba del hombro con la mano derecha.

Las notas de Shogo indicaban el nombre de un médico y su dirección en la ciudad de Kobe. Una pequeña clínica en las calles marginales de la ciudad, probablemente semejante a la que dirigía el padre de Shogo. El médico, que aún parecía no haber llegado a la treintena, les dio cálidamente la bienvenida y curó sus heridas.

—El padre de Shogo fue profesor de mi padre en la facultad de Medicina. Yo también le debo mucho a ese hombre —dijo el doctor. Parecía tener buenos contactos y al día siguiente lo organizó todo para que pudieran huir del país—. Shogo me dejó algún dinero para utilizarlo solo en caso de emergencia. Lo emplearemos ahora.

Lo primero que harían sería ir a coger un barco pesquero en una pequeña aldea de pescadores en la prefectura de Wakayama, en la ribera del océano Pacífico, y luego cogerían otro barco en la parte democrática de la península coreana.

—No tendréis problema alguno en partir hacia América desde Corea. Lo más duro será pasar del primer barco al otro.

La voz del médico parecía denotar preocupación, pero realmente Shuya y Noriko no tenían otra opción.

Noriko había llamado a casa antes de salir del domicilio del médico. A la primera a la que llamó fue a una amiga íntima que estaba en otra clase, y le encargó que le diera un mensaje a su familia para que llamaran a casa del médico desde una cabina telefónica. Era una precaución contra las escuchas secretas. Shuya dejó a Noriko sola durante un rato, pero pudo oír cómo sollozaba en el pasillo donde se encontraba el teléfono. Shuya, por su parte, no se puso en contacto con la Casa de Caridad. Le estaba muy agradecido a la señorita Anno, y se despidió de ella desde lo más hondo del corazón. Y otro tanto hizo respecto a Kazumi Shintani.

El periodista de la pantalla gigante siguió vociferando: «Un helicóptero de las Fuerzas Armadas roció con gas venenoso la isla de Okishima, de la prefectura de Kagawa, donde se ha celebrado el Programa este año, así que la inspección se retrasó un poco. En cualquier caso, dos días después del incidente, se procedió finalmente a la inspección, esta misma tarde. Ahora sabemos que faltan dos estudiantes».

La imagen cambió. Una cámara con zoom enfocaba a los oficiales de policía y a los soldados inspeccionando la isla en la que Shuya y los demás se habían jugado la vida. Había un montón de cadáveres allí. Durante una décima de segundo, Shuya consiguió distinguir dos cuerpos. Eran Yukie Utsumi y Yoshitoki Kuninobu, mirando a la cámara, en un extremo de un oscuro montón de cuerpos vestidos con los uniformes escolares. A pesar de la rociada de gas venenoso, sus rostros seguían inalterados porque habían muerto en el interior de los edificios y habían estado a cubierto. Shuya apretó el puño derecho.

«Los estudiantes desaparecidos son Shuya Nanahara y Noriko Nakagawa, estudiantes de tercero en el instituto Shiroiwa de la prefectura de Kagawa». Ahora la pantalla mostraba dos fotos a tamaño gigante, una al lado de la otra. Eran las mismas que habían utilizado para sus carnés de estudiantes. Shuya apartó la mirada, pero nadie entre la multitud que observaba las noticias pareció reconocerlos.

Apareció en la imagen una playa vacía, justo delante de una montaña. Cuando el zoom de la cámara se acercó, se vio una pequeña embarcación militar que acababa de tomar tierra, que ahora estaba siendo examinada por oficiales de policía y soldados. Aquellas tomas habían sido captadas inmediatamente después de que se conociera el incidente, así que eran menos recientes.

«A primeras horas de la mañana del día 24, la patrullera del señor Sakamochi, instructor del programa de la prefectura de Kagawa, fue hallada en las costas de Ushimado-cho, en la prefectura de Okayama. El instructor Sakamochi y nueve soldados de las Fuerzas Especiales de Defensa, incluido el oficial Tokihiko Tahara, fueron hallados muertos, junto al ganador de esta edición del Programa, Shogo Kawada». Apareció una fotografía en plano corto de Sakamochi. Llevaba el pelo largo. «Se sospecha que pudo haber algún enfrentamiento, y por eso la policía y los oficiales de las Fuerzas Armadas procedieron a realizar una investigación. Las autoridades no creen que los dos estudiantes desaparecidos tengan relación alguna con este incidente. En estos momentos están siendo buscados…».

El periodista siguió hablando, pero Shuya estaba más interesado en los subtítulos que comenzaron a aparecer a continuación: «El ganador, Shogo Kawada, encontrado muerto». En circunstancias normales, solo habrían ofrecido unos titulillos generales: «Un estudiante gana el Programa», y la pieza solo se habría visto en las noticias locales de la prefectura de Kagawa. Shuya y Noriko habían visto las noticias en la casa del médico, en Kobe, varias veces, pero allí solo mostraban la foto de Shogo. Era la primera vez que veían aquel vídeo.

Sujeto entre dos soldados, Shogo miraba a cámara. Entonces…

Al final del vídeo, que duraba aproximadamente diez segundos, Shogo sonreía y levantaba el puño derecho con el pulgar señalando hacia arriba.

La multitud que observaba la gran pantalla pareció un poco abatida. Probablemente pensaron que Shogo estaba orgulloso de su victoria.

«Pero no lo estaba, en absoluto», pensó Shuya mientras miraba la pantalla, que volvía a ofrecer el gigantesco rostro del periodista.

¿Era un mensaje para él y para Noriko? ¿Ya sabía que iba a morir cuando lo plantaron delante de las cámaras gubernamentales? ¿O era simplemente una muestra de su sentido único de la ironía?

«Nunca lo sabré». Igual que le había dicho Shogo una vez.

Entonces volvieron a poner las fotos de Shuya y Noriko.

«Cualquier indicio que apunte a la localización de estos individuos debería ponerse en conocimiento de…».

—Vamos, Noriko. Tenemos que darnos prisa —susurró Shuya.

Le cogió la mano. Se volvieron de espaldas a la pantalla y comenzaron a caminar.

—Shogo me dijo —murmuró Noriko mientras avanzaban, cogidos de la mano—, antes de que regresaras… cuando estabas con las chicas de Yukie, me dijo una cosa…

Shuya inclinó la cabeza y miró a Noriko.

La muchacha levantó la mirada hacia él. Sus ojos, ensombrecidos por la visera de la gorra, estaban llorosos.

—Me dijo que se alegraba mucho de tener unos amigos como nosotros.

Shuya apartó la mirada y asintió. Simplemente asintió.

Se cruzaron con un grupo de seis o siete estudiantes, y luego siguieron avanzando.

—Noriko —dijo Shuya—. Siempre estaremos juntos. Se lo prometí a Shogo.

Pareció que Noriko lo agradecía con un gesto.

—Ahora tenemos que largarnos de aquí. Pero algún día acabaré con este país. Mantengo la promesa que le hice a Shogo. Quiero acabar con este país por él, por ti, por Yoshitoki, por todo el mundo. ¿Me ayudarás cuando llegue el momento?

Noriko le apretó la mano a Shuya y contestó con firmeza:

—Por supuesto, ahí estaré.

Se apartaron de la multitud y se acercaron a una máquina de billetes. Noriko observó la pantalla del dispensador de billetes, sacó algo de cambio y lo contó. Entonces se puso en la cola, delante de la máquina dispensadora para comprarlos.

Shuya permaneció a un lado, esperando a que Noriko volviera. No tardó nada. Ella metió las monedas en la ranura.

Shuya, por casualidad, miró hacia su izquierda.

Entrecerró los ojos. A través de la puerta principal de la estación pudo distinguir el barrio caro de Osaka, justo más allá de donde los taxis y los autobuses se cruzaban unos con otros. Un hombre uniformado, muy alto, apareció en aquel fondo y se encaminó directamente hacia donde estaban ellos. Esquivó hábilmente la multitud de peatones y viajeros, y se dirigió directamente hacia Shuya.

Era un hombre con uniforme de policía. Tenía una placa dorada que brillaba justo en el centro de su gorra.

Shuya deslizó la mano hacia la espalda, donde tenía remetida en los vaqueros la Beretta M92F y buscó un lugar por donde huir. Había una posibilidad saliendo por la entrada opuesta a la que había utilizado el policía. Si podían llegar hasta allí, a lo mejor podían coger un taxi…

Shuya le susurró a Noriko, que ya regresaba con los billetes:

—Olvidémonos del tren, Noriko.

Noriko lo entendió enseguida. Rápidamente se volvió y abrió los ojos como platos al ver al policía.

—Por aquí… —dijo Shuya. El policía venía corriendo hacia ellos.

—¡Tenemos que correr, Noriko! ¡Corre todo lo deprisa que puedas! —le dijo. Mientras salían disparados, Shuya pensó que aquellas palabras le resultaban tremendamente familiares, como si las hubiera dicho hacía poco…

Miró tras él. El policía ya llevaba la pistola en la mano. Shuya sacó la Beretta. El policía disparó inmediatamente. ¡Bang! ¡Bang! Dos disparos casi al azar, pero afortunadamente no alcanzó a nadie, ni siquiera a Shuya y a Noriko. Hubo gritos, y algunos se tiraron al suelo para protegerse, mientras otros —al no tener ni idea de dónde procedían los disparos—, se dispersaron en distintas direcciones. El policía, con la pistola apuntando al suelo, corrió hacia ellos de nuevo, pero entonces se tropezó con una señora gorda cargada de verduras y cayó torpemente al suelo. La mujer también rodó por el suelo, y su cargamento de verduras saltó por los aires y se desperdigó por el pavimento.

Eso fue lo único que vio Shuya. Ya estaba mirando hacia delante.

Mientras corría junto a Noriko, se le ocurrió una idea de repente.

Los gritos, sus pasos apresurados, y el policía advirtiéndoles de que se detuvieran… Todo se disipó en su mente al tiempo que aquella idea ocupaba todo su pensamiento.

Puede que no fuera lo más adecuado. Y además… lo había fusilado de Springsteen…. «Joder, tío».

Pero de todos modos, solo podía pensar en aquellos versos.

Juntos, Noriko, viviremos en la amargura,

te amaré con toda la locura de mi alma;

algún día, nena, no sé cuándo,

llegaremos a ese lugar,

donde realmente queríamos ir,

y caminaremos al sol…

Pero hasta entonces, los vagabundos como nosotros,

nena, hemos nacido para correr…

Los gritos y los alaridos empezaron a quedar atrás, y regresaron el sonido de la agitada respiración de Noriko y los latidos de su corazón.

Aún seguían corriendo. Eso era seguro.

Hacia delante. Siempre hacia delante.

Y no pararían hasta ganar.

Ahora, y por última vez…

QUEDAN 2 ESTUDIANTES

Pero, naturalmente, ahora forman parte de ti.