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—¡Shogo!

Al ver que su amigo estaba a salvo, Shuya gritó aliviado. Al oír disparos en los camarotes, por encima de sus propios tiros, pensó que tal vez habían llegado demasiado tarde.

Shogo corrió escalerillas arriba con el rifle que le había cogido a uno de los soldados.

—¿Estás bien?

—Sí —asintió Shogo—. Sakamochi está muerto. ¿Os habéis librado de alguien?

—Nos cargamos a todos los de cubierta. Pero no hemos podido encontrar a ese que se llamaba Nomura…

—Entonces están todos. Yo me cargué a Nomura —dijo. Pasó junto a ellos y corrió hacia el puente donde estaba situado el timón.

Había un cadáver tendido en el pasillo que conducía a la timonera. Luego había dos muertos dentro y fuera del camarote de mapas, bajo el puesto de mando. Uno de ellos era el soldado Tahara, los otros eran de la tripulación del barco. Tahara era el único que llevaba armas y solo tenía una pistola. Shuya les había volado la cabeza con la Ingram. Había otros dos tirados en cubierta; eran los primeros soldados de la Marina a los que había matado Shuya.

Después de echarle un vistazo al cadáver de Tahara, Shogo se aferró a la barandilla que subía hasta el timón, y dijo:

—No habéis tenido piedad, Shuya.

—Sí —asintió Shuya—. Así es.

Cuando se encontró en la sala del piloto, Shogo vio a otras dos víctimas de Shuya, miembros de la tripulación, tirados en una esquina. En el oscuro ventanal había varios agujeros producidos por balas sueltas o por disparos que habían traspasado a sus víctimas.

El barco pasó junto a una isla, probablemente Megijima, iluminada con las luces de las zonas residenciales. Shuya se preguntó si se habría oído allí el tiroteo o incluso en zonas marítimas más alejadas. Bueno, lo cierto es que no era raro oír disparos en el país, así que no se preocupó en exceso.

Shogo miró hacia delante. Shuya y Noriko lo hicieron también en la misma dirección y vieron lo que parecía un carguero de grava aproximándose hacia ellos por la derecha. Shogo mantuvo con firmeza el timón y giró un poco para alejarse de él metódicamente.

—Espero que no hayáis cogido un resfriado —dijo Shogo.

—Estoy bien.

—¿Y tú, Noriko?

—Yo también estoy bien —afirmó la muchacha.

Shogo escudriñó el horizonte y dijo:

—Lo siento. Esta vez me ha tocado el trabajo fácil.

El carguero de grava se estaba acercando.

—Eso no es verdad —contestó Shuya mientras sus ojos se dividían entre observar las manos de su amigo y el barco que venía de frente—. Yo no estaba en condiciones para enfrentarme a Sakamochi. Y él estaba armado. Tú eras el indicado.

Mientras vigilaba, el carguero se hacía más y más grande. Pero se las arreglaron para evitarlo y pasar rozándolo. Las luces del carguero se fueron alejando.

—¡Uf…! —exclamó Shogo cogiendo aire, y luego dejando suelto el timón. Comenzó a apretar aquel laberinto de botones en el panel de instrumental náutico. Miró el panel durante unos instantes y, después de comprobar que una de las luces se apagaba, cogió la radio. Se oyó una voz por el altavoz.

«Aquí el Servicio Central Consultivo de Tráfico Marítimo de Bisan Seto en tierra…».

Shogo cogió el micrófono.

—Aquí la Patrullera DM 245-3568. Necesitamos confirmación de localización…

«DM 245-3568, no podemos confirmar. ¿Algún problema?».

—Nuestro GPS no funciona, parece. Detendremos el barco durante una hora aproximadamente para reparar el aparato. ¿Puede notificárselo a los otros barcos?

«Sí. Necesitamos su posición actual…».

Shogo leyó la pantalla del instrumental náutico. Y luego cortó la transmisión.

Lo único que estaba haciendo era ganar tiempo para poder llevar el barco a alguna parte. Shogo cogió el timón de nuevo y giró todo a babor. Shuya sintió cómo el barco se escoraba ante aquel giro tan brusco.

Mientras manejaba con cuidado el timón, dijo:

—Ese cabrón de Sakamochi se dio cuenta de lo que estaba pasando. Me alegro de que consiguierais meteros en el barco.

Shuya asintió. El agua le chorreaba del flequillo.

Sakamochi estaba en lo cierto. Después de que Shogo hubiera disparado dos veces al aire, se llevó el dedo a los labios para indicar a Shuya y a Noriko, atónitos y estupefactos, que no articularan palabra. Sacó el mapa del bolsillo y garabateó algo en la parte de atrás. Con la oscuridad apenas se veía nada, pero consiguieron leerlo. Entonces Shogo les quitó los collares. Lo único que utilizó fue un cable con un transistor —que tenía por alguna razón—, un cuchillo y un pequeño destornillador. Y luego sacó de su mochila una sencilla escalera hecha de bambú y cuerda. Siguió escribiendo en el mapa: «Tenéis que colaros en el barco en el que me van a meter. Estará ahí toda la noche, así que tendréis tiempo. Id hasta el puerto por la playa. Habrá una cadena unida al ancla. Atad la escalera de cuerdas al ancla y esperad. Cuando suban el ancla y el barco empiece a moverse, subid al puente y escondeos detrás de los botes salvavidas, en un lateral del barco. Y luego atacad cuando sea el momento oportuno».

Por supuesto, no fue sencillo mantenerse en aquella escalerilla de cuerdas cuando salió el barco, soportar el golpe de las olas y ser arrastrados por el agua. También resultó muy duro subir a la cubierta, que estaba medio metro por encima de la escalerilla. Sin poder contar con el brazo izquierdo, Shuya simplemente no podía hacer lo que en otras circunstancias habría sido una tarea sencillísima. Pero Noriko consiguió llegar arriba a pesar de su herida, y luego le tendió la mano a Shuya. La fuerza de la muchacha en esa situación sorprendió a Shuya.

—Pero nos lo tenías que haber dicho antes… —dijo Shuya.

Shogo giró el timón a la derecha y se encogió de hombros tímidamente.

—Entonces todos nuestros actos habrían resultado poco naturales. En fin, lo siento.

Soltó el timón. El mar negro se extendía frente a ellos hasta el horizonte. Por el momento, no había ninguna señal de que hubiera barcos en las inmediaciones. Shogo comenzó entonces a comprobar distintos controles del barco.

—Es increíble —dijo Noriko—. ¡Conseguiste piratear el sistema informático del Gobierno!

—Sí, es cierto… —asintió Shuya—. Nos mentiste cuando dijiste que eras un analfabeto informático.

Con la mirada aún fija en el horizonte, Shogo sonrió.

—Bueno, de todos modos lo averiguaron. Afortunadamente, acabó funcionando.

Shogo parecía satisfecho con las lecturas de los aparatos náuticos y se apartó del panel de control. Avanzó hacia uno de los soldados que estaban tirados en el suelo. Preguntándose qué andaría haciendo, Shuya y Noriko observaron cómo hurgaba en sus bolsillos.

—Maldita sea… —dijo—. Ya no fuman ni los soldados.

Estaba buscando cigarrillos.

Consiguió sacar un paquete arrugado de tabaco Buster del bolsillo de la pechera del otro soldado. El paquete estaba cubierto de sangre, pero logró hacerse con un par de cigarrillos secos, se puso uno en la boca, y lo encendió. Se inclinó sobre el timón y, mientras entrecerraba los ojos, expulsó el humo con satisfacción.

Mientras lo observaba, Noriko dijo:

—Si hubiéramos sido más, no habríamos podido salvarnos de este modo.

Shogo asintió.

—Eso es cierto. Y tenía que ser por la noche. Pero no tiene sentido volver sobre ello. Estamos vivos. ¿No es eso suficiente?

Shuya asintió.

—Sí.

—¿Por qué no vais a daros una ducha? —dijo Shogo—. Está delante de las escaleras. Es muy pequeña, pero tendrá agua caliente. Podéis robar la ropa que tenían los soldados en los camarotes.

Shuya asintió y dejó la Ingram en una mesa baja, junto a la pared. Apretó el hombro de Noriko.

—Vamos, Noriko. Tú primera. No querrás ponerte enferma otra vez…

Noriko asintió. Estaban a punto de llegar a las escalerillas cuando Shogo los detuvo.

—Shuya —dijo—, espera, un momento. —Apagó el cigarrillo contra el timón—. Antes te enseñaré como guiar este barco.

Shuya levantó la ceja. Se había imaginado que Shogo se ocuparía de dirigir el barco. Ahora que lo pensaba, a lo mejor Shogo también quería darse una ducha. En ese caso, Shuya y Noriko tendrían que pilotar el barco.

Shuya asintió y regresó con Noriko hasta el timón.

Shogo inspiró profundamente y luego dio unos golpecitos sobre el timón.

—Ahora estoy pilotando el barco manualmente. Es menos confuso que llevarlo en piloto automático. Esto de aquí… —dijo Shogo, señalando la palanca que había junto al timón—, es como el acelerador y el freno. Si se empuja hacia delante se incrementa la velocidad y, hacia atrás, se reduce. Sencillo, ¿no? Y esto de aquí… —Shogo señaló un contador circular instalado justo por encima del timón. La delgadísima aguja señalaba dubitativa hacia la izquierda. Estaba rodeada de números y letras que indicaban las direcciones—. Esto es un girocompás. Señala nuestra dirección. ¿Ves ese mapa del mar?

Shogo indicó la ruta que estaban tomando para seguir su rumbo entre las islas y alcanzar tierra firme en Honshu, desde su actual posición al este de la isla de Magijima. Dijo que lo mejor que podían hacer era intentar tomar tierra en una playa escondida en la prefectura de Okayama. Luego les proporcionó unas indicaciones someras sobre el radar y el control de medición de profundidad.

Se acarició la barbilla.

—Bueno, pues este ha sido el curso intensivo de pilotaje. Es suficiente para manejar este trasto. Ahora bien, siempre tenéis que pasar a estribor de cualquier barco que venga hacia vosotros. Y otra cosa es que no podéis parar de repente. Cuando os aproximéis a la orilla, tenéis que reducir antes la velocidad. ¿Pillado?

Shuya levantó las cejas de nuevo. Se preguntaba: «¿Por qué demonios me está explicando cómo atracar el barco?». En todo caso, siguió asintiendo.

—Las notas que os di —añadió Shogo—. ¿Las tenéis todavía? En estos momentos son la información sobre vuestro contacto.

—Sí, las tenemos. Pero tú… tú vas a venir con nosotros, ¿no? ¿No?

Shogo no contestó de inmediato a la pregunta de Shuya. Sacó otro de los cigarrillos que había robado y había metido en su bolsillo, se lo llevó a los labios y encendió el mechero. Lo prendió, pero justo entonces Shuya se dio cuenta de algo raro. La mano de Shogo estaba temblando.

Noriko al parecer también se había dado cuenta. Estaba atónita.

—Shogo…

—Chicos… me pedisteis… —dijo Shogo, interrumpiendo a Shuya, con el cigarrillo colgando de sus labios. Su mano temblorosa había lanzado el mechero sobre el tablero de mandos—. Me pedisteis que fuera con vosotros a Estados Unidos. —Se quitó el cigarrillo de la boca con su mano temblorosa y expulsó el humo—. Lo pensé. Pero… —Se detuvo, y volvió a fumar. Resopló el humo de la calada—. Me parece que no voy a poder aceptar esa petición.

De repente, el cuerpo de Shogo se fue resbalando sobre el timón. Su cabeza se inclinó hacia delante cuando cayó de rodillas.