74

«Ahora bien, entre las chicas el recuento de cadáveres es bastante elevado. Número 1, Mizuho Inada; número 2, Yukie Utsumi; número 8, Kayoko Kotohiki; número 9, Yuko Sakaki; número 11, Mitsuko Souma; número 12, Haruka Tanizawa; número 16, Yuka Nakagawa; número 17, Satomi Noda, y número 19, Chisato Matsui».

Las miradas de Shuya y Noriko se encontraron. Sus pupilas estaban temblando. Ya estaban preparados para escuchar lo del grupo de Yukie, pero ¿Hiroki y Kayoko también? ¡Y Mitsuko Souma! ¡Y Mizuho Inada!

Solo quedaban ellos tres y Kazuo.

—No puede ser… —farfulló Shuya. Desde que habían visto las señales de humo, no se había producido ningún tiroteo. ¿Habrían apuñalado a Hiroki? ¿O es que no había escuchado bien el comunicado de Sakamochi? ¿Le estaban jugando una mala pasada sus oídos?

No. Sakamochi prosiguió.

«Pues muy bien. Ahora ya solo quedan cuatro estudiantes. ¿Podéis oírme, Kiriyama, Kawada, Nanahara y Nakagawa? Un magnífico trabajo. Estoy realmente orgulloso de vosotros. Y ahora, os comunico las nuevas zonas prohibidas».

Antes de que Shuya pudiera hacer marcas en su mapa, Shogo dijo:

—Recoged vuestras cosas.

—¿Eh? —preguntó Shuya, pero Shogo solo le hizo un gesto para que se diera prisa.

Sakamochi prosiguió:

«Desde las siete de la tarde…».

—Vámonos. Es Kazuo. De alguna manera ha averiguado cómo tenía que ponerse en contacto Hiroki con nosotros. Puede que le hayamos estado enviando señales a Kazuo todo este tiempo.

Shuya inmediatamente se puso en pie. Noriko ya estaba con su mochila a cuestas. Entonces, justo antes de que Sakamochi acabara su comunicado. «Muy bien, esforzaos todo lo que podáis. Ya solo falta un poquito…», Shuya vio que Shogo estaba observando aquel sistema de alarma que consistía en unir distintos árboles pequeños con un sedal muy fino.

Y entonces vio que el sedal se caía del tronco empapado de un árbol.

—¡Al suelo! —gritó Shogo.

Estalló una ráfaga de disparos. Justo por encima de las cabezas de Shuya y de Noriko, el muro rocoso empezó a estallar en chispas. Los fragmentos de arenisca caían sobre ellos.

Agachado, Shogo disparó la Uzi hacia los arbustos.

Tal vez le dio o tal vez no, pero Kazuo (¿quién sino podía ser ya?) no volvió a disparar. Shogo gritó:

—¡Por ahí! ¡Deprisa!

Corrieron desesperadamente hacia el sur, junto al roquedal, alejándose de Kazuo.

Una vez que superaron la zona en la que Shogo había estado utilizando el reclamo, oyeron una ráfaga de disparos otra vez. No los alcanzó. Intentaron dirigirse hacia el bosque.

Había una grieta en la roca, como hasta la cintura de alta, y de menos de un metro de ancho. Una suerte de corredor lleno de ramas y hojas secas que avanzaba hacia el sur. Shuya no sabía de su existencia, pero Shogo probablemente había escogido aquel lugar como campamento pensando precisamente en aquella hendidura, que podía servir de escapatoria. Era una especie de trinchera natural. Shogo los apremió para que avanzaran por allí. Shuya y Noriko saltaron dentro. Shogo lanzó unas andanadas con la Uzi y los siguió. Varias ráfagas de disparos sonaron a sus espaldas. Un arbolillo esquelético cuyas raíces se metían en la grieta estalló hecho trizas justo al lado de la cabeza de Shuya.

—¡Corred! —gritó Shogo, y avanzaron a toda velocidad por la trinchera adelante. Shuya casi tropezó con una rama seca que había en el fondo, pero consiguió mantenerse en pie y seguir tras Noriko. Tras ellos, las dos armas automáticas intercambiaban disparos.

De repente, Noriko se detuvo como si se hubiera golpeado con algo. Dejó escapar un quejido y se dobló hacia delante. Shuya, que estaba girado hacia Shogo, corrió rápidamente hacia Noriko. ¿Se habría golpeado con algo?

No. Levantó la mirada hacia Shuya. Tenía un corte bajo el ojo izquierdo y la sangre corría por su mejilla. Era probable que también se hubiera cortado la mano. También estaba sangrando. La Browning que había llevado en la mano hasta ese momento estaba en el suelo, a sus pies.

Shuya la cogió por el hombro, miró hacia arriba, y descubrió un alambre muy delgado y doble tendido de un lado a otro de la trinchera natural, a la altura del cuello. Poco importa dónde lo hubiera encontrado Kazuo (probablemente lo había desatado de algún sitio donde servía para sujetar algo), él ya había supuesto que acabarían huyendo por esa brecha. Si Shuya hubiera ido delante, le habría segado el cuello. Al menos eso no le había ocurrido a Noriko… aunque le podía haber costado un ojo.

Shuya estaba furioso. «No sé nada de Kazuo. Shogo ha dicho que hace lo primero que se le ocurre. No sé si es normal o anormal, si es un genio o un loco, pero ha herido a Noriko. Y eso no se lo voy a perdonar jamás. ¡Voy a matar a ese hijo de puta!».

Se remetió la CZ75 en el cinturón para ayudar a levantarse a Noriko, recogió la Browning y luego sujetó el hombro de Noriko con el arma en la mano. Ella se tambaleó, pero consiguió incorporarse.

Shogo los alcanzó mientras disparaba. Miró hacia atrás y los vio, y entonces —quizá vio de reojo el alambre—, apretó los dientes. Mientras Shogo se volvía de nuevo hacia el agresor, Shuya miró por encima de él y vio a Kazuo Kiriyama, aún con su abrigo escolar, saltando al interior de la grieta.

—¡Al suelo! —chilló Shogo, mientras disparaba a mansalva. Sujetando al frente la ametralladora, Kazuo rápidamente se escondió tras una curva de la trinchera. Los disparos de Shogo arrancaron trozos enteros de roca en aquel saledizo. Las lascas saltaban enloquecidas.

—¡Corred! —repitió Shogo. Shuya empujó a Noriko, pasaron bajo el alambre y salieron corriendo. Avanzaron con más cuidado, por si había más trampas de alambre.

Shuya se sentía frustrado. Si pudiera utilizar sus dos brazos, entonces acribillaría a Kazuo a balazos mientras protegía a Noriko.

Shogo seguía disparando mientras se acercaba a ellos desde atrás. Kazuo volvió a utilizar la ametralladora a medida que se aproximaba a sus víctimas.

La trinchera natural, que recorría cincuenta o sesenta metros, se acabó. Shuya subió antes que Noriko. La cogió con la mano que no tenía herida y la subió. Ella, valientemente, apretó los dientes para mitigar el dolor, pero la mitad izquierda de su cara estaba ahora llena de sangre.

—¡No os paréis! —gritó Shogo en mitad del tiroteo. Shuya cogió a Noriko de la mano y se internaron entre los arbustos.

Cuando salieron de los arbustos, se encontraron en el jardín frontal de una mansión residencial construida en la falda de la montaña. Era una antigua edificación de un solo piso. Había una camioneta blanca justo en el camino de entrada, delante de la casa. Por alguna razón había una lavadora y un refrigerador, ambos tumbados, cargados en la camioneta. ¿Irían a tirarlas?

—¡Detrás de la camioneta, detrás de la camioneta! —gritó Shogo. Shuya y Noriko corrieron por la tierra convertida en un barrizal. Cogidos de la mano, consiguieron llegar a apostarse tras la camioneta.

Para cuando llegó Shogo y se lanzó al suelo, Shuya había colocado a Noriko en un lugar protegido y estaba con la Browning en la mano. Llegó a avistar una figura moviéndose entre los matorrales a la que disparó varias veces. Sintió un dolor punzante que le recorrió el hombro izquierdo desde el lugar donde tenía alojada la bala. El dolor le produjo un calor intenso, pero tenía que ignorarlo.

Shogo recargó un cartucho en la Uzi y se lo entregó a Shuya.

—Dispárale. Mantenlo alejado —le dijo.

Shuya dejó la Browning a sus pies, cogió la Uzi y ametralló la zona en la que Kazuo había vuelto a aparecer.

Este no devolvió los disparos. Cuando Shuya miró por encima del remolque de la camioneta, Noriko se colocó a su lado. Tenía en sus manos la Browning que él había dejado en el suelo.

—¿Estás bien, Noriko? —le preguntó, mientras oteaba buscando los movimientos de Kazuo entre los arbustos.

—Perfectamente —replicó Noriko.

Shuya miró de reojo a Shogo, que había abierto la puerta de la camioneta, se había colado en el asiento del conductor y había empezado a trajinar con algo…

Con el repentino ruido del motor en funcionamiento, la chapa en la que estaban apoyados Shuya y Noriko cobró vida. La rotación del motor se convirtió en un murmullo ronco, y las gotas de agua del chasis comenzaron a temblar con la vibración.

Shogo asomó la cabeza por la ventanilla.

—¡Vamos! ¡Tenemos que largarnos de aquí! ¡Deprisa, Noriko!

Shogo le ofreció su mano y la ayudó a subirse a la camioneta.

—¡Shuya! ¡Al asiento del copiloto!

Shogo gritaba mientras empezaba a dar marcha atrás, en dirección a Kazuo, y luego giró. Ahora el asiento del copiloto estaba delante de Shuya. Noriko le abrió la puerta desde dentro.

Las andanadas de metralleta estallaban en la chapa de la camioneta mientras Shuya alargaba la mano para agarrarse al vehículo. Esta vez, la ráfaga de disparos se vio acompañada de un martilleo metálico. Se formó un agujero en la diminuta cabina de la camioneta y la bala salió por el parabrisas delantero, justo delante de Shogo. Shuya se apoyó en la camioneta —sabía dónde estaba Kazuo—, apuntó hacia delante con la Uzi y disparó a saco. La esquiva figura se escabulló entre los arbustos que rodeaban las casas cercanas. Kazuo había conseguido llegar hasta allí.

Sin un segundo que perder, Shuya saltó al asiento del copiloto. Shogo apretó el acelerador. La camioneta derrapó en el camino de entrada sin pavimentar. La ametralladora seguía disparando, destrozando la manguera de la lavadora que llevaban en el remolque. Se revolvió como una serpiente en el aire, cayó fuera del vehículo y desapareció tras ellos.

El tiroteo cesó.

—¿Estás bien, Noriko? —preguntó Shuya.

Noriko inclinó la cara, cubierta de sangre, y asintió.

—Sí.

Pero aún estaba en tensión. Todavía llevaba en la mano la Browning. Shuya se pasó la Uzi a la otra mano y la sujetó entre las piernas, sacó una bandana del bolsillo y le secó la cara a Noriko. La sangre seguía brotando de la herida, y se veía la carne viva debajo. Una simple operación no sería suficiente para quitar la cicatriz de aquella herida. Hacerle eso a una chica…

—Maldita sea… —Shuya buscó con la mirada a Shogo, que iba conduciendo—. Siempre sabe dónde estamos un instante antes. Por eso supo por dónde íbamos a escapar.

Pero Shogo negó con la cabeza.

—No —dijo mientras apretaba el acelerador para zigzaguear por la ondulante carretera—. No podía saberlo con seguridad. Solo se lo imaginó al final. De lo contrario, se habría presentado antes del comunicado de Sakamochi. Nosotros habríamos salido a recibirlo con los brazos abiertos, pensando que era Hiroki, y entonces habría acabado con nosotros tan tranquilamente. No sabía dónde estábamos, y por eso, en los intervalos de las llamadas del reclamo, colocó ese alambre para hacer tiempo mientras esperaba la siguiente. Probablemente colocó alambre también en otros lugares.

Shuya pensó que eso podía ser verdad. Para hacer tiempo mientras esperaba… Pero al final, ese alambre había sido el que casi degüella a Noriko.

—A ver, Noriko, enséñame la mano —le dijo.

Noriko dejó entonces la pistola (la empuñadura también estaba cubierta de sangre) y le mostró la mano a Shuya. Parecía pequeña y leve, pero había un agudo desgarrón que iba desde la palma hasta el dedo anular. Tenía la palma de la mano cubierta con un dibujo de sangre con el diseño de la empuñadura de la pistola. El cable debió de cortarle primero la cara y luego, cuando cayó, le desgarró la mano que había puesto delante mientras caía. La herida podría haber sido mucho más grave si no hubiera tenido la pistola en la mano.

Shuya quiso vendar la mano de Noriko con la bandana, pero se dio cuenta de que no podía utilizar la izquierda.

—Estoy bien, estoy bien… Yo lo haré —dijo Noriko. Le cogió la bandana a Shuya, la sacudió, la desplegó y luego se la envolvió en la mano derecha. Dobló las puntas y la ató. Después volvió a coger la Browning.

Al otro lado del parabrisas agujereado y quebrado, de repente se abrió el paisaje. La camioneta iba descendiendo la montaña. A la luz del atardecer, aquellos campos de la llanura se extendían entre los bosques montañosos.

Shuya se dio cuenta de algo importante.

—¡Shogo! ¡Nos dirigimos a una zona prohibida!

—No te preocupes. Sé lo que me hago —contestó este, mirando al frente—. ¿Lo has oído? Las zonas prohibidas son la B-7 a partir de las siete de la tarde; la E-10 después de las nueve, y la F-4 a partir de las once. Apúntalo en el mapa.

Shuya también se acordaba. Sacó el mapa ajado del bolsillo, lo extendió sobre los muslos y marcó las zonas prohibidas mientras la camioneta se bamboleaba de un lado a otro.

El vehículo bajó por el camino y pasaron junto a unas casas. Entraron en una carretera más ancha, esta vez pavimentada. Al fondo de aquella sucesión de amplios campos se veían las montañas del sur. A la izquierda, aproximadamente a doscientos metros, había una casa que parecía estar en zona prohibida. Había otras dos un poco más allá. Y luego había casas dispersas que conducían a la zona residencial de la isla, en la costa oriental. Antes de llegar a esa zona estaba el campo, ahora oculto por la loma de la colina, donde se habían topado por vez primera con Kazuo. En otra colina, un poco más allá, estaba la escuela, pero tampoco podían verla desde la carretera.

Shogo redujo la velocidad mientras avanzaban por la llanura y continuó adelante. Ahora tenían enfrente precisamente la amplia carretera que cruzaba longitudinalmente, de parte a parte, la isla.

Dejaron atrás los sembrados y salieron finalmente a la carretera. Shogo giró el volante y luego lo enderezó. Detuvo la camioneta en medio de la carretera, dejando el motor en punto muerto. Entonces le pegó un puñetazo al parabrisas astillado y todo el cristal cayó hecho añicos sobre el capó de la camioneta. Los pedacitos de cristal hicieron un ruidillo metálico al caer sobre la chapa.

—Comprueba el mapa —dijo Shogo, volviendo a colocar la mano sobre el volante. Shuya sacó el mapa otra vez—. Si no recuerdo mal, deberíamos poder seguir esta carretera todavía hasta el este. ¿No?

Shuya examinó el mapa con Noriko.

—Sí, exactamente. Pero el F-4, que está ahí delante se va a cerrar a las once de la noche.

—Eso da igual —dijo Shogo, y sus ojos centellearon mirando al frente. El asfalto negro y empapado se extendía delante como una línea recta—. ¿Así que esta carretera nos conduce directamente hasta la zona residencial?

—Sí, todo recto hasta el cruce del pueblo.

Shogo solo contestó con un gesto como toda respuesta.

Shuya asomó la cabeza por la ventana de nuevo y miró hacia atrás.

—¿Dónde andará Kazuo?

Shogo se volvió hacia Shuya.

—Vendrá. Desde luego. Puedes estar… —Estaba diciendo eso, cuando una furgoneta vieja y destartalada de color caqui apareció en la curva de la pista de montaña que ellos acababan de descender. Shuya inmediatamente se dio cuenta de que era el vehículo que estaba aparcado junto a la casa que acababan de dejar atrás.

Shogo colocó el espejo retrovisor y dijo:

—¿Ves?

Rápidamente se fue acercando a ellos y, justo en el momento en que Shuya estaba confirmando que era Kazuo el que estaba sentado en el asiento del conductor, una andanada de disparos salieron de aquel vehículo. Shuya metió enseguida la cabeza. Las balas golpearon la camioneta con un sonido de lata perforada. Shogo apretó el acelerador y el vehículo avanzó por la ancha carretera, en dirección este.

Cuando Shuya se volvió a asomar por la ventana, vio que Kazuo cogía la misma carretera también. Shuya disparó con la Uzi. La furgoneta giró levemente hacia la derecha y esquivó los disparos. Los reflejos de Kazuo eran también fabulosos con el volante.

—Apunta bien, Shuya.

Poco después, la furgoneta de Kazuo cogía velocidad y ya estaba a punto de darles caza.

—¡Shogo! ¿No puedes ir más rápido?

—Tranquilo —respondió, y giró el volante lentamente de izquierda a derecha… así probablemente Kazuo no podría apuntar a los neumáticos.

Kazuo comenzó a disparar de nuevo, y Shuya metió la cabeza dentro de la cabina. Parecía que su rival también había destrozado el parabrisas, y así tenía más control con las armas. Shuya volvió a asomarse y disparó contra el cuerpo de Kazuo, que dio un volantazo y esquivó la andanada. Apenas se agachaba.

La serie de casquillos que saltaban despedidos del arma se detuvo de repente, y el mecanismo del gatillo de la Uzi dejó escapar un chasquido metálico. Shuya se dio cuenta de que se le habían acabado las balas.

Shogo se inclinó por encima de Noriko y le dio otro cargador. Antes de que Shuya pudiera cogerlo, la furgoneta de Kazuo aceleró repentinamente. Shuya sacó su CZ75 y disparó. Implacable, Kazuo se acercó a ellos.

—Maldita sea —dijo Shogo. Su perfil se quebró en una mueca de disgusto—. Estás jodidamente equivocado si crees que me puedes vencer conduciendo.

Shogo de repente dio un volantazo. Al mismo tiempo, tiró del freno de mano con la mano izquierda. Shuya se golpeó contra un lateral. La camioneta dio un trompo igual que en las pelis de persecuciones de coches.

Mientras la camioneta giraba sobre el asfalto, la furgoneta de Kazuo pasó a toda velocidad junto a ellos. Aquel familiar traqueteo de las ráfagas de ametralladora se oyó muy cerca desde el lado del conductor. El espejo retrovisor estalló en mil pedazos sobre la cabeza de Noriko.

—¡Agachaos! —gritó Shogo. Pero Shuya estaba muy ocupado disparando a Kazuo con su CZ75.

Fue un milagro que las balas de la ametralladora de Kazuo no alcanzaran a Shuya. Pero sus disparos tampoco impactaron en Kazuo. Cuando el parachoques frontal de la camioneta rozó la aleta izquierda de la furgoneta, Shuya vio de cerca los ojos eternamente gélidos de Kazuo Kiriyama.

Los neumáticos chirriaron contra la superficie húmeda de la carretera. Finalmente dejaron de dar vueltas y se detuvieron. Para cuando se pararon, las posiciones de cazador y presa se habían invertido. Shogo había conseguido esquivar el impacto frontal de la furgoneta de Kazuo, con un trompo completo. Ahora era Kazuo quien iba delante. Shogo inmediatamente aceleró tras él. El motor rugió con una repentina oleada de potencia, y la camioneta se lanzó a toda velocidad hacia la parte trasera de la furgoneta de Kazuo, que iba mirando hacia atrás.

—¡Dispara, Shuya, dispara! ¡Todo lo que tengas! —chilló Shogo.

No hubo que repetírselo. Shuya apretó el gatillo de su Uzi recién recargada con toda su alma, y descargó toda la andanada con el automático. Sabía que los casquillos del cargador estaban saltando y dándole a Noriko, pero no podía preocuparse por eso ahora. El parabrisas trasero de la furgoneta saltó hecho pedazos. Con un estallido, la portezuela trasera se abrió. Luego reventó el neumático izquierdo con otro estallido. A Shuya se le habían acabado ya las balas, pero la furgoneta iba ahora tambaleándose junto a la cuneta.

Shogo apretó el acelerador y se colocó en la parte izquierda de la furgoneta, giró el volante y golpeó con la parte izquierda de la camioneta contra el otro vehículo.

A ellos les pareció un golpe violentísimo, pero eso no fue nada comparado con el daño que le hizo a la furgoneta de Kazuo. Al principio, perdió el control, y luego se deslizó sobre la parte derecha de la carretera y voló por encima de la cuneta. Un instante después aterrizaba en los campos cercanos y se estampaba de frente contra el suelo. Un montón de hojas de berzas salieron volando.

De repente, todo quedó en silencio.

Shogo detuvo el vehículo en la carretera, enfrente de donde estaba la furgoneta, y tiró del freno de mano. Miró la furgoneta allí detenida.

—Dame la ametralladora, Shuya —dijo Shogo. Shuya le entregó la Uzi. Shogo cambió el cargador, sacó el brazo por la ventana, apuntó el arma a la furgoneta y apretó el gatillo. La mano de Shogo se sacudió violentamente. Incluso desde el asiento del copiloto Shuya podría jurar que la furgoneta estaba acribillada a balazos.

Shogo vació el cargador, metió otro y volvió a disparar a saco. Introdujo otro cargador y lo vació también. Entretanto, Noriko estaba metiendo balas sueltas en un cargador vacío con la mano herida. Cuando lo terminó, Shogo cogió ese también y lo descargó contra la furgoneta. Noriko seguía rellenando cargadores. Ligeramente inclinado hacia delante, Shuya miraba las laboriosas manos de Noriko y luego las de Shogo, y finalmente lo que quedaba de furgoneta.

Hicieron esa maniobra una vez, y otra más. La Uzi era un 9 mm, así que acabaron utilizando las balas del CZ75 y de la Browning.

El gatillo de la Uzi indicó por fin que el cartucho estaba vacío con un chasquido metálico. Ya no quedaban balas. Un humo azulado ascendía del cañón corto de la Uzi. La estrecha cabina de la camioneta se había llenado con el olor de los disparos de arma de fuego. ¿Cuántas balas habría disparado Shogo? La Uzi que Shuya había cogido al grupo de Yukie venía con cinco cargadores extra y un montón de balas sueltas, pero si había que incluir las del CZ75 y las de la Browning, probablemente habían descargado más de doscientas cincuenta balas. O trescientas.

Con la parte izquierda del copiloto mirando hacia ellos, la furgoneta estaba hecha un colador. Se parecía más bien a un colador con forma de coche.

El cielo había adquirido unos tonos anaranjados. Shuya no podía entretenerse a mirarlo, pero, a juzgar por la luz, imaginó que habría un bonito atardecer en el cielo del oeste.

—¿Le has dado? —preguntó Shuya. Shogo estaba a punto de contestar cuando…

La furgoneta se movió. Estaba retrocediendo. Cruzó el sembrado y subió el terraplén de la carretera. ¡Otra vez se había colocado tras la camioneta!

Shuya estaba sin palabras. No solo seguía funcionando el motor de aquel cacharro, sino que Kazuo todavía estaba vivo y podía manejar el vehículo, Shogo lo había apostado todo a vaciar todas las balas que tenían y, sin embargo… ¡Kazuo todavía estaba vivo!

Tras el capó acribillado de la furgoneta, el tronco de Kazuo se enderezó como el payaso de una caja de sorpresas. Sonó aquella ráfaga mortal y la pequeña ventanilla que había tras Noriko saltó en mil pedazos. Se vieron dos agujeros en el panel trasero. La camioneta era un modelo fabricado con chapa vulgar, y a Shuya le sorprendió que el vehículo aún siguiera sin desvencijarse. También tenían que dar gracias a la lavadora y al frigorífico que llevaban en el remolque. Aunque a lo mejor Shogo los había puesto allí previendo que pudiera darse esa situación.

—¡Joder! —Shogo apretó el acelerador y salieron zumbando—. ¡Dispara, Shuya! ¡Cúbreme!

Shuya disparó el CZ75 contra la furgoneta. Kazuo devolvió la andanada y las balas rebotaron en la chapa, junto al rostro de Shuya, haciendo saltar chispas del chasis del vehículo.

Shuya vació el cargador enseguida. Lo cambió y volvió a disparar, pensando mientras apretaba el gatillo: «Cuando se acabe este, se terminaron las balas. Solo tenemos la Browning de Noriko y otro cargador. Y ya».

Mientras él dudaba, Kazuo disparaba. Oyó una nueva ráfaga. Y ruidos metálicos. Esta vez las chispas salían de la nevera del remolque. La pequeña puerta del congelador ondeó como una bandera y luego cayó al suelo.

—¡Shogo, me he quedado sin balas!

Este siguió conduciendo con calma.

—Su ametralladora tampoco le servirá de nada. No tiene tiempo para recargarla.

Justo cuando Shogo estaba diciendo aquello, volvieron a recibir más disparos. ¡BANG! ¡PAWN! Y un trozo del asiento de Noriko salió volando por los aires.

—¡Noriko! ¡Agáchate! —chilló Shuya, sacó el brazo por la ventana, apuntó a Kazuo, que ahora sostenía una pistola en una mano, y disparó. Se quedó sin balas. Le arrebató la Browning a Noriko de las manos y disparó de nuevo.

A la izquierda de la carretera, entre las casas y los campos, estaban los restos de una nave abrasada hasta los cimientos. Aquello debía ser a lo que se había referido Shogo, el edificio que voló por los aires, envuelto en llamas, con una violenta explosión, a altas horas de la noche. Ya estaban a menos de doscientos metros de la curva que los conduciría a la zona residencial de la parte oriental de la isla.

—¡Eh, Shogo, ahí está…!

—Ya lo sé —contestó este, y giró el volante hacia la izquierda. La parte derecha de la camioneta, donde estaba Shuya, se levantó en el aire. Pero enseguida recobró la estabilidad y el vehículo se adentró por una pista sin pavimentar. Era otro camino que discurría zigzagueando entre los campos y se dirigía cuesta arriba hacia las montañas del norte. Kazuo los seguía en la furgoneta.

Shuya apuntó y disparó. Kazuo se agachó y disparó a su vez. Esta vez hizo un agujero en la chapa por encima de la cabeza de Shogo.

—¡Shuya, tú sigue disparando hasta que se te acabe todo! ¡No le dejes disparar! —chilló Shogo, inclinado sobre el volante. Shuya se percató de que el hombro izquierdo de su abrigo escolar estaba desgarrado y sangraba. Kazuo le había alcanzado.

Shuya estaba a punto de maldecir, pero lo único que hizo fue asomarse por la ventanilla y seguir disparando. Puede que Shogo estuviera pensando en volver a huir a las montañas. Si era así, entonces la cuestión era asegurarse de que Kazuo no pudiera disparar. Tal vez, con un poco de suerte, Shuya podía acertarle…

Disparó.

Y entonces la Browning también se quedó sin balas: abrió el tambor vacío. Ya no tenía munición.

Se estaban aproximando a las colinas. Un paisaje conocido. Sin embargo, extrañamente, allí había una granja rodeada de un muro de cemento. Y un sembrado. Un tractor.

Shuya se dio cuenta de que aquel sitio era el primer lugar donde habían luchado con Kazuo. Pero habían llegado por el lado contrario.

—¡Shogo, no tengo balas! ¿Vamos a huir hacia las montañas?

Shuya pudo ver el perfil de Shogo, que dibujaba una mueca de dolor.

—No, todavía tenemos munición —contestó.

Shuya frunció el entrecejo, un tanto confuso.

La camioneta se abrió paso por el camino de entrada que conducía a la granja y giró violentamente hacia un camino lateral elevado. Pasó junto al tractor. El camino que tenían delante se estrechaba demasiado para que pudiera pasar la camioneta.

A Shogo no le pareció importar esto y condujo el camión todo recto, hacia delante. Kazuo venía tras ellos, manteniéndose a la misma distancia por detrás… a solo unos veinte metros. Disparaba mientras iba conduciendo.

La camioneta se adentró en la granja y se detuvo. El lado del copiloto, donde estaba sentado Shuya, ahora estaba enfrente de Kazuo. Shogo abrió la portezuela de una patada y gritó:

—¡Venga, fuera, salid de ahí! ¡Por aquí! —Y saltó fuera.

Shuya empujó a Noriko, que salió agachada por la puerta del conductor. Shuya aún tuvo tiempo de mirar atrás desde la cabina. ¡La furgoneta de Kazuo venía justo hacia ellos!

Hubo un estallido.

La rueda delantera izquierda de la furgoneta de Kazuo había estallado. Estaba solo a diez metros de ellos.

La furgoneta se tambaleó y luego resbaló por la cuneta del camino elevado, hacia la izquierda. Su frontal voló en el aire como un surfista que hubiera cogido una buena ola. Un instante después daba varias vueltas de campana cayendo a los sembrados.

Más o menos cuando la furgoneta se detuvo por completo, una sombra negra salió de ella. Rodó dando varias volteretas y se detuvo de rodillas; entonces Shuya vio que era Kazuo. Salieron miles de chispas de sus manos con continuos estallidos. Entonces se produjo otra explosión.

Shuya aún estaba dentro del camión cuando lo vio a través de la ventanilla del copiloto: vio el cuerpo de Kazuo Kiriyama lanzado hacia atrás como una flecha.

Kazuo aterrizó en el sembrado con un golpe sordo. Se quedó completamente quieto.

Shuya de repente recordó cómo había muerto Kyoichi Motobuchi. Y su barriga, con el aspecto del contenedor de basura de una fábrica de salchichas. Kazuo estaba demasiado lejos para que Shuya pudiera saber cómo tenía la barriga. Sin embargo, dado el modo como había sido acribillado con la posta, no había modo de que pudiera seguir con vida.

Entonces, Shuya finalmente salió de la camioneta. Cuando se incorporó junto al vehículo, vio a Shogo con su recortada… ¡la que Shuya había abandonado en el campo cuando salió corriendo mientras huía de Kazuo!

«Todavía tenemos munición». Shogo había recogido la recortada que Shuya había tirado el día anterior, la había recargado con cartuchos que aún tenía (seguramente solo tuvo tiempo de cargar dos tiros en aquel intervalo de tiempo), y disparó… derribando a Kazuo.

—Falló con su ataque por sorpresa —dijo Shogo lentamente—. Por eso ha perdido. Porque en aquel momento nos pudo cazar a los tres.

Inspiró profundamente y tiró la recortada en el interior del remolque de la camioneta. El arma hizo un ruido sordo al golpear contra la nevera. Shogo sacó un paquete de Wild Seven del bolsillo. Cogió un cigarrillo y lo encendió.

—Estás sangrando, Shogo —dijo Noriko, apuntando a su hombro izquierdo.

—Sí —Shogo miró de reojo la herida y luego sonrió—. No es nada —dijo, y expulsó el humo.

¡BANG!

Shogo se inclinó hacia delante. El Wild Seven se le cayó de la boca, dejando suspendido en el aire un rastro de humo. Aquel rostro de barba incipiente se retorció en una mueca de dolor.

Shuya vio a Kazuo, medio incorporado en el sembrado, sujetando una pistola en la mano derecha. ¡Todavía estaba vivo! ¡Pero si le habían dado de lleno con la recortada!

El cuerpo de Shogo se inclinó hacia delante y se derrumbó. Kazuo inmediatamente apuntó su arma hacia Shuya, que se dio cuenta de que estaba, igual que Shogo, no muy detrás de la camioneta. No tenía arma alguna en las manos. No… y no tenía balas. Demasiado tarde para recargar la recortada que había en el remolque de la camioneta. Desde luego, ya era demasiado tarde.

El pequeño cañón de la pistola de Kazuo, que se encontraba a unos diez metros de distancia, le pareció un túnel gigante. Un agujero negro que lo absorbía todo.

¡BANG!

Shuya cerró instintivamente los ojos. Sintió una punzante sensación que le recorría todo el pecho y pensó: «Joder, tío, te vas a morir…».

Abrió los ojos.

No estaba muerto.

Allí estaba Kazuo, a contraluz del anaranjado atardecer, con una mancha roja sobre su nariz. Se le cayó el arma de las manos. Enseguida se derrumbó hacia atrás y se estampó contra el suelo.

Shuya lentamente volvió la cabeza hacia la izquierda. Noriko estaba allí, de pie, sujetando el revólver Smith & Wesson del 38 que Shuya había abandonado por allí con sus balas especiales del calibre 38.

Las manos de Noriko temblaban con la pistola en la mano.

—Ah… —Shogo se incorporó antes de que Shuya pudiera incluso ayudarle.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó Shuya nerviosamente.

Shogo no contestó. Cogió la recortada del camión, y mientras la recargaba con varios cartuchos que llevaba en el bolsillo, avanzó hacia Kazuo.

A dos metros exactos de él, le apuntó a la cabeza y apretó el gatillo. La cabeza de Kazuo solo hizo un movimiento leve.

Shogo se volvió sobre sus talones y regresó.

—¿Estás bien? —le preguntó Shuya otra vez.

—Sí, ya estoy bien.

Shogo avanzó hacia Noriko, le cogió con delicadeza las manos, que aún sostenían la Smith & Wesson, y se las bajó.

—Está muerto —dijo calladamente—. Lo he matado yo. No tú. —Luego se volvió hacia el cadáver de Kazuo—. Llevaba un chaleco antibalas —dijo.

—Shogo… —dijo Noriko, con la voz ligeramente temblorosa—. ¿De verdad estás bien?

Él le sonrió cariñosamente, y asintió.

—Estoy bien. Gracias, Noriko.

Entonces sacó su paquete de cigarrillos de nuevo. Parecía vacío, así que miró a su alrededor, recogió el cigarrillo encendido que se le había caído de la boca y lentamente se lo llevó a los labios.

Shuya se volvió y observó la puesta de sol, en el horizonte de la isla. Se había acabado. Al menos aquel juego imposible. Y ahora, incluido Kazuo Kiriyama, treinta y nueve compañeros de clase estaban muertos y desperdigados por toda la isla.

Shuya sentía aquel turbio mareo otra vez. A lo mejor sus pensamientos estaban embotados por aquel sentimiento de vacío. ¿De qué mierdas había ido todo aquello?

Los rostros de todos sus amigos estallaron en su pensamiento como fogonazos. El rostro de Yoshitoki Kuninobu, cuando gritaba «¡Te mataré, te mataré!». Shinji Mimura sonriendo cuando Shuya salió de la escuela de la isla. Tatsumichi Oki cuando esgrimía su hacha con los ojos inyectados en sangre. Hiroki Sugimura, que desapareció en la oscuridad del bosque, tras haberlos visitado en la clínica, diciendo «Tengo que ver a Kayoko Kotohiki». Hirono Shimizu, cuando huía de Shuya después de disparar a Kaori Minami. La llorosa Yukie Utsumi, diciendo «No sabría qué hacer si te murieras». Yuko Sakaki, que se soltó de su mano. Y la gélida mirada de Kazuo Kiriyama, que los había acosado hasta el final.

Todos habían muerto. No solo se habían destruido vidas, sino muchas otras cosas.

Pero no todo había acabado.

—Shogo —dijo Shuya. Su amigo levantó la mirada, con el cigarrillo convertido en nada en su mano—. Deberíamos curarte.

Shogo sonrió.

—Estoy bien. No es nada. Ocúpate de las heridas de Noriko. —Y luego dijo—. Voy a recoger las armas de Kazuo. —Y avanzó hacia la furgoneta acribillada.

QUEDAN 3 ESTUDIANTES