Para cuando Shogo hizo la llamada por sexta vez había dejado de llover totalmente. Ya eran las seis menos cinco de la tarde, pero la luz del día —que ahora parecía luminoso comparado con las horas anteriores— se derramaba por toda la isla. Retiraron la techumbre de ramas del roquedal.
Después de sentarse contra el muro de piedra, con el cielo abierto sobre sus cabezas, Noriko dijo:
—El cielo está despejado.
Shuya y Shogo asintieron.
Corría una ligera brisilla.
Shogo se llevó otro cigarrillo a la boca y lo encendió.
Al observar fijamente el perfil de Shogo, Shuya dudó si decírselo o no. Al final decidió hablar.
—Shogo… —Con el cigarrillo balanceándose en un extremo de su boca, Shogo se volvió hacia él—. ¿Y tú qué? ¿Qué querías ser?
Shogo dejó escapar una risilla mientras expulsaba el humo.
—Quería ser médico. Como mi viejo. Pensaba que al menos siendo médico podría ayudar a la gente, aunque fuera en este puto país.
Shuya se sintió aliviado.
—¿Y por qué no lo intentas? Desde luego tienes talento de sobra.
Sacudiendo la ceniza con unos leves golpecitos del índice, Shogo hizo un gesto de disconformidad, como si quisiera decir que ya no tenía sentido aquella conversación y que se había acabado.
—Shogo —dijo Noriko—. Sé que me repito, pero tengo que decirlo. Si yo fuera Keiko, esto sería lo que te diría… —Miró al cielo, ahora teñido de tonos anaranjados—. Por favor, vive. Habla, piensa, actúa. Y escucha música de vez en cuando. —Se detuvo un instante—. Vete a ver exposiciones, date la posibilidad de conmoverte. Ríete un montón y, de vez en cuando, llora. Y si encuentras a una chica maravillosa, ve a por ella y ámala.
Era poético. Pura poesía.
Y entonces Shuya pensó: «Vaya, es una letra de Noriko». Y las letras de Noriko con música eran una cosa increíble.
Shogo escuchó sin decir ni una palabra.
—Porque ese es el Shogo que yo de verdad querría. —Luego se volvió hacia él. Parecía ligeramente ruborizada, pero añadió—: Eso es lo que Keiko habría dicho.
La ceniza del cigarrillo de Shogo era muy larga.
—Vamos, Shogo —dijo Shuya—. ¿Es que no hay maneras de joder a este país sin morir? Puede que haya que dar un rodeo, pero aun así… —Se detuvo, y luego añadió—: Lo que quiero decir es que nos hemos convertido en muy buenos amigos. Nos dolería mucho perderte. Vayamos a América juntos, los tres.
Shogo permaneció en silencio. Entonces, dándose cuenta de que el cigarro se había quemado hasta el filtro, lo tiró. Se volvió para mirar a sus amigos. Estaba a punto de decir algo.
Shuya pensó: «Ven con nosotros, Shogo. Estaremos juntos. Somos un equipo».
De repente… «Hola, hola…».
Era la voz demasiado familiar de Sakamochi.
Shuya rápidamente levantó el brazo izquierdo con su mano derecha y comprobó la hora. La pantalla embarrada señalaba las seis de la tarde, exactamente cinco segundos después de la hora.
«¿Qué tal me oís? Bueno, me temo que no sois demasiados los que podéis oírme. Bueno, pues voy a comunicaros los nombres de los muertos. En el grupo de los chicos…».
Shuya ya estaba pensando. Solo quedaban cuatro chicos: Shuya, Shogo, Hiroki y Kazuo Kiriyama. (Por supuesto, lo mismo se podía decir de las chicas: Noriko, Kayoko Kotohiki, Mitsuko Souma y Mizuho Inada). Kazuo no podía haber muerto tan fácilmente. E Hiroki había hecho la señal. Así que ninguno de los chicos había muerto.
«En el grupo de los chicos, digo, solo tenemos un muerto: Hiroki Sugimura».
Shuya se quedó helado.
QUEDAN 4 ESTUDIANTES