72

Shogo volvió a hacer sonar el reclamo con el gorjeo del pajarillo. Era la tercera vez. La lluvia ya se estaba convirtiendo en una ligera llovizna, y las gotas que resbalaban por el borde del tejadillo de ramas eran cada vez menos frecuentes. Ya eran casi las cinco y media de la tarde.

Después de oír el mismo gorjeo cuatro veces, Shuya había conseguido reunirse con Noriko y Shogo. Pero eso había sido porque tenía una cierta idea de su localización. A Hiroki podía costarle bastante más, porque no contaba con esa información.

Shogo regresó bajo techado y se encendió un Wild Seven.

Resopló el aire y de repente soltó:

—¿Adónde queréis ir? —Shuya lo miró. Shogo estaba sentado al otro lado de Noriko y se volvió hacia él—. Se me olvidó contártelo, pero tengo un contacto. Cuando nos larguemos de aquí podemos quedarnos en su casa durante algún tiempo.

—¿Quién es? —le preguntó Shuya.

—Un amigo de mi padre —dijo—. Él se ocupará de que podáis salir del país. Supongo que será eso lo que queréis hacer. Si os quedáis, os matarán. Os cazarán como ratas.

—Huir del país… —murmuró Noriko, sorprendida—. ¿Podremos hacer eso de verdad?

—¿Quién es ese amigo de tu padre? —preguntó Shuya.

Shogo observó a sus compañeros, como si estuviera pensando algo mientras se llevaba el cigarrillo a la boca con la mano izquierda. Se quitó el cigarro de la boca y dijo:

—No es un buen momento para contártelo. En caso de que acabemos separándonos durante nuestra fuga, sería chungo si cualquiera de vosotros fuerais apresados y compartierais nuestros planes con el Gobierno. No es que no confíe en vosotros. Pero si os torturan, seguramente acabaréis confesando. Así que ya me encargaré yo de llevaros allí.

Shuya lo pensó y tuvo que admitir la propuesta. Al parecer iba a llamar a la puerta adecuada.

—Pero… A ver… —dijo Shogo. Sujetó el cigarrillo entre los dientes y sacó un trozo de papel del bolsillo.

Parecía la hoja en la que todos habían escrito aquella frase: «Nos mataremos los unos a los otros». Shogo la partió en dos y luego garabateó algo en ambos trozos. Los dobló cuidadosamente y le entregó uno a Shuya y el otro a Noriko.

—¿Qué es esto? —preguntó Shuya, y comenzó a desdoblarlo.

Shogo lo detuvo, diciéndole:

—Espera. No lo mires ahora. Es nuestro sistema de contacto, solo por si acaso. La hora y el lugar están ahí escritos. Id a ese lugar a esa misma hora todos los días. Yo haré todo lo posible por acudir también.

—¿No podemos verlo ahora? —preguntó Noriko.

—No —cortó Shogo—. Míralo solo si acabamos dispersándonos. En otras palabras, tu nota y la de Shuya tienen información diferente. Es mejor que no sepáis lo que hay en la nota del otro. Es solo por si acaso os cogen a alguno de los dos.

Shuya y Noriko se miraron. Entonces él se dirigió a Shogo.

—Voy a estar con Noriko siempre, cueste lo que cueste.

—Lo sé, lo sé… —sonrió Shogo con ironía—, pero no podemos desestimar la posibilidad de que os volváis a separar, como ocurrió cuando Kazuo nos atacó.

Shuya frunció los labios y clavó una mirada dubitativa en Shogo, pero acabó admitiéndolo. Intercambió algunas miradas con Noriko y se guardó la nota. Y lo mismo hizo ella.

Era verdad. Podía ocurrir cualquier cosa. Para empezar, escapar de aquella isla iba a ser increíblemente difícil. Pero si lo conseguían, ¿no deberían proponer él y Noriko su propio lugar y hora donde encontrarse? ¿Sin decírselo a Shogo? Y por otra parte, si Shogo acababa siendo apresado por el Gobierno, su situación seguiría siendo desesperada de todos modos.

Shogo les preguntó:

—Bueno, entonces ¿adónde queréis ir?

Shuya recordó que Shogo quería saber cuáles eran sus destinos preferidos una vez que abandonaran el país. Se cruzó de brazos y pensó en ello. Y al final dijo:

—Tendría que ser América. Allí nació el rock & roll. Siempre pensé que tendría que ir allí al menos una vez en la vida. —«Aunque nunca pensé que llegaría allí huyendo», pensó.

—Entiendo —asintió Shogo—. ¿Y tú, Noriko?

—No había pensado en nada concreto en realidad, pero… —murmuró Noriko, y miró de reojo a Shuya.

Shuya le hizo un gesto.

—Iremos los dos juntos. ¿Vale?

—Oh —exclamó Noriko, abriendo los ojos como platos. Esbozó una sonrisa y asintió—. Claro, si a ti te parece bien.

Shogo sonrió. Dio otra calada a su cigarrillo y preguntó:

—¿Y qué vais a hacer cuando lleguéis allí?

Shuya pareció meditar un poco. Luego contestó con una sonrisa:

—Tocaré la guitarra por ahí. Por lo menos será un cambio.

—Ah —exclamó Shogo, riéndose—. Tienes que convertirte en una estrella del rock. Tienes talento —añadió—. Por lo que he oído, en ese país no te ponen las cosas tan difíciles, aunque seas un emigrante o un exiliado.

Shuya inspiró profundamente e inclinó la cabeza en un gesto de duda. Luego le preguntó a Noriko.

—¿Y tú, Noriko, qué dices? ¿Hay algo que te gustaría hacer?

Noriko frunció los labios.

—Siempre he querido ser maestra —contestó.

Aquella respuesta cogió a Shuya por sorpresa, porque nunca se lo había imaginado.

—¿De verdad? —exclamó.

Noriko se volvió hacia Shuya y asintió repetidamente.

—¿De verdad querrías ser maestra en este país asqueroso?

Noriko hizo una mueca de disgusto.

—Bueno, también hay buenos maestros. Yo… —bajó la mirada—, yo creo que el señor Hayashida era un buen maestro.

Transcurrieron unos segundos hasta que Shuya recordó la imagen del cadáver del señor Hayashida, cuya cabeza estaba medio aplastada. El Libélula había muerto por ellos.

—Tienes razón —admitió Shuya.

—Puede que sea difícil llegar a ser profesora siendo una exiliada —dijo Shogo—. Pero puedes investigar en alguna universidad. Curiosamente, el resto del mundo parece muy interesado en nuestro país. Así que sí podrías llegar a ser profesora. —Seguía mirando al frente, y luego tiró la colilla de su cigarrillo al barro, junto a sus pies. Se llevó otro cigarrillo a la boca y lo encendió—. Así que deberíais intentarlo, los dos. Sed lo que queráis ser. Seguid los dictados de vuestro corazón y haced todo lo posible por conseguirlo.

Shuya pensó que aquel era un buen consejo: sigue los dictados de tu corazón y hazlo lo mejor que puedas. Del mismo modo que el difunto Shinji Mimura cuando hablaba, aquello había dado en el clavo.

Entonces se dio cuenta de una cosa.

—¿Y tú? —preguntó con inquietud—. ¿Qué vas a hacer tú?

Shogo se encogió de hombros.

—Ya te lo dije. Es la hora de devolverle al país lo que me ha hecho. No, en realidad no se trata de eso. Me lo deben y me lo van a pagar. Cueste lo que cueste. No puedo ir con vosotros, chicos.

—¡No! —exclamó Noriko, angustiada.

Pero Shuya respondió de un modo distinto. Apretó los dientes y le dijo:

—Déjame ir contigo.

Shogo observó a Shuya durante unos instantes. Luego bajó la mirada y movió la cabeza despectivamente.

—No seas idiota.

—¿Por qué no? —preguntó Shuya con insistencia—. Tú no eres el único que tiene un resentimiento contra este puto país.

—Eso es verdad —apuntó Noriko. Su respuesta sorprendió a Shuya. Ella se dirigió luego a Shogo—: Lo haremos juntos.

Shogo los miró, dejó escapar un profundo suspiro, levantó la mirada y dijo:

—Mirad. Creo que ya os he dicho antes que este país puede ser muy jodido, pero que está bien dirigido. Es casi imposible derribarlo. No… yo diría que es absolutamente imposible acabar con él, pero yo… —Se volvió y luego miró más allá del tejadillo de ramas, al cielo, que lucía un aspecto blanquecino, mientras dejaba de llover. Luego se volvió hacia sus amigos—. Por utilizar un tópico, solo quiero darle un toque. Quiero desquitarme. Solo voy a hacerlo por mí, lo cual no está tan mal. —Se detuvo entonces y luego dijo—: No, no está nada mal.

—Entonces… —dijo Shuya, pero Shogo le interrumpió, levantando una mano.

—No he acabado.

Shuya cerró el pico y le dejó hablar.

—Lo que quería deciros es que moriréis si venís conmigo. Y, además, tú dijiste que ibas a estar con Noriko. Lo cual significa… —La miró a ella, y luego a él—. Aún tienes a Noriko. Debes protegerla, Shuya. Y si está en peligro, lucha por ella. No importa si el agresor es un mendigo, la puta República del Gran Oriente Asiático o un extraterrestre. —Luego se volvió hacia Noriko y le dijo cariñosamente—: Y tú, lo mismo. Aún tienes a Shuya, ¿no? Protégelo, Noriko. Es una bobada morir por nada. —Entonces volvió a mirar a Shuya—. ¿Entiendes? A mí no me queda nada, no tengo nada. Lo que hago lo hago solo por mí. En vuestro caso, chicos, es distinto.

Aquella última frase sonó inflexible. Miró la hora de su reloj, arrojó la colilla del último cigarrillo a un charco, se levantó y salió fuera. Volvió a oírse el gorjeo del pajarillo.

Mientras lo escuchaba, Shuya recordó una canción de un músico chino que decía: «Es posible que me estés diciendo / que me quieres aunque nada tengo…».

Pero ¿qué quería decir Shogo cuando decía que no tenía nada?

Después de que el pajarillo gorjeara exactamente durante quince segundos, Shogo regresó bajo el techado de ramas y se sentó.

Noriko le preguntó, amablemente:

—¿No tienes a nadie que te importe…?

Shuya también había querido preguntar eso mismo.

Shogo abrió mucho los ojos y luego esbozó una sonrisa forzada.

—No tenía intención de contároslo, pero… —dijo, y luego inspiró profundamente—. No, la verdad es que tal vez sí quería contároslo. —Buscó algo en el bolsillo de atrás de su pantalón y sacó su cartera. Sacó una foto con los bordes ajados.

Noriko la cogió. Ella y Shuya la observaron detenidamente.

En la foto estaba Shogo. Llevaba un abrigo escolar y tenía el pelo tan largo como Shuya. Estaba sonriendo con un gesto tímido que en la actualidad era difícil imaginar en su rostro. Y a su izquierda había una chica vestida con un trajecito escolar de marinero. Su pelo negro se amontonaba sobre su hombro derecho. Parecía un poco mandona, pero su sonrisa era increíblemente encantadora también. Al fondo había una carretera, una avenida con frondosos ginkos, un cartel con un anuncio de whisky y un coche amarillo.

—Es muy guapa —exclamó Noriko.

Shogo se frotó la punta de la nariz.

—¿De verdad? No es lo que uno llamaría una típica belleza, pero yo siempre pensé que era muy guapa.

Noriko hizo un ademán de incomprensión.

—Bueno, a mí me parece que es muy guapa y tiene pinta de ser una chica muy madura. ¿Tiene la misma edad que tú?

Shogo esbozó una sonrisa tímida que recordaba un poco la que lucía en la fotografía.

—Sí. Gracias.

Shuya observó aquellas dos caras sonrientes de la fotografía y pensó: «Bueno, ¿y por qué dices que no tienes a nadie?». Pero Shuya había pasado por alto algo crucial.

—¿Y ella está en Kobe?

Shogo hizo una mueca de desagrado. Negó con la cabeza y dijo:

—¿Es que no te acuerdas, Shuya? Yo ya he participado en este juego otra vez. Y fui… el ganador.

Entonces fue cuando Shuya se dio cuenta de todo. Y Noriko probablemente también. Su rostro se tensó.

—Estaba en mi clase, y no fui capaz de salvarla. Se llamaba Keiko.

Los tres se quedaron callados. Shuya sintió finalmente que comprendía la furia de Shogo, la absoluta profundidad de su ira.

—Así que ya me ves —dijo Shogo—. No tengo nada de nada. Y es hora de vengarme de este país por haber matado a Keiko. —Se puso otro cigarrillo en la boca y lo encendió. El humo se dispersó por el pequeño cobertizo.

—Así que se llamaba Keiko —dijo Shuya al final.

—Sí —asintió varias veces Shogo—. «Kei» significa «alegría».

Shuya se dio cuenta que el mismo pictograma kanji era el primero del nombre de Yoshitoki.

—¿Estuviste con ella hasta el final? —le preguntó cariñosamente Noriko.

Shogo fumaba en silencio. Después de un rato contestó.

—Eso es difícil de responder. Se apellidaba Onuki. El orden de salida en aquel juego empezó en el número 17. En fin. En cualquier caso, el número de Keiko era anterior al mío, así que salió tres números antes que yo.

Shuya y Noriko escuchaban en silencio.

—Yo pensé que seguramente me estaría esperando en algún sitio cerca del lugar de salida. Era lo único que tenía que hacer. Pero no estaba allí. Me refiero a que eso no puede evitarse. Igual que pasó en este juego. Era peligroso andar rondando alrededor del punto de salida. —Dio otra calada a su cigarrillo y expulsó el humo—. Pero al final la encontré. El juego tenía lugar en una isla como esta, y al final la encontré. —Dio otra calada y resopló el humo—. Pero salió huyendo de mí.

Shuya estaba conmocionado. Miraba atónito a Shogo. Su rostro, con aquella barba incipiente, permanecía tranquilo. Parecía como si estuviera haciendo todo lo posible por contener sus emociones.

—Intenté ir tras ella, pero me atacaron. Conseguí matar a mi agresor… pero acabé perdiéndola de vista.

Dio otra calada y volvió a expulsar el aire.

—Keiko no pudo confiar en mí.

Todavía mantenía su cara de póquer, pero había una tensa mirada en sus ojos.

—Aun así, seguí buscándola. Cuando la volví a ver ya estaba muerta.

Shuya lo comprendió todo. Cuando regresó con Shogo y Noriko, Shuya les contó lo que había ocurrido con el grupo de Yukie Utsumi y comentó: «Es tan difícil… confiar en alguien», a lo cual Shogo había respondido: «Sí, lo es. Es muy… difícil». Shuya ahora comprendió por qué Shogo había parecido tan incómodo entonces. También entendió por qué Shogo le había dicho a Noriko que Hiroki podría haber encontrado muerta a Kotohiki, o que podía ser que ella no necesariamente hubiera confiado en él.

—Shuya —dijo Shogo, y su amigo levantó la mirada—. Cuando nos encontramos, al principio, me preguntaste por qué confié en vosotros, ¿verdad?

—Sí —asintió Shuya—. Así fue.

—Y creo que te dije que era porque hacíais una bonita pareja… —dijo Shogo, y echó una mirada al tejadillo de ramas. Para cuando bajó la vista, la tensión de sus mejillas había desaparecido—. Era verdad. Eso fue lo que me parecisteis. Y por eso decidí que quería ayudaros a salir de aquí, sin condiciones.

—Ajá… —asintió Shuya.

Un poco después, Noriko dijo:

—Supongo que… —Shuya levantó la mirada hacia Noriko—. Estaría aterrorizada… y confusa.

—No —Shogo hizo un gesto de incredulidad con la cabeza—. Yo… yo quería de verdad a Keiko. Pero debió de haber algo raro en el modo como me comporté con ella cuando estábamos saliendo. Y fue por eso que todo acabó así.

—Eso no puede ser —insistió Shuya con firmeza.

Shogo lo observó con detenimiento, con los brazos cruzados sobre las rodillas encogidas. El humo del cigarrillo que sostenía entre los dedos se elevaba suavemente, como seda.

—Hubo un malentendido. Un pequeño malentendido, estoy seguro. Teniendo en cuenta lo jodido que es este juego. Todo lo tienes en contra. Seguro que fue eso.

Shogo hizo una mueca de ironía de nuevo y solo replicó:

—No lo sé. Nunca lo sabré. —Luego tiró el cigarro a un charco y sacó el reclamo del bolsillo—. Aquello… —dijo—. A diferencia de la mayoría de las chicas de la ciudad, a Keiko le encantaba ir a dar caminatas por la montaña. El domingo posterior a que aquel puto juego empezara, se suponía que me iba a llevar a ver pájaros. —Sujetándolo entre el pulgar y el índice, lo levantó hasta la altura de sus ojos y lo observó como si fuera una joya—. Ella me lo dio. —Sonrió, y miró a Shuya y a Noriko—. Es lo único que me queda de ella. Es mi amuleto de la suerte. Pero no me ha dado mucha, me temo.

Cuando lo guardó, Noriko le devolvió la foto. Shogo la introdujo en la cartera y se la metió en el bolsillo de atrás.

—Oye, Shogo —le dijo Noriko—. No sé cómo se sintió Keiko en aquella situación. Pero… —Se pasó la lengua por los labios para humedecérselos y pensar—. Pero creo que Keiko te amaba a su manera. Tenía que quererte. Me refiero a que… en la foto parece muy feliz. ¿No crees?

—¿Sí?

—Pues claro que sí —asintió Noriko—. Y si yo fuera Keiko, querría que tú vivieras. No querría que murieras por mí.

Shogo sonrió y negó con la cabeza.

—Bueno, es una opinión.

—Pero, por favor, tenla en consideración —insistió Noriko—. ¿Vale, por favor?

Shogo movió los labios como si estuviera a punto de decir algo, pero luego se encogió de hombros y sonrió. Tristemente.

Miró la hora de su reloj y salió fuera del techado de ramas para volver a hacer el gorjeo del pajarillo con el reclamo.

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