67

Aparecieron unas rocas peladas allí donde los bosques se acercaban al mar. Una pequeña formación de aquellas rocas daba al océano. Parecía que Shogo hubiera estado trabajando allí con su cuchillo. Dos grandes ramas se habían colocado junto al muro de piedra, y arriba del todo había otras con hojas que servían como techumbre para guarecerse de la lluvia. Las gotas de lluvia resbalaban por los extremos de las ramas.

Después de que Shogo le proporcionara unos fuertes analgésicos que se había agenciado en la clínica, Shuya le contó lo ocurrido en el faro. Shogo hirvió agua en una lata, con un carbón ardiendo, y el sonido de su borboteo se mezcló con el ruido de la lluvia torrencial.

Cuando Shuya concluyó, Shogo murmuró:

—Comprendo. —Respiró profundamente y se metió otro Wild Seven entre los labios. Sujetaba la Uzi en su regazo. Decidieron que era mejor que Shogo se quedara con ella. Shuya se quedaría con la CZ75 y Noriko cogería la Browning.

—Fue espantoso… —dijo Shuya meneando la cabeza desesperadamente.

Shogo expulsó un poco de humo y se quitó el cigarrillo de la boca.

—¿Yukie consiguió formar un grupo tan grande y acabaron a tiros?

Shuya asintió amargamente.

—Es difícil confiar en alguien.

—Sí, es verdad —dijo Shogo, bajando la mirada—. Es muy difícil confiar en alguien. —Siguió fumando y pareció pensativo. Y luego añadió—: En cualquier caso, me alegro de que lo hicieras.

Shuya recordó la cara de Yukie. Él estaba vivo. Él estaba vivo gracias al grupo de Yukie, pero ahora todas estaban muertas.

Shuya miró a Noriko, que estaba a su izquierda. Escuchar la historia de las muertes de amigas suyas, como Yukie Utsumi o Haruka Tanizawa, debió de resultarle muy duro. Cuando empezó a hervir el agua, cogió algunas pastillas de caldo que Shogo debía de haber encontrado y echó dos cubitos en la lata. El olor de la sopa comenzó a dispersarse.

—¿Puedes comer, Shuya? —le preguntó Noriko.

Shuya la miró y levantó la ceja. Sabía que tenía que comer, pero acababa de echar la pota… y, además, la visión de aquellos pájaros carroñeros comiéndose a Tadakatsu Hatagami y a Yuichiro Takiguchi todavía palpitaba en su imaginación. (A Shogo y a Noriko no se lo había contado. Aquellos carroñeros estaban dándose un festín solo a unos cien metros o así de donde se encontraban ellos. Solo les dijo que había vomitado por el dolor que le causaban sus heridas). No podía animarse a comer.

—Come algo, Shuya. Noriko y yo ya hemos comido —dijo Shogo, con el cigarrillo en la boca. Su incipiente barba se había espesado. Agarró el borde de la lata con un pañuelo, vertió la sopa en un vaso de plástico y se lo ofreció a Shuya.

Este lo cogió y lentamente se lo llevó a los labios. El sabor del caldo invadió su boca. Luego aquel líquido caliente resbaló por su garganta hasta su estómago. No fue tan duro como pensaba…

Noriko le ofreció pan. Shuya mordió un poco. Una vez que empezó a mascar, se sorprendió de que pudiera comer. Acabó comiéndoselo todo en un periquete. A pesar de su estado emocional, su cuerpo necesitaba alimentarse.

—¿Quieres un poco más? —le preguntó Noriko, y Shuya asintió.

—Un poco más de sopa —dijo, levantando su vaso de plástico. Esta vez se lo rellenó Noriko.

Al tiempo que cogía el vaso, Shuya dijo:

—Noriko…

—¿Qué? —preguntó la muchacha, levantando la mirada.

—¿Ya te encuentras bien?

—Ajá —dijo sonriendo—. He estado tomando una medicina para el catarro. Estoy bien.

Shuya miró de reojo a Shogo. Este asintió, con el cigarrillo colgando de los labios. Había cogido otra jeringuilla de antibióticos de la clínica, pero al final resultó innecesaria.

Shuya se volvió hacia Noriko otra vez y le lanzó una sonrisa.

—Eso es genial.

Después ella le hizo la misma pregunta que le había estado repitiendo una y otra vez desde que se habían encontrado.

—Shuya, ¿de verdad estás bien?

Este asintió.

—Sí, estoy bien.

En realidad, no lo estaba, pero ¿qué otra cosa podía decir? Podía comprobar, mirándose los puños, que la mano izquierda estaba mucho más pálida que la derecha. No estaba seguro de si aquello se debía a la herida del hombro o a la del codo. O puede que simplemente se debiera a que el vendaje del codo estaba un poco demasiado tirante. Sentía que su brazo izquierdo estaba cada vez más rígido.

Dio otro sorbo a la sopa y dejó el vaso junto a sus pies. Luego llamó a Shogo. Este, que estaba examinando la Uzi, levantó una ceja.

—¿Qué?

—Es sobre Kazuo. —Cuando Shuya pensaba en los acontecimientos acaecidos desde el día anterior, la cuestión que le había ocupado desde que se separara de Shogo y Noriko volvía a plantearse en su mente sin remedio. El tiroteo que había oído en el faro después de que él lo abandonara también se lo recordó—. ¿Qué demonios está haciendo ese tío? —preguntó, aunque en realidad la cuestión se refería a qué tipo de persona era Kazuo Kiriyama.

Por lo que él sabía, Kazuo no era el único que había estado dispuesto a participar. Tatsumichi Oki, con quien Shuya se había peleado, posiblemente Yoshio Akamatsu y, si Hiroki estaba en lo cierto, Mitsuko Souma podían también estar en la misma categoría. Pero Kazuo era absolutamente implacable. Tranquilo y gélido. Las malas vibraciones que siempre le había dado Kazuo de repente se manifestaron en aquel juego como pura psicosis. Shuya una vez más recordó los fogonazos que vomitaba la ametralladora y la gélida mirada tras ellos. Sintió un escalofrío que recorría su espalda.

Shogo permaneció en silencio, así que Shuya insistió.

—¿De… de qué va este tío? No lo entiendo…

Shogo bajó la mirada y jugueteó con el dispositivo de seguridad, que contaba con un intercambio de posiciones automático/semiautomático.

¿No había dicho Shogo que no había ninguna necesidad de entender nada? Shuya pensó que seguramente volvería a contestarle aquello mismo otra vez.

Pero en esta ocasión Shogo le dio una respuesta distinta. Levantó la mirada.

—Ya he visto a gente como él antes.

—¿En el juego anterior?

—No —contestó Shogo con un gesto—. Ahí no. En un sitio completamente distinto. Se ven un montón de cosas cuando uno es hijo de un médico que trabaja en los extrarradios. —Shogo sacó otro cigarrillo y lo encendió. Expulsó el humo y añadió—: Un tío vacío.

—¿Vacío?

—Sí… —asintió Shogo—. No alberga ni un ápice de aprecio por nadie. No tiene valores. Es esa clase de persona. Y encima, no hay ninguna razón para que se comporte como lo hace.

«No hay ninguna razón… —pensó Shuya—, ¿o es que simplemente nació así y es así? Es…».

Shogo dio una calada al cigarro y resopló.

—Hiroki nos advirtió sobre Mitsuko Souma, ¿no?

Shuya y Noriko asintieron.

—Nosotros aún no hemos visto con nuestros propios ojos que Mitsuko realmente esté en el juego. Pero por lo poco que he visto en la escuela, creo que ella y Kazuo son iguales. La única diferencia es que Mitsuko ha rechazado todo lo que represente amor y razón. Seguramente hay algún motivo detrás de sus actos. No tengo ni idea de cuál es. Pero Kazuo no tiene ninguna razón. Esa diferencia es crucial. No hay explicación para el comportamiento de Kazuo.

Shuya se quedó mirando a Shogo y murmuró:

—Eso es aterrador.

—Sí, es aterrador —aceptó Shogo—. Pero piénsalo. Probablemente ni siquiera es culpa suya. Por supuesto, eso se puede decir de cualquiera. Pero en su caso probablemente nunca podrá esperar ninguna cosa del futuro porque no le importa nada. Nada puede ser más aterrador que haber nacido así. Lo que quiero decir es que incluso un bruto como yo puede pensar que nada tiene sentido. ¿Por qué me levanto y como? Todo va a ser una mierda de todos modos. ¿Por qué tengo que ir a la escuela y estudiar? Aunque diera la casualidad de que tuviera éxito, voy a morir de todas formas. Llevas ropa bonita, eres respetable, ganas un montón de dinero, pero… ¿qué sentido tiene? Nada tiene sentido. Por supuesto, esa clase de sinsentidos le conviene mucho a este país tan chungo. Pero, entiéndeme: aun así, nosotros tenemos emociones, como la alegría y la esperanza de felicidad, ¿no? Puede que no muchas, vale, pero llenan nuestro vacío. Esa es la única explicación que le encuentro. Lo que digo es que Kazuo probablemente carece de esas emociones. No tiene fundamentos para asumir valores. Así que simplemente hace lo que le parece. No tiene unos fundamentos sólidos. Simplemente actúa según le viene bien. Y en este juego podría haber decidido del mismo modo no participar. Pero lo hizo. Esa es mi pequeña teoría. —Dijo todo aquello de un tirón. Y luego remató—: Sí, la verdad es que es aterrador que alguien pueda vivir de esa manera… y que nosotros tengamos que vérnoslas con alguien así justo aquí.

Todos callaron. Shogo le dio otra calada a su cigarrillo, ya muy menguado, y luego lo apagó frotándolo contra la tierra. Shuya dio otro sorbito a la sopa. Luego levantó la vista para mirar el cielo nuboso más allá del improvisado tejadillo herbáceo de Shogo.

—Me pregunto si Hiroki estará bien.

Había mencionado el tiroteo que había oído después de abandonar el faro. Todavía estaba preocupado por aquello.

—Estoy segura de que sí —dijo Noriko.

Shuya se volvió hacia Shogo.

—¿Crees que podremos ver humo?

Shogo asintió.

—No te preocupes. Desde aquí podremos ver el humo que salga de cualquier parte de la isla. Lo comprobaré de tanto en tanto.

Shuya recordó entonces el gorjeo del pájaro. Eso había sido lo que le había conducido hasta ellos. Pero… en fin, ¿por qué Shogo tenía un cacharro como aquel? Estaba a punto de preguntárselo cuando Noriko dijo:

—Me pregunto para qué querrá Hiroki ver a Kotohiki.

Aquello había salido a colación cuando estaban en la clínica del pueblo. La contestación de Shuya fue la misma que antes.

—Ni idea.

—No parecía que fueran tan amigos.

Pero entonces Noriko dijo:

—Oh… —Lo hizo como si se hubiera dado cuenta de algo.

Shuya levantó la mirada.

—¿Qué?

—No estoy segura —dijo Noriko con un titubeo—. Pero a lo mejor… —Hizo hincapié en la última palabra. Shuya frunció el ceño.

—A lo mejor qué.

—Sería…

Shogo los interrumpió. Shuya lo miró. Estaba rompiendo el sello de un nuevo paquete de cigarrillos y añadió, con los ojos clavados en el paquete:

—Demasiado sentimental para este puto juego.

—Pero… —continuó Noriko—, es Hiroki, así que…

Shuya miraba a uno y a otro alternativamente, perplejo y sin comprender nada.

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