Hiroki Sugimura (el estudiante número 11) inspiró profundamente.
Había oído un rápido tiroteo aproximadamente diez minutos antes. Había estado vagando por las montañas septentrionales, pero rápidamente se dirigió hacia el este, en dirección a los disparos. Para cuando llegó, ya todo estaba en calma en el faro. Sabía que estaba allí por el mapa, pero había dado por supuesto que Kayoko Kotohiki jamás se escondería sola en un lugar tan llamativo, así que lo había ignorado hasta ese momento. No estaba seguro de si era ese el lugar donde se había producido el tiroteo. Miró desde una loma hacia el faro y vio a una chica tendida en el techo de la casa del farero, anexa a la torre. Incluso desde la distancia pudo descubrir aquella masa rojiza y comprender que estaba muerta. Por el pelo corto y el cuerpo pequeño podía ser Kotohiki; lo mismo había pensado cuando descubrió el cadáver de Megumi Eto.
Bajó arrastrándose por la loma. Al descender, el cadáver del tejado desapareció de su vista. Al final llegó a la entrada principal del faro. Había un montón de sillas y mesas detrás de la puerta abierta. Alguien había montado allí una barricada, pero por alguna razón se había desmantelado ya. Miró por una ventana que estaba sellada con planchas de madera y avanzó cautelosamente por el pasillo. (Había una habitación con una cama justo a la entrada, y la puerta estaba hecha añicos). Su detector hizo una señal. Seis. Hiroki avanzó prudentemente y se encontró de repente en una sala encharcada de sangre.
Los cuerpos de cinco chicas estaban desperdigados por lo que parecía ser una especie de cocina. Allí estaba la delegada femenina, Yukie Utsumi, tirada de espaldas, junto a la mesa del centro. A su derecha estaba Haruka Tanizawa, con la cabeza casi arrancada. Chisato Matsui estaba tumbada boca abajo delante de una mesa, con la cara pálida y azulada vuelta hacia él. Y luego había una chica más, boca abajo, tras la mesa, ensangrentada.
Las cuatro chicas, incluida Yukie, estaban claramente muertas. Pero esta última, cuya cara no podía ver… estaba…
Hiroki examinó de nuevo con prudencia la estancia. Procuró estar atento a cualquier ruido que pudiera proceder de una puerta abierta que había en el fondo. No parecía que nadie se estuviera escondiendo allí.
Cogió la pistola que llevaba a la espalda con la mano izquierda, y avanzó entre los cuerpos ensangrentados de Yukie Utsumi y Haruka Tanizawa, saltó por encima de Yuka Nakagawa, y se acercó a la mesa. Las suelas de los zapatos chapoteaban en la sangre que cubría todo el suelo. Se agachó junto a la chica que estaba tendida boca abajo, soltó el palo que tenía en la mano derecha y trató de incorporarla. Sintió un agudo dolor en la herida de su hombro izquierdo, donde Mitsuko Souma le había clavado el cuchillo. La herida de arma de fuego en su muslo, cortesía de Toshinori Oda, era solo un rasguño, así que no sangraba mucho ni le dolía en exceso. Hiroki intentó ignorarla y se inclinó sobre el cuerpo.
Era Satomi Noda. Tenía un agujero rojo en la parte izquierda de su frente, y sus gafas, aunque rotas, habían conseguido mantenerse en la cara. El cristal de la izquierda probablemente se había quebrado cuando la chica se cayó. Por supuesto, estaba muerta.
Hiroki la dejó y miró en dirección a la puerta abierta que había en el otro extremo de la estancia. Por allí se subía a la torre del faro.
La otra persona que emitía señales a su detector era la chica que estaba en el tejado. Sin duda también estaba muerta, pero tenía que comprobarlo y asegurarse de que no era Kayoko Kotohiki.
Hiroki cogió su pistola y cruzó la puerta. Había una escalera metálica que rápidamente ascendió con pasos apresurados. Puede que alguien estuviera todavía allí arriba. Sujetó tanto el palo como el radar con la mano derecha, comprobándolo a medida que subía.
No hubo nuevas indicaciones cuando llegó arriba. Hiroki se metió el radar en el bolsillo, se remetió la pistola en la parte de atrás del cinturón y salió a la balconada metálica que rodeaba el faro.
Apoyó la mano en la barandilla. Inspiró profundamente, se inclinó y miró hacia abajo.
Allí estaba el cadáver, con su traje de marinero. Tenía el cuello roto y la sangre se derramaba bajo su cabeza, pero no era el cuerpo de Kayoko Kotohiki. Era Yuko Sakaki.
En fin.
Volvió la vista hacia el mar. Se había levantado una brisa fuerte. Seis chicas habían muerto allí de una vez, todas juntas. No había armas en la estancia, pero dadas las heridas que tenían y cómo estaban las paredes y el suelo, agujereados y destrozados, Hiroki estaba seguro de que los disparos que había oído se habían producido allí. El escenario más lógico era que las chicas se habían reunido de algún modo en aquel lugar, se habían encerrado y luego alguien las había atacado. Primero acribillaron a las cinco chicas de la casa, y luego Yuko Sakaki se las arregló para huir hasta allí arriba, y puede que se cayera y se matara sin que la atacara el agresor. Pero este se había largado antes de que Hiroki llegara allí.
Pero dado que habían levantado una barricada a la entrada —las planchas clavadas con puntas en las ventanas, todas las entradas seguramente selladas—, ¿por qué la retirarían? A lo mejor lo había hecho el agresor cuando se fue. Pero entonces… ¿por qué lo o la dejaron entrar? A lo mejor eran siete chicas. Y una de ellas había traicionado de repente a las otras… o reveló sus verdaderas intenciones o… No, eso no podía ser. Otra cosa que pasaba era que Yuka Nakagawa no parecía que hubiera muerto por culpa de disparos, sino que se hubiera asfixiado. La sangre salpicada por toda la mesa tampoco tenía mucho sentido. ¿Cómo era posible que tal cantidad de sangre acabara allí? Había más. La puerta de la habitación que estaba junto a la entrada. ¿Por qué estaba reventada?
Era inútil intentar averiguarlo. Hiroki hizo un gesto de abatimiento, escudriñó el techo del edificio y regresó al faro.
Mientras descendía la escalera metálica de caracol en aquel faro medio a oscuras y miraba las paredes interiores, Hiroki sintió una ligera sensación de vértigo, como si el movimiento en espiral de las escaleras estuviera afectando a sus órganos vitales. Puede que fuera por el cansancio pero…
De modo que ya había seis estudiantes menos. Sakamochi dijo que quedaban catorce en el comunicado del mediodía. Entonces, como mucho, quedaban solo ocho.
¿Estaría todavía viva Kayoko Kotohiki? ¿No era posible que pudiera haber muerto entre el mediodía y ese momento en alguna zona que él no conocía?
«No —pensó Hiroki—, tiene que estar viva».
Aunque apenas pudiera justificarlo, por alguna razón estaba casi seguro. «Quedan ocho estudiantes, a lo mejor incluso menos. Pero yo estoy vivo, así que Kotohiki también debe de estarlo. Todo esto me está llevando mucho tiempo. Ha pasado ya un día y medio desde que empezó el juego, y todavía no he sido capaz de encontrarla. Pero… al final lo conseguiré». Una vez más, se podía decir que estaba casi seguro.
Entonces pensó en el trío de Shuya. Ninguno de sus tres nombres se habían mencionado en el comunicado. Shogo Kawada había dicho que si quería, podía subirse a su tren…
«¿Me permite que la ayude, mademoiselle?».
Sonaba como algo que podría haber dicho Shinji Mimura. Ya había visto que este era un buen amigo de Yutaka Seto. A Shinji le gustaba hacer el ganso. Sus chistes eran distintos a los de Yutaka, claro. Eran más sarcásticos y a veces mordaces. Shinji parecía valorar la importancia de reírse de todo. En la ceremonia de clausura, antes de Año Nuevo, cuando estaban todos en segundo, durante el aburridísimo discurso del representante regional de Educación, Shinji dijo: «Mi tío me dijo una vez que reírse es esencial para mantener la armonía, y que esa podía ser nuestra única liberación. ¿Tú lo entiendes, Hiroki? Yo todavía no lo pillo bien…».
Aunque podía encontrar algún sentido, también a él le daba la impresión de que no lo pillaba del todo. Puede que fuera porque aún era joven. Pero en cualquier caso, Shinji Mimura y Yutaka Seto estaban muertos ahora, los dos. Ya no podía darle una contestación a Shinji.
Mientras reflexionaba sobre todo aquello, no tardó en regresar a la cocina, donde se encontraban aquellos cinco cadáveres. Una vez más, Hiroki observó aquella estancia llena de sangre.
Hasta entonces no lo había notado por el hedor de la sangre y los cadáveres, pero ahora se fijó en la cocina de gas y la cazuela, y captó un efluvio de apetitosos aromas. No había gas, claro, así que probablemente las chicas habían utilizado carbón o algo similar. Se acercó para echar un vistazo. No había llamas bajo la olla, pero aún humeaba aquello que parecía como un estofado.
Desde que comenzara el juego, apenas había comido el pan que le había proporcionado el Gobierno (cuando se le acabó el agua había sacado más del pozo de una casa), así que estaba hambriento, pero negó con la cabeza y apartó su mirada de la cazuela. Simplemente no podía comer aquello. Al menos, no en aquella espantosa estancia. Además, tenía mucha prisa por dar con Kotohiki. Vamos, deprisa y andando.
Avanzó despacio por el pasillo. No había dormido apenas, así que estaba un tanto soñoliento.
Había alguien en la puerta principal, al final del largo pasillo. Como el corredor estaba medio en penumbra, aquella persona parecía una silueta perfilada en contraluz.
Hiroki se dio media vuelta antes incluso de que sus ojos se hubieran abierto por completo y regresó a la cocina. Al mismo tiempo, de las manos de aquella silueta partieron innumerables fogonazos violentos. Una andanada de tiros rozaron los pies de Hiroki mientras rebotaban por todo el pasillo.
Hiroki hizo una mueca ante aquella desagradable sorpresa. Se mantuvo en cuclillas, y luego cerró la puerta y la trancó.
Aquellas andanadas de disparos le resultaban familiares. Le recordaba el sonido de los que había escuchado antes y después de aquella increíble explosión. Después de escapar de Toshinori Oda, oyó el sonido a sus espaldas… fueron los que mataron a Toshinori Oda. También fue el mismo sonido de disparos que oyó cuando Yumiko Kusaka y Yukiko Kitano habían sido asesinadas. Y lo había escuchado varias veces más. Todo era culpa de aquel compañero de clase. Igual que Hiroki, el agresor probablemente había acudido al faro tras oír el tiroteo. O a lo mejor el estudiante estaba allí para matar al agresor que había acabado con el grupo de Yukie Utsumi. O quizá… había sido él quien las había matado a todas y había regresado para ventilarse a los que hubieran sido atraídos por el ruido.
Arrodillado en el suelo, Hiroki buscó la pistola que tenía enganchada en la cintura, a la espalda, y cogió el arma con la mano izquierda. Había encontrado balas en la mochila que Mitsuko había abandonado en su huida, así que tenía la pistola cargada a tope, pero no podía contar con un cargador nuevo. A lo mejor ella se lo había llevado metido en un bolsillo. Un Colt oficial del Gobierno, del 45 Single-Action Automatic. Siete disparos en un cargador, más una bala en la recámara. No se podía permitir recargar las balas una a una. En el momento en que se entretuviera, el agresor lo acribillaría con la ametralladora.
Con la espalda contra la pared, Hiroki miró a la cocina y el resto de la estancia, donde estaban los cadáveres de las chicas. Por desgracia las ventanas estaban selladas con planchas de madera por el interior. Le llevaría mucho tiempo arrancarlas y escapar. Miró hacia la puerta que conducía al faro. No, eso sí que era imposible. Estaba demasiado alto para saltar desde allí. Sería una locura. Acabaría tomando el sol al lado de Yuko Sakaki. No, un momento, espera… ¿qué estaba haciendo aquel intruso? ¿Se estaba acercando sigilosamente a la puerta o se estaba tomando su tiempo, esperando a que a Hiroki le diera por salir? No, también él estaba en un apuro. Tenía que librarse de Hiroki antes de que alguien llegara atraído por el ruido de disparos y le pegara dos tiros por la espalda.
Hiroki estaba en lo cierto. La madera en torno al picaporte saltó hecha astillas… (En realidad, varias balas salieron de la puerta reventando la madera, le rozaron el hombro y fueron a parar a Chisato Matsui, que estaba tendida justamente delante de la puerta).
La puerta se abrió reventada.
Cuando la oscura figura se adentró en la estancia rodando y luego se incorporó, Hiroki se dio cuenta de que era Kazuo Kiriyama (el estudiante número 6). Ignorando los cadáveres de la estancia, apuntó la ametralladora hacia un lado de la puerta (su punto ciego) e inmediatamente descargó varias andanadas de decenas de balas.
Después de que cinco o seis balas atravesaran la pared, cesó el tiroteo… porque no vio a nadie vivo allí.
Ahora era su oportunidad. Hiroki hizo volar su palo y lo dirigió hacia Kazuo Kiriyama desde arriba. En el último momento se había subido a una estantería alta que había al lado de la puerta. Había decidido no utilizar la pistola porque no estaba acostumbrado y se la había guardado otra vez. Lo importante era detener al agresor… que resultó ser Kazuo Kiriyama, e impedir que siguiera disparando.
Kazuo respondió mirando hacia arriba. Elevó el cañón de su ametralladora, pero Hiroki golpeó con todas sus fuerzas su muñeca con aquel palo de escoba. La Ingram M10 de 9 mm cayó al suelo y resbaló hasta detenerse bajo la mesa donde estaba tendida Satomi Noda.
Kazuo intentó sacar otra arma (era una pistola automática enorme, diferente del revólver que tenía Toshinori Oda), pero Hiroki, que había saltado al suelo y ya estaba en posición de ataque, rápidamente sacudió el extremo del palo y también le quitó la pistola de la mano.
«¡Un ataque rápido! ¡Lo derribaré!».
Volvió a hacer girar el palo, pero Kazuo rápidamente se dobló hacia atrás y dio una voltereta circense. Saltó por encima del cadáver de Yukie Utsumi con la habilidad de un maestro del kung-fu, y después de dar otra vuelta en el aire se plantó delante de la mesa que ocupaba el centro de la estancia. Para cuando se enderezó, ya tenía un revólver en la mano, el que había pertenecido a Toshinori Oda.
Pero ni siquiera Kazuo había previsto la agilidad de Hiroki. Se había acercado enseguida a él, a menos de un metro de Kazuo.
—¡Hi-aaaaah! —gritó Hiroki, al tiempo que hacía volar su palo, golpeando tres veces la mano con la que Kazuo sostenía la pistola. El arma voló por los aires y, antes de que cayera al suelo, el otro extremo del palo de Hiroki volteó a escasos centímetros del rostro de Kazuo. Ya no podía retroceder más.
Pero el palo se detuvo varios centímetros antes de golpear el rostro de Kazuo y se rompió en dos. Kazuo lo partió con la mano izquierda.
Un instante después, Kazuo se dispuso a golpear con el puño derecho a Hiroki en la cara. Apuntó a los ojos.
Fue un milagro que Hiroki consiguiera agacharse y esquivarlo, pues el puño de Kazuo era increíblemente rápido.
Pero Hiroki consiguió esquivarlo, soltó lo que quedaba del palo y agarró la muñeca de Kazuo. Un instante después, se la dobló hacia atrás. Al mismo tiempo, le lanzó un rodillazo al estómago con toda su fuerza. Kazuo, absolutamente impertérrito, solo dejó escapar un leve quejido.
Con la mano izquierda sujetando el brazo de Kazuo, Hiroki sacó su arma y la amartilló. Apretó el cañón contra el estómago de este y apretó el gatillo.
Siguió apretando el gatillo hasta que vació el cargador. Con cada disparo, el cuerpo de Kazuo se estremecía.
Cuando la recámara quedó vacía, el octavo casquillo cayó al suelo con un tintineo, rodó y luego fue a chocar con otro casquillo.
Sintió cómo el brazo derecho de Kazuo y todo su cuerpo se debilitaban cada vez más. Su pelo engominado y el resto de su cabeza cayeron hacia delante. Cuando Hiroki lo soltó, el cuerpo de Kazuo resbaló contra una pata de la mesa y luego cayó al suelo.
Pero justo entonces Hiroki se quedó mirando aún a Kazuo, como si estuvieran bailando una extraña danza, jadeando y respirando pesadamente.
«Te vencí».
Había derrotado a Kazuo Kiriyama. El Kazuo Kiriyama cuya habilidad atlética era probablemente superior incluso a la de Shinji Mimura o a la de Shuya Nanahara, y que nunca había perdido una pelea desde que lo conocía. Lo había derrotado.
«Te he derrotado…».
De repente, Hiroki sintió un dolor agudo en la parte derecha de su estómago. Se quejó, jadeó y luego abrió mucho los ojos.
Kazuo estaba mirando a Hiroki. Y en su mano izquierda tenía un cuchillo que estaba clavándole en el estómago.
Hiroki lentamente fue del puño al rostro de Kazuo. Este lo miraba con aquellos ojos que eran, como siempre, hermosos y gélidos.
«¿Cómo es posible que aún esté con vida…?».
Por supuesto, eso se debía a que Kazuo Kiriyama llevaba puesto el chaleco antibalas de Toshinori Oda, pero Hiroki no lo sabía, y en aquel momento ya era una tontería que intentara averiguarlo.
Kazuo retorció el cuchillo e Hiroki dejó escapar un lamento. Su mano, aferrada a la muñeca de Kazuo, comenzaba a debilitarse.
«Oh, no… Esto se está poniendo muy feo…».
Pero Hiroki consiguió insuflar un poco más de energía en su brazo. Levantó la mano en la que aún tenía el arma vacía y golpeó con el codo en la barbilla a Kazuo, que cayó hacia atrás y resbaló sobre la mesa blanca cubierta de sangre. La mancha de sangre que antes recordaba a la bandera nacional de la República del Gran Oriente Asiático ahora se parecía más bien a las barras de la bandera americana. Al mismo tiempo, Kazuo arrancó el cuchillo clavado en el estómago de Hiroki y se llevó aproximadamente treinta gramos de su carne. La sangre comenzó a manar de la herida. Hiroki jadeó, pero inmediatamente se giró sobre sus talones y corrió hacia la puerta que daba al pasillo.
Justo cuando empezaba a recorrerlo, escuchó unos disparos y el marco de la puerta saltó en mil pedazos. Kazuo no había tenido tiempo material para coger ninguna de las armas que había por el suelo, así que forzosamente contaba con una cuarta arma… probablemente escondida bajo los pantalones, sujeta al tobillo o algo así.
Hiroki corrió, ignorando los disparos.
Saltó por encima del montón de sillas y mesas desperdigadas. Justo antes de salir al exterior oyó el traqueteo familiar de aquella metralleta, pero los disparos no lo alcanzaron porque se agachó.
El cielo estaba muy nuboso y era probable que acabara lloviendo, pero por alguna razón le resultó deslumbrante.
Hiroki corrió tan veloz como pudo hacia la arboleda que había tras la cancela donde estaba aparcada la camioneta. Fue dejando un rastro de manchas de sangre sobre la tierra blanquecina.
Escuchó de nuevo el traqueteo mortal de la ametralladora, pero para entonces ya se había internado en la arboleda.
Por supuesto, no se podía permitir el lujo de descansar ahora.
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