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Yuko Sakaki corrió hasta quedarse sin aliento mientras ascendía por las escaleras hasta lo alto del faro. Las lentes Fresnel, como ojos ciclópeos, estaban en el centro del rellano superior, y había suficiente espacio para moverse a su alrededor. Vio el cielo nuboso al otro lado de las ventanas acristaladas de la sala de luces. Había también una pequeña puerta, muy baja, que conducía a una estrecha balconada, y Yuko la abrió desesperada. Ya estaba en el exterior…

A lo mejor era por la altura, pero el viento era más fuerte de lo que ella había supuesto. Aspiró una intensa oleada de brisa marina.

Tenía todo el océano delante. Reflejando el cielo nuboso, el mar lucía un color índigo apagado, y las espumosas olas blancas parecían entrecruzarse en él como en una tela. Yuko se asomó. Las montañas del norte estaban allí, justo delante de ella. Había un pequeño aparcamiento enfrente de la casa del faro. A su izquierda, un camino sin pavimentar recorría los pies de la montaña, y había una furgoneta blanca aparcada junto a un rústico portalón, delante del camino.

Yuko se aferró a la barandilla metálica del balcón. La sala donde había estado hasta hacía solo unos momentos, y donde estaba ahora Shuya, se encontraba también allí abajo. Podía ver el tejado de la casa del farero. Avanzó por la balconada circular, aferrada a la barandilla, pero no encontró lo que pensaba que habría… una escalera metálica exterior. Yuko no había tenido oportunidad de hacer guardia, así que no conocía el exterior del faro. No había salida. Allí estaba, mirando al cielo. Estaba atrapada. Al darse cuenta de ello, estuvo a punto de entrarle el pánico, pero apretó los dientes y se controló. Si no había escalera, entonces tendría que saltar.

Estaba jadeando. Acabó por volver a su posición inicial, por encima de la casa del farero. Miró abajo otra vez.

Estaba alto. No tanto como si saltara hasta el suelo, pero de todos modos aún estaba muy alto. De hecho, parecía imposible sobrevivir a un salto desde semejante altura, pero antes de que pudiera realizar una evaluación racional, una imagen volvió a centellear en su mente. Esta vez, era su cabeza la que estaba abierta por la mitad. Sangre por todos lados. La cara de Shuya cubierta de sangre. Tenía que escapar. No importaba cómo. Simplemente tenía que escapar. No había tiempo que perder.

Yuko se agachó y se deslizó entre la insegura valla metálica. Los barrotes estaban muy separados y había sitio de sobra. Pasó entre ellos. Sujetándose en la barandilla por el exterior, se colocó en el borde de la balconada, apenas sobre unos diez centímetros de saledizo, pero la vista bajo sus pies le hizo temblar. Aquello estaba demasiado alto… saltar era imposible… simplemente estaba demasiado alto…

De repente, su visión se agitó violentamente. Se le había resbalado un pie. Un lado de la espinilla golpeó el borde de cemento de la balconada (sintió cómo se le raspaba la piel) y el cuerpo de Yuko voló por el aire.

—¡AAAAAAAH…! —gritó aterrorizada.

Pero al mismo tiempo, sus manos se agitaron en el aire y consiguió aferrarse a un delgado barrote metálico de la barandilla. Yuko quedó colgando de la balconada, balanceándose.

Agarrada a la barandilla, Yuko jadeaba sin resuello. Casi se había matado. Estaba viva por milímetros. Inspiró profundamente y se concentró en dedicar toda su fuerza a sujetarse con las manos. Lo primero que tenía que hacer era elevar el cuerpo y volver al otro lado de la barandilla. Luego tendría que ocurrírsele algo para luchar con Shuya Nanahara. Eso era lo único que…

El fuerte viento silbaba a su alrededor y zarandeaba su cuerpo. Yuko volvió a gritar mientras sus manos, aferradas al barrote metálico, comenzaban a resbalarse. Las palmas de sus manos apenas conseguían sujetarse en el borde de la balconada. Ahora ya ni siquiera podía alcanzar otros barrotes.

Se sorprendió al descubrir que sus palmas estaban rezumando sudor. Estaba abrumada por el miedo y el pánico. ¿Cómo cómo cómo cómo era posible que estuviera sudando en ese momento? Sus manos… sus manos estaban resbalando.

El meñique de la mano derecha resbaló y ya no pudo regresar al barrote de la balconada.

—¡No! —gritó. Luego, el dedo anular. Notó que la uña del dedo índice se clavaba, pero se le saltó y eso fue todo. Su cuerpo se balanceó en el abismo; su mano izquierda era ahora el único punto de contacto con la balconada. Y ahora esta también…

—¡Aaaaaaah…! —Mientras gritaba, Yuko estaba abrumada por la sensación onírica de que ya estaba cayendo…

Pero entonces sintió un golpe que le recorrió todo el brazo hasta el hombro. Su caída se detuvo menos de medio metro más abajo.

Balanceándose como un péndulo sobre su brazo izquierdo, Yuko miró hacia arriba y vio a Shuya Nanahara al otro lado de la barandilla, alargando el cuerpo, con el brazo derecho estirado hacia fuera y con la mano agarrándole la muñeca.

Durante un instante, Yuko miró el rostro de Shuya, pero al instante siguiente, comenzó a gritar…

—¡No…!

Por supuesto, si él la soltaba, moriría; ¡pero es que era Shuya Nanahara el que la estaba sujetando por la mano!

—¡No! ¡No…!

Tenía los ojos abiertos como platos y el pelo enmarañado, y seguía gritando mientras se preguntaba: «¿Por qué? ¿Por qué estás intentando salvarme? ¿Es que quieres utilizarme para sobrevivir? O… oh, ya lo entiendo. ¡Quieres matarme con tus propias manos!».

—¡No! ¡Déjame, déjame! —gritó Yuko. Cualquier rastro de pensamiento racional había desaparecido de su cabeza—. ¡No! ¡Prefiero matarme aquí que permitir que tú me mates! ¡Suéltame! ¡Suéltame!

Cualquiera que fuera el pensamiento de Shuya al oír aquello —aunque a lo mejor no estaba pensando en nada en absoluto—, su expresión permaneció impasible.

—¡No te muevas! —le gritó.

Yuko volvió a mirar a Shuya… y se dio cuenta de que el vendaje bajo el collar metálico que cubría la herida de su cuello estaba empapado con la sangre que ahora chorreaba por su hombro desnudo.

La sangre se escurría por el brazo y llegó hasta la mano de Yuko.

Shuya dejó escapar un gemido. Agarró la mano de la muchacha con más fuerza y su rostro comenzó a sudar. Yuko se dio cuenta de que no era solo su cuello: todo su cuerpo estaba cubierto de graves heridas. A la vista de cómo estaba sujetando todo su peso con el brazo derecho y cómo intentaba levantarla, tenía que estar sufriendo indecibles dolores.

Yuko estaba boquiabierta. «¿Por qué? ¿Por qué intentas salvarme cuando te estás muriendo de dolor…? Es…».

Extrañamente, de repente lo vio todo claro. La turbia neblina que velaba sus pensamientos se aclaró súbitamente como si la brisa marina que zarandeaba su cuerpo la hubiera disipado. La imagen de Shuya sujetando el hacha ensangrentada, mirando el cadáver de Tatsumichi Oki, se desvaneció de repente como arrastrada por el viento, y todos sus recuerdos anteriores (aunque apenas habían transcurrido dos días) de la clase de tercero B, junto con los gestos amables de Shuya Nanahara, volvieron a revivir plenamente. Cómo bromeaba con sus amigos, Yoshitoki Kuninobu y Shinji Mimura, y lo serio que parecía cuando ensayaba unos acordes de guitarra mientras practicaba en el aula de música y su aire triunfal en la segunda base después de hacer un bateo espectacular en la tercera salida durante la clase de gimnasia… (Ella siempre se las arreglaba para verlo desde el gimnasio donde jugaba a voleibol). Y luego, cuando estaba pálida por la regla, cómo le decía cariñosamente, «¿Qué pasa, Yuko? Estás un poco pálida…», y luego interrumpía al profesor de inglés, el señor Yamamoto, y llamaba a la ayudante de la enfermera, Fumiyo Fujiyoshi. Y lo preocupado que parecía entonces.

Oh, no… Yuko finalmente comprendió la situación. «Es Shuya. Está intentando salvarme. Yo… ¿por qué? ¿Por qué se me metió en la cabeza que tenía que matarlo? ¿Por qué pensé semejante cosa? Es Shuya. Y siempre he pensado que era un chico estupendo… que era realmente agradable, pero no…».

Entonces, un pensamiento muy distinto le cruzó la frente. Lo que había hecho y sus consecuencias. Yuko, una vez más, se puso pálida.

«Yo… Mi mente estaba desquiciada… y… y por eso acabé haciendo…».

Yuko comenzó a llorar. Shuya lo vio y pareció confuso.

—¡Shuya! —gritó la muchacha—. Yo… ¡fui yo! ¡Yo intenté matarte!

Shuya parecía sorprendido mientras Yuko lo miraba, entre lágrimas.

—Yo… yo… yo creí que habías matado a Tatsumichi… os vi a los dos… y tuve miedo. Tuve mucho miedo. Así que intenté envenenar tu comida… pero Yuka al final fue quien la probó… y entonces todas… todas…

Shuya lo entendió todo entonces. Escondida entre unos arbustos cercanos, Yuko había visto cómo le arrancaba el hacha del cráneo a Tatsumichi Oki después de luchar con él. Ni siquiera había visto cómo habían aparecido Kyoichi Motobuchi y Shogo después. Solo había sido testigo de un instante. Podía haber interpretado aquello como un acto de autodefensa por parte de Shuya o como un accidente, pero Yuko había tenido demasiado miedo para confiar en Shuya. Y por eso había envenenado la comida, para matarlo, pero Yuka la había probado por casualidad, y todas entraron en un torbellino de pánico. La culpable, Yuko, había resultado al final la única superviviente.

—¡Vale, vale…! —le gritó Shuya—. No pasa nada, tú simplemente no te muevas. Te subiré…

Shuya prácticamente estaba tendido en el suelo de la balconada, con el cuerpo sobresaliendo entre dos barrotes, pero como su brazo izquierdo estaba inutilizado, no podía agarrarse a la barandilla. Con todo, retorció el cuerpo y finalmente consiguió hacer palanca con la pierna para poder apoyar la espalda. Hizo todo lo posible por sujetar la muñeca de Yuko. El dolor de las heridas… de su costado, su hombro izquierdo y la parte derecha del cuello, era insoportable. Pero…

Con la cara llena de lágrimas, Yuko hizo un gesto de desesperación.

—No. No. Fue por mi culpa, todas… todas… —decía, y de repente intentó retorcerse y liberarse de la mano de Shuya. Él se aferró aún con más fuerza como respuesta instintiva, pero la sangre que resbalaba desde su cuello de repente hizo que su mano resbalara.

Yuko soltó la mano de Shuya y, de golpe, el brazo de Shuya se vio liberado de todo el peso.

El rostro de Yuko comenzó a alejarse.

Con un golpe sordo, la chica cayó de espaldas en el techo de la casa del farero. En vez de haber resbalado y haber caído en ese lugar, parecía como si hubiera aparecido allí súbitamente, como en una serie de fotografías captadas con la técnica del time-lapse.

Su cuerpo, con su camisola de marinero y su faldita tableada, estaba desvencijado allí… Se había roto el cuello y su cabeza adoptaba una posición muy rara respecto al resto de su cuerpo. De la coronilla partía una sustancia rojiza con la forma de una hoja de arce marchita.

—Oh…

Shuya se quedó mirándola, allá abajo, con el brazo colgando en el vacío desde la balconada.

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