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Cuando Shuya escuchó el estropicio de platos, simplemente pensó; «Oh, vaya, una de esas patosas debe de haber tirado un plato…», pero cuando a aquel ruido le siguió una discusión, se incorporó en la cama.

Sentía un dolor agudo recorriéndole todo el costado izquierdo, por el estómago y en el omóplato del hombro. Shuya se quejó, pero utilizando el brazo derecho consiguió salir de la cama y bajar al suelo con los pies descalzos. Solo llevaba puestos los pantalones del uniforme escolar. Odiaba las discusiones. Creyó oír a Yukie gritar.

Shuya se acercó tambaleando a la puerta y apoyó la mano en el picaporte. Este giró, pero cuando empujó… la puerta parecía cerrada. A través de la ranura de un centímetro vio un tablón de madera colocado diagonalmente contra la puerta. Tal y como Yukie le había advertido, habían construido un cerrojo improvisado.

Shuya agarró el picaporte y lo agitó violentamente varias veces, pero la puerta no cedió ni un milímetro. Sacó los dedos por la ranura, pero el tablón, colocado contra la puerta, se negaba a moverse ni siquiera un poco.

A punto de darse por vencido, inspiró profundamente. De repente, oyó aquel traqueteo tan conocido de ametralladoras a través del hueco de la puerta, seguido de varios gritos.

Shuya palideció. ¿Estaban siendo atacados? Pero si era Kaz… En cualquier caso, algo iba mal.

Shuya se las arregló para conseguir que su cuerpo herido no se tambaleara. Levantó el pie derecho y pateó la puerta con el talón de su pie descalzo, usando la técnica de la patada frontal que le había enseñado Hiroki. Pero la puerta apenas vibró siquiera con la patada, haciéndole perder el equilibrio. Cayó de espaldas al suelo y sintió un agudo dolor por todo el costado. También se dio cuenta de que necesitaba ir a hacer pis, pero eso podía esperar.

¡RATATATATAT…! Más ametralladoras, Y luego, más ¡RATATA-TATAT!

Shuya regresó junto a la cama y levantó el somier de hierro. La cama quedó tumbada sobre un lateral con un golpe seco, y la manta y las sábanas se deslizaron hasta el suelo.

Shuya agarró con fuerza la cama, colocó un extremo contra la puerta y se puso en otro lado. Entonces, utilizándola como ariete, golpeó la puerta con todas sus fuerzas. La puerta dejó escapar un crujido. Un golpetazo más.

¡BANG! Un disparo. Esta vez, uno solo.

La cama golpeó furiosamente la puerta de madera, que se partió por la mitad con un crujido y se abrió hacia el pasillo. Shuya retiró la cama de la puerta y dejó que cayera contra el suelo.

Otro estallido, una espantosa ráfaga de tiros, como una feroz máquina de escribir, retumbó en el pasillo. Shuya salió al corredor. Todo estaba a oscuras, porque las ventanas estaban selladas con planchas de madera, así que el pasillo sin luces estaba en tinieblas. La entrada quedaba a su izquierda. La puerta de la estancia contigua estaba medio abierta, y la luz se filtraba hasta el fondo del pasillo, formando un frío corro de luz.

Shuya cogió uno de los fragmentos más grandes de las planchas que formaban la puerta, aproximadamente de un metro de longitud. Consiguió arrastrar su cuerpo dolorido por el pasillo. Todo parecía completamente en silencio ahora. «¿Qué demonios habrá ocurrido? ¿Habrá atacado alguien o…?».

Shuya se acercó cautelosamente a la puerta. Miró sin ser notado por la abertura y vio la cocina, donde estaban Yukie Utsumi y Haruka Tanizawa, tendidas junto a la mesa. Más allá estaba Yuka Nakagawa. («¿Qué demonios es eso que tiene en la cara?»). Chisato Matsui estaba muerta, apoyada contra la pared, a la derecha. Alguien estaba tendida boca abajo bajo la mesa. Tenía que ser Satomi Noda, porque la única persona viva de la escena, era esa chica relativamente delgada que le daba la espalda, con el pelo sedoso y liso, como hasta los hombros: Yuko Sakaki… A menos que Shuya estuviera equivocado.

Había varias armas esparcidas por allí, en torno a los cuerpos tendidos del grupo de Yukie. Notó enseguida el hedor de la sangre esparcida por todo el suelo.

Shuya se quedó paralizado y conmocionado. Aquella parálisis imposible era exactamente la misma que al ver el cadáver de Mayumi Tendo delante de la escuela.

¿Qué había ocurrido? ¿Cómo podía haber sucedido aquello? Yukie, que acababa de decirle «Podrías escuchar al menos a la chica que está enamorada de ti», ahora estaba tirada en el suelo, y muerta. También había otras cuatro allí caídas. ¿Estaban muertas? ¿Muertas?

Yuko, con la espalda vuelta hacia Shuya, no tenía armas en la mano. Simplemente estaba allí plantada, como un venusiano que de repente hubiera caído en Plutón.

Shuya estaba medio aturdido cuando se aferró lentamente al picaporte de la puerta, la abrió y entró en la sala.

Yuko se volvió. Miró a Shuya con los ojos inyectados en sangre, pero inmediatamente se fue hacia la pistola que estaba en el suelo, entre Yukie y Haruka.

Shuya también salió de su aturdimiento. Con un gesto de dolor, lanzó la tabla que llevaba en la mano y realizó un perfecto lanzamiento, igual que los que hacía en la Liga Infantil de Béisbol. (No estaba seguro desde luego de que existiera semejante deporte en el mundo. Parecía más propio de un planeta lejano, en la remota galaxia de Andrómeda, donde sus habitantes jugarían a lanzar tablas utilizando tres de sus cinco brazos, aunque el uso de una cola estaría permitido en la última entrada).

La tabla golpeó el suelo justo delante de Yuko y rebotó. Esta se quedó parada mientras se cubría la cara con la mano y caía hacia atrás en el suelo ensangrentado.

Shuya se precipitó hacia la pistola. Sabía que, en aquel caos, Yuko con un arma solo conseguiría empeorar las cosas.

Yuko gritó y retrocedió. Se levantó, miró a su alrededor y corrió hasta el otro extremo de la sala. Pasó junto a la mesa y desapareció por una puerta que estaba abierta. Se escucharon unos golpes metálicos. ¿Eran escaleras?

Shuya se asomó a la puerta un momento después de que la muchacha hubiera desaparecido. Pero luego corrió hacia Yukie y se arrodilló a su lado.

Comprobó que tenía el pecho como un colador. La sangre estaba rezumando bajo su cuerpo, y alrededor, y tenía los ojos pacíficamente cerrados, como si estuviera durmiendo. Con la boca entrecerrada…

Ya no respiraba.

—¡Noooo! —gritó Shuya. Alargó su mano derecha herida para acariciar aquel rostro sosegado. Sintió que las lágrimas brotaban en sus ojos por primera vez desde el inicio del juego. ¿Se debía a que habían estado hablando hacía solo unos minutos? ¿O era por lo que había dicho…? «No habría sabido qué hacer si hubieras muerto… ¿Entiendes lo que te quiero decir? ¿Lo entiendes?».

Su rostro lloroso pero aliviado. Su rostro melancólico. Y ahora… su extraño rostro tranquilo.

Shuya miró alrededor. No había ninguna necesidad de comprobar nada. La cara de Yuka Nakagawa había cambiado de color. Una espuma sanguinolenta le goteaba por la boca. Satomi Noda yacía boca abajo, con un charco de sangre bajo la cabeza. La espalda de Chisato Matsui estaba llena de agujeros de bala y Haruka Tanizawa… prácticamente le habían arrancado el cuello.

«Pero ¿cómo…? ¿Cómo es posible esto…?».

Shuya volvió a mirar a Yukie. Su brazo izquierdo, casi paralizado, sujetaba su brazo derecho, y así pudo levantarla. Puede que fuera un gesto sin sentido, pero Shuya tenía que hacerlo.

Mientras sujetaba el cadáver, oyó cómo la sangre goteaba en el suelo, desde los agujeros de su pecho. La cabeza le colgaba hacia atrás y su pelo, recogido en coletas, le rozó el brazo. Recordó su voz de nuevo. «¿Entiendes lo que te quiero decir?».

Shuya rompió a llorar. Las lágrimas cayeron sobre el uniforme de Yukie.

Entre sollozos, Shuya se mordió el labio y cariñosamente la volvió a dejar en el suelo. Se hizo con la Browning que Yuko había intentado coger. Avanzó por la estancia hasta el final, por donde había huido Yuko. Sentía su cuerpo increíblemente pesado. Y no era solo porque estuviera herido. Se enjugó las lágrimas con el brazo derecho desnudo, con la Browning en la mano.

Cruzó la puerta. Era un espacio cilíndrico construido solo a base de cemento. La torre. El faro. Había una gruesa columna de acero en el centro y una escalera metálica de espiral se enredaba en ella y ascendía. No había ventanas, solo una franja de luz procedente de arriba.

—¡Yuko! —gritó Shuya. Comenzó a subir las escaleras mientras gritaba—. ¿Qué ha pasado, Yuko?

La chica ya no estaba en la parte de arriba de las escaleras. Pero él oyó el eco de su grito en el espacio cilíndrico del faro. Shuya frunció el ceño… y comenzó a subir rápidamente las escaleras. La herida del costado empezó a dolerle horrorosamente. Pensó incluso que podía estar sangrando, porque notaba que los vendajes estaban empapados…

QUEDAN 9 ESTUDIANTES