57

El comunicado de Sakamochi de las seis de la mañana despertó a Tadakatsu. No había dormido ni siquiera dos horas, pero insistió en que era suficiente y se desató el pañuelo en torno a su muñeca para poder agarrar bien el revólver. Luego se sentó junto a Mitsuko y Yuichiro, quien insistió en que la muchacha durmiera antes que él, pero ella se negó, así que Yuichiro acabó tumbándose. (Para entonces ya sabían que cuatro estudiantes —Keita Iijima, Toshinori Oda, Yutaka Seto y Shinji Mimura— habían muerto en las últimas horas. Las nuevas zonas prohibidas no estaban en su vecindad).

Tadakatsu se enojó al descubrir que había desaparecido el cinturón de las muñecas de Mitsuko, pero Yuichiro consiguió convencerlo de que no pasaría nada. Por supuesto, aunque este no le hubiera desatado el cinturón, Mitsuko contaba con quitárselo de todos modos, utilizando a Tadakatsu.

Pues bien.

No podía permitirse el lujo de perder tiempo. Si por casualidad se presentaba por allí Hiroki Sugimura, le desmontaría toda la coartada. (Se preguntó qué andaría haciendo y por qué estaría dando vueltas por toda la isla de aquel modo. ¿Estaría, como Yuichiro y Tadakatsu, intentando encontrar a otros con los que unirse?) Y luego estaba lo del tío con la ametralladora.

Aunque Yuichiro le había dicho a Mitsuko con una sonrisa que seguramente no sería capaz de dormir, se había quedado frito en cuestión de cinco minutos. Dado que era un otaku, no era previsible que tuviera mucho aguante. Debía de estar cansado. Al contrario que Tadakatsu, que roncaba, Yuichiro cayó en un susurrante y profundo sueño propio de un bebé.

Tadakatsu estaba sentado y apoyado contra un árbol, a unos tres metros de Mitsuko. Tenía una buena mata de pelo, corto, y un ligero acné en las mejillas. Y su mirada escrutaba cuidadosamente a Mitsuko. El revólver, en su mano derecha, ya no apuntaba a la muchacha, pero tenía el dedo inflexiblemente pegado al gatillo, como si quisiera indicar que podía pegarle un tiro en cualquier momento.

Mitsuko esperó otra media hora y luego, después de confirmar que Yuichiro estaba dormido (le estaba dando la espalda), se volvió hacia Tadakatsu y le dijo en voz baja:

—No tienes por qué mirarme así. Soy inofensiva.

Tadakatsu hizo una mueca de duda.

—Nunca se sabe.

Como para responder a la contestación de Tadakatsu, Mitsuko inspiró profundamente para dar a entender su cansancio. Luego movió las piernas y, colocando una como apoyo, levantó la otra rodilla hasta la barbilla.

Su faldita plisada se deslizó suavemente, revelando casi todos sus blancos muslos, pero Mitsuko no hizo nada más que mirar a otro lado, fingiendo que no se había dado cuenta.

Estaba segura que Tadakatsu se había puesto nerviosillo. Ja. «¿Qué? ¿Me estás viendo las braguitas? Son de seda rosa».

Mitsuko se quedó como estaba. Luego, lentamente, volvió la mirada hacia Tadakatsu.

Este apartó rápidamente la mirada. Por supuesto, hasta entonces sus ojos habían estado clavados en las piernas de la chica.

Pero Mitsuko aún siguió actuando como si no se enterara de nada.

—Oye, Tadakatsu —le dijo.

—¿Qué?

Tadakatsu parecía estar haciendo todo lo posible para mantener aquel amenazador distanciamiento entre ellos, pero ahora su voz sonó ligeramente temblorosa.

—Tengo mucho miedo.

Pensaba que Tadakatsu diría algo desagradable de nuevo, pero no contestó, y solo se quedó mirándola.

—¿Tú no tienes miedo?

Tadakatsu movió el entrecejo levemente, pero luego asintió:

—Pues claro que lo tengo. Por eso debo andarme con ojo contigo.

Mitsuko apartó con tristeza la mirada de Tadakatsu.

—Aún no confías en mí.

—No me culpes por ello —replicó él, pero el tono de su voz ya no era ni siquiera la mitad de hostil de lo que había sido antes—. Sé que me estoy repitiendo, pero simplemente no quiero morir.

Mitsuko se volvió rápidamente hacia Tadakatsu.

—Yo estoy en el mismo barco que tú —dijo un tanto enfáticamente—. No quiero morir. Pero si no confías en mí, entonces nunca podremos colaborar y encontrar un modo de salvarnos.

—Hum… bueno… —Tadakatsu hizo un gesto como si pensara en admitirlo—. Bueno, ya lo sé… pero…

Mitsuko sonrió cariñosamente. Miró a los ojos del muchacho y sus labios rojos, tan bien formados, esbozaron una sonrisa. Era diferente de la que había mostrado durante su conversación, un tanto idílica, con Yuichiro. Aquella era la sonrisa especial de ángel caído de Mitsuko Souma. Los ojos de Tadakatsu, tan abiertos, estaban embobados.

—Oye, Tadakatsu —dijo, recuperando su carita de niña aterrorizada. Era un constante vaivén entre ambas expresiones, la virgen y la puta, el día y la noche. «Vaya… Parece el título de una peli».

—¿Qué…?

—Ya sé que te lo he dicho, pero lo único que me pasa es que tengo miedo.

—Ah… ya…

—¿Y qué? —Lo miró directamente a la cara.

—¿Y qué qué? —Cualquier rasgo de enemistad y suspicacia parecía haberse desvanecido de la voz y el rostro de Tadakatsu.

Mitsuko inclinó la cabeza ligeramente y le preguntó:

—¿Podemos hablar un poquito?

—¿Hablar? —dijo el muchacho, frunciendo el ceño—. ¿No es eso lo que estamos haciendo ahora?

—No seas estúpido —susurró Mitsuko—. ¿Tengo que deletreártelo? —Clavada su mirada en Tadakatsu, hizo un gesto con la barbilla hacia Yuichiro—. Aquí no, ¿vale? Quiero hablar contigo, pero no delante de él.

Con la boca ligeramente abierta, Tadakatsu le echó un vistazo a Yuichiro y luego se volvió hacia la muchacha.

—¿Vale? —dijo Mitsuko.

Se levantó, miró a su alrededor y decidió que los arbustos que Tadakatsu tenía detrás serían el mejor sitio. Avanzó un poco y pasó junto a él, ladeó la cabeza ligeramente y luego siguió adelante. No estaba completamente segura de que el muchacho hubiera picado el anzuelo, pero cuando escuchó el sonido de sus pisadas tras ella, se convenció de que ya estaba mordisqueando el cebo.

Mitsuko se detuvo aproximadamente a veinte metros de donde estaba durmiendo Yuichiro. Igual que la otra zona, era un pequeño claro rodeado de arbustos.

Cuando la muchacha se volvió, apareció Tadakatsu, abriéndose paso entre el follaje. Traía la mirada obnubilada. Pero a lo mejor esto era inconsciente. Aún seguía aferrado con firmeza a su pistola.

Mitsuko inmediatamente se bajó la cremallera de su falda. Su falda plisada cayó al suelo, dejando al aire sus piernas en la turbia luz del amanecer. Pudo comprobar que el muchacho estaba aguantando la respiración.

Luego se desprendió de la bufanda y se desnudó. Al contrario que las otras chicas, nunca había sido tan decente para llevar una camiseta, así que ya solo le quedaban el sujetador y las bragas. Ah, bueno, también tenía que quitarse los zapatos. Cuando se los quitó, miró a Tadakatsu con su sonrisa de ángel caído.

—Mit… Mitsuko… —Tadakatsu apenas era capaz de decir nada.

Ella decidió ir a lo seguro.

—Tengo mucho miedo, Tadakatsu. Así que…

Este se acercó a la muchacha dubitativo y nervioso.

Mitsuko bajó la mirada hasta su mano, fingiendo que acababa de ver la pistola, y dijo:

—Deja eso por ahí…

Tadakatsu levantó la mano, como si de repente se hubiera dado cuenta de su existencia, y miró el arma. Entonces la tiró al suelo, lejos de ellos.

Y se acercó más a ella.

Mitsuko le dedicó una bonita sonrisa, abrió los brazos y rodeó con ellos su cuello. El cuerpo del muchacho temblaba, pero en el momento en que Mitsuko le ofreció sus labios, inmediatamente comenzó a besarlos con fruición. Mitsuko respiraba de manera apasionada.

Un poco después, sus labios se separaron.

Mitsuko miró a los ojos a Tadakatsu y le dijo:

—¿Es tu primera vez, eh?

—¿Y qué? —dijo este, con la voz temblorosa.

Ambos se tumbaron en la hierba, con Mitsuko debajo.

Tadakatsu inmediatamente buscó sus pechos.

«Menudo idiota, se supone que te tienes que entretener un rato antes de hacer eso», pensó Mitsuko. Pero en vez de protestar, «Aaaah», las rudas manos de Tadakatsu le arrancaron el sujetador y se aferraron a sus grandes tetas, ahora al aire. Luego bajó la cabeza hasta ellas…

La muchacha continuaba fingiendo que estaba extasiada (al estilo exagerado de las pelis porno), pero entretanto su mano derecha bajaba hasta sus bragas.

Sus dedos localizaron un objeto duro y delgado.

Las chicas malas seguramente ya no utilizaban unos instrumentos tan baratos y tan burdos. Pero aquello había sido el arma preferida de Mitsuko desde hacía mucho tiempo. De hecho, el arma más útil en esos momentos era algo que pudiera esconder en las bragas.

Tadakatsu estaba muy ocupado besando las tetas de Mitsuko. Con la mano izquierda buscó la entrepierna de la muchacha. Ella dejó escapar entonces un quejido, pero la mirada de Tadakatsu estaba concentrada en sus tetas. Tenía la nuca al descubierto.

Mitsuko acercó lentamente la mano derecha a su cuello.

«Lo siento, Tadakatsu. Pero al menos te largarás con una bonita imagen en la retina, así que seguro que puedes perdonarme, ¿verdad? En fin, una lástima que no acabemos esto…».

Mitsuko acarició dulcemente el cuello de Tadakatsu. Tenía el objeto entre el índice y el dedo corazón.

Un pájaro graznó en los alrededores, ruidosa y desafortunadamente.

Tadakatsu levantó la mirada de manera instintiva y miró en aquella dirección.

Era solo el sonido de un pájaro graznando. Lo que de verdad consiguió que Tadakatsu abriera los ojos como platos fue naturalmente la afilada cuchilla de afeitar que Mitsuko sujetaba en la mano y que ahora tenía delante de la cara.

«¡Maldita sea! ¡No he podido escoger peor momento!». Aquellos pensamientos cruzaron su mente, pero Mitsuko de todos modos rasgó el aire con la cuchilla.

El muchacho lanzó un lamento y se separó de Mitsuko. La cuchilla segó su cuello, pero el corte era demasiado superficial para resultar mortal. «Joder, qué mala suerte, buenos reflejos… Vale, ya sé que eres jugador de béisbol».

Tadakatsu se puso en pie, con los ojos abiertos como platos. Miró atónito a Mitsuko, que estaba tendida en el suelo, mientras intentaba incorporarse. El muchacho parecía como si estuviera a punto de decir algo, pero era evidente que había perdido el habla.

A ella le importaba un bledo lo que le pasara a Tadakatsu. Se puso en pie de un brinco e hizo amago de lanzarse inmediatamente a por el revólver que había quedado a su derecha.

Pero Tadakatsu se lanzó por delante de ella en plancha. Alcanzó la pistola que estaba en el suelo, rodó por la hierba y se incorporó de rodillas. Ya desde la escuela de primaria, Tadakatsu jugaba en la posición de stopper corto que antaño ocupara Shuya Nanahara (aunque él y Shuya habían ido a distintos colegios, la fama de este último como jugador estrella de la Liga Infantil de Béisbol estaba tan extendida que hasta Mitsuko había oído hablar de él), así que sus reflejos funcionaron a la perfección. «Vaya, parece que el equipo de béisbol del instituto de Shiroiwa está en buenas manos, ¿eh? Bueno, al menos no te has quitado los calzoncillos. Habría resultado patético verte hacer eso desnudo».

Una vez que Mitsuko se dio cuenta de que Tadakatsu alcanzaría la pistola antes que ella, cambió de estrategia. Escuchó algunos disparos a su espalda, pero no la alcanzaron porque se metió corriendo enseguida entre el follaje.

Podía oír a Tadakatsu, que iba corriendo tras ella. La alcanzaría. Eso estaba claro.

Mitsuko acabó saliendo del bosquecillo. Allí estaba Yuichiro Takiguchi. Al parecer había oído los disparos, se había despertado y, entonces, percatándose de que sus dos compañeros se habían ido, empezó a buscarlos por los alrededores. Pero cuando la mirada de Yuichiro se cruzó con la de Mitsuko, el muchacho pareció atónito y embobado. (Por supuesto. Estaba medio desnuda. ¡Qué sorpresa! El show nocturno de Mitsuko Souma. Ah, espera, que era por la mañana).

—¡Yuichiro! —Mitsuko gritó y corrió hacia él. No olvidó descomponer el gesto como si estuviera aterrorizada.

—Pero… pero… ¿qué ocurre, Mitsuko?

Para cuando Tadakatsu Hatagami había conseguido abrirse paso entre los arbustos y el follaje, Mitsuko ya se encontraba refugiada tras Yuichiro, encogida a su espalda. Como este solo era cuatro o cinco centímetros más alto que ella, apenas podía esconderse tras él, pero, en fin, valía.

—¡Yuichiro! —Tadakatsu se detuvo y, levantando la pistola, gruñó—: ¡Apártate de mi camino!

—¡Esp… espera…! —Con la cara aún adormilada, Yuichiro hablaba precipitadamente, tal vez porque aún no había comprendido del todo cuál era la situación. Mitsuko se aferró a sus hombros por detrás, y se apretó con el cuerpo medio desnudo contra su espalda.

—Pero ¿qué te pasa? —preguntó Yuichiro.

—¡Mitsuko ha intentado matarme! ¡Te lo dije, tío!

Aún escondida tras Yuichiro, ella dijo con una débil vocecita:

—Eso… eso no es verdad. Tadakatsu ha intentado violarme… me amenazó con esa pistola. ¡Por favor, ayúdame, Yuichiro!

El rostro de Tadakatsu se retorció en un rictus de desesperación.

—¡Eso… eso… eso no es verdad, Yuichiro! ¡Mira! —Y Tadakatsu se señaló el cuello, con la mano que tenía libre. El pequeño corte tenía una ligera mancha de sangre—. ¡Me ha atacado con una cuchilla de afeitar!

Yuichiro se giró y miró a Mitsuko por el rabillo del ojo. Ella negó con la cabeza con un gesto tan inocente como le fue posible, como si estuviera aterrorizada. Ya estaba actuando de virgen otra vez.

—Estaba tan desesperada que… tuve que arañarlo… Entonces, Tadakatsu pareció que se volvía loco. Intentó dispararme con esa horrible pistola.

Naturalmente, ya se había deshecho de la cuchilla de afeitar en su huida entre los arbustos. Aunque la obligaran a quitarse toda la ropa (y ya estaba prácticamente desnuda, de todos modos), no habrían encontrado ninguna prueba contra ella.

El rostro de Tadakatsu enrojeció de ira.

—¡Apártate, Yuichiro! —gritó—. ¡Voy a pegarle un tiro!

—Espera… —dijo Yuichiro, haciendo todo lo posible por que su voz sonara tranquila y calmada—. No sé quién está diciendo la verdad…

—¿Qué? —exclamó Tadakatsu, pero Yuichiro no pareció intimidado. Levantó la mano derecha hacia su amigo.

—Dame tu pistola. Entonces veremos quién dice la verdad.

El rostro de Tadakatsu se retorció en un rictus extraño, como si estuviera a punto de gritar de dolor. Y con aquel mismo rostro, le gritó a Yuichiro:

—¡No podemos permitirnos el lujo de perder el tiempo ahora! ¡Y te va a matar a ti también si no nos libramos de ella ahora mismo!

—¡Eso que dices es horrible! —gritó Mitsuko—. Yo jamás haría una cosa así. Ayúdame, Yuichiro… —Y se apretó fuerte contra los hombros del muchacho.

Yuichiro hizo gala de su paciencia y tendió la mano hacia su amigo.

—Dámela, Tadakatsu, si estás diciendo la verdad.

Este volvió a hacer muecas de desesperación.

Pero al final, después de suspirar larga y profundamente, hundió los hombros, resopló y bajó la pistola. Quitó el dedo del gatillo, le dio la vuelta para ofrecerle la empuñadura a su amigo y se la fue a entregar a Yuichiro como si no tuviera otra opción.

Por supuesto, Mitsuko todavía lucía su carita llorosa, pero había un leve destello en su mirada. El momento clave se produciría cuando la pistola quedara en manos de Yuichiro. Sería fácil quitársela. La cuestión era cómo.

Yuichiro asintió y se adelantó.

Pero entonces…

Fue un movimiento casi idéntico al que Hiroki Sugimura había hecho con el Colt del 45 del Gobierno contra Mitsuko. Como un truco de magia, el revólver giró en la mano de Tadakatsu. Al mismo tiempo, él se arrodilló con una pierna y se inclinó hacia un lado. El arma apuntó directamente a Mitsuko, y la línea de tiro pasaba justo junto al brazo izquierdo de Yuichiro. Ahora que ya no estaba agazapada a la espalda de Yuichiro, ella se encontraba absolutamente indefensa.

Yuichiro se volvió de inmediato hacia el objetivo de la pistola y miró a su espalda, a Mitsuko.

La muchacha parecía atónita y estupefacta.

«Estoy muerta».

Sin titubear, Tadakatsu apretó el gatillo.

Disparó. Dos tiros.

El cuerpo de Yuichiro cayó como en cámara lenta, delante de Mitsuko.

Delante estaba el aterrorizado rostro de Tadakatsu.

Pero entonces Mitsuko se adelantó veloz y cogió la hoz que Yuichiro tenía enganchada en la parte de atrás, como cuando se fue a dormir.

Lanzó la hoz, la hoja giró en el aire y su filo curvo fue a clavarse en el hombro derecho de Tadakatsu. El muchacho se dolió y dejó caer el revólver.

Mitsuko no perdió ni un instante. Cogió el bate de béisbol de Yuichiro y se abalanzó contra su enemigo. Rodeó a Yuichiro, que estaba tendido boca abajo, y corrió hacia Tadakatsu, y con el impulso que llevaba, dirigió un golpe de lleno con el bate hacia su cabeza, mientras él se tambaleaba, agarrándose el hombro herido.

«Ahí está… Aquí tienes algo que te resultará conocido: un bate de béisbol. Espero que te guste».

¡ZUMB! El grueso del bate golpeó de lleno su cara. Sintió el crujido del cartílago de la nariz y los huesos de las mejillas, y le arrancó de golpe varios dientes.

Tadakatsu se desvaneció. Mitsuko giró el bate para asestarle un golpe en la frente. ¡CRACK! Se le hundió la cara. Los ojos se le salieron de las órbitas y las manos se le contrajeron y formaron dos puños. Un giro más del bate, y esta vez apuntó al puente de la nariz. Entrenamiento Especial de Mitsuko Souma para los Mil Bateos. «Vamos, vamos, esta vez la vas a batear tan bien que la vas a sacar del estadio…».

Un estallido de sangre le salió a Tadakatsu por las narices.

Mitsuko dejó al final el bate. Toda la cara de Tadakatsu estaba llena de sangre. Seguro que ya estaba muerto. Unos gruesos reguerones de sangre le manaban de los oídos y de la nariz aplastada.

La muchacha tiró el bate y cogió la pistola que estaba en el suelo.

Luego avanzó hacia Yuichiro, que estaba tendido boca abajo.

El charco de sangre corría por la hierba bajo su cuerpo.

Había sido el escudo de Mitsuko. Un segundo.

Ella se arrodilló lentamente junto a Yuichiro. Podría asegurar que aún respiraba cuando se inclinó sobre él.

Después de pensarlo bien, Mitsuko se volvió para impedir que Yuichiro pudiera contemplar el cadáver de Tadakatsu. Luego lo cogió por los hombros para darle la vuelta.

Yuichiro se quejó y abrió los ojos aturdido. Su abrigo escolar tenía dos agujeros, uno en el pecho, a la izquierda, y otro en un costado. La tela negra estaba empapándose de sangre. Mitsuko intentó incorporarlo.

El muchacho miró a su alrededor durante unos momentos. Luego se concentró en Mitsuko. Su respiración entrecortada parecía animar débilmente los latidos de su corazón.

—Mits… Mitsuko —dijo—. ¿Dónde está Tadakatsu?

Mitsuko negó con la cabeza…

—Le entró el pánico cuando vio que te había disparado y… simplemente salió huyendo.

Tadakatsu había intentado matar a Mitsuko, así que la explicación no tenía mucho sentido. Pero seguramente Yuichiro ya no estaba en condiciones de pensar nada. El muchacho pareció asentir levemente.

—De… de verdad… —Parecía que ya no veía lo que tenía delante. Puede que solo tuviera una imagen parcial de Mitsuko a esas alturas—. Espero… espero que no estés… herida…

—Estoy bien —afirmó Mitsuko. Y luego añadió—: Me salvaste.

Yuichiro pareció esbozar una leve sonrisa.

—Lo s… lo siento. No creo que te pueda proteger más…. No me puedo mover…

Una arcada de sangre le vino a la boca y se derramó por las comisuras de los labios. Debía de tener los pulmones perforados.

—Lo sé… —Mitsuko se inclinó sobre él y cariñosamente abrazó su cuerpo. La larga melena de la muchacha se derramó sobre su pecho, y acabó manchándose con la sangre de sus heridas. Antes de que Mitsuko apretara sus labios contra los del muchacho, Yuichiro abrió los ojos, pero luego los cerró.

Aquel fue diferente de los besos de puta que le dio a Tadakatsu momentos antes. Era un beso dulce, cálido y suave, aunque estuviera mezclado con el sabor de la sangre.

Sus labios se separaron. Yuichiro abrió los ojos de nuevo, medio desmayado.

—Lo… lo siento —dijo—, parece que…

Mitsuko sonrió.

—Lo sé.

¡BANG, BANG, BANG! Yuichiro abrió mucho los ojos cuando recibió aquellos tres disparos.

Con la mirada clavada en el rostro de Mitsuko, y probablemente sin tener ni idea de lo que acababa de ocurrir, Yuichiro Takiguchi murió en el acto.

Mitsuko apartó lentamente el revólver humeante del estómago de Yuichiro y volvió a sujetar su cadáver. Observó sus ojos vacíos de vida y sin mirada.

—Eras un tío estupendo. Incluso me hiciste un poco feliz. No te olvidaré.

Le cerró los ojos. Casi con remordimientos, volvió a besar en los labios a Yuichiro. Aún estaban calientes.

Por fin el sol derramó su luz sobre las colinas occidentales de la montaña del norte. Oscurecidas por la sombra de la cabeza de Mitsuko, las pupilas de Yuichiro se dilataron rápidamente.

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