Hiroki Sugimura estaba cada vez más cansado. Había estado caminando sin parar casi desde el inicio del juego, así que su agotamiento era normal. Pero cada vez que escuchaba un comunicado de Sakamochi, su nivel de cansancio se elevaba como si de repente estuviera subiendo una escalera a toda prisa. Ya solo quedaban veinte estudiantes… Ni siquiera: por lo que Hiroki sabía, el número había descendido hasta diecisiete. Era difícil de creer, pero Shinji Mimura estaba muerto, al igual que Yutaka Seto y Keita Iijima.
Después de abandonar al grupo que se encontraba en la clínica, Hiroki se encaminó hacia la orilla noroeste de la isla, por la que nunca había andado ni investigado. Luego, un poco después de las once de la noche, oyó un fuerte tiroteo y regresó hacia el este de la zona central de la isla, con la intención de averiguar qué pasaba. Pero el ruido se detuvo antes de que llegara allí, así que no pudo descubrir nada. Luego se produjo el comunicado de medianoche y se anunciaron las nuevas zonas prohibidas. Mientras se adentraba en el sector que se encontraba justo al norte de la escuela, el F-7, que quedaría prohibido a la una de la madrugada, oyó un disparo, y luego aquel sonido familiar de una ametralladora.
Dado que se encontraba en un otero, observando el llano, Hiroki vio un flash repetido… lo que parecía un cañón escupiendo fuego en una granja que se encontraba justo al este de la zona residencial. Mientras descendía la loma, oyó una explosión ensordecedora. El cielo nocturno, por encima de la copa de los árboles, se iluminó. Luego volvió a escuchar aquel sonido de ametralladora.
Cuando llegó a los pies de la loma, vio un edificio incendiado, en el mismo lugar donde había visto los flashes. Hiroki pensó que el asaltante de la ametralladora podría estar todavía por allí, pero al igual que había hecho con Megumi Eto, tenía que averiguar qué había ocurrido. Se acercó zigzagueando hasta la cooperativa, aproximándose a la zona donde encontró el cuerpo de Shinji Mimura. La zona estaba destrozada y por todas partes había pequeños incendios. La nave —que debía de haber sido lo que había explotado— estaba destrozada y prácticamente ni existía ya. Escombros de todos los tamaños estaban esparcidos por lo que parecía haber sido un aparcamiento. Shinji estaba tendido boca abajo delante de una furgoneta, en el aparcamiento. Su cuerpo estaba cosido a balazos. Más tarde Hiroki descubrió los cuerpos de Yutaka Seto y Keita Iijima, entre los escombros.
No había ni rastro del atacante de la ametralladora, pero Hiroki pensó que muy probablemente alguien que decididamente había querido «participar en el juego» no dejaría de asomarse pronto por allí, así que abandonó rápidamente la zona.
Solo cuando cruzó la carretera que partía longitudinalmente la isla y se adentró en el bosque bajo de las colinas del sur pensó en Shinji, y lo hizo en la muerte de Shinji Mimura. Había algo increíble en aquella certeza, porque Hiroki lo conocía bastante bien. Ahora sonaba un poco ofensivo, pero siempre había pensado que Shinji era inmortal. Hiroki iba a la escuela de artes marciales y aprendió a pelear, pero al fin y al cabo solo era una cuestión de técnica. No tenía nada que hacer contra el poderío atlético innato de Shinji. Incluso cuando se habían enfrentado según las rígidas normas de las artes marciales, e incluso aunque Hiroki era diez centímetros más alto, Shinji siempre lo había vencido con suma facilidad. Además, era mucho más listo. Aunque Shinji no pudiera escapar del juego (pese a que probablemente lo habría considerado), Hiroki creía firmemente que nadie sería capaz de matarlo. Y, sin embargo, el que llevaba la ametralladora de algún modo había conseguido hacer precisamente eso: matarlo.
En todo caso, no podía permitirse el lujo de detenerse a lamentar la muerte de Shinji. Lo que importaba ahora era encontrar a Kayoko Kotohiki. Tenía que hallarla pronto: si el de la ametralladora lo hacía antes, una persona como Kotohiki no duraría ni medio minuto.
Dado que el sector G-3, prohibido a las tres de la madrugada, estaba en la zona septentrional de las montañas del sur, Hiroki decidió encaminarse hacia allí.
Ya se había pateado aquellas colinas varias veces. El cadáver de Takako Chigusa todavía estaba tendido en el sector H-4, en la región justo a la derecha y un poco al sur de la zona que quedaría prohibida a las tres. No podía enterrarla. Solo había podido cerrarle los ojos y cruzarle los brazos sobre el pecho. Su cuerpo todavía estaba fuera de la zona prohibida.
Mientras avanzaba cautelosamente en medio de la oscuridad, Hiroki pensó: «Soy un tío horrible». No había sido capaz siquiera de quedarse junto a su amiga más cercana desde la infancia. Probablemente había pasado cerca de ella cuando se dirigía al sector G-3.
«Lo siento, Takako. Aún tengo que ocuparme de una cosa. Ahora mismo lo que tengo que hacer es encontrar a Kayoko Kotohiki. Por favor, perdóname…».
Entonces se le ocurrió algo. Tenía que ver con Yutaka Seto.
El número de Yutaka era el inmediato al suyo, así que este había salido justo después de Hiroki. Pero, en aquellos momentos, Hiroki todavía estaba investigando los alrededores de la escuela, buscando frenéticamente un lugar donde esconderse y desde donde pudiera observar claramente la salida de la escuela, así que cuando se colocó en posición, Yutaka ya se había largado. Hiroki decidió que Takako sería su prioridad, y por eso dejó que salieran Haruka Tanizawa (la estudiante número 12) y Yuichiro Takiguchi (el estudiante número 13) sin prestarles atención. (Pero a pesar de aquella precaución extrema, la sorpresiva aparición de Yoshio Akamatsu le había provocado tal pánico que acabó por perder de vista a Takako cuando esta salió). Yutaka se las había arreglado para unirse a sus amigos Shinji Mimura y Keita Iijima. Pero a estas alturas también estaba muerto, igual que sus dos amigos.
«Tengo que darme prisa —pensó—. No puedo consentir que maten a Kotohiki».
Se detuvo junto a un árbol desnudo y comprobó de nuevo el radar que llevaba en la mano. Dado que la luna era la única fuente de luz, resultaba difícil de leer la información que aparecía en el cristal líquido sin iluminación propia, pero aguzando la vista descubrió que podía distinguir unos leves trazos en el cristal.
De todos modos, no había cambios sustanciales. La única estrella era la que indicaba su propia posición. Hiroki suspiró.
A lo mejor debería gritar llamando a Kotohiki. Hiroki había considerado la posibilidad de llamarla a voces varias veces, pero al final no lo había creído prudente. Cuando encontró a Takako, ya había sido demasiado tarde y no quería que eso le volviera a ocurrir. No, gritar no iba a ninguna parte. No podía hacerlo. Lo primero, Kotohiki no necesariamente contestaría a su llamada. En realidad, podía incluso salir huyendo. Es más, aunque a él no le importaba que alguien fuera a por él cuando la llamara a gritos, si Kotohiki respondía podría acabar siendo atacada.
Al final, en lo único que podía confiar era en el radar que le había proporcionado la organización. Y sin aquel equipo de radar, habría estado completamente perdido. Desde luego, despreciaba al Gobierno por haberlos obligado a participar en un juego tan repugnante, pero tenía que admitir que él había tenido mucha suerte con el instrumental que le habían entregado. ¿Cómo se podía llamar a aquello? ¿Un golpe de suerte en tiempos difíciles? O más probablemente, una luz en un túnel de odio.
Subió y bajó una pequeña loma cubierta de vegetación y salió a una ligera cuesta tachonada de árboles. Sabía que estaba entrando en esos momentos en el sector H-4, donde Takako descansaba en paz. Hiroki levantó el radar, moviéndolo ligeramente para captar la luz de la luna en la pantalla.
Vio una imagen doble, bastante borrosa, de una estrella indicando su posición en el centro de la pantalla. «Oh, no… debo de estar muy cansado. Ya veo doble…».
Aún estaba mirando el aparato cuando se dio cuenta de que estaba equivocado. Al mismo tiempo, se dio la vuelta e hizo volar su palo con la mano derecha. Siguiendo las técnicas de artes marciales que había aprendido tan diestramente, su elegante giro trazó un amplio arco. El palo golpeó con violencia en el brazo de la figura que estaba de pie tras él. Aquella silueta dejó escapar un gruñido de dolor y se le cayó el arma que tenía levantada hacia Hiroki. Alguien había estado acechándolo mientras bajaba la guardia solo un instante.
Aquella sombra intentó agacharse para recoger el arma del suelo. Hiroki adelantó con fuerza la punta del palo. La sombra se paralizó y luego dio unos pasos dubitativos hacia atrás…
Hiroki lo vio. Primero, fue solo el traje de marinero que llevaban las chicas. Luego, aquella preciosa cara, brillando a la luz de la luna… angelical: sin posibilidad de error, era ella. Fue justo después de que él saliera de la escuela, cuando todavía no había conseguido encontrar un lugar donde esconderse. Hiroki había estado dando vueltas por un lateral de la pista de atletismo cuando vio el rostro de Mitsuko Souma (la estudiante número 11), que salía por la puerta de la escuela justo detrás de él.
Mitsuko levantó las dos manos y dio un paso atrás.
—¡Por favor, no me mates! ¡Por favor, no me mates! —gritó. Titubeó un poco y cayó de culo, dejando al aire sus piernas por encima de los muslos al levantarse la falda plisada. Siguió retrocediendo de manera insinuante a la pálida y azulada luz de la luna.
—¡Por favor, solo estaba intentando hablar contigo…! No se me ocurriría matar a nadie jamás… Por favor, ayúdame. ¡Ayúdame!
Hiroki la observó de pie, desde arriba, sin decir una palabra.
Es probable que ella se tomara aquel silencio como un indicio de que él no pensaba hacerle daño. Mitsuko lentamente levantó las manos. Sus ojos tenían la intimidada mirada de un ratoncito aterrorizado, y las lágrimas estaban a punto de desbordarse en sus ojos.
—Tú me crees, ¿verdad? —dijo. Un rayo de luz de luna iluminó su rostro lloroso. Sus ojos parecían sonreír débilmente. Por supuesto, no era la orgullosa y victoriosa sonrisa del engaño, sino una esbozada por un alivio que sentía de todo corazón—. Yo… yo… —dijo entre titubeos, pero luego se estiró la falda con la mano como si de repente se hubiera dado cuenta de que tenía las piernas al aire—. Pensé que podía confiar en ti. He tenido tanto tanto miedo, y he estado tan sola… Todo esto es horrible, estoy muy asustada.
Sin decir una palabra, Hiroki recogió la pistola que Mitsuko había dejado caer. Vio que estaba amartillada, así que retiró el martillo con una mano y se dirigió hacia donde se encontraba Mitsuko. Le ofreció la empuñadura de la pistola.
—Gra… gracias… —murmuró la muchacha.
Pero el arma no se acercó siquiera a las manos de Mitsuko.
Hiroki le dio la vuelta con un movimiento rápido. Ahora el cañón estaba apuntando a Mitsuko entre las cejas.
—¿Qué… qué estás haciendo, Hiroki?
El rostro de Mitsuko tenía un rictus de abatimiento y horror… al menos, parecía retorcerse de miedo. Resultaba increíble: no importaba lo sórdidos que fueran los rumores que uno hubiera escuchado sobre Mitsuko Souma, la mayoría de la gente (sobre todo los tíos) habría creído en aquel momento que aquella carita angelical de Mitsuko estaba suplicando piedad. Es más, aunque uno no quisiera creerla, acababa haciendo cualquier cosa por ella. E Hiroki de ninguna manera era una excepción. Sin embargo, se encontraban en unas circunstancias muy especiales.
—Olvídalo, Mitsuko —dijo Hiroki. Sujetó la pistola y la mantuvo con firmeza en alto—. Vi a Takako antes de que muriera.
—Oh…
La muchacha levantó la mirada hacia él, con sus perfectos ojos temblando. Aunque por dentro se estuviera arrepintiendo de no haber rematado a Takako, no daba ningún indicio de ello. Simplemente mantuvo su carita de niña aterrorizada, una mirada que buscaba cariño y protección.
—No, no… Aquello fue un accidente. De verdad: vi a otros. Pero cuando encontré a Takako… ¡fue ella! ¡Intentó matarme! Esa pistola precisamente es de Takako… porque yo…
Hiroki amartilló el Colt del 45 con un levísimo sonido metálico. Clic. Mitsuko cerró fuertemente los ojos.
—Conocía bien a Takako. Ella jamás intentaría matar a nadie, ni se dejaría llevar por el pánico matando a diestro y siniestro. Ni siquiera en este puto juego —dijo Hiroki.
Mitsuko levantó la barbilla. Miró desde el suelo a Hiroki y esbozó una sonrisa. Aunque aquel gesto consiguió que le recorrieran escalofríos por la espalda, en aquel momento Mitsuko parecía incluso más bella.
—Ah… —dijo la muchacha con una especie de leve risa—. Creí que había muerto en el acto —añadió.
Hiroki no contestó y siguió apuntándole con la pistola.
Aún sentada, Mitsuko cogió el borde de su falda con el índice y el pulgar, retirándola muy despacio, y dejando ver de nuevo aquellas sugerentes piernas.
Hiroki apartó la mirada.
—¿Qué te parece? Si me ayudas, podrás hacerme lo que quieras. No estoy mal, ¿sabes?
Hiroki permaneció inmóvil, sujetando la pistola. Observó detenidamente su rostro.
—Supongo que no —dijo Mitsuko. Y añadió muy despacio—: Por supuesto que no. Supongo que te mataría en cuanto bajaras la guardia. Además, ¿cómo podrías dormir con la chica que ha matado a tu novia…?
—No era mi novia —dijo Hiroki—. Pero era mi mejor amiga.
—¡Ah!, ¿de verdad? —dijo la muchacha levantando una ceja. Y luego preguntó—: ¿Y entonces por qué no me disparas? ¿Es que acaso eres feminista o algo así? ¿No te atreves a disparar a las chicas?
Su rostro, con aquel rictus de absoluta confianza en sí misma, aún resultaba hermoso. Era completamente distinto al de Takako, que tenía la grácil belleza de una diosa de la guerra en la mitología griega o romana. Era como una Yuki-Onna adolescente[8]. Encantadora, inocente, angelical y, sin embargo, completamente gélida. Bajo la luz de la luna, sus ojos eran como un fulgor de hielo. Hiroki se sintió un poco mareado.
—¿Cómo…? —Notó que su voz era especialmente dura—. ¿Cómo pudiste matar a alguien como ella a sangre fría?
—Serás estúpido… —dijo Mitsuko. Sus palabras sonaron como si le importara un bledo tener una pistola apuntándole a la frente—. Esas son las reglas.
Hiroki entrecerró los ojos e hizo un gesto de abatimiento con la cabeza.
—No todo el mundo está jugando conforme a esas reglas.
Mitsuko volvió a inclinar la cabeza. Y luego añadió, con una sonrisa amable y afectuosa:
—¡Hiroki! —Su nombre sonó perfectamente afectuoso y amigable, como si fuera una chica que se acaba de reunir con su novio y lo saluda, buscando algún tema de conversación antes de que empiecen las clases—. Seguro que eres un buen chico, Hiroki —dijo.
Este no comprendió qué quería decir y frunció el ceño. Puede que estuviera incluso boquiabierto.
Mitsuko continuó hablando, dulcemente, como si estuviera cantando.
—Es guay que haya buena gente como tú. En cierto sentido. Pero incluso las buenas personas pueden volverse malas. Aunque a lo mejor siguen siendo buenos toda la vida. A lo mejor tú eres de esos.
Mitsuko apartó la mirada de Hiroki e hizo un gesto de resignación.
—No, eso no tiene nada que ver. Simplemente decidí cazar en vez de ser cazada. No es una cuestión de ser malo o bueno, o de que las cosas estén bien o mal. Se trata simplemente de lo que una quiera hacer.
Los labios de Hiroki temblaron. Se retorcían sin que pudiera controlarlo.
—¿Y por qué? ¿Por qué?
Mitsuko volvió a sonreír.
—No lo sé. Pero si tuviera que inventarme alguna explicación… Bueno, para empezar… —Miró a los ojos a Hiroki, y después añadió—: Me violaron cuando tenía nueve años. Tres tíos, uno tras otro, tres veces cada uno. Oh, espera, puede que alguno de ellos lo hiciera cuatro veces. Uno como tú. Aunque ya eran hombres de mediana edad, yo solo era una niña por aquel entonces… —dijo—. Estaba plana como una tabla, y mis piernas eran dos palillos, pero ellos hicieron simplemente lo que querían. Y cuando empecé a llorar y a gritar, eso solo los excitó más. Así que ahora, cuando estoy con pervertidos como esos, finjo que lloro.
Hiroki permaneció petrificado mientras observaba a Mitsuko, que a pesar de todo lo que estaba contando seguía mostrando una agradable sonrisa. Hiroki estaba conmocionado ante aquella devastadora historia.
Era…
Puede que Hiroki estuviera a punto de decir algo, pero antes de que pudiera hacerlo, un fulgor plateado apareció en las manos de Mitsuko. Hiroki se dio cuenta de que Mitsuko se las había arreglado para llevarse una mano a la espalda y coger algo, pero para entonces el cuchillo de doble hoja de buceador (que era el arma de Megumi Eto) ya se había clavado en su hombro. Hiroki dejó escapar un quejido y, aunque todavía sostenía el arma, dio unos titubeantes pasos hacia atrás.
Mitsuko se levantó de inmediato y corrió hacia los bosques, huyendo de Hiroki.
Este se volvió rápidamente y aún consiguió avistarla, hasta que desapareció en la oscuridad. En vez de ir tras ella, se apretó con la mano izquierda la herida del hombro, por donde empezaba a manar tanta sangre que le estaba empapando el abrigo escolar. Se quedó mirando atónito el lugar por donde Mitsuko había huido.
Por supuesto, Mitsuko podría haberse inventado aquella historia para entretenerlo y despistarlo. Pero Hiroki no lo creyó posible. Mitsuko le había contado la verdad. Y quizá solamente había oído una mínima parte de su aterradora historia infantil. A Hiroki siempre le había sobrecogido cómo una chica de tercero de instituto podía ser tan despiadada. Al parecer resultaba que había adquirido la mentalidad de un adulto desde mucho tiempo atrás. La mentalidad retorcida de un adulto… no, sería más ajustado decir la mentalidad retorcida de una chiquilla.
La sangre bajaba empapando la manga hasta el Colt del 45, y luego empezó a gotear desde la embocadura del cañón como una delgada línea roja, formando sin hacer ruido un charco sobre un montón de hojas secas a sus pies.
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