Lo que hizo de Shuya una estrella deportiva en su época de la Liga Infantil de Béisbol fue su increíble habilidad para percibir objetos en movimiento. Incluso con aquella tenue luz, Shuya podía asegurar que el objeto que venía volando hacia ellos en aquel momento parecía una lata de refrescos. Naturalmente, estaban en la tranquila zona del Mar Interior de Seto, así que no era previsible que una lata estuviera volando por el cielo como consecuencia de un tifón. De ninguna de las maneras era una lata, ni vacía ni llena.
No.
Shuya de repente liberó su hombro, que estaba entumecido bajo la axila de Noriko. Ni siquiera pudo permitirse el lujo de perder el tiempo avisando a Shogo, que debía haberse percatado también de algo raro, porque de repente se volvió. Noriko se trastabilló sin el apoyo de Shuya.
Shuya salió corriendo. Su habilidad para saltar era ciertamente extraordinaria. Igual que en el pasado, durante las semifinales provinciales de la Liga Infantil de Béisbol pudo anotarse el punto decisivo, birlándoles a los contrarios un home run ganador al final de la undécima entrada: Shuya saltó y cogió la pelota… no, la lata, en el aire, con la mano izquierda. Se la pasó a la mano derecha, y mientras caía giró el cuerpo y la lanzó todo lo lejos que pudo.
Antes de que Shuya cayera a tierra una luz brillante iluminó la noche.
Le pareció como si el aire se quebrara con un estallido sónico que desgarrara sus tímpanos. La granada estalló y lo arrastró por los aires antes de que pudiera aterrizar, y cayó rodando por el suelo. Si hubiera esperado a que la granada cayera al suelo, Noriko, Shogo y él ya estarían hechos picadillo. Aunque la pandilla de Sakamochi hubiera reducido el poder explosivo de las granadas para que no las utilizaran contra la escuela, aquellos artefactos eran más que capaces de matar a seres humanos.
Shuya levantó la cabeza. No podía oír ni una mosca. Aguzó el oído. En aquel estado de silencio, Shuya vio a Noriko derrumbada a su izquierda. Luego volvió la cara para ver dónde estaba Shogo y vio…
Joder, ¡otra granada volando hacia ellos!
«¡Otra! Tengo que…». Pero ya era demasiado tarde.
Sus oídos ensordecidos escucharon de repente un estallido, bien definido aunque amortiguado, casi seguido simultáneamente de otra explosión en el aire. Este ruido también parecía amortiguado, pero esta vez le pareció un tanto más apagado, y Shuya no había saltado por los aires. Justo a su lado, Shogo estaba con una rodilla apoyada en tierra, con la recortada en ristre. Le había disparado a la granada de mano, como si fuera un concurso de tiro al plato, haciéndola volar antes de que consiguiera explotar.
Shuya corrió hacia Noriko y la levantó. Tenía un gesto de dolor. Puede que se estuviera quejando, pero Shuya no podía oírla.
—Shuya, ¡al suelo!
Shogo hizo unos gestos con la mano y disparó con la recortada. Entonces Shuya oyó un sonido diferente, como una ráfaga de disparos, y las espigas que tenía delante volaron por el aire convertidas en paja. Shogo volvió a disparar, dos veces. En un estado de absoluta confusión, Shuya arrastró a Noriko a la oscuridad de un terraplén que había junto a la granja y se echó a tierra. Shogo llegó arrastrándose a su lado, haciendo fuego al tiempo que se acercaba. Las ráfagas de disparos continuaron, y el borde del terraplén siguió saltando por los aires, llenándoles la cara de tierra.
Shuya sacó su SIG-Sauer y escudriñó la oscuridad desde el borde del terraplén. Disparó a ciegas al mismo lugar al que estaba disparando Shogo.
Entonces lo vio. A menos de treinta metros de distancia, aquella cabeza de pelo repeinado hacia atrás se ocultaba tras una abertura en el muro de cemento de la casa.
Era Kazuo Kiriyama (el estudiante número 6). Y aunque Shuya tenía mermada su capacidad auditiva, podía percibir el sonido de la ametralladora disparando. Era el mismo que había oído a lo lejos cuando Yumiko y Yukiko cayeron muertas en el pico de la montaña norte. Naturalmente, puede que no fuera el único que tuviera una ametralladora, pero eso daba igual: ahora tenían a Kazuo delante de ellos, intentando matarlos a sangre fría, a tiros y lanzándoles granadas de mano.
Shuya estaba seguro de que Kazuo había sido el que se había cargado a Yumiko y a Yukiko. Pensó en todos aquellos a los que había matado y sintió un arrebato de furia.
—¿Qué demonios hace ese idiota?
—Cierra el pico, ¡y dispara! —Shogo le entregó la Smith & Wesson a Shuya y recargó su recortada.
Shuya sujetó una pistola con cada mano y empezó a disparar al muro de cemento. («¡Disparando a dos manos! ¡Esto es una locura!»). Primero la Smith & Wesson y luego la SIG-Sauer: vació los dos cargadores. Tuvo que recargarlas.
Kazuo había esperado ese momento: se incorporó y… ¡RAT-ATA-TA-TA-TA-TA! Desde donde estaba salían disparadas chispas ardientes. Shuya se agachó, y Kazuo dejó ver parte de su cuerpo, que hasta entonces había ocultado tras el muro. Shogo disparó a discreción. La sombra de Kazuo volvió a desaparecer. La andanada de postas voló parte del muro.
Shuya expulsó el cargador vacío de su SIG-Sauer y se sacó del bolsillo uno nuevo. Abrió el tambor de la Smith & Wesson y empujó la barra central para liberar los casquillos gastados, hinchados por los disparos. Uno de los casquillos casi le rebana el pulgar derecho. No importaba. Rápidamente cargó las balas del 38 que Shogo le había dado. Luego apuntó al escondrijo de Kazuo.
Shogo disparó de nuevo, volando otra parte de la pared. Shuya también hizo varios disparos en aquel mismo lugar con su SIG-Sauer.
—¡Noriko! ¿Estás bien? —chilló Shuya.
Justo a su lado, Noriko contestó:
—¡Estoy bien!
Pudo distinguir su respuesta, por lo que Shuya comprendió que había recuperado el oído. La vio por el rabillo del ojo, recargando las balas cortas de la 9 mm en el cargador vacío de la SIG-Sauer. De todo lo que había visto desde que comenzara el juego, aquello verdaderamente había conseguido perturbarlo… «¿Cómo era posible que una chica como Noriko participara en semejante juego?».
Una mano sujetando una ametralladora apareció al otro lado del muro. Disparó otra andanada. Shuya y Shogo se agacharon.
Kazuo se asomó. Y mientras continuaba disparando, avanzó. Entonces corrió hasta esconderse detrás del tractor. La distancia entre ellos se estaba reduciendo cada vez más.
Shogo hizo un disparo y voló por los aires el volante del tractor.
—¡Shogo! —le gritó Shuya, después de pegar dos tiros.
—¡Qué! —contestó Shogo mientras recargaba su recortada.
—¿En cuánto puedes correr los cien metros?
Shogo hizo otro disparo (volando por los aires las luces traseras del tractor) y contestó:
—Soy muy lento. Unos trece segundos o así. Pero tengo el culo duro, ¿por?
De repente, el brazo de Kazuo asomó por detrás del tractor. Las chispas volaban mientras él asomaba la cabeza, pero cuando Shuya y Shogo volvieron a abrir fuego, él se ocultó de nuevo.
—Lo único que podemos hacer es retirarnos hacia la montaña, ¿vale? —le dijo Shuya rápidamente—. Yo puedo correr cien metros en once segundos. Adelántate con Noriko: yo mantendré a Kazuo ocupado.
Shogo le lanzó una mirada a Shuya. Eso fue todo. Lo había entendido.
—En el sitio donde estuvimos, Shuya. En el sitio donde hablamos de música y todo eso —dijo Shogo apresuradamente. Le entregó a Shuya su recortada, se retiró agachado y lo rodeó para acercarse a Noriko.
Shuya inspiró profundamente y disparó tres veces hacia el tractor con la recortada, permitiendo que Shogo pudiera levantar a Noriko y ambos corrieran en la dirección acordada. Los ojos de la muchacha brillaron cuando miró por última vez a Shuya.
El tronco de Kazuo apareció tras el tractor. Shuya disparó la recortada varias veces. Kazuo, que había apuntado su arma hacia Shogo y Noriko, tuvo que agacharse. Shuya se dio cuenta de que se había quedado sin postas para la recortada, así que agarró la Smith & Wesson y comenzó a pegar tiros de nuevo. En un momento despachó seis balazos. Abrió la SIG-Sauer, metió el cargador nuevo que le había preparado Noriko y comenzó a disparar otra vez. Era crucial estar disparando todo el rato.
Vio a Shogo y a Noriko desaparecer en la montaña.
La SIG-Sauer ya estaba vacía, y no había más cartuchos. Lo único que podía hacer era meter balas…
Pero entonces el brazo de Kazuo volvió a aparecer desde detrás del tractor. La ametralladora Ingram castañeteó con violencia, igual que antes. Kazuo se había incorporado y corría hacia él.
Shuya tenía que largarse de allí. Agarró la SIG-Sauer vacía (solo tenía siete balas sueltas para la 9 mm), se dio media vuelta y salió zumbando. Si conseguía llegar a la loma donde había un montón de vegetación, Kazuo no podría seguirle. Shuya decidió dirigirse hacia el este. Noriko y Shogo se habrían encaminado hacia el oeste para llegar al lugar donde habían estado el día anterior. Quería alejar a Kazuo todo lo posible del lugar donde iban a guarecerse.
Todo dependía de su velocidad. Tenía que alejarse de Kazuo todo lo posible en el menor tiempo. Una ametralladora suelta cientos de balas por minuto, así que era imposible esquivarlas a corta distancia. Lo importante era lo lejos que pudiera llegar.
Shuya echó a correr. En calidad del atleta más rápido de su clase, solo podía confiar en su velocidad. Al menos, él pensaba que lo era. Incluso era una fracción de segundo más veloz que Shinji, pero ¿y si Kazuo realmente no se esforzaba cuando hacían las pruebas en gimnasia?
Cuando se encontraba a unos cinco metros de distancia del primer árbol de la espesura, escuchó el castañeteo de la ametralladora. Sintió un golpe muy fuerte en la parte izquierda de su estómago.
Shuya dejó escapar un quejido al tiempo que comenzaba a perder el equilibrio, pero siguió corriendo. Corrió entre un macizo de árboles altos y se abrió paso por la loma. Volvió a oír la ametralladora y en esta ocasión el brazo izquierdo se le estremeció de dolor. Se dio cuenta de que le habían dado por encima del codo.
Pero aun así siguió corriendo. Continuó yendo hacia el este… «Eh, tío, esta es una zona prohibida…», y luego enfiló hacia el norte. Más ametralladora. A su lado, un árbol esquelético crujió y se partió por la mitad convertido en mil astillas.
Más ametralladora. Esta vez no le dio. O a lo mejor sí. Ya no estaba muy seguro. Solo sabía que le estaban dando caza. Al menos había ganado tiempo para que Shogo y Noriko pudieran esconderse.
Se abrió paso a través de los árboles y la vegetación, ascendió una colina y luego la bajó. Ni siquiera podía permitirse el lujo de preocuparse por que hubiera alguien escondido en la espesura, acechando para atacarlo. No tenía ni idea de hasta dónde podría haber llegado. Ni siquiera estaba muy seguro de la dirección en la que estaba corriendo. A veces le parecía como si estuviera oyendo el ratatatá de la ametralladora, y otras tenía la impresión de que ya no se escuchaba. No estaba seguro… A lo mejor porque tenía embotados los oídos por la explosión de las granadas. En cualquier caso, no era el momento de detenerse. A correr. Tenía que seguir corriendo.
De repente, Shuya resbaló. Al parecer había llegado a una cortada y, de golpe la loma había desaparecido bajo sus pies. Igual que cuando luchó con Tatsumichi Oki, bajó dando tumbos y volteretas por la empinada pendiente.
Aterrizó con un golpe seco. Ya no tenía en la mano la SIG-Sauer. Y cuando intentó incorporarse, se dio cuenta de que le resultaba imposible. Se preguntó, mareado: «¿Estoy delirando por la pérdida de sangre? ¿Me he dado un golpe en la cabeza?
»Imposible. No estoy tan herido para no poder levantarme… Tengo que volver con Noriko y Shogo… Tengo que proteger a Noriko… Le prometí…».
Pero cuando intentó incorporarse, se derrumbó de bruces y perdió la consciencia.
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