42

Noriko se quedó dormida casi inmediatamente. Shuya comprobó que la punzada de la jeringuilla no estuviera sangrando, y luego retiró el algodón, le metió el brazo por debajo de la manta y salió de la sala.

Las dependencias privadas del médico estaban en la puerta de al lado de la sala de reconocimientos. Había una cocina al final del pasillo, a la derecha. Allí estaba Shogo. La cocina de gas que había junto al fregadero no funcionaba, pero había una gran olla llena de agua y, debajo, un montón de carbón que estaba al rojo vivo.

Shogo estaba encima de una mesa, curioseando en unos armarios colgantes que había sobre el fregadero. Por vez primera, Shuya se dio cuenta de que Shogo llevaba unas zapatillas New Balance. Había dado por supuesto que eran una marca del país, como Mizuno o Kageboshi. New Balance. Nunca las había visto.

En fin.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó.

—Buscando comida. Encontré un poco de arroz y miso[6], pero nada más. Las verduras de la nevera están podridas.

Shuya meneó la cabeza.

—Estás robando.

—Pues claro —dijo Shogo secamente, y luego añadió mientras seguía revolviéndolo todo en el armario—: Olvídalo. Y estáte atento. Cualquiera podría presentarse en cualquier momento. Si el tío de la ametralladora se presenta aquí, estamos muertos. Así que ándate con ojo.

—Vale, de acuerdo —contestó Shuya.

Shogo saltó de la mesa. Las New Balance chillaron sobre el suelo.

—¿Se ha dormido? —preguntó.

Shuya asintió.

Shogo sacó otra cazuela de debajo del fregadero, se acercó al bote de arroz que había en una esquina y echó su contenido en la cazuela.

—Así que vas a poner a cocer arroz.

—Ajá. Noriko no se va a reponer comiendo ese pan de mierda.

Shogo extrajo un bol de agua del cubo del suelo y lo derramó en la cazuela. Escurrió el arroz y solo le cambió el agua una vez[7]. Junto a la olla con agua hirviendo colocó varios trozos de carbón que sacó de su mochila, sobre el otro quemador, y luego sacó un paquete de cigarrillos y los vació en su bolsillo. Luego arrugó el paquete, lo encendió con un mechero y prendió el carbón. Una vez que este prendió, puso la cazuela de arroz, tapada, al fuego. Resultaba impresionante.

—Joder… —dijo Shuya.

Shogo se tomó un respiro mientras se encendía un cigarrillo y miró a Shuya.

—Lo haces todo bien —le dijo Shuya.

—¿Ah, sí? —contestó Shogo despreocupadamente.

Pero había algo más que aún vibraba en la cabeza de Shuya. El momento en que Kaori Minami fue asesinada… «Sabes lo que va a ocurrir, pero no puedes hacer nada por impedirlo. Cámara lenta. Kaori se gira y le vuelan la parte izquierda de la cabeza. Le volaron la tapa de los sesos, ¿lo viste?». Si hubiera estado allí Shogo en vez de él, las consecuencias no habrían sido tan horribles, eso pensaba.

—¿Estás todavía tocado por lo de Kaori? —dijo Shogo. Una vez más, sus poderes mediúmnicos se habían puesto en acción. Los rayos de sol no llegaban hasta el interior de la cocina, donde estaban, pero eso no parecía afectarle.

Shogo movió la cabeza.

—No permitas que te afecte. Era una situación muy rara. Hiciste lo que pudiste.

La voz de Shogo sonaba amable, pero Shuya solo miraba al suelo. El cadáver de Kaori Minami, derrumbado de lado en el interior de un cobertizo maloliente. El charco de sangre que aumentaba gradualmente, rezumando de las heridas. A esas alturas ya estaría coagulada. Pero el cuerpo todavía permanecería allí, sin ninguna ceremonia, solo, allí tirado, como un maniquí inservible, desvencijado en el suelo de aquel cobertizo. Por supuesto, en ese sentido, ella no era una excepción respecto a Tatsumichi Oki, Kyoichi Motobuchi, Yukiko Kitano y Yumiko Kusaka. Todo el mundo estaba en el mismo saco.

Sintió como si tuviera ganas de vomitar. Todos estaban tirados por ahí, en el suelo. Ya casi eran veinte muertos.

—Shogo… —dijo casi sin querer.

Como única respuesta Shogo inclinó la cabeza y movió ligeramente la mano en la que sostenía el cigarrillo.

—¿Qué pasa con los muertos… con sus cuerpos? —preguntó Shuya—. ¿Se van a quedar ahí hasta que acabe este estúpido juego? ¿Simplemente se van a empezar a pudrir mientras sigue el juego o…?

Shogo contestó como si se tratara de una cuestión oficial.

—Exactamente. Cuando acabe, al día siguiente vendrá una brigada subcontratada de limpieza para ocuparse de ellos.

—¿Una brigada de limpieza? —dijo Shuya, mostrando los dientes.

—Sí. Se lo oí decir a uno que trabajaba para la subcontrata, así que estoy seguro de que es así. Los soldados de las Fuerzas de Defensa son demasiado finos para llevar a cabo esas tareas serviles. Por supuesto, unos funcionarios gubernamentales acompañan a la brigada de limpieza para retirar los collares y examinar los cuerpos. Ya sabes, así los medios de comunicación pueden informar sobre el número de muertes por estrangulación, por disparos y toda esa mierda…

Shuya estaba hundido. Recordó aquella parte final del reportaje en las noticias. Las incomprensibles causas de muerte y la cosificación de cada estudiante y su terrible destino.

Pero también se dio cuenta de una cosa y frunció el ceño.

Shogo lo advirtió, y preguntó:

—¿Qué pasa?

—Bueno, no tiene sentido… Me refiero a que estos… —Shuya se llevó la mano hacia el collar. Sus dedos tocaron su gélida superficie, una sensación que ya no le resultaba extraña—. Creía que esto de los collares era un secreto. ¿No deberían recogerlos antes de que unos obreros subcontratados los encontraran y los manipularan?

Shogo se encogió de hombros.

—La brigada de limpieza no tiene ni idea de lo que son ni para qué sirven. Probablemente darán por sentado que se utilizan como identificadores. El tío con el que hablé ni siquiera se acordaba de ellos, hasta que yo se lo pregunté. Así que sin problemas… Pueden ocuparse de los collares después de que las brigadas de limpieza recuperen los cuerpos, ¿no?

Claro. Pero incluso así… había algo que aún le picaba la curiosidad.

—Espera… ¿Y si alguno de los collares estuviera defectuoso? Digamos, por ejemplo, que uno deja de funcionar y uno que está vivo se da por muerto… ¿No podría escapar ese estudiante? ¿No deberían confirmar todos los muertos justo después del juego?

Shogo levantó las cejas.

—Hablas como si trabajaras para el Gobierno.

—No… —tartamudeó—. Es solo que…

—Dudo que puedan salir defectuosos. Piénsalo. Si de verdad pudieran estropearse, este juego no podría desarrollarse convenientemente. Además, si un estudiante equipado con armas saliera vivo, no podrían andar comprobando los cadáveres. Se organizaría otra batalla. —Shogo dio otra calada cuando lo consideró más profundamente—. Bueno, es solo una suposición, pero me imagino que cada collar estará equipado con un sistema múltiple de modo que si uno falla, el otro entre en funcionamiento. Incluso aunque uno de los sistemas resultara defectuoso (y creo que las posibilidades de que eso ocurra son de una entre cien), si utilizan un sistema combinado, las probabilidades prácticamente se reducen a cero. En otras palabras —dijo, mirando a Shuya—, sería imposible que pudiéramos escapar por esa razón.

Shuya lo comprendió. No veía ningún flanco por el que atacar. (Una vez más, no podía sino sentirse impresionado por la inteligencia de Shogo).

Pero… entonces…

La cuestión que se prometió no preguntar volvió a cruzar su pensamiento… ¿cómo pensaba Shogo reventar un sistema perfecto a prueba de huidas?

Antes de que pudiera considerarlo, Shogo añadió:

—De todos modos, mira, tengo que disculparme.

—¿Por qué?

—Por Noriko. Estaba equivocado. Deberíamos haberla intentado curar antes.

—No… —Shuya negó con la cabeza—. Está bien. Gracias. Yo no habría podido hacer nada solo.

Shogo resopló y clavó su mirada en un punto indeterminado de la pared.

—Lo único que podemos hacer es esperar y ver. Si no es más que un resfriado, la fiebre bajará en cuanto haya descansado un rato. Y si resulta que es por la septicemia, entonces la medicina debería hacer efecto.

Shuya asintió. Gracias a Dios estaban con Shogo. Sin él, Shuya no podría haber hecho nada, y se habría visto condenado a mirar cómo se moría Noriko. También lamentaba haberle dicho a Shogo que olvidara el acuerdo al que habían llegado y haberse puesto en marcha hacia la clínica. Era un arrebato de crío. Shogo debía de haber tomado su decisión después de sopesar cuidadosamente el riesgo de moverse durante el día frente a la extrema gravedad de Noriko.

Shuya pensó que debería disculparse.

—Oye, lo siento. Por decirte que ibas a lo tuyo y todo eso. Es que estaba muy nervioso…

Todavía sin mirar a Shuya, Shogo sacudió la cabeza y sonrió.

—No. Tú tomaste la decisión adecuada. Fin de la conversación.

Shuya inspiró profundamente y decidió dejarlo correr. Luego le preguntó:

—¿Tu padre todavía ejerce la medicina?

Shogo negó con la cabeza y echó otra calada.

—No.

—¿Qué hace? ¿Sigue viviendo en Kobe?

—No. Murió —dijo Shogo sin mucho interés.

Shuya abrió los ojos, atónito.

—¿Cuándo?

—El año pasado, mientras yo estaba en el juego. Para cuando volví, ya había muerto. Seguramente tuvo una refriega con el Gobierno.

El rostro de Shuya se quedó petrificado. Estaba empezando a comprender el centelleo de los ojos de Shogo cuando dijo que iba a destrozar aquel puto país. Mientras Shogo se encontraba en el Programa, su padre debió intentar alguna clase de protesta y se encontró con una bala en la cabeza.

A Shuya se le ocurrió que los padres de algunos de sus compañeros de clase podrían haber acabado del mismo modo.

—Lo siento. No tenía intención de fisgonear en tu vida…

—No te preocupes.

Shuya permaneció un poco en silencio y luego planteó otra cuestión.

—¿Entonces te trasladaste a la prefectura de Kagawa con tu madre?

Shogo negó con la cabeza y volvió a contestar negativamente.

—No. Mi madre murió cuando yo era un crío. Tenía siete años. Murió por una enfermedad. Mi padre solía lamentar el hecho de que ni siquiera él pudo salvarla. Pero él estaba especializado en cirugía, como los abortos. Los trastornos mentales no eran su disciplina.

Shuya se disculpó otra vez.

—Lo siento.

Shogo empezó a reírse para dentro.

—Bueno, está bien. Ambos somos huérfanos, ¿no? Y es verdad eso de que al vencedor le dan una pensión vitalicia. He tenido lo suficiente para vivir. Aunque no dan tanto como dicen.

Las burbujas comenzaron a formarse en la base de la primera cazuela. El carbón bajo el cazo del arroz todavía estaba muy negro, pero el que había bajo la cazuela grande estaba al rojo vivo. El calor llegaba a la mesa donde se encontraban Shuya y Shogo, uno al lado del otro. Shuya se sentó en la mesa, que estaba cubierta con un hule de flores.

Sin mayores preámbulos, Shogo dijo de repente:

—Erais muy amigos Yoshitoki Kuninobu y tú.

Shuya se volvió hacia Shogo y escudriñó su perfil. Luego miró nuevamente al frente. Le pareció que hacía demasiado tiempo que no le dedicaba un pensamiento a Yoshitoki. Se sintió un poco culpable por ello.

—Sí —contestó—. Nos conocíamos de toda la vida. —Tras titubear un poco, Shuya añadió—: Yoshitoki estaba loco por Noriko.

Shogo continuó fumando y escuchando.

Shuya se preguntó si debería continuar hablando y si debería decir lo que estaba a punto de contar. Aquello no tenía nada que ver con Shogo, pero de todos modos decidió contárselo. Ahora él era un amigo. Estaba bien que lo supiera y, además, ahora tenían horas de sobra por delante en las que matar el tiempo.

—Yoshitoki y yo vivíamos en ese orfanato que llaman Casa de Caridad…

—Ya lo sé.

Shuya asintió.

—Allí había todo tipo de muchachos. Yo acabé allí cuando tenía cinco años. Mis padres murieron en un accidente de tráfico, pero eso era poco frecuente. La mayoría de ellos…

Shogo terminó la frase.

—Acabaron allí por problemas… domésticos. Hijos ilegítimos.

Shuya asintió.

—Ya veo que lo sabes.

—Un poco.

Shuya inspiró profundamente.

—Bueno, Yoshitoki era ilegítimo. Por supuesto, nadie en el orfanato se lo dijo, pero había modos de averiguarlo. Fue concebido en una «aventura ilegítima» y ambas partes se negaron a quedarse con él. Así que…

El agua empezó a burbujear.

—Recuerdo una cosa que me dijo una vez Yoshitoki. Fue hace mucho tiempo, probablemente cuando todavía estábamos en primaria.

Shuya intentó recordar aquel momento. Estaban en un rincón del patio de la escuela, balanceándose hacia delante y hacia atrás en unos columpios de madera y cadenas de metal.

—Oye, Shuya. Estaba pensando… —dijo titubeando Yoshitoki.

—¿Qué?

Shuya respondió con su tono de habitual despreocupación, pateando el suelo para empujar el columpio. Yoshitoki no se esforzaba mucho y dejaba que le colgaran las piernas.

—Bueno… hum…

—¿Qué pasa? Suéltalo ya.

—Bueno… ¿Tú has estado colgado por alguien?

—Ah, por favor… —dijo Shuya sonriendo. Ya sabía que era algo sobre las chicas—. Así que era eso. ¿Y qué pasa? ¿Estás colado por alguna o qué?

—Bueno… —Yoshitoki eludió la cuestión y una vez más preguntó—: Bueno, ¿pero lo has estado o no?

Shuya se lo pensó.

—Humm…

Para entonces ya era conocido como Wild Seven, así que recibía abundantes cartas de amor. Pero hasta entonces no se había decantado por ninguna cría en particular. Al final, no sentiría nada por ninguna hasta que no conoció a Kazumi Shintani.

Así que contestó:

—Bueno, creo que hay algunas chicas geniales.

Yoshitoki no le contestó, así que Shuya dio por sentado que quería saber más. Así que continuó hablando en un tono frívolo:

—Komoto no está mal. Me escribió una carta de amor. No le he… bueno… no le he respondido, todavía. Y luego está Utsumi, que está en el equipo de voleibol. Es muy guay. Es mi tipo. Ya sabes, muy simpática…

Yoshitoki parecía pensativo.

—¿Qué pasa? Yo ya te lo he contado, ahora es tu turno. ¿Quién es?

Pero Yoshitoki solo dijo:

—No, no es eso.

Shuya frunció el ceño.

—¿Y qué es entonces?

Yoshitoki parecía bastante dubitativo, pero al final dijo:

—Verás, la verdad es que no lo entiendo…

—¿Eh?

—Me refiero… —Las piernas le colgaban lánguidamente en el columpio—. Creo que si uno está realmente enamorado de alguien, tiene que casarse, ¿no?

—Uf… sí… —Shuya contestó con cierto aire estupefacto en su rostro—. Sí… Si yo quisiera a alguien, me querría casar con ella… Quiero decir… que no siento eso por nadie ahora mismo…

—¿No te parece? —dijo Yoshitoki, como si aquello fuera simplemente normal. Luego añadió—: Entonces, digamos que no te puedes casar por alguna razón. Si acabaras teniendo un niño con la chica, ¿no querrías ocuparte de él?

Shuya se sintió un poco incómodo. Solo tenía una idea muy precaria de cómo se hacían los niños.

—¿Tener un niño? Oye, pero si tú eres todavía un crío. Eso son guarrerías. Para que lo sepas, he oído que eso se hace…

Y fue entonces cuando Shuya por fin recordó que Yoshitoki nació como resultado de una aventura extramatrimonial y que ninguno de sus padres quisieron quedarse con él. Atónito, se calló lo que estaba a punto de decir.

Yoshitoki estaba observando ensimismado la puntera de sus zapatillas. Entonces, farfulló:

—Mis padres no hicieron eso.

Shuya de repente se sintió fatal por su amigo.

—Oye, venga, Yoshi…

Yoshitoki levantó la mirada hacia Shuya y dijo de un modo un tanto forzado:

—Así que… la verdad, no sé… Querer a alguien. No me parece a mí que me pueda interesar una cosa de ese tipo.

Shuya continuó empujando el columpio con las piernas, pero no tuvo más remedio que devolverle la mirada a Yoshitoki. Se sentía como si le estuvieran hablando en un lenguaje de otro planeta. Al mismo tiempo, aquello sonaba como una terrible profecía.

—Creo…

Con las manos a ambos lados de su cintura, Shuya agarró las esquinas de la mesa cubierta de hule. Shogo continuaba fumando, mirándolo de reojo.

—Creo que Yoshitoki era mucho más maduro que yo en ese aspecto. Yo solo era un crío estúpido. Y desde aquel momento, Yoshitoki no volvió a sacar el tema, incluso después de que entráramos en el insti y yo me enamorara de una chica. —Se refería a Kazumi Shintani—. Eso me preocupó un poco.

Otro borboteo.

—Pero entonces, un día, de repente, me dijo que le gustaba Noriko. Yo actué como si no fuera gran cosa, pero me sentí muy feliz por él. Y eso fue, eso fue…

Shuya apartó la mirada de Shogo. Sabía que estaba a punto de llorar.

Después de que consiguiera contener sus lágrimas, añadió, sin mirar a Shogo:

—Eso fue solo hace… dos meses.

Shogo permaneció en silencio.

Shuya se volvió a mirar a su compañero.

—Así que, ya ves… tengo que proteger a Noriko hasta el final.

Después de observar fijamente a Shuya durante un rato, Shogo solo dijo:

—Entiendo. —Y apagó el cigarro sobre el hule de la mesa.

—No se lo digas a Noriko. Se lo contaré cuando hayamos salido de este juego.

Shogo asintió y contestó:

—De acuerdo.

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