La respiración de Noriko era cada vez más irregular. Los recursos medicinales de Shogo no parecían estar causando demasiado efecto. Ya eran casi las dos de la tarde. De repente, las mejillas de Noriko parecían hundidas. Shuya procuraba empapar el pañuelo de la chica en agua. Le secaba el sudor del rostro y luego se lo colocaba en la frente. Noriko seguía con los ojos cerrados, pero asentía, como si le quisiera dar las gracias. Shuya buscó la mirada de Shogo. Este permanecía inmóvil, siempre en la misma posición, apoyado contra un árbol todo el tiempo, fumando y con las piernas cruzadas. Tenía la mano derecha apoyada tranquilamente en el mango de la recortada Remington, que descansaba en su regazo.
—Shogo.
—¿Qué?
—Vamos.
Shogo levantó las cejas.
—¿Adónde?
Los labios de Shuya se tensaron.
—No puedo aguantarlo más —dijo, señalando a Noriko—. Se está poniendo cada vez peor.
Shogo observó a la chica, que seguía tumbada y con los ojos cerrados.
—Si es septicemia, mantenerla caliente y dejarla descansar no la va a curar.
Shuya hacía todo lo posible para que no se notara su impaciencia.
—Según el mapa… hay una clínica en la isla. Allí podríamos encontrar una medicina más adecuada para Noriko, ¿no es cierto? Se encuentra al norte de la zona residencial. Y no está en ninguna de las zonas prohibidas.
—Ah, sí… —Shogo expulsó el humo por la comisura de los labios—. Es verdad.
—Vamos entonces.
Shogo inclinó la cabeza. Dio otra calada y luego apagó el cigarrillo en la tierra.
—Ese edificio está por lo menos a un kilómetro y medio de aquí. Es demasiado peligroso ir allí ahora. Tenemos que esperar a que se haga de noche.
Shuya rechinó los dientes.
—No podemos esperar a que se haga de noche. ¿Y si se convierte para entonces en una zona prohibida?
Shogo no contestó.
—Oye… —dijo Shuya. No estaba seguro de si era por impaciencia o por la mera idea de tener que arriesgarse a enfadarse con Shogo, pero estaba empezando a tartamudear un poco. De todos modos, tenía que decirlo—: Yo… yo… no voy a decir que estés intentando matarnos… pero… pero… ¿por qué tienes tanto miedo de correr algún riesgo? ¿Tanto vale tu vida?
Shuya lo miró a los ojos. Shogo no cambió su gesto de tranquilidad.
—Shuya…
Este escuchó la voz de Noriko tras él y se giró. La chica tenía la cabeza vuelta hacia él. El pañuelo empapado yacía en la tierra.
—Déjalo. No lo haremos sin Shogo… —consiguió decir en medio de jadeos.
—Noriko —Shuya negó con la cabeza—. ¿No ves que te estás debilitando mucho? No puedes morir antes de que salgamos de aquí… —Shuya se volvió de nuevo hacia Shogo—. Si me dices que no vas a venir, me llevaré a Noriko yo solo. Puedes olvidarte de nuestro acuerdo. Tú mismo.
Aquella fue su despedida, mientras se disponía a recoger sus mochilas.
—Espera —dijo Shogo. Lentamente se levantó, se aproximó a Noriko y comprobó el pulso en su muñeca derecha. Era lo que había estado haciendo cada veinte minutos. Se acarició la barbilla, cada vez más poblada, y miró a sus compañeros.
—Tú no vas a saber qué medicina tienes que utilizar. —Inclinó la cabeza ligeramente, miró a Shuya, y dijo—: De acuerdo. Voy contigo.
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