«Pues muy bien: aquí va el recuento», añadió la voz de Sakamochi. Era el comunicado de mediodía.
Los nuevos nombres de la lista de espera para celebrar sus funerales eran Tatsumichi Oki, Kyoichi Motobuchi y, por supuesto, Yukiko Kitano y Yumiko Kusaka. Los otros eran Yoji Kuramoto y Yoshimi Yahagi.
«Ahora os voy a comunicar las zonas prohibidas de esta tarde. Apuntad. Coged vuestras libretas».
Una vez más, Shuya sacó su mapa y el boli del bolsillo. Shogo también sacó su mapa.
«A la una del mediodía, J-5. A las tres de la tarde, H-3; a las cinco de la tarde, D-8. ¿Entendido?».
El sector J-5 se encontraba en la costa sur de la isla. El H-3 ocupaba prácticamente lo alto de las colinas del sur. El D-8 era la zona de oteros y lomas situada al sureste de las montañas del norte. La zona C-3, donde estaban ellos, no se había citado. Eso significaba que no se tendrían que mover.
«Puede que resulte un poco incómodo perder a vuestros amigos, pero ánimo. Sois todos muy jóvenes, ¡y tenéis toda la vida por delante! Cambio y corto».
Y con aquella retahíla de tópicos despreocupados, Sakamochi puso punto final a su comunicado.
Shuya suspiró. Apartó el mapa de su vista y examinó la lista de estudiantes, que ahora aparecía salpicada de muescas:
—Ya solo quedamos veinticinco. Maldita sea.
Shogo hizo pantalla con una mano y se encendió otro cigarrillo.
—Es lo que os dije. El número disminuye rápidamente.
Shuya levantó la vista para mirar a Shogo. Ya entendía lo que quería decir. Cuantos más estudiantes murieran, más posibilidades tenían de escapar. Pero…
—No era necesario decirlo.
Shogo solo se encogió de hombros. Luego buscó su mirada y le dijo.
—Eh, vale, lo siento.
Shuya quiso decirle algo, pero al final apartó la mirada del rostro de Shogo. Recogió las rodillas y bajó la mirada con la cabeza metida entre las piernas. Había varias florecillas diminutas intentando abrirse paso en la hierba, y una hormiga estaba escalando uno de los tallos.
Esa era la cuestión. A Shuya le había parecido que se habían hecho amigos mientras hablaban de música, pero al final todavía había algo en Shogo que le preocupaba. ¿Era simplemente que aquel chico tenía un lado gélido?
Aspiró profundamente e intentó pensar en otra cosa. De las seis muertes que había anunciado Sakamochi, las de Yoji Kuramoto y Yoshimi Yahagi eran las únicas que Shuya no había presenciado. Estaba bastante seguro de que Yoji y Yoshimi habían estado saliendo. ¿Significaba eso que estaban juntos? ¿Y los dos disparos que habían escuchado poco después de las diez de la mañana habían ido dirigidos a ellos? Y si era así, ¿quién los había efectuado? Recordó el sonido de la ametralladora acribillando a Yukiko Kitano y a Yumiko Kusaka. ¿Había sido la misma persona la que los mató a todos o…?
—Shuya —dijo Shogo. Levantó la mirada—. No has desayunado, ¿no? Esas barritas de pan del Gobierno son una mierda, pero encontré café y mermelada de fresa en la tienda de ultramarinos. Vamos a comer algo.
Shogo sacó un bote y una lata pequeña de café, de 200 g. La etiqueta del bote venía con unos dibujos de fresas, y vio el contenido rojo, brillante y espeso a través del cristal. Shuya dio por supuesto que Shogo iba a poner el café en un recipiente de agua hirviendo sobre un carboncillo. Shogo también sacó una bolsa con vasos de plástico.
—Cargaste cosas.
—Sí… —asintió Shogo. Y luego procedió a sacar un paquete grande y alargado—. Mira. Un cartón entero de Wild Seven.
Shuya decidió tomárselo a bien. Sonrió y asintió con la cabeza. Sacó el pan que le quedaba en su mochila y le ofreció una barra a Noriko.
—Noriko, deberíamos comer algo.
La chica levantó la mirada, sin dejar de abrazar sus rodillas.
—Estoy bien, no tengo hambre.
—¿Qué pasa? Deberías…
Mientras ella volvía a hundir la cabeza entre las rodillas, Shuya se percató de la terrible palidez que había invadido su rostro. De repente se dio cuenta de lo callada que había estado.
—Noriko.
Shuya se acercó a ella. Shogo los observó mientras abría la tapa de la lata de café.
—¡Noriko!
Shuya la tocó en el hombro. Noriko tenía entrelazadas las manos y los labios rígidamente cerrados, formando una línea recta que cruzaba su rostro pálido. Solo entonces Shuya se dio por fin cuenta de que el aire se abría paso solo a duras penas entre sus labios. Respiraba con mucha dificultad. Cerró los ojos, descruzó sus manos, las colocó en el brazo de Shuya y se derrumbó sobre él.
La temperatura de su cuerpo, que Shuya sintió en sus manos y en el hombro a través de la tela de su trajecito de marinero, parecía anormalmente alta, como si estuviera incubando a un pajarito bajo la ropa. Shuya le retiró el pelo de la cara a Noriko y le tocó la frente.
Estaba ardiendo. El sudor frío de su frente empapó la palma de su mano.
Aterrado, Shuya se volvió hacia Shogo.
—¡Tiene fiebre! ¡Shogo!
—Estoy… estoy bien… —dijo Noriko débilmente.
Shogo dejó la lata de café en el suelo y se levantó. Ocupó el lugar de Shuya y le tocó la frente a Noriko. Se frotó la barbilla y luego le cogió la muñeca a la muchacha. Parecía estar tomándole el pulso mientras observaba su reloj de pulsera.
—Siento hacer esto… —dijo mientras colocaba los dedos de su mano derecha en los labios de Noriko y mantenía su boca abierta. Luego levantó los párpados de la joven y observó detenidamente sus pupilas.
—Seguro que tienes frío.
Entrecerrando los ojos, Noriko asintió:
—Sí… un poco…
—¿Cómo está? —preguntó Shuya, nervioso. Había estado conteniendo el aliento hasta ese momento.
—Dame tu abrigo —dijo Shogo mientras se desembarazaba de su propio gabán. Shuya se lo quitó también rápidamente y se lo dio a Shogo, quien envolvió el cuerpo de Noriko con mucho cuidado con los dos abrigos.
—Pan. Necesito la mermelada y también agua —decía Shogo, con voz de mando, y Shuya, veloz, le entregó el pan y el agua que le había ofrecido a Noriko, así como la mermelada que había quedado en lo alto de la mochila de Shogo. Este mojó apresuradamente el pan en el bote, empapándolo en mermelada roja, y se lo ofreció a Noriko.
—Tienes que comerte esto, Noriko.
—Ya lo sé, pero…
—Simplemente, cómetelo. Aunque solo sea un poco —insistió Shogo. Noriko cogió entre temblores el pan y lo mordisqueó. Hizo todos los esfuerzos imaginables por tragarlo. Luego le devolvió lo que sobraba a Shogo.
—Ya no quieres más, ¿eh?
Noriko apenas negó un poco con la cabeza. Incluso el simple hecho de moverla parecía dejarla exhausta.
Shogo quería que comiera más, pero al final tuvo que apartar el pan y una vez más sacó el pequeño botiquín de medicinas de su bolsillo.
—Es para los resfriados… —dijo, y le entregó una pastilla que era diferente del analgésico que le había dado antes. Noriko la aceptó sin preguntar. Gracias a la ayuda de Shogo, pudo tragársela con agua de la botella. El agua se derramó fuera de su boca, pero Shogo se la secó cariñosamente.
—Vale, ahora túmbate.
Noriko asintió obediente y se tumbó en la hierba, aún embozada en los dos abrigos.
—¿Qué le pasa, Shogo? ¿Se va a poner bien? —preguntó Shuya.
Shogo negó con la cabeza.
—Aún no lo sé con seguridad. Puede que solo sea un poco de fiebre. Pero quizá la herida se haya infectado.
—Qué…
Noriko estaba allí tendida, y Shuya miró el vendaje que rodeaba su pantorrilla derecha.
—Pero… pensé que habíamos limpiado bien la herida…
Shogo volvió a negar.
—Anduvisteis mucho por los bosques después de que le dispararan, ¿verdad? Puede que se infectara antes de que nosotros nos ocupáramos de limpiarla.
Shuya observó a Shogo durante un instante y luego se derrumbó de rodillas junto a Noriko. Alargó la mano para tocarle la frente.
—Noriko.
La chica abrió los ojos y sonrió débilmente.
—Estoy bien… solo un poco cansada. No te preocupes.
Pero su respiración agitada no indicaba en absoluto que se encontrara bien.
Shuya volvió a mirar a Shogo. Procuró no parecer demasiado nervioso y le dijo:
—Shogo, no podemos quedarnos aquí. Tenemos que movernos. Deberíamos por lo menos encontrar una casa donde no cogiera frío…
Shogo le cortó:
—Bueno, tú espera. Vamos a esperar y ya veremos.
Apretó bien los gruesos abrigos en torno al cuerpo de Noriko.
—Pero…
—Es demasiado peligroso que nos movamos. Ya te lo dije.
Noriko abrió débilmente los ojos. Miró a Shuya y le dijo:
—Lo siento… Shuya… —Luego también se dirigió a Shogo—: Lo siento. —Y cerró los ojos.
Los labios de Shuya se tensaron mientras observaba el pálido rostro de Noriko, tendida en el suelo.
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