El tiempo transcurría apaciblemente. Shogo seguía fumando sin decir palabra. Noriko también permanecía en silencio. En la arboleda, algunos pajarillos gorjeaban y las ramas superiores de los árboles susurraban con la brisa, tejiendo una puntilla de sombras y luces que se movían de un lado a otro como un péndulo. Se podía oír el sonido de las olas oceánicas si se prestaba la suficiente atención. Ahora que se habían instalado en los bosques, casi podían imaginar que estaban llevando una vida pacífica y bucólica.
Aquel sentimiento procedía en parte de la esperanza que embargaba a Shuya después de haber hablado con Shogo. Podían escapar. Y si eso era lo que querían, lo mejor que podían hacer era tumbarse, quedarse quietos y esperar. A pesar de las heridas de Noriko, estarían a salvo si mantenían una estrecha vigilancia. Después de todo, ahora eran tres y dos de ellos tenían armas.
Pero Shuya no podía evitar pensar en aquellos disparos lejanos que habían oído hacía una hora.
¿Habría sido asesinado alguien más? Eso podía significar… no quería ni siquiera entrar a considerarlo, pero podrían haber matado a Shinji Mimura o a Hiroki Sugimura. Y aunque no fuera ninguno de ellos, podría haber caído otro inocente, otro compañero de clase. Shuya y Noriko podrían salvarse gracias a Shogo, pero los demás estaban viviendo una pesadilla de terror, con la amenaza de que alguien los asesinara en cualquier momento.
Eso era suficiente para inquietar a Shuya. Vale, vale, eso ya lo había discutido con Shogo, quien le había dicho que lo mejor era quedarse quietos. Y tenía toda la razón. También había dicho que mientras Noriko siguiera herida, ellos serían un objetivo fácil. Y de nuevo tenía razón. Pero… pero… ¿era justo quedarse allí plantados sin hacer nada? Yumiko Kusaka y Yukiko Kitano conservaron su fe en los demás incluso cuando sabían que no tenían ninguna posibilidad de escapar. Por otro lado, con la ayuda de Shogo, Noriko y él tenían ahora bastantes posibilidades. Pero ¿significaba eso que no debían arriesgar sus vidas?
Estaba claro que alguien se estaba comportando como un asesino… alguien estaba acechando a los demás con intención de matarlos. Ellos habían sido testigos de las muertes de Yumiko y Yukiko. Y seguramente habría otros asesinos. De hecho los estudiantes con los que se había enfrentado —Yoshio Akamatsu, Tatsumichi Oki y Kyoichi Motobuchi—, los tres, habían intentado matarlo. Dudaba de que nadie de ese tipo quisiera unirse a ellos voluntariamente. No, alguien de ese tipo solo se uniría a ellos con la idea de traicionarlos y matarlos cuando llegara el momento.
«Pero ¿no deberíamos, como mínimo, buscar a los compañeros en los que pudiéramos confiar? Sin embargo, aunque lo intentemos, nos será imposible distinguir a los unos de los otros. Y si intentáramos ayudarlos a todos… algún “enemigo” podría infiltrarse en nuestro grupo y eso significaría una muerte segura. Incluso Noriko y Shogo podrían caer».
Shuya dejó escapar un profundo suspiro. Se devanaba los sesos. No importaba las veces que volviera a pensar en ello, siempre llegaba a la misma conclusión. No había nada que pudieran hacer. Solo podían confiar en toparse por casualidad con Shinji Mimura e Hiroki Sugimura. Pero ¿qué posibilidades tenían de que eso ocurriera efectivamente?
—Eh —exclamó Shogo mientras se encendía otro cigarrillo. Shuya se volvió—. No le des muchas vueltas. No sirve de nada. Simplemente concéntrate en ti mismo y en Noriko.
Shuya levantó las cejas.
—¿Qué pasa?, ¿eres vidente?
—A veces. Sobre todo cuando hace buen tiempo. —Shogo le dio otra calada al cigarro. Y luego, como si se le hubiera ocurrido de repente, añadió—: ¿Es verdad?
—¿El qué?
—Lo que dijo Sakamochi de ti. Que tienes ideas peligrosas.
—Ah, eso. —Shuya miró al suelo y asintió con un gesto.
—¿Y qué es lo que haces? —Shogo lo miró con malicia y Shuya le devolvió la mirada.
Había dos cosas que había hecho. La primera se refería a cómo había abandonado el equipo de béisbol. Cuando entró en el insti, se metió tanto en el equipo de béisbol como en el club de música, pero acabó asqueado de la disciplina casi militar del equipo de béisbol y de aquella obligación de ganar a toda costa. (No era de extrañar: el béisbol era el deporte nacional, el que favorecía el Gobierno en las competiciones internacionales. Por desgracia, el béisbol también era popular entre los imperialistas americanos, así que si el equipo nacional perdía en los Juegos Olímpicos, los presidentes de la Federación de Béisbol se veían obligados a hacerse el harakiri). Y encima, el entrenador del equipo, el señor Minato, le cogía manía a los jugadores que no eran muy buenos, aunque adoraran ese deporte. Así que, a la segunda semana, Shuya estaba completamente harto y comunicó que lo dejaba en una diatriba escandalosa contra el señor Minato y la Federación de Béisbol. Y así fue como el novato de oro del instituto de Shiroiwa se embarcó en una peligrosa travesía con la idea de convertirse en una estrella distinta (según él): una estrella del rock. En cualquier caso, aquel incidente no dejó muy buen recuerdo en la escuela. Pero Sakamochi probablemente se refería a otra cosa.
—Nada —replicó Shuya—. Sakamochi probablemente se estaba refiriendo a mi interés por el rock. Me estaba vacilando por pertenecer al club de música.
—Ah —asintió Shogo, deseoso de saber más—. Tocas la guitarra, ¿no? Así es como empezaste a escuchar rock.
—No. Ya escuchaba rock antes. Así fue como empecé a tocar la guitarra. Estaba en un orfanato.
Shuya se acordó de aquel hombre de mediana edad que hacía de chico para todo en la Casa de Caridad. Era muy optimista y se peinaba el escaso pelo que tenía hacia atrás, anudándoselo en el cogote («Se llama cola de pato»). Ahora estaba en un campo de concentración en la isla de Sajalín. Ninguno de los chicos del orfanato, incluidos Shuya y Yoshitoki, conocían más detalles. Cuando les dijo adiós, no ofreció ninguna explicación y solo dijo: «Shuya, Yoshitoki: volveré. En menos que canta un gallo, estaré de nuevo con un martillo en la mano y cantando a pleno pulmón el «Rock de la cárcel». Luego le había entregado su viejo reloj automático de pulsera a Yoshitoki y la guitarra eléctrica Gibson a Shuya. Fue la primera guitarra de Shuya. ¿Se habría reformado? Había oído que los trabajadores en los campos de trabajos forzados a menudo morían de agotamiento y malnutrición.
—Una persona me pasó una grabación. Y también me dio su guitarra eléctrica.
—Hum… —asintió Shogo—. ¿Y quién te gusta? ¿Dylan? ¿Lennon? ¿O Lou Reed?
Shuya observó atónito a Shogo. Parecía desconcertado.
—Me sorprendes…
No resultaba fácil conseguir música rock en la República del Gran Oriente Asiático. La música extranjera estaba estrictamente controlada por un órgano llamado Comité Judicial para la Música Popular, y cualquier tipo de música que remotamente recordara al rock jamás conseguía penetrar las fronteras. Se trataba como si fuera una droga ilegal. (Shuya incluso había visto un póster en una oficina gubernamental de la prefectura en la que aparecía el clásico símbolo de prohibición, un círculo rojo con una línea diagonal, sobre una fotografía de un individuo asqueroso y melenudo a quien querían identificar con un rockero. En el cartel se leía: «STOP ROCK». Genial). Básicamente, a la República no le gustaban los ritmos musicales modernos, por no mencionar las letras, que según ellos podían soliviantar a las masas. Bob Marley era uno de los más peligrosos, pero un ejemplo obvio era el verso de Lennon que decía: «and the World will be as one»[4]. ¿Cómo era posible que el país considerara esa canción como una amenaza?
La única música que se podía encontrar en las tiendas de discos era la nacional, sobre todo de melifluos ídolos pop. La música más extrema y arriesgada de importación que había conseguido Shuya era probablemente la de Frank Sinatra. (No en vano, la canción «My Way» podría haber sido una canción apropiada para definir al país).
Durante algún tiempo, Shuya pensó que aquel hombre-para-todo con su coleta podría haber sido enviado a un campo de concentración por aquello, así que llegó a considerar que había algo aterrador en las cintas y la guitarra que aquel hombre le había entregado. Al parecer, aquel hombre estaba equivocado. Una vez que empezó secundaria, descubrió que había un montón de chicos a los que les gustaba el rock y que tenían guitarras eléctricas. (¡Por supuesto, Kazumi Shintani era una apasionada del rock!). ¡Por medio de esos compañeros fue como consiguió copias grabadas de «The Times They Are A-Changin’» y «Stand»![5]
Pero eso ocurría solo en el seno de un grupo muy cerrado. Si se hubiera hecho una encuesta sobre el número de estudiantes que jamás habían escuchado rock, seguramente el 90 por ciento diría que nunca habían escuchado esa música. (Pero incluso los que la hubieran escuchado dirían que no, así que el resultado final sería de una ignorancia del cien por cien). Dados los amplísimos conocimientos que parecía tener Shogo, no era extraño que lo conociera, aunque Dylan y Lennon eran unos artistas muy extremistas.
—No me mires como si fuera un bicho raro —dijo Shogo—. Soy un chico de ciudad, de Kobe. No soy un paleto como vosotros, los de Kagawa. Sé lo que es el rock.
Shuya esbozó una leve sonrisa y bajó la guardia. Luego le dijo a Shogo:
—Mi favorito es Springsteen. Y me gusta también Van Morrison.
—«Born to Run» es genial. Y de Van Morrison me gusta «Whenever God Shines His Light».
Shuya se quedó boquiabierto y luego ofreció la mejor de sus sonrisas.
—¡Tú sabes un montón!
Shogo le devolvió el gesto.
—Ya te lo dije. Soy un chico de ciudad.
Shuya se percató de que Noriko permanecía en silencio. Se preocupó por si se sentía excluida.
—Noriko, ¿de verdad nunca has escuchado rock?
Ella esbozó una sonrisa y negó con la cabeza.
—De verdad, nunca lo he oído. ¿A qué se parece?
Shuya sonrió.
—Las letras tienen importancia. No sé muy bien cómo describirlo, pero es una música que realmente expresa los problemas de la gente. Por supuesto, las canciones pueden ser de amor, pero en ocasiones van de política o de la sociedad, o del modo en que vivimos nuestras vidas, y de la misma vida. Además de las letras, la melodía y el ritmo ayudan a transmitir el mensaje. Es como cuando Springsteen canta «Born to Run»… —Shuya tarareó el final de la canción—: «Together Wendy we’ll live with the sadness / I’ll love you with all the madness in my soul / Someday girl I don’t know when / we’re gonna get to that place / where we really want to go / and we’ll walk in the sun…». —Luego siguió cantando el último verso muy bajito—: «But till then, tramps like us, baby, we were born to run». —Y le dijo a Noriko—: Desde luego, tendremos que oírlo alguna vez.
Noriko abrió los ojos y asintió. En circunstancias normales su rostro se habría iluminado, pero solo respondió con una débil sonrisa. Shuya estaba demasiado cansado para darse cuenta de ello.
Le dijo a Shogo:
—Si todo el mundo escuchara rock un poco más, este país acabaría por derrumbarse. Es lo que dice Noriko: el país se mantiene en pie porque no se sabe lo que ocurre… —Shuya pensaba que la música rock revelaba todo lo que era esencial. Por eso estaba prohibida por el Gobierno.
Shogo apagó la colilla de su cigarrillo Wild Seven en la tierra y se encendió otro. Luego dijo:
—Shuya.
—¿Qué?
—¿De verdad crees que el rock tiene tanto poder?
Shuya asintió con entusiasmo.
—Pues claro que sí.
Shogo se quedó mirándolo y luego dirigió la vista hacia otro lado.
—Yo no. Puede que sirva como fórmula para desahogar nuestras frustraciones, un modo perfecto para soltar presión. Puede que esté prohibido, pero si uno realmente quiere escuchar rock, puede hacerlo. Por eso solo puede ser un desahogo. Eso es lo que quiero decir. Este país es muy inteligente. Quién sabe: puede que acabe promoviendo el rock and roll como un recurso de la tradición nacional.
Shuya se sintió como si le hubieran dado un bofetón. El rock era su religión; las partituras musicales eran las páginas de su biblia. Springsteen, Van Morrison y sus otros héroes eran el equivalente a los doce apóstoles. Por supuesto, empezaba a acostumbrarse a todo tipo de conmociones, y dado que sus compañeros de clase estaban muriendo a su alrededor, por decirlo de alguna manera, la puntualización de Shogo no tenía mayor trascendencia. Pero en fin. Shuya se tranquilizó y contestó lentamente:
—Eso no lo sé.
Shogo asintió varias veces.
—Yo sí. En cualquier caso, no se trata de que lo prohíban o lo promocionen. Esa no es la cuestión. Cualquiera que quiera oírlo debería poder hacerlo cuando quisiera. De eso es de lo que se trata, ¿no?
Shuya meditó sobre lo que le decía Shogo.
—Nunca lo había visto de ese modo, pero entiendo lo que quieres decir. —Y luego añadió—: Increíble. No tenía ni idea de lo perspicaz que eres.
Shogo se encogió de hombros.
Se quedaron callados durante un rato.
Entonces Shuya dijo:
—Pero… de todos modos, sigo pensando que el rock and roll es poderoso. Es una fuerza positiva.
Eso era lo mismo que Noriko había dicho a propósito de Shuya.
Shogo abrió otro paquete de cigarrillos mientras observaba a Shuya y sonrió. Encendió el cigarrillo y lo dejó colgando de los labios. Entonces dijo:
—Para ser sinceros, estoy de acuerdo contigo.
Shuya le devolvió una sonrisa.
—Resulta irónico que estemos de verdad en esta situación —observó Shogo.
Shuya pareció confundido.
—¿Qué quieres decir?
—Que lo único que podemos hacer aquí es correr —replicó Shogo—. Hemos nacido para correr… We were born to run.
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