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Cuando oyeron aquellos disparos lejanos, Yutaka se encogió. Shinji cesó de aporrear el teclado.

—¡Eh…!

Shinji asintió.

—Sí, otro disparo.

Sin embargo, rápidamente volvió a su ordenador. Parecía un acto de insensibilidad, pero no podía permitirse el lujo de perder el tiempo preocupándose de los demás.

Yutaka observó los dedos de Shinji. Tenía en la mano la Beretta. Shinji se la había puesto en la mano vendada y le había pedido que estuviera vigilante.

—Oye, Shinji… ¿Qué estás intentando encontrar en ese portátil? ¿No me lo vas a decir?

Después de que Shinji hubiera iniciado el programa y hubiera marcado en el móvil, siguió tecleando febrilmente y solo de vez en cuando exclamaba «¡Bingo, bingo, bingo!», o bien «¡Maldita sea! Sí… Bien, eso es…», sin dar a Yutaka ni la más mínima explicación.

—Espera un segundo. Casi lo tengo.

Shinji volvió a aporrear el teclado. En el centro de la pantalla gris había secuencias en inglés salpicadas con símbolos como «%» o «#», que aparecían por doquier. Shinji parecía que los entendía y respondía.

—Muy bien.

Shinji dejó de teclear después de que los datos solicitados comenzaran a descargarse. El sistema operativo base era UNIX, pero él había introducido una ventana gráfica independiente para indicar el estado de las descargas en formato Mac. Shinji apoyó los brazos por encima de la cabeza. Ahora lo único que tenían que hacer era esperar a que se completara la descarga, aunque, claro, una vez que se hubiera hecho, tendría que reescribir la contraseña de entrada para borrar cualquier rastro de la operación. Luego tendría que buscar alguna estrategia basada en los datos que hubiera recibido. También tendría que reescribir los datos o crear su propio programa para engañar a sus enemigos. Esto último sería un problema, pero probablemente no necesitaría más de medio día para hacer el trabajo.

—Shinji, dime qué está pasando —insistió Yutaka.

Shinji sonrió, se apartó del portátil y se recostó de nuevo contra el árbol. Tenía que admitirlo: todo aquello resultaba excitante. Inspiró profundamente para tranquilizarse. Era natural, de todos modos. Aunque no estaba muy seguro cuando le dijo a Yutaka que contaba con un PowerBook 150, ahora estaba absolutamente convencido: iban a ganar.

—He estado intentando averiguar cómo podríamos escapar —dijo lentamente.

Yutaka asintió.

—Y… bueno… —Shinji se señaló el cuello. Él no podía ver su propio collar, pero dio por sentado que Yutaka sí lo veía, el mismo que él tenía alrededor de su cuello.

—Lo primero que quería era librarme de esto. Esto le proporciona nuestra posición a ese cabrón de Sakamochi. Por ejemplo, le comunica el hecho de que tú y yo estamos juntos. Gracias a este aparato del cuello, aunque intentáramos escapar, nos localizarían, o peor aún, enviarían simplemente una señal para hacer volar los collares y seríamos historia. Así que necesitaba averiguar cómo librarme de este collar.

Shinji levantó la mano. Y luego se encogió de hombros.

—Pero me rendí. No puedes intentar librarte de esto sin saber cómo se ha construido. Sakamochi dijo que explotaría si nos lo intentábamos quitar, y no creo que estuviera tirándose un farol. La cubierta exterior debe estar rodeada con un cable detonador. Es probable que se active en cuanto se corte. Es demasiado peligroso cruzar ese puente. Pensé en colocar una plancha de metal por dentro del collar, pero de todos modos sería demasiado delgada como para proteger mi cuello si explotara: me haría picadillo.

Yutaka asintió de nuevo.

—Y así fue como se me ocurrió la idea de controlar el ordenador de la escuela que sigue nuestro rastro y la señal de detonación de los collares. ¿Lo pillas?

Desde luego, fue su tío el que le enseñó los fundamentos de la programación informática, y desde su muerte, Shinji fue un apasionado estudiante de informática, mejorando poco a poco sus conocimientos al mismo tiempo que perfeccionaba sus habilidades con el baloncesto. El resultado es que se había convertido en un experto. Aprendió a entrar en una red internacional que estaba estrictamente prohibida por el Gobierno. La conexión permitió que Shinji obtuviera unos niveles incluso más avanzados de conocimientos informáticos, así como una mejor información sobre el mundo, a través de la internet de verdad. (Lo que el país llamaba «internet» era realmente una broma: una red cerrada llamada «Red del Gran Oriente Asiático»).

Aunque no pudieran ejecutar a Shinji por esos actos, eran ilegales; podían enviarlo durante un período de dos años a una prisión juvenil destinada a condenas por delitos ideológicos. Por eso había aprendido a eludir la detección. Por supuesto, nunca le hablaba de eso a nadie, pero le había mostrado algunos sitios web a Yutaka. (¡La mayoría, pornográficos, naturalmente!) Shinji estaba hecho todo un hacker.

—Busqué un ordenador. Ya tenía un móvil. Se suponía que te dejaban todas tus pertenencias en este estúpido juego. Debería haberme traído mis apuntes, pero no me puedo quejar, porque encontré este portátil. Luego, lo único que necesitaba era electricidad. Le arranqué a golpes esa batería a un coche. Tenía que ajustar el voltaje, pero eso fue facilísimo.

Mientras Shinji se lo explicaba, Yutaka comenzó a pillar al final cómo el PowerBook y el móvil podían funcionar en consonancia. Pero de repente se le pasó algo por la cabeza y dijo:

—Oye, pero ¿no dijo Sakamochi que no podíamos utilizar teléfonos? ¿No se refería a los móviles, entonces?

Shinji negó con un gesto.

—No, los móviles tampoco funcionan. Intenté llamar al número de la información meteorológica y saltó la voz de Sakamochi: «Un precioso día en el cuartel general del programa para el instituto de Shiroiwa». Me quedé tan chafado que colgué inmediatamente. Así que están controlando todas las transmisiones móviles. Lo que creo es que ninguna compañía telefónica funciona aquí.

—Entonces…

Shinji levantó el dedo, interrumpiendo a Yutaka.

—Piénsalo. Su sistema de comunicación tiene que ir más allá de esta isla. Lo que quiero decir es que sus ordenadores tienen que estar conectados con los del Gobierno central por seguridad. Entonces, ¿cómo lo hacen? Sencillo. Utilizan números militares exclusivos en líneas de telefonía móvil.

—Y eso significa… —avanzó Yutaka.

Shinji sonrió.

—Pero aunque así fuera, yo pensé que seguramente debían de haber tenido cuidado y se habrían protegido frente a cualquiera que quisiera manipular las líneas; alguien que perteneciera a la compañía telefónica, por ejemplo.

Shinji alargó la mano para buscar su móvil. Y luego añadió:

—No te lo he dicho, pero mi móvil está customizado. Tiene dos tipos de memoria ROM para números de teléfono y contraseñas. Si lo miras, no notas nada raro, pero puedes utilizar una u otra girando esta ranura simplemente noventa grados. Y este otro número lo metí solo para divertirme y poder hacer llamadas gratis. —Volvió a dejar en el suelo el móvil—. Es el número móvil que utilizan los técnicos de la compañía para chequear las líneas telefónicas.

—Entonces, eso significa… —dijo Yutaka de nuevo.

Shinji le guiñó el ojo.

—Exacto. ¡Bingo! El resto es sencillo. Fue un poco pesado enganchar el módem al móvil. No es como cuando se tienen herramientas. Pero me las arreglé para hacerlo. Así es como conseguí tener línea. Entonces accedí al ordenador de mi casa. No puedo hackear con un programa normal de comunicaciones, así que me he bajado mis herramientas especiales… como el programa para hacer saltar los códigos. Luego me metí en la web del Gobierno de la prefectura. La central operativa del Gobierno debe de tener unos sistemas de seguridad de alta calidad, pero me figuré que los sistemas del Gobierno de la prefectura serían fáciles de hackear. Mi suposición resultó ser exacta.

»Aunque este juego esté directamente controlado desde el Gobierno central, debe de tener algún contacto con el Gobierno territorial de la prefectura donde tiene lugar el juego. También estaba en lo cierto en eso. Había un montón de direcciones raras en los archivos de las comunicaciones. Revisando los correos electrónicos encontré uno dirigido al superintendente, notificándole que iba a dar comienzo el juego. El remitente del correo electrónico me condujo al servidor de la escuela de la isla, en el que al final entré. Me llevó algún tiempo, pero como estaba hurgando ahí sin obtener resultados, busqué una puerta trasera en un archivo que tenían totalmente abandonado. Así que entré por ahí. En otras palabras, encontré un código raro que parecía importante. Ya había conseguido que el Mac rompiera el código incluso antes de encontrarte. Así que eso es lo que he estado haciendo.

Shinji se estiró para coger el PowerBook mientras el aparato seguía bajándose datos, abrió otro fichero y mostró el inmenso código en una fuente de 24. Yutaka le echó un vistazo. «Kinpati Sakamocho».

—¿Sakamocho?

—Sí. Debe de ser español. Así que la contraseña era un poco difícil, debido a ese ridículo cambio en las vocales. Esa es la contraseña para este sistema. Así fue como tuve acceso. He estado curioseando todo lo que he podido. Me bajé completamente toda la información del ordenador del colegio. Voy a alterar la información, devolverla al sistema y desactivar los collares. Al hacer que las instalaciones del colegio sean zona prohibida, piensan que están completamente a salvo de nosotros, pero ahora tendremos la posibilidad de atacarlos por sorpresa. Tendremos una posibilidad. Y una vez que controlemos la escuela, podremos ayudar a los demás. Y aunque eso no fuera posible, podemos falsificar los datos para asegurarles que estamos muertos y, luego, poder escapar de la isla sanos y salvos.

Tras aquel breve pero intenso resumen, Shinji inspiró profundamente y sonrió.

—¿Qué te parece?

Yutaka parecía atónito.

—Asombroso.

Halagado por la respuesta de su amigo, Shinji sonrió. «Gracias, Yutaka. Siempre es agradable que te admiren por tu talento».

—Shinji… —murmuró Yutaka, aún con un gesto de asombro.

Este levantó la ceja.

—¿Qué pasa? ¿Alguna pregunta?

—No… —farfulló Yutaka negando con la cabeza—. Solo… solo me preguntaba si…

—¿Qué?

Yutaka bajó la mirada y observó la Beretta que tenía en la mano. Luego miró a su amigo.

—Me preguntaba por qué eres amigo de un tipo como yo.

Shinji no tenía ni idea de lo que estaba hablando Yutaka. Estaba boquiabierto.

—Pero ¿qué dices?

Yutaka volvió a hundir la mirada. Y luego añadió:

—Es solo que… me refiero a que tú… eres extraordinario. Comprendo perfectamente que fueras amigo de gente como Shuya. Él es un deportista, igual que tú, y es un fantástico guitarrista. Pero… pero yo no soy nada. Así que simplemente me estaba preguntando por qué eres amigo mío.

Shinji se quedó mirando a Yutaka, que mantuvo la vista en el suelo. Entonces comenzó a decir:

—Todo eso son bobadas, Yutaka…

Al oír la amable voz de Shinji, Yutaka lo miró.

—Soy como soy. Y tú eres como eres. Y aunque sea bastante bueno en el baloncesto o con los ordenadores, o un poco popular entre las chicas, eso no me hace mejor persona. Tú haces reír a la gente y eres buena persona. Cuando te pones serio, eres bastante más formal que yo. Igual que con las chicas. No me estoy amparando en ese cliché barato que dice que todo el mundo tiene algo que ofrecer: estoy diciendo que hay un montón de cosas que admiro en ti. —Se encogió de hombros y luego sonrió—. Me caes bien. Siempre hemos sido colegas. Eres un amigo estupendo. Mi mejor amigo.

Vio cómo las lágrimas acudían otra vez a los ojos de Yutaka. Entonces, igual que antes, el muchacho le dijo:

—Maldita sea, Shinji… gracias. Muchas gracias. —Luego se secó las lágrimas y comenzó a reírse—. Pero si te quedas con un llorón como yo, acabarás ahogándote antes de que puedas escapar.

Shinji comenzó a reírse, pero entonces… sonó una llamada de teléfono.

Frunció el ceño y se incorporó. Era la alarma convencional de Macintosh.

Shinji se arrodilló delante del PowerBook y miró fijamente la pantalla.

Tenía los ojos abiertos como platos. Un mensaje le informaba que la línea había sido desconectada y la descarga había quedado abortada.

—¿Por qué?

Shinji dejó escapar un lamento. Comenzó a aporrear rápidamente el teclado, pero no pudo recuperar la conexión. Salió del programa de comunicación UNIX y comenzó a trabajar remarcando el módem con otra aplicación de comunicación.

Apareció un mensaje en la pantalla que decía: «El número al que está llamando ya no está en servicio». Recibió el mismo mensaje cada vez que lo intentó. La conexión entre el módem y el teléfono parecía estar perfectamente. Solo para asegurarse, desconectó el teléfono del módem y presionó los dígitos del teléfono directamente. Intentó llamar otra vez al servicio de información meteorológica.

El móvil no daba señal de ningún tipo. Eso significaba que… No, no: todavía tiene batería de sobra.

«¡No puede ser!». Con el móvil en la mano, Shinji miró atónito la pantalla del PowerBook, que ya no estaba funcionando. Su pirateo informático era indetectable. Por eso se consideraba un hacker.

Y él sabía cómo hacerlo.

—¿Shinji? ¿Qué pasa, Shinji?

Yutaka estaba gritándole, pero su amigo permanecía callado.

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