Al principio, cuando Shinji encontró a Yutaka Sato, el graciosillo de la clase parecía al borde del colapso tras haber presenciado las muertes de Yumiko Kusaka y Yukiko Kitano, pero no había tardado en tranquilizarse.
En un lugar donde las ramas de los arbustos eran menos frondosas y el cálido sol daba de pleno, Shinji Mimura estaba vigilando otra vez. No parecía que hubiera nadie más por allí alrededor. Solo el sonido de un pajarillo cantando. Quienquiera que fuera el que había matado a Yumiko y a Yukiko, no parecía haberse dado cuenta de la presencia de Yutaka y de Shinji. De todos modos, tenían que andarse con cuidado.
«Descansa cuando tengas que hacerlo. Pero también sé precavido cuando debas. La clave está en no cometer errores a la hora de evaluar las cosas».
Su tío le había dicho aquello. Era el que le había enseñado todo lo que sabía. Cuando empezó con el baloncesto, su tío era el responsable de la educación del chico conocido como El Tercer Hombre. Su tío también le había enseñado los fundamentos de la informática. Cuando su tío le enseñó cómo acceder a conexiones extranjeras de internet, le advirtió: «Nunca pienses que estás teniendo mucho cuidado». Y ahora era una de esas veces en las que tenía que andarse con mucho tiento. De eso podía estar bien seguro.
—Eh, Shinji… —Este miró hacia atrás, donde estaba su amigo. Yutaka estaba apoyado contra un árbol, abrazándose las rodillas, mirándolo con los ojos muy abiertos por encima de ellas—. Ahora que lo pienso, debería haberte esperado delante de la escuela. Así podríamos haber estado juntos desde el principio. —Levantó la mirada hacia Shinji—. Pero tenía mucho miedo…
Shinji se cruzó de brazos, con la Beretta todavía en su mano izquierda.
—No sé qué quieres que te diga. Podría haber sido peligroso.
«Y mejor así —se dijo Shinji—. Yutaka probablemente no sabe que Mayumi Tendo y Yoshio Akamatsu fueron asesinados delante de la puerta de la escuela. Además…».
En ese momento se dio cuenta de que Yutaka estaba llorando. Sus ojos estaban anegados en lágrimas, que comenzaban a derramarse por las mejillas y trazaban dos regueros delgados y blanquecinos por su cara polvorienta.
—¿Qué pasa? —le preguntó Shinji amablemente.
—Yo… —Yutaka levantó su puño herido y se enjugó las lágrimas con la tira de toalla que Shinji había utilizado para vendarle la mano—. Soy patético. Soy… soy un idiota y un cobarde. —Se detuvo y luego dijo como si escupiera algo que se le hubiera atragantado en la garganta—: No fui capaz de salvarla.
Shinji levantó la ceja y observó a su amigo. No era una cosa que quisiera sacar a colación, pero como Yutaka había…
—Te refieres a Izumi Kanai —dijo Shinji lentamente.
Yutaka asintió, todavía doblado sobre sí mismo.
Shinji recordó que Yutaka se lo había dicho una tarde, en su habitación, con una mezcla de orgullo y vergüenza: «Me gusta Izumi Kanai». Y resultaba que Izumi Kanai había sido una de las primeras en morir. Habían anunciado su muerte en el comunicado de las seis de la mañana. No tenía ni idea de dónde había muerto. Solo sabía que había muerto en algún lugar de la isla.
—Pero tú no pudiste hacer nada —dijo Shinji—. Izumi salió después que tú.
—Pero yo… —dijo Yutaka, con la cabeza todavía escondida entre las rodillas—. Ni siquiera podría haber encontrado a Izumi. Estaba tan asustado… Yo pensaba, no, eso no le puede ocurrir a ella, estará bien… intenté convencerme de eso. Y luego, a las seis de la mañana Izumi ya estaba…
Shinji escuchó a su amigo sin decir una palabra. Volvió a oír los gorgoritos de los pájaros en las copas de los árboles. Debía de ser otro diferente. Los gorgoritos se superponían, como si los pájaros estuvieran conversando.
De repente, Yutaka levantó la mirada hacia su amigo.
—Lo tengo decidido —dijo.
—¿El qué?
Aún tenía los ojos húmedos, y miró directamente a Shinji.
—Venganza. Voy a matar a ese cabrón de Sakamochi y al resto de su jodido Gobierno.
Shinji estaba sorprendido. Miró atónito a Yutaka.
Por supuesto, él también estaba muy cabreado con aquella mierda de juego y con el Gobierno que lo dirigía. Realmente no conocía muy bien a Yoshitoki Kuninobu, el mejor amigo de Shuya Nanahara —era un poco demasiado tranquilo para Shinji—, pero era un tipo majo. Y el Gobierno se lo había cargado de un modo brutal. Y luego a Fumiyo Fujiyoshi, y después, como había dicho Yutaka, a Izumi Kanai. Y luego a otras chicas, como Yumiko Kusaka y Yukiko Kitano, asesinadas justo delante de sus narices, y luego acabarían con todos los demás compañeros de clase. Pero…
—Pero eso es lo mismo que suicidarte…
—No me importa si muero. ¿Qué puedo hacer ya por Izumi? —Yutaka se detuvo y observó a Shinji—. ¿Es ridículo que un inútil como yo diga eso?
—No… —Shinji se detuvo un instante y luego negó con la cabeza—. No, en absoluto, Yutaka.
Shinji se quedó mirando a su amigo y luego levantó la vista para observar la cúpula de ramas que tenían sobre sus cabezas. No le sorprendía aquella furibundia emocional en Yutaka, aunque no era parte de su personaje de graciosillo. Aquella era la otra cara de Yutaka. Por eso habían sido amigos desde hacía tanto tiempo. Pero…
«No me importa si muero. ¿Qué puedo hacer ya por Izumi?».
«Me pregunto cómo será eso de sentirse así por una chica», se dijo Shinji, y observó el oliváceo color de las hojas de los árboles, brillando resplandecientes con los rayos del sol. Había tenido algunas citas con chicas, y hasta se había acostado con tres (no está mal para un estudiante de insti, ¿eh?), pero nunca había sentido nada parecido por una chica a lo que Yutaka sentía por Izumi.
A lo mejor aquello tenía que ver con que sus padres no hubieran estado presentes en su vida. Su padre conoció a otra mujer. (Al parecer era un excelente burócrata, pero aunque pudiera considerarse un atrevimiento por parte de su hijo decirlo… era también un miserable. Resultaba increíble que pudiera ser el hermano del tío de Shinji, que irradiaba bondad). Su madre nunca se rebeló contra su padre, y así, entregada al arte floral decorativo o a una asociación femenina, vagaba de un hobby a otro, perdida en su propio mundo. Mantenían conversaciones normales. Hacían lo que se suponía que tenían que hacer. Pero no confiaban el uno en el otro, y nunca se apoyaron. Su desprecio mutuo se fue acumulando a medida que se hicieron mayores… «Bueno, a lo mejor eso es lo que pasa con la mayoría de los padres…».
Desde que se había convertido en una estrella del baloncesto en la escuela, Shinji Mimura había sido muy popular entre las chicas… y salir con ellas le había resultado muy sencillo. Y besarlas también. Y luego, con un poco de paciencia, acostarse con ellas también había resultado fácil. Pero nunca se había enamorado de ninguna.
Desgraciadamente, Shinji no había podido hablar aquello con su tío, que siempre tenía la respuesta adecuada para cualquier cosa. Aquello solo le había preocupado últimamente, y ya hacía dos años de la muerte de su tío.
El pendiente que llevaba en la oreja derecha era por su tío, que siempre lo había llevado. Le había dicho a Shinji: «La mujer a la que amé lo llevaba. Murió hace mucho tiempo». Era una de sus posesiones más preciadas. Tras la muerte de su tío, lo había cogido como un recuerdo sin pedir permiso a nadie. Podía oír a su tío diciéndole: «Acabarás cansándote al ritmo que llevas. No está mal amar a alguien y ser amado. Date prisa y encuentra a una buena chica».
Pero todavía no había encontrado a ninguna de la que quedarse colgado.
Recordaba cómo su preciosa hermana, Ikumi, que era tres años menor, le había preguntado: «¿Tú qué prefieres: un matrimonio por amor o uno de conveniencia?», y recordaba haberle contestado: «Puede que no me acabe casando de ninguna manera».
Ikumi. Shinji pensó en su hermana. «Espero que te enamores de un chico agradable y tengas un feliz matrimonio. Puede que yo me muera sin saber lo que es el amor».
Shinji volvió a mirar a su amigo.
—¿Puedo preguntarte una cosa, Yutaka? Quiero disculparme de antemano por si te resulta ofensivo.
Yutaka se volvió hacia él con la mirada perdida.
—¿Qué?
—¿Qué tenía de especial Izumi?
Yutaka observó a su amigo asombrado y en su rostro compungido se esbozó una sonrisa. Tal vez aquel era su modo de ofrecer su ramito de flores a la muerte.
—No te sé decir, pero era preciosa.
—¿Preciosa? —repitió Shinji, y luego añadió deprisa—: Es decir, no estoy diciendo que no lo fuera…
Izumi Kanai, en fin, no era un cardo, claro, pero para chica preciosa, ahí estaba Takako Chigusa («Ay, supongo que ese es mi tipo»), Sakura Ogawa («Bueno, estaba con Kazuhiko Yamamoto, y los dos habían muerto») y Mitsuko Souma («Pero esta no cuenta, por muy guapa que sea»).
Yutaka entonces volvió a sonreír otra vez y dijo:
—Cuando me miraba con esos ojos soñadores y apoyaba las mejillas en las manos, estaba preciosa… Cuando se le cayó el bastón el día de maniobras militares en el colegio y luego se puso a llorar, estaba preciosa… Y cuando perdían el tiempo en los descansos, entre clase y clase, escuchando a Yuka Nakagawa, y ella se mondaba de risa, estaba preciosa…
«Ah».
Mientras escuchaba aquellas explicaciones, Shinji de repente lo comprendió todo. Las observaciones de Yutaka no explicaban nada, pero resultaban hermosas. «Eh, tío, creo que ya estoy empezando a comprender de qué va todo esto…».
Cuando Yutaka acabó de hablar, observó a Shinji.
Este lo miró con cariño e inclinó la cabeza ligeramente. Entonces sonrió.
—Pensé que acabarías siendo actor cuando fueras mayor, pero ahora creo que podrías ser poeta.
Yutaka también sonrió.
Entonces Shinji exclamó:
—¡Eh…!
—¿Qué?
—No sé cómo decirlo, pero creo que Izumi será muy feliz al saber que hay una persona que la quiso tanto. Probablemente ahora estará llorando de felicidad ahí arriba, en el cielo.
Comparadas con las poéticas observaciones de Yutaka, sus palabras sonaron baratas, pero, de todos modos, era lo que pensaba y ya lo había dicho. Ahora la mirada de Yutaka comenzó a anegarse en lágrimas de nuevo, llenando de chorretones sus mejillas.
—¿Tú crees? —replicó Yutaka, entre hipidos.
Shinji alargó la mano hasta el hombro de su amigo y lo apretó cariñosamente.
—Pues claro —resopló Shinji—. Y respecto a lo de tu venganza, te apoyaré.
Aún con los ojos anegados en lágrimas, Yutaka los abrió como platos:
—¿De verdad?
—Ajá —asintió Shinji.
Sí, había estado dándole vueltas a todo aquello. No, no a lo del rollo de las chicas. Le había estado dando vueltas a su futuro en aquella mierda de República del Gran Oriente Asiático.
Había sacado a colación aquel tema con Yutaka alguna vez. Este había respondido algo como «No tengo ni idea», y luego había añadido: «Por lo menos, creo que probablemente podría ser humorista». Shinji se había reído con aquella ocurrente respuesta, pero para él era una verdadera preocupación. En realidad, también lo era para Yutaka; lo único que pasaba era que este prefería no pensarlo. Y lo que pasaba era, como le había dicho a Shuya Nanahara en cierta ocasión, que «Eso es lo que llaman “fascismo eficaz”. ¿En qué otro lugar del mundo se podría encontrar una cosa tan siniestra?». El país estaba enfermo. Y no solo por aquel estúpido juego, sino porque cualquiera que mostrara incluso la más mínima resistencia al Gobierno era eliminado inmediatamente. Al Gobierno no le importaba en absoluto que fueras inocente o no, y continuaba derramando una sombra intimidatoria sobre las vidas de todos aquellos que no tenían otro remedio más que obedecer sus políticas y que encontraban únicamente consuelo en las pequeñas cosas que la vida les ofrecía. Y cuando les arrebataban sus fuentes de felicidad, lo único que podían hacer era humillarse y aguantarse.
Pero Shinji comenzaba a creer que todo aquello era un desastre, a pesar de todo. Bueno… seguro que todo el mundo debía de haber pensado lo mismo que él. Pero nadie se atrevía a decirlo en voz alta. Ni siquiera Shuya Nanahara se atrevía a decir en público que escuchaba aquella música rock, ilegal… y de todos modos ahí acababa su rebeldía. Shinji comenzaba a pensar que debía protestar, aunque fuera peligroso. Y cuanto más conocía el mundo, más persuadido estaba de ello.
Entonces ocurrió aquello dos años atrás: la muerte de su tío. Oficialmente se registró como un accidente. Cuando la familia reclamó el cuerpo, la policía les informó que había muerto electrocutado mientras trabajaba solo en una fábrica de su empresa. Pero algo feo había ocurrido con su tío durante algún tiempo antes de su muerte. Parecía preocupado, cosa inusual en él… Como siempre, Shinji tecleó en el ordenador de su tío, y le preguntó: «¿Va todo bien?». Su tío estaba a mitad de respuesta: «Uno de mis viejos camaradas…», pero al final se contuvo y solo le ofreció alguna evasiva: «Oh, bah, en realidad no es nada».
Viejos camaradas.
Su tío apenas le había hablado del pasado. Siempre cambiaba de tema, y Shinji, dándose cuenta de que su tío prefería no hablar de ello, decidió no hurgar más en su pasado. (Cuando le preguntó a su padre al respecto, lo único que le contestó fue que no tenía por qué saberlo). En todo caso, en lo más profundo de su intuición, más allá de distinciones sobre la legalidad o ilegalidad de las cosas, en lo más profundo de cada explicación que su tío le proporcionó sobre el mundo y la sociedad, Shinji detectó un profundo disgusto, cuando no odio, hacia su país. Y también una presencia amenazadora y permanente. Shinji le había dicho en cierta ocasión: «Eres muy grande». Su tío solo había sonreído y había contestado: «No, estás equivocado. No lo soy, en absoluto. Uno no podría sobrevivir en este país si quisiera ser realmente bueno. Yo estaría muerto si fuera realmente una buena persona». Aquello había sido lo que había conducido a Shinji a creer que su tío se había enfrentado al Gobierno en el pasado. Pero por alguna razón, lo había dejado. Eso era lo que Shinji sospechaba.
Y por eso fue también por lo que Shinji se preocupó cuando oyó a su tío mencionar a sus «viejos camaradas». Pero era su tío, así que se portaría bien y decidió no bombardearlo con preguntas incómodas.
Pero al final sus preocupaciones resultaron muy pertinentes. Shinji había sospechado que los «viejos camaradas» de su tío, con quienes había perdido toda relación, habían vuelto a ponerse en contacto con él. Y aunque probablemente su tío había dudado, al final había aceptado una misión. Y como consecuencia… algo había ocurrido. Era cierto que la policía del país tenía la potestad de ejecutar civiles sin juicio, así que habitualmente no se preocupaban de mirar si te mataban en un callejón o en el trabajo. Pero cuando la persona involucrada estaba relacionada con algún asunto importante, entonces no era raro que tejieran unas cuantas mentiras para matarla y simular que había sido un «accidente». Desafortunadamente, el padre de Shinji era director de una empresa bien conocida (un operario de primera clase, según el baremo laboral de la República: el nivel más alto, solo por debajo de la burocracia superior gubernamental), y… bueno, resultaba muy desconcertante porque era cierto: su despreciable padre había cooperado, aunque fuera indirectamente, para que el Gobierno se «ocupara» de su tío.
No podía haber sido una cosa accidental. Su tío jamás habría muerto electrocutado. ¡Aquella historia era demasiado torpe!
La propietaria original de su pendiente probablemente estaba relacionada con aquella parte del pasado de su tío. Escandalizado por el asesinato de su tío, Shinji juró que nunca se humillaría ante el país.
Por supuesto, sabía que la afirmación de su tío, según la cual «Uno no puede sobrevivir aquí si quiere ser realmente una buena persona», era también una advertencia, que resultó totalmente cierta en el caso de la propia muerte de su tío. «Aprovechando todo lo que me has enseñado —pensaba Shinji—, voy a averiguar cómo llevar a cabo ese proyecto que tú abandonaste hace mucho, mucho, tiempo. Yo… quiero ser buena persona. Eso es lo que aprendí de ti, al fin y al cabo».
Pero no tenía las ideas claras y al final no había hecho nada positivo. Había oído hablar de grupos antigubernamentales, pero no tenía ni idea de cómo ponerse en contacto con ellos. Además, su tío le había dicho: «Lo mejor es no confiar en grupos y movimientos. No son muy fiables». También pensaba que era un poco demasiado joven. Y sobre todo, tenía miedo.
Pero ahora, aunque tuviera la suficiente suerte para escapar de aquel estúpido juego, acabaría convirtiéndose en un fugitivo. Entonces —a esta irónica conclusión había llegado—, ¿no significaba aquello que podría hacer lo que quisiera? Si lo hacía con un grupo o por su propia cuenta, ¿qué importaba? Lo que importaba era que ahora podía entregarse en cuerpo y alma a luchar contra el Gobierno, y aquella determinación se había apoderado de él.
Y ahora, después de hablar con Yutaka, estaba absolutamente seguro de ello.
Apartando a un lado aquel complicado asunto de momento, decidió compartir sus sinceros sentimientos sobre otro asunto con su amigo.
—De verdad que te envidio por estar enamorado de alguien de ese modo. Así que si estás decidido, yo estoy a tu lado.
Los labios de Yutaka comenzaron a temblar.
—Maldita sea, ¿de verdad? ¿De verdad lo harás?
—Sí, lo haré. —Shinji dio una palmada en el hombro a su amigo y añadió—. Pero nuestra prioridad será escapar. Matar a ese cabrón de Sakamochi no sería más que un arañazo en la armadura del Gobierno. Si vamos a ir a por ellos, tenemos que darles donde más les duela, ¿de acuerdo?
Yutaka asintió. Luego se enjugó las lágrimas.
—¿Has visto a alguien más, aparte de Yukiko y Yumiko? —le preguntó Shinji.
Con los ojos enrojecidos de restregarse, Yutaka miró a su amigo y negó con la cabeza.
—No. Yo… salí corriendo de la escuela y seguí a la carrera todo el rato. ¿Tú has visto a alguien, Shinji?
Shinji asintió.
—Cuando salí… probablemente no lo sepas, pero… Mayumi y Yoshio fueron asesinados delante de la puerta del colegio.
Yutaka abrió los ojos como platos.
—¿De verdad?
—Sí. A Mayumi probablemente la mataron en cuanto salió.
—¿Y Yoshio?
Shinji contestó con los brazos cruzados.
—Creo que Yoshio fue el que mató a Mayumi.
El rostro de Yutaka se crispó de nuevo.
—¿De verdad?
—Ajá. ¿Por qué demonios estaría allí Yoshio, el primero en salir? Él regresó y, luego, escondido entre las sombras, probablemente disparó una flecha a Mayumi. Dado que los dos tenían flechas en el cuerpo, debió de intentar eliminar a otro, pero quizá esa otra persona le arrebató el arma (una ballesta probablemente, por la forma de las flechas) y le disparó. Ese es el escenario más probable.
—¿Y quién sería ese otro?
—Shuya.
Yutaka volvió a abrir mucho los ojos.
—¿Shuya? ¿Shuya mató a Yoshio?
Shinji hizo una mueca de desconfianza.
—No lo sé. Lo único que sabemos es que Yoshio no fue capaz de matar a Shuya. Así que probablemente fue él. Pero a lo mejor solo derribó a Yoshio. Después de eso, sería un blanco fácil. Y entonces Yoshio pudo haber sido asesinado por alguien que llegara después. —Shinji meditó sobre lo que decía y añadió—: Además, Shuya debe de haberse ido con Noriko Nakagawa. Seguramente no tuvo tiempo para acabar con Yoshio.
—¿Noriko? Es verdad, Noriko estaba herida. Y tú…
—Sí —Shinji sonrió con aire irónico—. Si hubiera conseguido que se retrasara el inicio del juego, habría sido de alguna ayuda. Yo ya sabía que era imposible, pero valía la pena intentarlo. Noriko salió detrás de Shuya. Él le hizo una clara señal a ella antes de salir. Te lo aseguro porque lo vi con toda claridad.
Yutaka asintió.
—Noriko estaba herida, así que Shuya…
—Y dado lo que le había ocurrido a Yoshitoki…
Yutaka asintió repetidamente. Ahora iba comprendiendo.
—Ya lo pillo. Nobu estaba por Noriko, ¿no? Así que Shuya asumió que tenía que ocuparse de ella.
—Ajá. Bueno, y aunque ese no fuera el caso, dada la personalidad de Shuya, probablemente planearía reunirse con todos los que fueran saliendo detrás de él. Pero tras el ataque de Yoshio, se olvidó del asunto. Noriko, además, iba herida. Así que tal vez simplemente se alejó con ella como única compañera.
Yutaka asintió de nuevo. Luego miró al suelo.
—Me preguntó dónde andará Shuya. Seríamos un grupo muy fuerte si estuvierais juntos.
Shinji levantó las cejas. Puede que Yutaka hubiera estado recordando sus infalibles combinaciones cuando formaban pareja en los partidos de baloncesto en gimnasia. Era verdad, Shinji también pensaba que Shuya Nanahara sería un gran compañero. Y no solo por sus habilidades deportivas. Igual que Shinji, Shuya era audaz y valiente, con la habilidad de responder bien bajo presión. Era uno de los pocos compañeros de clase en los que se podía confiar en aquella situación. Un tipo honrado como él… —y demasiado legal para entregarse al asesinato a sangre fría, pensaba Shinji—, nunca podría matar a sus compañeros de clase.
Shinji apoyó la mano en el hombro de Yutaka. Este levantó la mirada.
—Me alegro mucho de estar contigo. Me alegro mucho de que estemos juntos.
Yutaka estuvo otra vez a punto de deshacerse en lágrimas. Shinji le dedicó una sonrisa para procurarle confianza. Yutaka consiguió reprimir las lágrimas y sonrió.
—Basta de hablar de los muertos —añadió Shinji—. Me he dado cuenta de una cosa. ¿Te fijaste en los bosques que estaban delante de las pistas de atletismo de la escuela?
—Ajá.
—Había gente allí. Un grupo de estudiantes.
—¿Sí? —dijo Yutaka.
—Sí. Creo que estaban esperando a alguien. Claro, detrás de mí solo quedaban cinco estudiantes. Kyoichi Motobuchi, Kazuhiko Yamamoto, Chisato Matsui, Kaori Minami y Yoshimi Yahagi. En cualquier caso, no hicieron el menor amago de llamar mi atención. Era un grupo, así que dudo que se comporten de un modo hostil con nadie, pero no tengo ninguna razón particular para ir en su busca ni para unirme a ellos —dijo Shinji—. Tú acabas de decir que habrías esperado, pero dadas las circunstancias eso habría sido imposible. El hecho es que Yoshio probablemente regresó y mató a Mayumi. Lo que pensé es que si alguno regresaba allí y se encontraba con ese grupo en los bosques, ellos probablemente lo eliminarían. Desde luego, seguramente estaban armados. En cualquier caso, decidí largarme de allí.
Shinji se detuvo. Después de humedecerse los labios con la punta de la lengua, continuó:
—También vi a otros estudiantes.
Los ojos de Yutaka volvieron a abrirse asombrados.
—¿De verdad?
Shinji asintió.
—Me moví mucho anoche. En un momento dado vi a una chica. Creo que era Hirono… ya sabes el pelo ese tan raro que tiene. Mientras yo estaba investigando al pie de la colina, la vi moviéndose entre los arbustos.
—¿Y no la llamaste?
Shinji se encogió de hombros.
—No sé. Supongo que no me cae muy bien. Sencillamente no confío en las amigas de Mitsuko.
Yutaka asintió.
—Y a otro que vi fue a Shogo Kawada.
Yutaka abrió la boca como para decir «Madre mía».
—Shogo-san, vaya… —Como todos sus compañeros, Yutaka se refería educadamente a él como Shogo-san—. Intimida un poco ese chico…
—Sí, bueno, por eso lo evité… Pero… —Shinji miró hacia el cielo. Luego volvió a observar a Yutaka—. Creo que me vio. Yo acababa de salir de una casa donde había estado buscando algunas cosas. Él estaba allí, rondando la casa, pero inmediatamente se escondió en el camino que se internaba en el monte. Creo que llevaba una recortada. Yo me escondí tras la puerta… Creo que me estuvo vigilando durante un buen rato, pero luego desapareció. No intentó atacarme en absoluto.
—Uf… —contestó Yutaka—. Entonces eso significa que no es un enemigo.
Shinji meneó la cabeza.
—No necesariamente. Puede que viera mi pistola y decidiera que sería mejor no atacarme. En cualquier caso, yo decidí no ir tras él.
—Entiendo —asintió Yutaka, pero luego levantó la mirada como si se hubiera dado cuenta de algo—. Yo no he visto a nadie, pero podría jurar que he oído cómo se disparaba otra arma antes de que Yumiko y Yukiko fueran abatidas.
Shinji asintió.
—Yo también lo oí.
—No era una ametralladora. ¿Crees que esos disparos también iban dirigidos a ellas?
—No —negó Shinji con un gesto—. No creo. Creo que quienquiera que disparara lo hizo para que dejaran de gritar. Era obvio que lo que estaban haciendo era muy arriesgado. El que disparó quería asustarlas con los tiros para que corrieran y se escondieran.
Yutaka se inclinó hacia delante, emocionado.
—Enton… entonces el que disparó no es un enemigo.
—Sí, bueno… no tenemos modo de comprobarlo. Aunque tuviera una idea aproximada del lugar del que provenían los disparos, quien los hizo probablemente ya se haya ido a otra parte… el que tiene la ametralladora seguramente también sabe desde dónde se realizaron esos disparos.
Desilusionado, Yutaka se hundió hacia atrás. Se quedaron callados mientras Shinji continuaba pensando, con los brazos cruzados. Shinji quería saber si Yutaka había visto a alguien en quien pudieran confiar. Pensó que podrían entablar contacto con algún compañero o compañera si no se había movido, pero bien pensado, habría confiado en cualquiera en el que Yutaka confiara; sin embargo, si Yutaka hubiera visto a otros compañeros fiables, se habría quedado con ellos. Pero estaba solo. Así que la pregunta era irrelevante.
Pero, en todo caso, ¿en quién podría confiar? Shuya… y luego, tal vez, en Hiroki Sugimura. El resto eran chicas. A lo mejor podría fiarse en un momento dado de la delegada, Yukie Utsumi, y sus amigas, pero lo cierto es que él no tenía muy buena fama entre las chicas de clase, probablemente porque se acostaba con todas las que podía. «Oh, vaya… Eh, tío, ¿debería haberme echado una novia formal?, ¿no?».
Pero de todos modos había tenido mucha suerte al toparse con Yutaka. Podía fiarse absolutamente de él.
Su amigo le preguntó:
—Oye, Shinji… Tú dijiste antes que estabas buscando algo.
Shinji asintió.
—Sí.
—¿Y qué era? ¿Qué estabas buscando? ¿Un arma? Yo estaba demasiado asustado. Ni siquiera se me pasó por la cabeza.
Shinji miró su reloj. A esas alturas ya debería estar listo. Ya había transcurrido una hora desde que la máquina había comenzado la búsqueda de la contraseña.
Shinji se levantó y avanzó con la pistola por delante.
—Yutaka, ¿puedes apartarte?
Este se apartó del árbol en el que estaba apoyado. Tras él, se enredaban los arbustos dispersos formando un espeso matorral.
Shinji se adentró por allí y metió las manos entre unos arbustos. Con cuidado, sacó unos aparatos y unos cables.
Yutaka observaba atónito.
Shinji sacó de allí una batería de coche, un teléfono parcialmente desarmado y un ordenador portátil. Todo ello estaba conectado por una maraña de cables rojos y blancos.
La pantalla de cristal líquido del teléfono había permanecido encendida, pero la del ordenador estaba apagada.
Lo cual significaba… Shinji frunció los labios y comenzó a silbar muy quedo, al tiempo que presionaba la tecla espaciadora. El ordenador, que conservaba su energía en modo de hibernación, se encendió al tiempo que se oía el silbido giratorio del disco duro y la escala de grises se iluminaba en la pantalla.
Después de buscar la última línea en la diminuta ventana de la pantalla, los ojos de Shinji pestañearon maliciosamente.
—Ajajá… Solo una combinación de vocales. Demasiado simple para que se me hubiera ocurrido —dijo.
—Oye, Shinji…, esto es… —farfulló al final Yutaka, atónito y asombrado.
Shinji abrió y cerró varias veces los puños como hacía siempre antes de aporrear un teclado. Sonrió a Yutaka.
—Esto es… un Macintosh PowerBook 150. No me esperaba encontrar este aparato tan bueno en esta isla perdida.
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